25/4/24

335. Ella era ella

    Estuviera donde estuviera, ella era ella desde que se levantaba hasta que se acostaba. Indiferente a las miradas, a los comentarios y a las cámaras de los móviles. Es decir, ella era ella con su indisimulado bigote, su tupida uniceja y sus brazos, piernas y axilas sin depilar.

   Ella era ella y sin pretenderlo tenía el poder de influir en fenómenos naturales y en los animales. 

    Si salía a la calle en un día soleado, el Sol se ocultaba en segundos. Si lo hacía de noche, la Luna también desaparecía de igual modo. Si contemplaba con fijeza un cielo azul y despejado, se desataba la tormenta. Si era hielo lo que miraba, lo licuaba al instante, y si se iba a la playa las olas la rehuían. 

   Los animales venenosos se abstenían de picarla. También la abeja, el mosquito y la avispa. El resto de animales que le salían al paso se tapaban la cara, y gimientes se escondían o se alejaban. Y allí por donde pasaba el suelo se agrietaba y la vegetación se mustiaba.

   Con todo, ella siempre era ella pasara lo que pasase, sólida y real, en un mundo estereotipado que todavía no estaba preparado para su apariencia.



22/4/24

334. Recordando a Isidro

   El otro día recordé a un amigo del pasado llamado Isidro. Me dijeron que estaba internado en un psiquiátrico. Tratándose de él es algo de veras creíble.

    Isidro siempre me pareció un tipo desubicado, imposible de encajar en cualquier contexto imaginable. Siempre andaba solo y apresurado, sin apartarse un ápice de quien viniera en dirección contraria, y con la mirada sucia y alerta como si fuera a saltar sobre alguien o algo en cualquier momento.

    Ahora que pienso en él también recuerdo todo lo demás. Su disposición a pelearse con el número de personas que fuera por cualquier razón, justificada o no. Su carencia de miedo con todo; quizá su aparente falta de conciencia. Sus patadas a la puerta de cualquier antro que le denegara la entrada. La vez que tuve que llamar a la ambulancia cuando atravesó una cristalera con el puño derecho...

    Supongo que su historia es la de otros tantos, contada miles de veces en otros lugares. Ahora creo que me estuve engañando a mí mismo, al no considerarlo uno de esos renglones torcidos de Dios de los que habló Torcuato en su novela, cuando muy a menudo me daba sobradas pruebas de ello.     

    En fin, éramos jóvenes y siempre nos movíamos por planteamientos nada razonables. Pero aunque cueste de entender (y ni falta que hace), por enfermo que estuviera Isidro de la cabeza, tenía el corazón mucho más puro que otras personas muy bien integradas a las que creemos sanas.




18/4/24

333. Uróboros

    Somos seres perfectos porque no estamos diseñados para la inmortalidad. Como las plantas, las aves, los insectos, los cuadrúpedos y los reptiles, un día u otro nuestro tiempo finaliza y dejamos sitio a otras vidas aún por concebir. 

    Nuestro diseño es perfecto porque con nuestra muerte contribuimos a la vida. Tras nuestra completa descomposición pasamos a ser restos secos que son devorados por las especies necrófagas, las grandes limpiadoras del entorno.

    Sin ellas proliferan las bacterias, las infecciones y las alteraciones ambientales. Una vez metabolizados por estos insectos, pasamos a ser nutrientes para la vegetación. Se cierra así el ciclo de la vida y el ecosistema que dispuso la Naturaleza sigue en equilibrio. 

    Pero para que hagan su aparición, y se inicie tan prodigioso proceso desde que morimos hasta que somos polvo, se deben dar las condiciones óptimas y ambientales precisas. Es decir, siempre y cuando no nos entierren, incineren o momifiquen por alguna estúpida creencia o tradición.

    Y eso que llaman alma o espíritu... Bueno, eso lo dejamos para aquellos que necesitan animar su cotarro existencial.



12/4/24

332. Eclipse

    Minutos antes de que la Luna empezara a ocultar el Sol, todo el ancho del cielo se convirtió en un aleteo anárquico de pájaros que piaban enloquecidos. En la soledad de las selvas, bosques y llanuras rugían los felinos y aullaban los lobos. Y la vida que habitaba en los glaciares y en la profundidad del océano también emitía su queja.

    Era algo de veras intranquilizador, pero no le dimos importancia. Estábamos demasiado ocupados en registrar el fenómeno astronómico. Demasiado expectantes con nuestros móviles en suspensión y los mentones alzados —con o sin la debida protección ocular— mientras que en casa nuestras mascotas temblaban y gemían.

   Cuando la ocultación del Sol fue parcial, tuvimos que despoblar las calles, puesto que empezaron a sobrecargarse de electricidad estática hasta ser impracticables. El aire se detuvo y una sensación de apremio se adueñó de las ciudades. Todo eso también nos pareció extraño, pero supusimos que duraría pocos segundos. 

    Justo cuando el día pasó a ser noche total, desde la penumbra de nuestros balcones, terrazas y ventanas grabamos, fotografiamos, vitoreamos y aplaudimos ante la visión privilegiada de aquella maravilla celestial. Entonces los segundos se hicieron minutos, los minutos devinieron en horas, y de forma gradual pasamos de la exaltación al silencio absoluto.

    Solo entonces, cuando la Humanidad enmudeció, el mundo entero se ahogó en el bramido colectivo del reino animal, intenso y desquiciado. No era queja sino lamento, o quién sabe si advertencia. El caso es que mucho más tarde que ellos, cuando el Sol empezó a ser recuerdo, comprendimos que por fin nuestro tiempo había acabado.



10/4/24

331. Bodacaspa

    Bodacaspa el 5 de septiembre de 2002. Y bodacaspa el 6 de abril de 2024. En ambas bodacaspas toda la cutre-afición vino a follar. Pero no seamos amargados y que sean felices. Y que engendren a muchos potenciales corruptos y parásitos.

    Que el Innombrable nos ayude.




8/4/24

330. Mientras duermes

    Mientras duermes hay ocasiones en las que tus ojos se mueven de un lado a otro. Cuando eso sucede me aprietas la mano y el oleaje bajo tus párpados se recrudece. Me pregunto entonces qué estarás viendo; qué clase de tempestad se estará librando en tu cabeza. Quizá es que te niegas a rendirte y solo estás luchando, buscando una salida que te saque del pozo. 

    Mientras duermes también veo pasar sombras blancas que monitorizan tu estado. Ya no te miran como te miro yo. Ya no te ven, siquiera. Llevas demasiado tiempo aletargado entre estas cuatro paredes, sumergido en algún lugar inalcanzable de aguas profundas. Pero yo sigo a tu lado, continuando donde tú lo dejaste, esperando el momento impreciso de tu regreso.

    Mientras duermes quizá esa canción que tanto te gusta te ayude a volver. Aquella que no parabas de escuchar en bucle cuando vivías en el mundo de la consciencia. Porque decías que te traía ecos de tu infancia, de tu gente y el calor del sol de tu tierra. Añoranza, querido amigo, añoranza.

    La misma que siento yo, esperando tu regreso a la vida aunque para ello tenga que agotar todo el tiempo que nos queda, mientras duermes y tu canción no para de sonar.



4/4/24

329. Otro altercado

    Otro altercado en tu barrio a media tarde, cuando el día aún tiene horas por delante para ofrecer desagradables sorpresas. Otro altercado en tu barrio cuando cae la noche y te vas a dormir, porque a la sinrazón ni le importan tus sueños ni descansa. Otro altercado en tu barrio pocas horas después del alba, cuando despiertas con más cansancio que ayer, sin ilusión de que algo vaya a cambiar.

    Otro altercado que agranda tu miedo y el de tus hijos, todavía demasiado pequeños pero muy conscientes, a los que acompañas de la mano, con paso apresurado y la mirada en todas partes, al autobús que los llevará al colegio. Porque el barrio es inseguro y peligroso, con demasiados puntos ciegos donde se ajustan cuentas y la muerte sonríe. 

    Otro altercado en tu barrio, día tras día y semana tras semana, pese a las innumerables llamadas telefónicas a comisaría. Pese a que el alcalde, por segunda vez electo, prometió aumentar la presencia policial. Quizá sí lo hizo, pero no en tu barrio, obediente y abnegado contribuyente. 

    No en tu barrio.

    

1/4/24

328. Otro año

     Tendría seis años cuando un día, después de ver los dibujos animados de Mazinger Z, me palpé el orbicular hasta tocar hueso. ¡Era mi calavera! ¡Mi propia calavera! Desde entonces me di cuenta de la realidad de la que nadie escapa y supe que, tarde o temprano, iba a morir y me convertiría en un esqueleto. Más que miedo, ¡sentí pánico! La posibilidad de "no ser" no me entraba en la cabeza, en mi calavera.

     Pero el tiempo ha pasado y ayer cumplí otro año. ¡Y qué vida tan feliz a pesar de todo! Como además de afortunado soy un tipo educado, no enumeraré, por insultante, lo maravilloso de mi existencia. Y como ahora mi calavera y futuro esqueleto ya no me dan miedo, puedo seguir sumando aniversarios.



29/3/24

327. Cabrónidas reza

    Lloran y lloran y vuelven a llorar. Lloran más que beben los peces del villancico. Y no porque se les haya muerto un ser querido, no. Ni porque sientan algún tipo de dolor físico, no. Ni porque les haya sobrevenido alguna enfermedad incurable en mitad de la juventud, no.

    Lloran por un dolor emocional. Lloran porque a causa de la lluvia no pueden salir a la calle a lucir sus estatuas, cuando resulta que la lluvia es un regalo y más en estos tiempos. Lloran por algo saludable para el planeta y que es tan necesario como el respirar.

    Señor, es la segunda vez que me comunico contigo mediante esta bitácora —pues mejor este medio que las zarzas ardiendo — y nunca contestas a mis preguntas. Supongo que porque he incumplido varios de tus mandamientos y no soy la mejor de tus criaturas. De acuerdo, lo entiendo. Pero joder, ¿por qué te burlas así de tus creyentes? ¿Es que no has visto sus lagrimones y sus caras de desdicha? ¿No crees que ya tienen bastante con ser lo que son?

    Te has pasado tres pueblos, Señor. Sólo por eso hoy voy a descuidar mi equilibrada nutrición y me atiborraré de carne como si no hubiera sábado.

    Amén. 


27/3/24

326. Cucaracha Blanca

    Cucaracha Blanca siempre es un anciano y no una anciana. Pero eso al feminismo global le da igual; al de antes y al de ahora. O más que darle igual, se lo ha pensado dos veces antes de molestar a la empresa multinacional más antigua y poderosa que existe. Cuestión de prioridades —supongo— y la firme convicción de que hay cosas imposibles de ser cambiadas.

    Cucaracha Blanca es el humano que más empatiza con el dolor ajeno. O al menos lo parece. Da igual quién seas, de dónde provengas y lo que te haya ocurrido: él empatiza y reza por ti si hace falta. Si sois muchas las personas jodidas incluso es posible que os hable por televisión. No os solucionará nada, pero le importáis mucho.

    Cucaracha Blanca es el fenómeno mediático más masivo que existe. Cuando habla, sea en un idioma u otro, nunca dice nada que no se sepa, pero aun así muchos escuchan. Y si hay algo que de verdad debiéramos saber y él sabe, jamás nos lo va a contar. Cuando Cucaracha Blanca se aproxima a sus fieles y simpatizantes, siempre sonriente corresponde a todos los saludos y tocamientos. 

    Cucaracha Blanca por los siglos de los siglos, queramos o no, guste más o guste menos. 

    Alí Agca lo sabe y el resto de mortales también.



25/3/24

325. En el polígono industrial

    Trabajábamos en el polígono industrial más mugriento del extrarradio. No recuerdo muy bien cómo fuimos a parar allí. Habíamos finalizado nuestros estudios universitarios, nadie nos contrataba y la fuga de cerebros todavía no era una realidad. Lo que sí recuerdo es que aquel lugar nos contagiaba su decadencia y no nos apetecía mucho sonreír o emprender nuevos proyectos.

    Una vez dentro del polígono, dirección a nuestra nave mal ventilada, casi siempre nos cruzábamos con borrachos y perros callejeros dispuestos a saltarnos al cuello a la mínima oportunidad. Quizá es que estaban más jodidos que nosotros. También había camioneros solitarios que a golpe de claxon se abrían paso a través de toda aquella mierda. 

    Éramos ocho y teníamos tres jefes (dos hombres y una mujer). Estaba claro que querían tenernos bien controlados y sometidos. Tres jefes que nos miraban por encima de la montura de sus gafas como si nos estuvieran perdonando la vida. También recuerdo que de camino a aquel trabajo era más soportable la resaca que arrastraba la mayoría de los días, que el hecho de tener que obedecer a aquel trío de pobres hartos de pan.

   En base, éramos archiveros. La venta de nuestro tiempo consistía en un concienzudo filtrado de noticias que atendía al interés ideológico y geopolítico de los amos del cortijo, y que luego era utilizado de múltiples formas para crear corrientes de opinión y la división ciudadana.

    Nuestras semanas tenían ocho días, y es que nuestra esclavitud estaba organizada en turnos a prueba de fiestas nacionales y sublevaciones proletarias. De ese modo la empresa conseguía una productividad asombrosa, mientras nosotros perdíamos la noción del tiempo viviendo a espaldas de lo que quedara de nuestras vidas. 

    Empezábamos a estar de veras desquiciados, y yo me sentía atrapado en un punto de no retorno. Ya llevábamos cerca de un año y medio con aquello, cuando un día caluroso en especial, el compañero que tenía al lado me susurró: «Eh, Cabrónidas, he vuelto a oír las voces, joder, ¡Tal y como me dijiste! Y ahora me dicen ¡mata, mata, mata!». 

    «Es normal», le contesté con una voz que no reconocí como mía. Y supe entonces que había llegado el momento de escapar de allí cuanto antes.




21/3/24

324. Trapos y colores

     El nacionalista español, que sólo puede ser español porque nació en Meadero de la Reina (Cádiz), decidió irse a Euskadi a ondear la bandera oficial de España. Y el nacionalista catalán nacido en La Pera (Girona), que no quiere ser considerado español, decidió irse al Ferrol (Galicia) a ondear la bandera oficial de Cataluña.

    No les tendría que haber pasado nada, pero pagaron caro su osadía e inconsciencia. O igual es que desconocían el mundo en el que viven. En cualquier caso, se tendría que poder ir por toda la geografía española ondeando la bandera legal que a uno le saliera de los cojones, sin tener que llevarse un par de hostias por ello. 

    Los dos son gilipollas, sí. Pero no es delito serlo. 



14/3/24

323. Vertebrados e invertebrados

    Llegasteis un día cualquiera con sonrisas y promesas. Ni os llamamos ni os esperábamos, pero de todas formas disteis con nosotros. Con vuestro discurso conseguisteis que creyéramos que erais tigres de Bengala, cisnes, delfines, peces mandarines, mariposas, pavos reales, caballos frisones e incluso unicornios. 

    Pero como que la cabra siempre tira al monte, no me acabasteis de convencer y os seguí hasta vuestra guarida para espiaros por el ojo de la cerradura. Y vi que en realidad erais sabandijas, babosas, garrapatas, escarabajos, escolopendras, sanguijuelas y cucarachas. Y no sonreíais sino que os carcajeabais, quién sabe si de nosotros. 

    Así que desandé mis pasos dispuesto a alertar a los crédulos y engañados de mi entorno. Cuando les expliqué lo que había visto, no solo no me creyeron, sino que me tacharon de mentiroso. La verdad es que hicisteis un buen trabajo con ellos, y eso hizo que me diera cuenta de que estaba rodeado de asnos, burros y acémilas.

    De modo que regresé al monte para preservar mi salud mental.



    P.S.: Por razones obvias, pido perdón sincero y profundo a todo el reino animal en toda su variedad y extensión.

11/3/24

322. Hasta que el cuerpo aguante

    Dada mi amistad con el abuelo Ursucino, he conseguido un pase para entrar en una discoteca en la que hombres y mujeres de la tercera edad bailan semidesnudos dentro de una jaula. Me alarma un poco el hecho de que no lleven pañales, pero las momias vivientes que regentan la discoteca me dicen que el suelo tiene una gran capacidad de drenaje. 

    Los hipnotizantes movimientos de los boys y gogós son lentos y erráticos, y unidos a los de la clientela originan un simposio atemporal de decrepitud sin complejos. Pero se mueven, al fin y al cabo. De hecho, en las tarjetas de invitación de la disco reza el lema: "Discoteca El Desguace. La edad es solo una cifra". 

    Para ratificarlo, basta con asomarse a la gran pista de baile, la cual es una aglomeración exánime de sillas de ruedas y andadores —manuales y eléctricos— que circulan al ralentí, y de anatomías ajadas que deambulan como almas a la deriva merced a las muletas y al porta suero. 

    Pero cuando el pinchadiscos conocido como Tata Matusalén, pues ya era viejo cuando armaban los cimientos de la discoteca, obra su magia mediante los ritmos de Nino Bravo y Demis Roussos, todo el conjunto resucita y se desata el caos. Sillas y andadores chocan y giran entre sí enloquecidos, y los de a pie exclaman balbuceos incomprensibles mientras agitan en alto sus muletas y porta sueros cual lanzas en un rito iniciático. 

    Cuando cesa el subidón hay que mirar muy bien por dónde se pisa, pues el suelo queda sembrado de cuerpos dolientes, sillas y andadores volcados, dentaduras postizas desprendidas, pastilleros abiertos con su contenido multicolor desparramado, prótesis desatornilladas y catéteres desclavados.

    Como es natural, varios de ellos regresan a la residencia peor de como salieron, o no regresan. Cualquiera diría que se lo pasan de muerte. Y eso que la eficacia de los desfibriladores de la disco está más que probada.

    En cualquier caso, entre los supervivientes, por aquello de aprovechar el poco tiempo que les queda, se crean amistades y vínculos sexuales, por lo que no faltan los dispensadores de condones, Viagra y lubricantes para la sequedad vaginal. 

   Qué callado se lo tenía el abuelo Ursucino, el muy ladino. 



7/3/24

321. Y te vas

    Amigos y amigas, para alegría de muchos, indiferencia de unos y tristeza de pocos, la desquiciada musa del exceso me ha dicho que se va. ¿Sera verdad? ¿Será mentira? Con toda probabilidad lo segundo. Miami tiembla ante el hecho, el periódico en el que trabaja se tambalea y la blogosfera se queda coja. 

    En cualquier caso, despidámosla como merece, pues nuevas y excitantes aventuras la aguardan a bordo de su Lexus.




4/3/24

320. Teletienda

    Asómese a nuestro nuevo canal de teletienda. Si busca algo, cualquier cosa, nosotros lo tenemos. Precios asequibles para cualquier bolsillo. Incluso para el agujereado ¿Qué necesita?  En nuestro nuevo canal de teletienda no solo lo encontrará, sino que probamos en nuestra propia carne la eficacia del producto que le interesa. Estamos siempre a su disposición todos los días del año a las horas más intempestivas. Así que ya lo sabe: asómese a nuestro nuevo canal de teletienda, sobreviva al visionado y de paso recupere la fe en la Humanidad.



29/2/24

319. Señales

    Señales, joder, señales. Basta con verlas y saber interpretarlas; casi nada. A veces la ceguera no es vivir a oscuras o entre sombras, sino mirar sin ver por mucho que alcance la vista. Posamos la mirada en direcciones incorrectas dispuestos a transitar por caminos que no conducen a ninguna parte. Quién sabe si en pos de un anhelo, capricho o impulso irrefrenables que se adueñan de nuestra razón y que creemos necesitar.

    Quién sabe nada de nadie a fin de cuentas. Nos movemos por emociones y con ellas movemos el mundo, aun a riesgo de quedarnos sin ellas por puro desgaste y sin percatarnos. ¿Acaso hay otro modo? 

    Una de esas señales ha bastado para colocarme en la perspectiva que tanta falta me hacía. Ha llegado a mí en el momento de mayor incertidumbre e inmovilismo. Justo cuando más necesitaba salir de una asfixiante encrucijada de sentimientos ambivalentes en la que llevaba demasiado tiempo. Me sorprende que haya sido tan fácil. Sin provocarlo, por si solo. 

    Puta vida de ensayo y error.



26/2/24

318. Sobredimensionar

    Cantaban Reincidentes «Mil muertos en Asia en incidente racial. ¡Dos picolos menos: masacre!».

    Pues eso: raseros y varas de medir.


19/2/24

317. Noche agitada

    Estos tiempos son duros y convulsos. Mala hierba nunca muere y las buenas personas engrosan la cifra de los hospedados en el cementerio. Aquellas que enriquecen la vida y hacen que el mundo sea mejor. Pero otro tipo ha tomado el relevo y ha ocupado el vacío dejado por una de ellas, por lo que podemos estar contentos y agradecidos.

   Dicho de otro modo, las pastillas de Matrix dejaron de molar hace tiempo, pero ahora tenemos las que ofrece un misterioso encapuchado que transita por los peores lugares de la ciudad. Michael Myers murió y Cara de Cuero ha envejecido, pero tenemos a nuestro amigable vecino Chuck. Un buen ciudadano invisible a ojos de los demás, siempre en busca de nuevas sensaciones y dispuesto a probar sustancias desconocidas. 

    No podía ser de otra manera y Chuck no defrauda.

    Así que ¡a por ellos, Chuck, a por ellos! ¡Diviértete y mátalos a todos!



8/2/24

316. Pareidolia

    El ogro jodió bien al almirante. Bueno, al almirante y a otros dos: al chófer y al escolta. En fin, daños colaterales, que dicen. Fue un gran día aquel en el que el almirante iba en coche y de improviso se hizo la destrucción, y el coche despegó en vertical dirección al espacio abierto. 

    Aquello fue el final de su carrera y muchos se quedaron blancos de la impresión. Para redondear la envergadura de aquel hecho, los que dieron de comer al ogro no llegaron a ser juzgados y encima se beneficiaron de la amnistía de 1977. 

    Ay, esa palabra que eriza la piel y provoca sarpullidos.

    Hoy me ha dado por mirar la línea del horizonte, lejana e hipnotizante, y me he recreado en la contemplación del perezoso desplazamiento horizontal de un frente nuboso, blanco y bello, rojizo en sus contornos. Me abstraje del mundo, de sus tumores y estúpidos habitantes, y al cabo de pocos minutos llegaron las pareidolias como hacen siempre, sin pedir permiso y en silencio.

    Y entonces la vi, sí. 

    Una mágica creación de la Madre Naturaleza. Una nube magnífica que era exacta a un Dodge 3.700 GT. Contuve la respiración ante aquella maravilla algodonosa, y no pude más que constatar que las nubes no huelen a nada pero hay en ellas un misterio connatural.

    Vuela alto, Luisito, vuela.



5/2/24

315. El gran salto

    Esta historia que hoy te cuento me fue narrada con toda profusión de detalles por tres de sus cuatro protagonistas, mientras que uno de ellos permanecía en un estoico silencio. Como por aquel entonces los cuatro amigos —que nada tienen que ver con los que figuran en las entradas 202 y 203— eran muy jóvenes y atrevidos, iban por la vida bastante escasos de cerebro pero muy sobrados de energía.

    Una noche en la que trasegaban en una de sus recurrentes y desmesuradas sesiones etílicas, quedaron en ir a practicar puentismo el fin de semana que les fuera propicio. Por aquellos tiempos convulsos la gente se tiraba desde un puente por voluntad propia sin que supusiera un suicidio. Parecíamos todos menos idiotas que ahora, ya que no existían las redes sociales y las autofotos arriesgadas todavía estaban por llegar.  

    Así pues, repletos de resolución y pertrechados con suficientes cervezas como para aplacar la sed de todo un regimiento, mis cuatro jóvenes amigos, cuyos nombres reales omitiré como es costumbre en esta bitácora, se dirigieron al conocido puente catalán en el que, por vez primera, experimentarían las extremas sensaciones de tan adrenalínico deporte.

   Inolfo fue el primero en colocarse el casco y embutirse en el arnés de seguridad. El día era soleado y la temperatura agradable. Entre todos los presentes dispuestos a dar el gran salto se respiraba una tácita camaradería. Inolfo atendió a las instrucciones de los monitores y tan pronto le dieron el ok se lanzó sin más. Pitasio y Eustaquio no fueron menos y cumplieron de igual modo. No así como Uldarico, que se bloqueó en cuanto se careó con el abismo.

    Los monitores dijeron que era algo frecuente. A la hora de la verdad cada persona necesita su tiempo de asimilación para algo así, por lo que Uldarico cedió su turno a otros saltadores. Cuando volvió a ofrecerse de nuevo al sobrecogedor espacio abierto, en el puente ya había un grueso considerable de espectadores que coreaban la consabida cuenta atrás hasta llegar a cero. Pero entonces se hacía el silencio, Uldarico sonreía como el Joker y acababa negando con la cabeza.

    Los instructores, bregados en ese tipo de situaciones, volvieron a dejar a Uldarico a solas con sus demonios, mientras que Inolfo resolvió tirarse de nuevo, esta vez con los brazos en cruz, directo al vacío como un anticristo suicida. Pitasio hizo lo propio como si fuera una lanza, con los brazos estirados hasta unir las palmas. Y Eustaquio lo hizo con los brazos pegados a los costados, estremeciendo todo su cuerpo como un salmón a contracorriente. 

    Entre los saltos de unos y de otros la mañana fue cediendo paso al mediodía, entretanto que Uldarico llegó a negar hasta cinco y seis veces, incapaz de desbloquear su cerebro pese a los ánimos de aficionados y profesionales. Y aun así, sin pretenderlo, se había convertido en la máxima estrella del evento, con lo cual se le concedió otra nueva y última oportunidad.

    De modo que ahí estaba Uldarico por séptima vez, con casco y arnés en ristre, asumiendo su traumática situación ante la inmensidad terrenal. Lidiando contra sus dispares emociones en una pequeña plataforma de espaldas a un puente, en el que cerca de seiscientas bocas enajenadas y salivantes, en lugar de bramar la cuenta atrás, exclamaban incansables y al unísono: «¡Que se tire!, ¡que se tire!, ¡que se tire!». 

    Y en efecto, la abrumadora presión social obró el milagro, y Uldarico se lanzó al vacío con la cara blanquecina y desprovista de toda emoción. Aunque si hay que hacer honor a la verdad, más que lanzarse, se dejó caer de pies sin gracia alguna, como un triste muñeco de trapo que alguien deja de sostener por la cabeza desde un balcón a gran altura. Pese a lo grotesco del salto, la numerosa concurrencia prorrumpió en una sentida oleada de aplausos y vítores. Y de igual modo lo recibieron tan pronto su semblante desencajado apareció por la baranda del puente. 

    En los días que siguieron, me enteré de que los medios informativos de la localidad a la que pertenece el puente, dieron cobertura a aquel acontecimiento de envergadura inusitada, todavía hoy recordado por mis cuatro amigos, Inolfo, Pitasio, Eustaquio y Uldarico. 

    Aunque este último nunca quiera hablar de ello.



1/2/24

314. El ultraje del poderoso

    Sotanas y trajeados aún se empeñan en que asumamos las normas que rigen su tinglado con una sonrisa boba de consentimiento. Como si todo estuviera bien. Como si no hubiera motivos para el horror por más que yo y muchos desconozcamos el auténtico dolor, la guerra, el maltrato y la hambruna.

    De igual modo nos dicen ahora cómo tenemos que hablar. Cómo tenemos que dirigirnos a según quiénes y cómo tenemos que llamar a las personas discapacitadas. Como si emplear sus nuevas denominaciones de corrección política fuera sinónimo de verdadero respeto y tolerancia, cuando somos lo que hacemos y no lo que decimos, y eso no casa con la doble moral imperante.

    Por si fuera poco también se atreven a alterar la letra de canciones, obras de teatro y multitud de obras literarias del pasado, sin respeto alguno por el esfuerzo y creatividad que gastaron sus autores en ellas. Como si así dejara de existir todo el machismo, la homofobia y xenofobia de la época que reflejan y en la que fueron concebidas. Como si eso nos hiciera mejores ante el futuro, cuando tales aversiones siguen más vigentes que nunca en las raíces familiares, sociales e institucionales. 

    Y como se preocupan tanto por nosotros, no paran de insistir sobre la importancia de la salud mental y física, pese a que el Estado alarga nuestra esclavitud laboral y vende su droga en todas partes. Si nos conceden tal libertad de albedrío sobre nuestra salud, supongo que algún día legalizarán el resto de sustancias que mueve el narcotráfico ¿A quiénes interesa que no caiga ese imperio de poder? 

    También pretenden que nos traguemos como dogma de fe que la única belleza verdadera es la interior. Como si el atractivo físico que otorga el azar genético, aunque termina por desaparecer, fuera sinónimo de superficialidad. Como si no fuéramos seres de carne movidos por  el deseo ante la mera visión del envoltorio y el sexo porque sí. Porque eso es sucio, claro. Y más si eres mujer.

    Tampoco se cansan de intentar que comulguemos con creencias y tradiciones estúpidas, vínculos artificiales y congregaciones de subnormales. Sin rubor alguno todavía señalan, o se compadecen, de quienes optan por una vida en soltería y sin hijos. Como si eso fuera homología de la infelicidad. Como si la máxima realización en la vida fuera procrear y vivir en pareja o matrimonio. Siempre que no sea con los del mismo sexo, cómo no, que eso es antinatural y de personas enfermas.

    Y podría continuar hasta que muriéramos todos de asco, no sin antes asegurar que por lo que a mí respecta jamás conseguirán envenenarme con su socialización.



29/1/24

313. Ocurrió en el hueco de las escaleras.

    La mujer estaba frente a la vieja entrada del portal. Se sentía pequeña ante el alto bloque de viviendas, incapaz de hacer otra cosa que estar ahí de pie. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que entró por esa puerta. Entonces ella era un fruto menor envuelto en un aura de pura vida; una sonriente criatura llena de luz cegadora y sueños; una niña como todas las niñas. Pero entonces ocurrió aquello y el sol ya nunca volvió a salir. Los sueños se volvieron pesadillas y la negrura se instaló en su corazón para siempre.

    Sabe que no va a poder entrar. Le quitaron demasiado. Le arrancaron por la fuerza todo lo intangible que la conformaba. Todo lo que sentía y todo lo que era. Todo lo que pudo llegar a ser. La vaciaron por completo y sólo dejaron ruinas y una vida que ya no era tal. Después de tantos años aún puede sentir la indefensión absoluta que consumió su espíritu. La inevitable rendición frente a la superioridad física de los que tejieron su calvario con tela de araña; la aplastante certeza del tacto viscoso de la carne ajena sobre ella, en ella.

    ¿Cómo fue posible? ¿Cómo en un lugar tan reducido pudo caber tal cantidad de dolor? Ahí, tras la puerta del portal, en el hueco de las escaleras.



25/1/24

312. Rápido y bruto

    Cuando el grindcore llegó hasta nuestros hogares para mostrarnos la luz y perturbar la paz familiar, no faltaron los que aseguraban que aquella locura tenía los días contados. Era un sonido demasiado veloz y caótico. Un completo sinsentido que nadie tragaría en su sano juicio auditivo. Pero se equivocaban. 

    Desde su nacimiento a primeros de los ochenta, y su consolidación en 1986 hasta el día de hoy, el grindcore y la música extrema en general, se han mantenido a lo largo de los años sin haber recibido nunca el apoyo musical de los medios tradicionales. Todo eso, que no es poco, gracias a una pizca de suerte, a la fidelidad inquebrantable de sus seguidores y al trabajo duro y constante por parte de las bandas que lo practican. 

    No sólo ha sido así, para sorpresa de unos y estoicismo de otros, sino que además, aunque para el oído profano y no entrenado pudiera parecer una música encorsetada y de nula evolución, el grindcore y derivados mutan y se reinventan así mismos hasta límites insospechados y nunca soñados. Es decir, con todos vosotros y sin más dilación, para que el fin de semana os sea adrenalínico y emocionante: Chiquigrind.

   Vuestra vida ya nunca será la misma. 




    P.S.: Con todo mi respeto (1932-2017).


22/1/24

311. Regresando de la muerte

     He regresado de la muerte en una helada noche de plenilunio dos años después de mi funeral. 

    Tú todavía no me habrás olvidado, pero seguro que ya soy el menor de tus recuerdos. No sé muy bien cómo ha sucedido. Sabes que nunca creí en la existencia de las fuerzas sobrenaturales a las que rindes culto. Ni en todos esos ritos prohibidos de medianoche que susurras a la luz temblorosa de las velas. Esa parte de ti sigue disgustándome y por eso las cosas empezaron a ir mal entre nosotros. Todo se volvió demasiado oscuro e inexplicable. Demasiado siniestro para mi agrado. Incluso tú. 

    Pero ahora sí debo creer, después de todo. 

    Ahora que esas mismas artes que utilizaste para deshacerte de mí me dan la oportunidad que tú no me diste, y resurjo de la negra tierra que me aprisiona para abrirme paso, vacilante y quejumbroso, entre las frías lápidas de los que nunca debieran regresar. Ahora que me alejo de los muros medio derruidos del antiguo cementerio, bajo la pálida luna cuya luz baña de plata la espantosa podredumbre de mi carne, dispuesto a encontrarme contigo de nuevo para resolver nuestras diferencias de una vez para siempre.

    Ahora, en esta noche igual a la de hace dos años cuando aún te amaba, y del cielo desprovisto de estrellas llovían pétalos de crisantemo.



18/1/24

310. Virtudes

    A lo largo de mi vida me han dicho varias veces que tengo la virtud de la paciencia.     

    El caso es que he tenido que asistir a fiestas y reuniones sociales en las que aguantar la verborrea a desconocidos indeseables y sonreírles tal y como se debe sonreír a quien te importa un cojón. Y lo he conseguido sin vomitarles encima y sin aullar en exceso.

    Por pura cuestión piramidal he tenido que chocarle la mano al jefe, al falso, a la zorra mentirosa y al oportunista. Y también lo he logrado sin escupirles a la cara y sin estremecerme de asco al sentir el contacto de sus pieles de serpiente. 

    Me he quedado con las ganas de dar caza a los conductores que he tenido que esquivar para evitar una desgracia, y meterles el puño en la boca para hacerles tragar su desprecio por la vida ajena, su endiosamiento barriobajero y sus putos pequeños complejos magnificados en el volante.

   Y jamás he cedido al hirviente impulso homicida de quitar de en medio a los que sé que han infligido dolor físico y psicológico a quienes sé que no matarían ni a una mosca. Y lo he logrado sin que nadie que me viera en ese momento de locura tuviera motivos para alarmarse.

    Puede que no tenga ninguna virtud, puesto que la paciencia es la única que siempre me han mencionado. Y no es paciencia, sino autocontrol.



15/1/24

309. Recuerdos

    Cuando algo inanimado deja de servirme o ya ha dado de sí, lo tiro sin más pese a la historia feliz que lleve consigo. Abundo en la desafección galopante porque nunca he sido dado a acumular recuerdos materiales, y al mismo tiempo practico el minimalismo y la despersonalización doméstica.

     De igual modo, hace ya bastante tiempo que dejé de grabar y fotografiar los trozos de mundo, conocidos y desconocidos en los que he estado. Como también cualquier tipo de manifestación natural, animal o humana que ocurra a mi alcance. Hoy en día, mi móvil no es más que una polivalente herramienta de comunicación-gestión.

    Los únicos recuerdos que poseo están en el lugar más inaccesible de mi mente. Sólo presentes para mí, con sus significados profundos e intangibles. Algunos de ellos ya han desaparecido y otros no se van aunque quiera. No puedo hacer con ellos como con las cosas materiales. No logro sacarlos de mi interior y darles la espalda.

    Y si algo tengo prodigioso es la memoria y la capacidad de recordar, incluso cuando no quiero. Es una maldición.




11/1/24

308. Propaganda

    Nos informan e informan. Nos enseñan y enseñan. Nos cuentan y cuentan. Y nos dicen y dicen, y nos vuelven a decir, desde pequeños, cómo tenemos que ser, qué tenemos que pensar, qué tenemos que desear. Qué es lo que ocurre y lo que no ocurre. Sin parar, hasta que nos salga por las orejas. Hasta que nos parezca normal e incluso nos guste. Hasta que no nos importe dónde acaban ellos y dónde empezamos nosotros. Hasta que ya no podamos distinguir quiénes somos de verdad y quiénes quieren que seamos. 

    Y ya está: ya nos tienen donde quieren. Ya somos adeptos o compradores. O las dos cosas. Ya nos han convencido. Ya han conseguido que creamos que tenemos opinión. Nos han dado un bando al cual pertenecer. Ya no somos nosotros ni lo que pudimos ser. Demasiado contaminados, demasiado arrastrados por la inercia. Demasiado imbuidos por algo que nos han hecho creer que necesitamos, y que en verdad nunca pedimos.

    


8/1/24

307. Después de fiestas

    La alarma sonó con dos horas de retraso, lo que propició que Remigio saltara de la cama como propulsado por un resorte. Algún menor de edad del sureste asiático había ensamblado mal los componentes del radiodespertador, con lo cual sonaba cuando le parecía o no sonaba.

    Lo segundo que sintió Remigio fue una pesadez corporal generalizada. Durante varios días de las últimas tres semanas había estado comiendo y bebiendo de modo insultante, ya que su familia era muy dada a la gula tradicional decembrina. Dolor estomacal, pesadez digestiva y quijada exhausta, ¡hay que joderse!

      También tenía el cuerpo helado, y es que su viejo piso estaba sembrado de humedades. Se calzó sus zapatillas piojosas y descubrió que a una se le había despegado la suela. Cómo no: eran de manufactura oriental. Fue hacia la ventana como pudo e intentó subir la persiana, pero la correa emitió un chasquido y las lamas se desplomaron en una pequeña nube de polvo y ruido. Mira qué bien, ¡puta mierda!

    Encendió el flexo del escritorio y conectó el ordenador. La bombilla emitió un brillo hipertenso y al segundo después se fundió con un zumbido. Por si fuera poco, un olor a transformador quemado llenó la habitación y el ordenador nunca llegó a arrancar. Y el rúter, como si de un desafío se tratara, le dedicó a Remigio una secuencia aleatoria de sus luces de error. La obsolescencia programada, ¡tócate los huevos!

    Resignado, decidió ir al baño para cagar y ducharse con tranquilidad. La cadena no cedió con la resistencia habitual cuando tiró de ella, y lo mejor de sí mismo quedó flotando en el agua sucia como una provocación. El calentador estaba en las últimas y sabía que el agua saldría tibia, pero no por todos los sitios posibles menos por la alcachofa. Otra sorpresa, ¡hostia y joder!

    Salió de la ducha sacudido por temblores y se secó con una toalla que ya había cedido tres o cuatro grados en su capacidad de absorción. Tampoco se afeitó: la cuchilla estaba oxidada y la vacuna del tétanos apenas era un recuerdo. También desistió del desayuno, pues la tostadora quemaba el pan de molde y la cafetera había estallado dos días antes. 

    Remigio miró a su alrededor convencido de que nada de lo previsto para hoy saldría bien, y cedió a su retahíla de blasfemias cotidianas. Había algo familiar en todo aquello. Era el recordatorio de su propia vida cayéndose a pedazos, en la que nada funcionaba y todo parecía irreal, salvo la sensación de retraso constante y de no llegar a ninguna parte.

    Al menos estaba a ocho de enero y lo peor ya había pasado, ¡claro que sí! 


4/1/24

306. Las cartas

    Niños y niñas de todas partes del mundo ya han escrito a los Tres Reyes Vagos. Antes, los márgenes del texto de la mayoría de esas cartas venían con dibujos de caras sonrientes, flores y corazones. Todo amor e inocencia. Sin embargo, los dibujos que ahora enmarcan el contenido de las misivas de este año son cuerpos desmembrados, cruces invertidas y calaveras. En algunas cartas ni siquiera hay dibujos: sólo un sinfín de rabiosos garabatos en color rojo sin orden ni concierto. 

    Nuestros pequeños están cambiando y quizá intentan decirnos algo.



1/1/24

305. Cosas buenas

    Es bueno constatar que habéis incumplido —otra vez— la lista de propósitos del año pasado. Escribirla tan sólo fue un ejercicio de autoengaño, propio de criaturas carentes de voluntad y no muy cómodas ni satisfechas con aspectos de su vida. No habéis escarmentado y lo malo es que habéis elaborado otra para este año, jajajaja. 

    Quizá es que necesitamos objetivos para seguir adelante, sean los que sean, sin importar si los consumamos a largo o corto plazo, o los aplazamos año tras año. En estos tiempos en los que la verdad cada día está más muerta, la mentira es un salvavidas si la disfrazamos de ensueño.

    También es bueno comprobar que aún conservo las ganas sobrias, anímicas y etílicas del primer día, de ametrallar el teclado de mi ordenador viejo e incombustible para embellecer o embrutecer un poco más el contexto. La pulsión sigue intacta a pesar de los episodios inevitables de hartazgo y desencanto.

    Y sigue siendo gratificante escribir mierda con la llegada del alba o del ocaso, ya sea para dos o doscientos desconocidos, mientras maldigo los males seculares, carcajeo al techo y la música del desorden desgarra las paredes. Todavía es alentador eructar con delectación después de programar otra entrada más con la que contaminar la red y esparcir el mensaje.

    Al fin y al cabo sólo se trata de continuar creyendo que se tiene algo que decir, ya que si no fuera así sería porque todo marcha bien, ¿verdad?

    


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