Un amigo granadino me ha enviado un correo. Con su permiso, lo comparto con todas las vocales y consonantes que faltan para hacer de ello una lectura amena y comprensible. Dice así:
Como es bien sabido, la vida esta llena de placeres y goces intensos: una buena comida, un polvo con o sin amor, un viaje, un gran concierto, un buen libro, la compañía de seres queridos, la contemplación de fenómenos naturales... Pero para mí, uno de los placeres más superlativos de todos los que he experimentado, es ver a una numerosísima y apretada aglomeración de deficientes mentales, llorar en abundancia porque la lluvia ha impedido que los costaleros, con igual o menos cerebro que los aglomerados, puedan pasear el cacho de marmolina y escayola.
Parece que en este país, que bien podría llamarse Hispañistán y del que apenas queda algo respetable, somos capaces de aguantar impuestos estratosféricos, nóminas de chiste, ingentes toneladas de corrupción, ultrajes al obrero, etc. Y por el contrario, se nos hace insoportable y motivo de amargura, que una lluvia saludable para la tierra impida los jodidos cortejos procesionales de los cojones.
Aunque lo parezca, no me molesta que miles de imbéciles crean en una mentira que dura cientos y cientos de años, que eso también es de traca. Lo que me toca el badajo de toda esta bazofia, es que por mucho que me empecine en mantenerme al margen, termina afectando a mi vida de una forma u otra. Porque yo vivo en un barrio de una preciosa ciudad andaluza, con sus empinadas cuestas y estrechas callejuelas. Cuando llego del trabajo, sea dura o no la jornada —algunos curramos en Semana Santa—, lo que quiero más que otra cosa es llegar a mi casa, descansar, relajarme y estar con los míos.
Pero no es posible. A causa de esta tradición de mierda, todas las calles tienen el acceso cortado, y la que no, se encuentra atiborrada de creyentes alucinados hijos de la gran puta. Todos santiguándose ante la condenada estatua y sollozando de pasión con la vida y milagros del sufrido Jesús y su santa madre virgen, que si por algún milagro levantaran la cabeza y vieran el aborrecible tinglado que hay montado en su nombre, vomitarían de asco con el deseo de morir de nuevo ante tanta ignorancia.
No puedo más que cagarme en el Papa, en los obispos, en los curas, en los cardenales y en toda esa fauna de vividores con sotana, que viven sin dar golpe por culpa de toda esa masa devota de adeptos retrasados. Que entre unos y otros sois los culpables de este puto circo santo, y retrasáis mi merecido descanso cuando vengo del trabajo.