29/8/24

372. Sangre nativa

    Aquellas películas yankees de las décadas 40, 50 y 60 me tuvieron engañado durante toda mi infancia. En ellas aparecía el teniente coronel Custer al mando del 7.º Regimiento de Caballería. En uno de los fotogramas desenvainaba su espada, y con ella indicaba la dirección y el momento en el que debían cargar contra los nativos norteamericanos.

    Pasó el tiempo y con trece o catorce años, escuché una canción de Anthrax del 87 que me voló la cabeza de tal modo que quise saber lo que decía y por qué. Entonces descubrí que el cantante, por parte de madre, pertenece a la tribu de los iroqueses, y que —oh, sorpresa— aquellas extensas llanuras teñidas con la sangre de siux, cheyenes y arapajós no pertenecían a los invasores del uniforme azul, sino a los de la piel roja, que por lo visto no eran tan salvajes y sanguinarios como los representaban.

    Creo que fue a partir de ahí cuando empecé a no creer en nada y a cuestionármelo todo. Luego sigues creciendo y compruebas una y otra vez que la historia nunca es como la escriben los vencedores. Que a la verdad siempre tratan de sepultarla bajo toneladas de mierda ideológica y tendenciosa. 

    Y que para dar con ella hay que bucear mucho en la chatarra, y hacerlo con la mente descontaminada y en blanco. 



26/8/24

371. El don

    Allí en el pueblo, durante las noches calurosas, mis abuelos, abuelas y coetáneos se sentaban en sus sillas formando un círculo enfrente del portal que fuera, y sin apenas esfuerzo hacían gala de su capacidad de memoria por puro entretenimiento.

   Tanto de niño como de adulto, presenciar aquella red social —más próxima y auténtica que las actuales— me resultaba de veras asombroso. 

    Aquellas mentes lúcidas de la tercera edad —eran nueve o diez— podían elegir a cualquier habitante de los seis mil del pueblo, y decirte sin margen de error, con nombres y apellidos, de quién ese habitante era abuelo, abuela, bisabuelo, bisabuela, tatarabuelo, tatarabuela, primo, prima, hermano, hermana, padre, madre, hijo, hija, novio, novia, exnovio, exnovia, suegro, suegra, nuera, yerno, cuñado, cuñada, nieto, nieta, tío, tía, sobrino o sobrina... Y así con todos y cada uno de ellos.

    Aparte de conocer la intrincada red genealógica de todo el censo, aquellos cerebros viejos pero privilegiados, si se empeñaban y les daba la vida, también eran capaces de descubrir la mayoría de infidelidades conyugales acaecidas en el pueblo durante los últimos cien años. Suerte que, aún hoy, lo que ocurre en el pueblo se queda en el pueblo. 

    Aquello era un don al alcance de unos pocos. Pura magia rural de la que nadie estaba a salvo. 


22/8/24

370. En el chat

    Demenciano es un tipo que nunca se aburre, pues abunda en la sagrada tríada del entretenimiento: cine, música y lectura. Pero hay veces en las que siente una ociosidad tan especial, que esa tríada tan necesaria para la vida es insuficiente. Es entonces cuando Demenciano entra en el chat que sea con la intención de reventarlo.

    Aún recuerda lo bien que se lo pasó en la sala de chat del País Vasco, cuando pidió a los usuarios que le enseñaran cómo se fabrica una bomba casera, que de eso ellos saben mucho. O cuando entró en la sala Cataluña con el nick de Gaviota Azul y arremetió con la idiosincrasia catalana. Aunque nada comparado a cuando se registró en la sala Latinoamérica y ensalzó el genocidio del colonialismo español. O en sala Madrid para hacer lo mismo respecto del nacionalismo cuatribarrado.

     Tampoco fue nada meritorio, pues bastaba con activar los resortes adecuados que todos conocemos. Y porque no domina el inglés y el hindi, que si no, también hubiera entrado en todas las salas de las tierras que sufrieron la barbarie del Imperio británico, para hacer un recordatorio incendiario a favor de la misma. 

    Todavía se ríe —y cree que nunca podrá parar— de las iras que ha ido desatando por todos los chats en los que ha estado. No le cabe duda de que la red es un vasto caldo de cultivo para su modesto entretenimiento. Y si algo tiene comprobado, es que el ser humano, viva donde viva, es un animal rencoroso y vengativo que nunca olvida. La diversión está asegurada. 

    Con todo, los chats de su preferencia son los de contactos, y el procedimiento a seguir siempre es el mismo: registrarse con un nombre femenino, y utilizar una foto falsa en el perfil como hace la mayoría. Luego, estudiar lo que escriben los usuarios para dar, por pequeña que sea, con una rendija de acceso a sus puntos débiles. 

    Eso no le suele llevar más de treinta o cuarenta minutos, pues los patrones de comportamiento son siempre los mismos: exceso de simpatía, pequeños dejes de vanidad y coqueteo impostado. Todo con la finalidad común y casi nunca admitida, de que la mayoría de los que entran ahí es a conocer a alguien, y no a pasar el rato como suelen decir. 

    Y bueno, luego está él, claro.

    Hoy, el chat elegido, en el que se cuentan ciento diez usuarios, es para edades comprendidas entre cuarenta y cincuenta años. De esos ciento diez hay un alto porcentaje que hablan entre ellos como si se conocieran de toda la vida, cuando seguro que ni siquiera se han visto la cara. Hombres y mujeres que vienen de relaciones y matrimonios fracasados, necesitadas de una segunda oportunidad por ser incapaces de afrontar una vida en soledad. No son más que la típica chupipandi chatera que esconde su tristeza, se ríen las gracias y se dan las buenas noches cuando abandonan la sala, pensando en entrar de nuevo al día siguiente. 

    Demenciano decide que ha leído suficiente y que ya tiene por donde atacar, así que desata sobre todas esas personas virtuales, desde muy abajo para acabar por todo lo alto, copiosas carretadas de mierda y verdades duras como rocas. Algunos usuarios tratan de plantarle cara, pero Demenciano los ha leído con atención, y arremete directo a sus carencias y crisis existenciales con gran soltura verbal, hiriente y experimentada. 

    Y en poco más de una hora, una vez más, consigue mermar el chat y vaciarlo casi por completo. Demenciano se siente realizado por haber insuflado una buena dosis de cruda realidad en ese ciberespacio de vidas rotas y vacías. De hecho, está incluso cachondo, por lo que decidir acudir al prostíbulo del barrio chino para desfogarse.

    Po el camino, no deja de pensar, con una sonrisa, que la sociedad es de veras estúpida.



19/8/24

369. Pasiones

    Era bueno leer en el balcón a la luz del ciberlibro en las noches de verano, cuando todo se detenía y la oscuridad ofrecía su calma estelar. Era bueno sumergirse en la historia leída hasta perder noción de realidad y tiempo, arropado por el influjo lunar, fuera suicida u homicida.

    Era bueno, sí. 

    Era bueno siempre y cuando los vecinos que viven justo encima de mí no coincidiéramos. Porque entonces yo volvía a ser oyente involuntario del lastimoso deterioro de su relación, traducido en puñales empapados de veneno, lanzados a viva voz en un sentido y en otro.
 
    Hace mucho tiempo que traspasaron la fina línea. Cuando se llega a semejante grado de hostilidad verbal e irrespeto, deja de importar quién de los dos tiene razón. Lo que los unió ya no existe y ahora son dos fuerzas opuestas en lucha constante.

    Sobre todo, sería bueno para ellos, y para los del tercero y los del sexto, que seguro que también los oyen, y por tanto los sufren, que algún día más próximo que lejano él o ella fuera valiente y zanjara su espiral de infelicidad. 

    Sería bueno, sí. 

    Mientras, siempre puedo recurrir a los auriculares para insonorizarme de pasiones destructivas y abrazar los ritmos del caos, y así olvidarme de que existen personas erróneas y vínculos fallidos. De que el odio es tan poderoso como el amor.



15/8/24

368. La fatigosa senda del obrero

    Estábamos a mediados de agosto y no había cambios significativos sobre nada en concreto. Si algo debía cambiar a estas alturas éramos nosotros, y eso jamás iba a suceder, así que estábamos jodidos. La ciudad tampoco estaba mucho mejor, aunque se notaba una ligera despoblación en las calles y un sutil descenso del tráfico en las carreteras. 

    Varios comercios en los que comprar cosas que no necesitamos también estaban cerrados, como algún que otro bar donde maldecir y reírse del mundo. La presencia policial en lugares donde nunca ocurre nada tampoco era la habitual, al igual que la de los gilipollas del patinete eléctrico. Eran las vacaciones, claro. Esa efímera y tan deseada porción de tiempo libre, cada vez más irreal para muchos y necesaria para todos. 

    Yo ya no me acordaba de las mías. Ya hacía casi tres semanas que me había reincorporado a mi centro de esclavitud para continuar con la venta de mi bien más preciado, que también es el tuyo y el de cualquiera. Cada año más desganado, más harto, más asqueado. Los esclavos veteranos —algunos ahora muertos, otros todavía vivos— ya me dijeron que en cuanto me quedara para la jubilación menos años que dedos hay en la mano, la espera se me haría insufrible. 

   Creí que exageraban, pero tenían razón. De hecho, de una manera u otra, la vejez casi siempre tiene razón si hay que confrontarla con la inexperiencia de la juventud. Ahora hace bastante tiempo que no pasan becarios por la sección en la que trabajo. Supongo que los últimos, como los primeros que vinieron a formarse, habrán corrido la voz de que es duro y peligroso. 

    Recuerdo cuando llegaban de los tajos empapados de sudor de la cabeza a los pies, agotados hasta los párpados y con el desconcierto en sus caras. Entonces, al menos una vez, yo les decía: «Eh, chavales, no pasa nada. Aquí cobramos un pastón y nos jubilamos unos trece o catorce años antes que el común de los currantes. Lo que estáis sintiendo ahora mismo en vuestro corazón solo dura los primeros treinta y cuatro años. Eso si antes no morís aplastados por el desprendimiento de un liso. Así que tranquilos».

   Algunos sonreían sin convencimiento, y otros optaban por el silencio y la reflexión, quizá porque intuían que mis palabras —las palabras del viejo, del veterano que ya se siente más fuera que dentro de la empresa— eran más una cruda realidad que una broma estúpida.

    Y no se equivocaban.



12/8/24

367. El dios del mallete

    El dios del mallete es una figura muy seria que viste de negro cuando está en sus dominios, y en ellos administra e imparte. Además, menos para respirar, hay que pedirle permiso para todo con mucho respeto y sumisión. 

    Vaya, vaya con el dios del mallete. 

    Se ve que no puede ser menos, ya que decide sobre el honor, el patrimonio y la libertad con total autonomía e independencia, solo sometido al imperio de la ley. Así de poderoso es el dios del mallete.  

    Vaya, vaya con el dios del mallete. 

    Pero a fin de cuentas solo es un humano endiosado, y como a todos los humanos el papel de dios le viene grande. Incluso el de juzgar. Y como es un humano también sangra. Y si sangra puede morir.  

    Vaya, vaya con el dios del mallete, que le han rebanado el pescuezo como a un cerdo en el matadero. 



8/8/24

366. Desencuentros en la segunda fase

    ¿Cómo ha conseguido volver? ¿Cómo ha conseguido desaparecer? ¿Lo han ayudado? ¿Ha estado durante siete años perfeccionando su técnica? ¿Quizá domina el don de la teletrasportación? ¿Ha tocado techo el enfado del nacionalismo español con esta nueva actuación fugaz del expresi catalán? ¿Fue el Mago Pop su discípulo aventajado? ¿Por qué la operación tenía un nombre tan desacertado como el de jaula? ¿Dónde coño está ahora Pelomocho



5/8/24

365. Noche paranormal de verano

   El otro día, caluroso y denso, estaba escribiendo una entrada a una hora muy avanzada de la noche, cuando de pronto se interrumpió el suministro eléctrico, y me sumí con cierto sobresalto en la más absoluta oscuridad. Aquello me molesto sobremanera, pues estaba teniendo una comunión con el teclado que no se da con mucha frecuencia. 

    Ya me entendéis: la entrada parecía escribirse sola, y se me escapaba de las manos como si tuviera vida propia, ávida por verse impresa en la hoja en blanco del Word. 

    A todo esto, tampoco tenía el móvil a mano para ponerlo en modo linterna, ya que la ausencia total de luz es muy incómoda, a no ser que quieras dormir, o aislarte por voluntad propia de toda sensación de realidad, lo cual a veces —todo hay que decirlo— es de extrema necesidad. Pero joder, aquel no era el momento. 

    Entonces empezaron a producirse los sonidos. Primero fueron los típicos crujidos de asentamiento, leves y generalizados, propios de las edificaciones recientes, pese a que la construcción de mi bloque data del año 2002. Supuse que todavía tenía que pasar más tiempo para acabar de asentarse. 

    Supuse que quería tranquilizarme.

    Luego, los ruidos que siguieron provenían de la cocina y eran del todo reconocibles: las sillas —aunque no sé si las cuatro que hay— estaban siendo arrastradas. Empecé a echar miradas nerviosas en la oscuridad, y claro, no veía nada, salvo las típicas alteraciones ópticas nada halagüeñas, que se producen cuando contemplas la negrura absoluta en la más completa soledad. 

    Al rato de un silencio opresivo, justo cuando empezaba a dudar de mis sentidos, oí el claro tintineo de las copas que hay colocadas en las vitrinas del mueble del comedor. Así que, fuera lo que fuera aquello, estaba cada vez más cerca, y de seguir avanzando, en un momento u otro lo tendría en el umbral de la habitación en la que me encontraba.

    Encima, la puerta estaba abierta. Parecía una puta invitación.

    Yo tenía el oído aguzado al máximo, y los nervios crispados esperando no sé muy bien qué. Por mi cabeza discurrían ocurrencias muy sórdidas e inquietantes, y el silencio era de magnitud espacial. Entonces, detrás de la nuca sentí una profunda respiración asmática, que me hizo saltar de mi silla giratoria como un gato escapando de unas ascuas. Y justo cuando toqué suelo, el suministro eléctrico se restableció y el flexo del escritorio emitió su bendito haz de luz. 

    Me levanté al acto e hice una rápida exploración visual de todo el piso, encendiendo todas las luces a mi paso. Por supuesto, no encontré nada paranormal, y más calmado, me convencí de que las sensaciones auditivas que había experimentado no fueron más que producto de la autosugestión, propiciada por el miedo atávico a la oscuridad que todos tenemos larvado en las entrañas.     

    ¿Qué iba a ser, si no? ¿Algo invocado por mis últimas audiciones musicales mefistofélicas?

    Ah, no, no, no. 

    


1/8/24

364. Malos veranos

    Hoy mando un recuerdo a todos y cada uno de los discentes de mi generación, que durante unos años hasta casi la mayoría de edad, tuvieron que ir a clases de repaso para afrontar con éxito los exámenes de septiembre, y que por esa circunstancia cíclica anual, algunos incluso acabaron creyendo que carecían de intelecto. 

    Mis mejores deseos a todo aquel sufrido alumnado por tantos veranos de mierda, desperdiciados, echados a la basura por conseguir ese aprobado que integra y distingue de los que suspendían y tenían que repetir curso. Porque eso era fracasar, y nadie quería pertenecer a ese bando tan excluyente y señalado. 

    Espero que allí donde estén ahora sus vidas, hayan recuperado toda, si no parte, de la autoestima que les arrebató el impositivo sistema educativo de aquella época casposa. Por ser tan lentos de entendimiento; por no ser alumnos dedicados y ejemplares; por ser un grano en el culo del profesor de turno. 



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