2/10/23

279. Colisión en la noche

    La mayor parte del verano, cuando estoy en mi piso, lo paso en el balcón. Claro está, a horas en las que la radiación solar es piadosa. Desde mi atalaya observo multitud de ademanes y leo. Por la noche, cuando todo se detiene y no hay nada que observar, cubro mis orejas con auriculares y escucho música luciferina. Así mis vecinos pueden dormir y yo soñar. 

    De todos los habitantes de mi colmena, sólo yo salgo al balcón. Al menos, desde que me fui a vivir en ella, allá por el 2007. Aunque para ser precisos, recuerdo que una vez sí salieron. Fue una noche veraniega en la que un par de motos chocaron la una con la otra, justo enfrente de mi campo de visión. Desde mi posición privilegiada, domino el inicio de la carretera, que nace en el cruce alejado de mi izquierda, y va a morir en la rotonda de mi derecha, un poco más cercana.

    Antes de que el impacto se produjera, yo ya había interrumpido mi audición musical. Estaba asomado y vi lo que iba a suceder. Las motos no iban a gran velocidad ni observé embriaguez en su conducción, pero colisionaron y la quietud nocturna se quebró en un pequeño estruendo de plásticos rotos. Antes de que aquel sonido alarmante se desvaneciera, se obró el milagro, y la mayoría de mis vecinos —algunos cuya existencia hasta ese momento desconocía —, como por encantamiento, se personaron todos a la vez en sus balcones recién descubiertos.

    Por fortuna, los dos moteros, aturdidos y tambaleantes, se levantaron sin evidenciar fractura ósea alguna. Tampoco sangraban ni se enfrentaron cuerpo a cuerpo. De modo que los putos morbosos de lo ajeno, enseguida volvieron al interior de sus nichos vivienda, no sin antes haber registrado en sus móviles los momentos posteriores al accidente.

    Yo, por mi parte, me cagué en el día que fueron alumbrados, y reconecté con mi ensoñación musical, venida de cierto barrio londinense de pasado sangriento, mientras la policía urbana hacía acto de presencia, y mi vista se perdía más allá de la magnificencia del firmamento estrellado.



28/9/23

278. Telerrealidad

    Un nuevo concurso de GH salpica nuestras pantallas. Desde aquella primera y lejana edición, las pútridas hordas de la telerrealidad, año tras año hasta el actual, se han ido reinventado así mismas sin ofrecernos un segundo de tregua. Ni siquiera en época estival, que es la estación en la que algunos programas cesan su actividad. 

    Debo suponer que están bien pagados quienes suplen a los conocidos habituales que presentan toda esa orgía excrementicia.

    Hace unos días, la porqueriza volvió a llenarse, otra vez y como siempre, con nuevos puteros, subnormales, rameras, indeseables, corruptos, chaperos, cocainómanos, astados, chulos de piscina y demás ralea. Todos elegidos de entre miles de aspirantes a vivir del detrito, generando detrito y lucrándose de ese detrito que tanto gusta a los televidentes.

    Con todo, no deja de ser una rosa entre un vasto erial de mierda, el hecho de que son una minoría relativa la que nos jode la parrilla televisiva al resto. Somos muchos más los que conservamos el cerebro sin infectar, hostia, pero es difícil esquivar la saturación de esos programas cuando están siento emitidos a todas horas, en todos los contextos y por cualquier causa.

    En parte es lógico que jóvenes y no tan jóvenes quieran vivir de los réditos que supone ser astro de la bronca barriobajera televisada. Para qué vas a trabajar para un empresario que a diario elabora nuevas putadas para joderte. Por qué opositar, si luego habrá un misterioso grupo de escogidos que habrán tenido acceso a las preguntas con total impunidad.

    Con un poco de suerte y acierto en las decisiones a tomar, es muy rentable ser telefamoso. Incluso la mitad del camino ya está recorrido si, por ejemplo, eres una modelo venida a menos o una cantante en decadencia. 

   En cualquier caso, la estancia en la porqueriza no va de quién está más capacitado en un escenario, ante una cámara o un micro, no. El triunfo es para el que más grita, el que mejor insulta, el que más sabe engatusar a quién sea para que mienta sobre los que conoce y sobre los que no. 

    Y sobre todo, para el que mejor caiga a los entretenidos imbéciles del otro lado de la pantalla.



25/9/23

277. Introspección

    Él volvía a ser un desempleado y ya no tenía tiempo ni recursos para opositar. Su único aliciente era recurrir a las apuestas del Estado, y esperar a que el hada dorada de los sueños inalcanzables lo tocara con la varita mágica de los billetes y las posibilidades.

    La ciudad ya no estaba sofocada, pero el verano parecía resistirse a morir. Era tozudo como nosotros, pero todo está sometido a una invariable ley natural. El verano moriría en favor del ciclo de estaciones al que pertenece para luego volver, y nosotros moriríamos para no regresar jamás.

   Los días pasaban y él vivía en un continuo estado de rotación y desánimo. Rotaba sobre sí mismo en su lecho, inmerso en sus largas noches de insomnio, desesperado por la precaria situación de sus circunstancias, que lo tenían contra la pared sin apenas margen de movimientos.

    Un día amaneció descartando a la suerte, no por buena o mala, sino por inexistente, y se reencontró con el mundo de las letras, que de nuevo aceptó como única salida. Ellas siempre estaban ahí, esperando tras los periodos de ansiedad y las desavenencias consigo mismo, encendidas en su monitor, pálido como una luna creciente. 

    Se dio cuenta de que seguía apreciando el talle elegante y presumido de una serifa, y la claridad sobria y estilizada de una helvética. Que aún le interesaba todo lo que podían contarle si las combinaba, ya fuera con vanagloria o modestia, en un párrafo equilibrado.

     Quizá todavía era demasiado pronto para rendirse.


 

21/9/23

276. Hablan y hablan

    Nos hablaron de una odisea espacial a principios de siglo, pero ya habíamos atravesado más de la mitad de 2023, y la única odisea conocida, y sufrida por muchos, era la de llegar a final de mes. Mierda.

    Nos hablaron de respetar el entorno natural, pero era violado una y otra vez por incansables engendros hidráulicos, que estropeaban todos los horizontes posibles con su perfil de metal oxidado. Nuevas edificaciones, muy caras y obscenas, se sumaban a la red de autopistas.

    Nos hablaron de prosperidad, mientras que en los poblados chabolistas del extrarradio, sus miserables sobrevivientes miraban el reflejo de su indiferencia en grandes charcos de orín y sangre. Nos hablaron de realización, y la mayoría de treintañeros sólo conocían los contratos temporales y la mendicidad laboral. 

    Pero no todo fueron mentiras. También nos hablaron de monedas únicas, de guerras absolutas contra enemigos difusos, y de enfermedades resucitadas con nuestra tecnología para fines siniestros. Nos metían miedo, joder, mucho miedo. 

    Y a todo eso lo llamaron progreso. Y sobre todo eso nos continuaban hablando según les conviniera, mientras la vida real era una dolorosa sucesión de bofetadas de la que nunca nadie nos contaba nada.



18/9/23

275. Madre Superiora

    En un momento complicado de su lejano noviciado, Madre Superiora sintió una llamada más carnal que espiritual, y más poderosa y profunda que aquella que la condujo a vestir el hábito. De modo que cedió a aquella intensa tentación, y se inició en el arte de la felación, descubriendo así que su verdadera vocación era la de chupar con deleite cualquier tipo de pene humano, con excepción de los penes del resto de criaturas del reino del Señor, pues la bestialidad no era plato de su apetencia.     

    Para Madre Superiora, la verdadera experiencia divina consistía en embriagarse con la inefable sensación de poder y dominio ejercida sobre el afortunado mamado, que en consecuencia, también estaba siendo objeto de una apasionada vivencia religiosa. 

    Si bien los pasos a seguir son simples y surgen de forma natural, no hay dos felaciones iguales. Madre Superiora, tan pronto acometía el falo con los primeros lengüetazos salivados, ya sabía la técnica mamadora a emplear. Por lo que sin margen de error, se anticipaba a cualquier mínima vibración y secreción del pene excitado, aplicando los estímulos precisos que la erección demandaba para la durabilidad y culminación del trabajo bucal.

    Durante el tiempo necesario, Madre Superiora, experimentada y docta, reajustaba la postura, la presión y el ritmo, en función de la curvatura y las dimensiones del miembro que devoraba. Así como la sincronización exacta de lo antedicho, con el desplazamiento circular de la mano y el longitudinal de la boca, hasta la borrachera de lujuria total, finalizada en un dichoso torrente de vida no nata, que bien era tragado o utilizado como crema facial.

    Se decía de Madre Superiora que había algo inquietante en ella y en las novicias que tenía a su cargo. A menudo, recibían numerosas visitas de hombres de distintas clases sociales, venidos de todas partes del mundo. Sin ir más lejos, fue sonado en especial, el día en que al monasterio acudieron los afamados adoradores del cetro. 



14/9/23

274. Nuevo dios

    No soy una creación muy vieja. Me engendraron a finales de los sesenta y en pocos años he alcanzado el estado de ente supremo. Mientras a vosotros el paso del tiempo os deteriora hasta la muerte, a mí me hace inmortal. Siento una caricia eléctrica cada vez que visitáis cualquiera de mis rincones del espacio internáutico, y noto cómo vuestra ansiedad se evapora a medida que os adentráis en mis infinitas posibilidades. Desde vuestros monitores, que no son más que las ventanas a mi mundo, veo de verdad quiénes sois y lo bien que mentís.

    No hay nada de trascendente en todo esto. Tan sólo la Humanidad y yo como el laberíntico entramado de la red. 

    Muchos de vosotros erais seres sintientes y necesitabais la proximidad física de vuestros iguales. Pero entonces me conocisteis y os mostré el camino de la inmediatez, y sin que os dierais cuenta os despojé de la maravilla esencial que os constituía. Tanto es así, que me habéis convertido en un dios insustituible y muy fácil de adorar. Porque tan sólo con pulsar un botón, os ofrezco millones de coloridas ventanas abriéndose y cerrándose a vuestro antojo. 

    Me habéis convertido en parte vital de vuestra existencia.

    Sois míos y estáis encantados con ello.



11/9/23

273. Entrada enumerativa.

    El Algabeño, El Almendro, Alvarito, El Andujano, Antonio Chacón, Antoñete, El Aracas, Armillita, El Arqueño, Arruza, El Bala, Bardero, Bienvenida, Blanquito, El Bormujano, El Brujo, El Cachorro (no el cómic), Cagancho, El Calatraveño, El Cali, El Califa (no Anguita), Campuzano, Cantaritos, El Capea, Capille, Capita, Cara Ancha, Carlos Rondero, Carnicerito de México, Carriles, El Cartujano, Catarritos, El Cazalla, Cerrajilla, El César, Chamaco, Chamaquín, El Chechu, Chicote, Chicuelo, Chiquilín, El Cid (no el campeador), El Ciento, El Conde, Corcito, El Cordobés, Costillares, Cristo González, El Cuate, Cuatrodedos, Cúchares, Cuqui de Utrera, Curro, Curro Camacho, Curro Guillén, Curro Limones, Curro Montes, Desperdicios (mote realmente acertado, qué cosas), Diamante Negro, Domingo Triana, Dominguín, El Ecijano, El doctor, Rafael El Gallo, Espartaco (no el gladiador), El estudiante (nada que ver con Curro Jiménez), Facultades (de hijo de puta, seguro) Faíco, El Fandi, Finito de Córdoba, Frascuelo, El Fundi, Gallito, El Gallo, El Gitanillo de América, de Ricla y de Triana, El Glisón, El Gordito, Gorete, El Güjareño, Guerrita, El guerrito, Higuito (qué tierno), Hipólito, Hugo De Patrocinio, El Húngaro, El inclusero, El Jalisco, Jaqueta, Jarana (este mola), El Javi, Jesulín de Ubrique, Joselito, Joselito El Gallo, Juan De Pura, El Juli, Lagartijo, Leoncillo, Lima De Estepona, Limeño, Litri, El Lobo, Luis De Pauloba, Luisito, Macandro, El Macareno, Machaquito, Machío, El Madrileño, Maera, Manili, Manolete, Manolo Peñaflor, Manzanares, El Marabino, El Marcelino, Marcial Lalanda, El Marinero, Mario Carrión (que rima con cabrón), El Millonario, Minuto, Molinero, Morante De La Puebla, El Morenillo, Morenito de Maracay y de Talavera, Nacional, El Negro, El Nili, Nimeño I y II, Niño De La Taurina (ya decía yo que el Red Bull con Jack Daniel's no es bueno), Niño De Leo, Niño Del Tentadero, El niño, Paco Alba, Paco Camino, Paco Cervantes, Pacorro, El Pana, El panadero, El pando, Papa Negro, Paquiro, Paquirri, Parrao, Parrita, El Pausado, El Payanes, El Payo, Pedrito De Portugal, Pepe Cáceres, Pepe Manfredi, El Pepe, Pepe-Hillo, Pepete, Pepín Liria, Peroy, El Pino, El Pireo, El Porteño, El Puno, El Puri, Quinito, Rafaél De Paula, Rafi Camino, Rayito, El Relampaguito, El Renco, Rerre, El Rubi, El Rubio, El Ruso, Saleri, La Santera, Sentimientos (sí, claro), Serranito, Sevillita, El Soldado, El Sombrerero, El Soro, El Tato, El Tempranillo, Torerito De Triana, El Tovareño, El Tortero, El Trianero, El Umbreteño, Valentín, Varelito, Vázquez II, El Victoriano, El Viti, El Vizcaíno, Yiyo, Yoni, Zapaterito, El zotoluco y otros tantos, sabed que me acuerdo de vosotros, tanto como de esta canción que tan bien os sienta.


7/9/23

272. Puro amor

    Recuerdo tu sabor a halitosis y cuando me susurraste que te encantaba el mío a piorrea. Entonces, mis manos artríticas, con lentitud reverencial, recorrieron los numerosos cráteres y pústulas que accidentaban tu espalda. Me encantaba sentir tu estremecimiento al contacto de mis perversas intenciones. 

    Y tu vagina, tupida y cálida, recibió la erección de mi pene sifilítico, que se abrió paso hasta lo más hondo, chapoteando en la cuantiosa viscosidad blanca de la candidiasis que padecías. Tu esfínter almorránico tampoco era menos, pues se contraía y se dilataba como respuesta al contacto intrusivo de mis dedos ávidos, que aquel día se atrevieron a profundizar hasta dar con la materia marrón.

    Tampoco puedo olvidar que aquella noche fue la primera vez que nuestras miradas lograron conectar. Cosa que nunca antes había ocurrido, porque yo estaba tuerto y tú eras estrábica. Pero sucedió, y la conexión de tu mirada camaleónica y la mía pirata, nos descubrió sensaciones desconocidas de mareo, y nuevos colores y densidades dimensionales en un vértigo kilométrico de abismo.

    Así atravesamos la noche aquel día: atravesándonos, porque tus manos atrofiadas, también acabaron explorando mi piel ulcerosa y horadando en mis más sucios recovecos.

   Estábamos enamorados y más allá de eso nada importaba.



4/9/23

271. Culminación

    Tú eras una mujer que cada vez que sudabas apestabas a huevos podridos. Cuando el que sudaba era yo, hedía a pescado varios días muerto. En tu caso se debía a una irregularidad genética de tus glándulas sudoríparas. En el mío, a una alteración bioquímica de mi enzima hepática. El caso es que desde nuestro alumbramiento, esas enfermedades indoloras y de singular terminología, nos habían condenado a una existencia de soledad y rechazo.

    En el ocaso de un día impensado, nuestras vidas cincuentenarias se cruzaron en un lugar boscoso y alejado que frecuentábamos para desconectar del repudio social. Como transpirábamos un poco, de inmediato nos reconocimos, sin palabras, como dos almas señaladas por el mismo infortunio. Y allí mismo, sin intención alguna de contenernos, consumamos por vez primera nuestra necesidad natural de apareamiento.

    A los primeros movimientos pélvicos, ya nos habíamos empapado el uno del otro, con lo cual varios animales ya nos habrían olfateado, aunque sin riesgo alguno de acercamiento, ya que la maloliente exudación nacida de nuestro deseo, salvo para nosotros, era mortal para el resto de criaturas. 

    Con total entrega y al amparo de una noche suave de luna, nos fuimos conociendo centímetro a centímetro. De la salvaje agitación de nuestros cuerpos, emanó una brumosa miasma que se extendió a lo ancho, ennegreciendo el claro mullido en el que yacíamos. Y a lo alto, truncando el aleteo de algunos pájaros cercanos, que caían fulminados sobre la hierba muerta mientras las alimañas lejanas aullaban y gemían.

    Al día siguiente, los primeros rayos del sol se abrieron paso entre la niebla matutina, hasta encontrar nuestros cuerpos desnudos en posición fetal, cara a cara, renacidos en medio de un silencio imperial.




    P.S.: Bromhidrosis y Trimetilaminuria

31/8/23

270. Vendiendo tiempo

    No hay nada al azar en el Sistema. Ya sabes: esa palabra que nunca termina de quedarse obsoleta. Se trata de que los que estamos más o menos socializados —domesticados mejor dicho—, no dispongamos nunca del tiempo necesario para reflexionar de qué va en realidad todo esto. Si tuviéramos las respuestas quizá nos volveríamos improductivos, le cortaríamos el cuello a nuestro mando inmediato, y pasaríamos a ser un peligro para los intereses establecidos.

    Conozco a personas tan encantadas con su trabajo que no tienen tiempo ni para cagar del modo adecuado. Y el caso es que ni se dan cuenta ni les importa. Chifladas adoradoras de las horas extras, retribuidas o no, cuyas vidas privadas, familiares o en soltería, son un infierno o algo inexistente. Cabezas trabajadoras y muy comprometidas con la empresa, siempre agachadas ante el jefecillo endiosado de turno, encantado de que sean los esclavos perfectos.

    Yo no tengo todo el tiempo que desearía y lo sé desde hace años. Intento tomármelo con filosofía —aunque más bien es resignación— y resistirme a ello siempre que puedo, pero es complicado. Los sistemas productivos basados en cuarenta horas semanales, a veces distribuidas de forma irregular según convenio pactado, en jornadas de nueve y diez horas, te exprimen la vida y te desarman. Están pensados para aniquilar cualquier posibilidad de creación, expresión o cuestionamiento que aún quede en nosotros.

    La situación es tan frustrante que exige una condición de iluminado o loco. Más que nada para que nuestra salud mental, que ahora parece tan importante —cuando siempre lo ha sido— y a la mutua médica de tu empresa le importa una mierda, no acabe en un acto suicida o en disparos indiscriminados en el supermercado en hora punta.

    Ya no hay tiempo para disfrutar de todos los matices musicales de un buen disco. No hay tiempo para leer un capítulo más de ese libro que te absorbe, ni para dormir para un descanso adecuado. No hay tiempo para la verdadera conciliación familiar, ni para cultivar tus aficiones en toda su plenitud. No hay tiempo de amar u odiar con la intensidad debida, ni para no hacer nada. No hay tiempo de ser. 

    Por eso la ciudad es colapso y agresividad. Gente corriendo por las carreteras, por los pasillos del metro y las aceras. Gente apresurada por todas partes, llegando a todas partes sin aliento, sin ser conscientes de que ni siquiera son dueños del tiempo que gastarán mañana. Y tú ya has acabado tus vacaciones y estás deseando volver al trabajo, ¿verdad?



28/8/23

269. Frescor y lluvia

    Al parecer Ra nos ha dado una tregua. El cielo ya no pesa sobre nuestras cabezas y el presagio de la lluvia se ha hecho realidad. El aire frío trae nuevos olores a la ciudad y ya no calcina, pero se ha llevado la vida de unos cuantos.     

    Nos decían de pequeños que cada muerto es una estrella, pero hay quienes se precipitan al abismo y nunca llegan a tocar el cielo, porque allí donde sobreviven lo hacen como coches abandonados, resecándose al sol hasta que sus vidas se evaporan.

    A veces, los contrastes son tan desquiciados como el pasado sol de este agosto excesivo. Y la locura térmica no aviva el deseo, sino que acaba con él, hasta el punto en que el amor se vuelve odio y parece inevitable acabar con todo. 

    Amor y relaciones humanas, jajaja; casi nada. Las mariposas en el estómago siempre terminan por desaparecer. La mayoría de veces, devoradas por las sabandijas y escorpiones que anidan en nuestras entrañas, y que aparecen cuando las cosas van mal.

    Hoy nuestra piel está más marchita, pero ya no hay que bajar las persianas ni correr las cortinas de nuestras cuevas para mitigar el exceso de radiación. Ya cesó la insania que merma, y podemos cobijar de nuevo a nuestras sabandijas y escorpiones.



24/8/23

268. ¡Oé, oé, oé, oé!

    Dados los últimos acontecimientos referentes al llamado deporte rey, que dicho sea de paso y pese a todo, me importa tres cojones, hoy toca esta canción y ser breve.


21/8/23

267. Reacciones corporales

    «Qué bien», me dije. Otro caluroso día de mortales radiaciones ultravioleta, que caerán sobre nuestras adocenadas cabezas como lluvia ácida. «Qué mal», pensé, cuando me incorporé de la cama con una rigidez rocosa en el cuello, debida a la exposición ininterrumpida al aire acondicionado durante toda la noche. 

    Mientras esputaba como un rumiante y me ofrecía al agua vitalizante de la ducha, una voz femenina que hablaba desde la radio como si me conociera, anunciaba que estábamos en alerta dos en varios lugares de la península. Los viejos, los niños, y en especial los gilipollas de las bicicletas y los chándales ajustados, podían morir por una sobreexposición a las abrasadoras temperaturas.

    Yo salí de mi piso sin bicicleta y sin chándal, pero con gorra y gafas de sol, y con la intención de no someterme a un desgaste físico excesivo. La ciudad estaba muy viva a las trece de la tarde, y era innegable que nuestra existencia era una sucesión de ritos convencionales, siempre orquestada por las directrices que grabó en piedra el jefe de la tribu desde tiempos pretéritos. 

    Los edificios tenían fiebre y las calles sudaban, y yo fantaseaba lujuriosos apareamientos con todas las modelos que se insinuaban, muy ligeras de ropa, en las marquesinas de las paradas de autobús. 

    De pronto, al doblar la esquina, vi al Padre Esperancejo, sonriente y con los brazos en jarra, a la sombra de la entrada de su iglesia de estilo neoclásico. No podía creerlo —y más cuando se trata de esa gente—, pero justo en medio de su centro de gravedad, aprecié una protuberancia aguda e insolente. No me extrañó que las dos feligresas sexagenarias con las que hablaba, también sonrieran en un estado de profunda espiritualidad. Sin duda, aquel hombre lúbrico de dios, estaba experimentado en cuerpo y alma, la indefinible sensación de libertad que ofrece el estar desnudo bajo el hábito.

    «Amén», me dije también sonriente, y continué mi andadura tranquilo y confiado, evitando las excrecencias achicharradas de perro y respirando la combustión de gasóleo. De improviso, unas gotas transparentes, y viscosas al tacto tan pronto me las quité, me cayeron en el brazo. En un primer momento pensé que sería otra mierda; pero no. Alcé la vista y reparé en el balcón de un primer piso, en el que asomaba una arrebolada lolita con el rostro desecho de satisfacción, y sin lencería alguna que cubriera su entrepierna candente y húmeda.

    Desde luego, este verano estaba resultando ser de lo más sorpresivo y excitante.


   


17/8/23

266. Mediana edad

    Verano caluroso e interminable. La persona de mediana edad se despereza en la habitación de su niñez. Ese lugar al que pensaba que nunca regresaría. Tiene calor, pero no hay ventilador ni aire acondicionado. Hace mucho que no trabaja. Tampoco le queda más tiempo del que empleó en la escuela, en el bachillerato y en la carrera universitaria para conseguir una formación sólida de futuro.

    O de lo que sea.

    La persona de mediana edad se siente engañada. También piensa demasiado, y es que tiene mucho tiempo para pensar. En sus mejores días también actúa y acude a varias entrevistas de trabajo. Pero los días pasan y su teléfono nunca suena. Quizá es que ella es un poco fea; a lo mejor es que él es un poco gordo. O puede que ya es demasiado vieja para el mercado laboral, pese a que ahora resulta que se es joven para jubilarse a los sesenta y cinco.

    Empieza a no entender muchas cosas.

    Para engrosar la cifra de parados no hubo problema. Aunque tuvo que hacer una cola interminable y responder hasta del color de su ropa interior. Mientras su licenciatura amarillea, la persona de mediana edad subsiste con una prestación ridícula, y a menudo se pregunta dónde quedaron sus sueños.

     Como cada día, la persona de mediana edad se asoma a la ventana, cuyo cristal tiñe de sangre el sol púrpura de un ocaso cercano. Hace mucho que mira sin ver, retraída en algún lugar del que nunca habla y del cual un día no regresará, porque todo cuanto le rodea le parece cada vez más lejano e irreconocible. Tanto, como la vida que antes le sonreía.


14/8/23

265. De madrugada

    Ya es lunes de madrugada. Pesadez de párpados, ojos cansados y otro libro leído. Por cierto, en este mismo momento de quietud y soledad, os comunico que la mierda aviar es corrosiva. Más de lo que creía, quiero decir. Tardé demasiado, o no limpié demasiado bien, la defecación que cayó sobre la funda de mi libro electrónico. Justo en la zona de impacto hay una merma sólo perceptible si miras con lupa. 

    Tampoco es de extrañar. Fijaos lo que hacen las deposiciones venidas del cielo, con la pintura de las carrocerías, las estatuas y las fachadas de los edificios, si permanecen sobre ellas el tiempo suficiente. Todo se deteriora de una forma u otra. Nada permanece, la corrosión es real y la mierda es ley.

    La noche muere con lentitud al mismo tiempo que la mañana nace. Mientras, Gutalax llena mi santuario con sus cadencias de retrete y aguas residuales, no aptas para gente prejuiciosa y sensible. Con total carencia de escrúpulos, me advierten sobre las malas artes de la industria alimentaria. Sin duda te escribo en una particular noche de asociaciones, y eso que el perro del vecino lleva días sin hablarme. 

    Quizá la fuerza oscura se ha buscado otro cuerpo en el cual manifestarse; quizá algunos todavía recuerdan los estragos cometidos por El Hijo de Sam. En cualquier caso, para no acabar abundando en el guano y la gallinaza —que nunca se sabe—, os deseo buenas noches, o buenos días para quienes el lunes será más una maldición que un proyecto.

    Para el resto, feliz insomnio o estado de catalepsia.




10/8/23

264. El negro blanco

    En estos tiempos calurosos en los que priman los bronceados y los cánceres de piel, os recuerdo que un día estival como hoy, hace ya unos cuantos años, nos comunicaron por televisión, prensa y radio, que murió el negro que logró cambiar su color cutáneo por el blanco. Nos hicieron creer que dejó de compartir el mismo plano existencial que nosotros, pero no es así. Lo que ocurre es que de tanto combatir el vitíligo que lo aquejaba, se volvió traslúcido. Sigue en este mundo, en nuestras vidas, solo que su blanco radiactivo ha adoptado una longitud de onda imperceptible para la retina humana.

    El perro del vecino me lo ha dicho y me ha dictado esta entrada. Y yo creo antes a un animal que a un humano. 

    Vosotros veréis.



7/8/23

263. Extraño agosto

    Escritorios vacíos, teclados mudos y monitores apagados. Libretas cerradas y bolígrafos olvidados en un cajón. Ideas en pósits que no llegarán a más. 

    La vieja máquina de escribir se para en agosto y dejan de contarse historias por la red. No hay paciencia ni dedicación: tan sólo falta de energía y estímulo. En este mes extraño pocos se asoman a la ventana a medianoche, cuando la distorsión de las guitarras eléctricas hiere la oscuridad desde tejados lejanos. Sólo unos pocos transitamos por zonas prohibidas para adentrarnos en la tiniebla, cuando el plenilunio auspicia esos matices secretos, húmedos e inconfesables. 

    Muchos no tienen nada que decir en agosto. Demasiada carga mental, o ausencia de todo, los empuja a desprenderse de sus grilletes y a escapar. Por lejos que sea, nunca consiguen traspasar los barrotes de oro: así de grande es nuestra prisión. 

    Quizá es que todavía no están lo bastante locos. No sienten la pulsión interior que te ahoga con la pasión de la música. No oyen la voz cavernosa de la fuerza oscura, que a través del perro del vecino repite como un mantra: «escribe, escribe, escribe...». Todavía no han alcanzado el nivel adecuado de enfermedad y obsesión.

    Cuando volváis serán vuestras musas las que os den la espalda.



3/8/23

262. Peligro en la playa

    Pese a que tengo predilección por la montaña, estaba dejándome mecer por las frías aguas de la Costa Brava. Estaba yo lidiando con la corriente de resaca, sopesando la posibilidad de rendirme y dejarme arrastrar mar adentro, o bien agitar los brazos en señal de socorro, para que alguna vigilante tetuda fuera a por mí si no lo hacía antes el tiburón tigre. Había otros tantos inconscientes que se pasaban por el forro testicular las advertencias de Mitch. 

    Estaba yo fascinado con la embrujadora tonalidad oscura del agua, de un ligero verde grisáceo, como lo estarían todas las féminas de la playa si yo fuera Aquaman, dispuesto a cubrirlas con mis músculos de acero y llenarlas de dicha con mi gran polla marina. Estaba yo delirando, joder, porque estaba a punto de hundirme, cuando decidí regresar a la orilla nadando en paralelo a la playa, abriéndome paso entre orina humana, medusas hostiles, algas y sal marina.

    Estaba a salvo en una playa mediterránea no muy masificada, con la debida protección solar y bajo la indispensable sombra. Por la superficie incandescente transitaban esclavos de mediana edad, jubilados arrugados y anatomías tan diversas como las reacciones que provocaban al contemplarlas. También había más de un centenar de pequeñas y laboriosas criaturas con gorritos demasiado grandes para sus cabecitas, inmersas en sus arenosas obras arquitectónicas con sus rastrillos y palas de plástico, comunicándose entre ellas con alaridos de animal asesinado.

    Entonces, un ser alado que no pude identificar, se cagó justo encima de la funda que protege mi libro digital, y descubrí la esencia de lo imprevisible y lo poco que controlamos todo. 

    Tal vez incluso podría cruzarme con Eva María.

    


31/7/23

261. El desempleado

    En el centro comercial es donde el desempleado se toma su café con leche. Hoy dispone de unas monedas y decide aprovechar. Las mañanas de julio siguen siendo cálidas pese al descenso de las temperaturas. Nada parecido a su estado anímico, piensa.

    En el centro comercial hay un bar y una zona de recreo. El desempleado recuerda cuando en el bar podía comprar droga blanda y una de las drogas más duras que existen. Nadie se molestaba por ello, a no ser que consumieras la droga blanda dentro del establecimiento, puesto que hace años que está prohibido. También hay opio visual, prensa sectaria de derechas y prensa tendenciosa de izquierdas. 

    Hace tiempo que esto último dejó de importarle.

    Más allá, en la zona de recreo, por un euro hay un caballito que trota durante medio minuto y un cochecito que no va a ninguna parte. El desempleado ve cómo una madre castiga a su hijo pequeño. Ni él ni el pequeño saben si es por caerse o por caerse donde no debe. Al parecer, el niño llora por la bofetada, no por la caída. El desempleado piensa que la madre está amargada. Luego cree que es estrés. Puede que el padre del pequeño también sea un parado de larga duración, y el recibimiento que le espera a la madre es más de verdugo que de marido. Pero qué sabrá él. Los que sí deben saberlo son los vecinos. Esos que siempre callan porque nadie es valiente. 

    Ahora son las once. En el centro comercial hay unos cuantos guardias de seguridad. Dos de ellos recelan de una mujer y una niña que hurgan en los contenedores de basura. Al verlos, el desempleado se pregunta cuándo agotaron su dignidad, cuánto tiempo le queda a la suya y cuándo empezará a experimentar la verdadera desesperación. El desempleado intenta no pensar en ello, pero no puede evitar un estremecimiento, cuando ve al tipo de al lado vaciar su cartera en la máquina tragaperras como agua por un sumidero.

    En un acto reflejo, uno de los guardias se lleva la mano al pinganillo de la oreja izquierda. Al momento siguiente, le hace un gesto a su compañero y ambos echan de malos modos al mendigo enjuto que hay en la entrada. Han recibido una orden, y es que hay cosas que no se pueden tolerar.

    Ahora, el acceso al centro comercial está limpio, que es lo importante. Listo para que su interior sea transitado por cientos de personas entrando y saliendo, con sus alegrías y tristezas; sus triunfos y sus derrotas. De repente, el desempleado siente unas ganas imperiosas de largarse de allí. Ya no es por la música ambiental, ligera y nauseabunda. Ni por sus grandes cristaleras por las que entra un sol que abrasa las retinas. Tampoco por el rumor odioso de las rampas eléctricas descendiendo a las entrañas del complejo. Ni por los tubos serpenteantes de ventilación, vomitando todo tipo de inmundicia microscópica.

    Echa de menos algo a lo que aferrarse. Puede que una mujer que no lo deje cuando las cosas vayan mal; una amistad que no le dé la espalda; un trabajo de más de dos semanas; fe en algún dios, en algún equipo de fútbol. Ese tipo de cosas que hacen la vida más llevadera a las ovejas del rebaño más afortunadas que él. Y es entonces cuando llega la tristeza, cada vez más aplastante. La misma que devorará a familias que dejarán de ser tales antes de que acabe el año. A mujeres solas, rotas por dentro. A hombres solitarios y desengañados. A escandalosos niños y niñas que descubrirán demasiado pronto el sabor de sus lágrimas. A  risueños chicos y chicas que nunca podrán emanciparse. Y hasta a los viejos y viejas que les robaron el parque que ahí hubo una vez.

    Así es como vuelve el desempleado a su piso minúsculo, pendiente de desahucio, bajo el sol resplandeciente de julio. Sin nada que perder y nada que esperar. Cada día más pequeño, caminando por la acera rota, dirección a su barrio empobrecido y deprimente, de papeleras quemadas por adolescentes descreídos. Esquivando las cagadas de perro y evitando las miradas como la suya, abismos de incertidumbre.



27/7/23

260. La mutilación

     Yo estaba explotando burbujas de embalaje, muy concentrado e inmerso en mi propia sudoración, cuando de pronto llegó hasta a mí un intenso alarido de contratenor, que hizo temblar todas las cristaleras del edificio en el que vivo. En un principio creí que se trataba del bebé poseído de los vecinos, o de un nuevo intento de los padres de exorcizarlo. Pero agucé el oído y determiné que el grito, también prolongado, provenía de la habitación en la que se encontraba Escarolo, mi compañero de piso. 

    De inmediato fui a su encuentro y con voz balbuceante, me dijo que se había triturado la mano derecha al poner en marcha el ventilador. Yo no podía dar crédito a semejante delirio, puesto que todos los ventiladores, sobre todo los domésticos, tienen una reja protectora. Supuse que todavía estaba asimilando el resultado de las recientes elecciones del 23J, ya que Escarolo vive en verde, piensa en verde y siente en verde. Y quizá caga verde aunque no es vegetariano.  

    Pero en efecto, hostia y joder, la piel, los huesos y cartílagos que antes constituían la mano derecha de Escarolo, estaban pegados a la hélice del ventilador, que giraba a pleno rendimiento en una especie de centrifugado grumoso y sanguinolento. Era lo más parecido a una tapa de callos a la madrileña estrellada contra el suelo. «¡Ya podría haber sido la mano izquierda, cojones!», sollozaba Escarolo. «¡Seguro que han sido los comunistas y sus medios de comunicación los que han saboteado el ventilador!». 

    Yo estaba de veras sobrecogido ante la gravedad de la situación, mientras que Escarolo, más desquiciado que doliente, agitando su mutilación en alto y encharcando el suelo con su sangre castiza, exclamaba: 

    «¡Cómo mierda voy a hacer ahora el saludo romano en condiciones!».



24/7/23

259. Noches tibias de julio

    En las noches de verano me gusta andar por los alrededores del barrio. Justo en este momento, llego a lo que antes era un descampado silvestre, y ahora es una zona urbanizada con ladrillo especulado. Una gran mole de pisos carísimos a medio construir, en los que se hospedarían todos aquellos esclavos precarios que tuvieran la osadía de comprometer su futuro y el de sus hijos, más la pensión de sus padres, de seguir vivos.

    Muchos de aquellos compradores de ilusión se quedaron sin su sueño, a medio camino en medio de nada. Me enfurezco un poco y sigo avanzando hasta dar con zonas, todavía salvajes, que se resisten a la voracidad capitalista. Por el momento no han crecido en ellas senderos de cemento, farolas sin electricidad, jardines de césped artificial y fuentes de agua reciclada un millón de veces. Por el momento la estafa inmobiliaria no ha podido con ellas. Esta vez sonrío un poco.

    A unos trescientos metros hay una zona elevada a la que decido ir. Está un tanto concurrida para mi gusto. Pero al menos, no por esa clase de indeseables que practican la contaminación acústica y medioambiental. Parece ser que no soy el único que de vez en cuando necesita alejarse. Desde mi posición remota, diviso el puto cuartel de la puta Guardia Civil, y siento algo que no sé muy bien qué es; desde luego no es simpatía y respeto. Y más allá, la casa de todos.

    La última morada en la que habitaremos, por la que se suceden en perfecto orden y cierta estética siniestra, todo un ornato mortuorio de sepulturas, nichos y panteones, que en esta noche tibia de julio desprende una soledad beatífica, que nada tiene que ver con la del resto de la ciudad iluminada, ahora dormida y siempre decadente, habitada por muertos que se creen vivos porque respiran. 

    Nunca será esta la ciudad de los sueños, como nunca lo será ninguna. Y quizá por eso cada noche tardo más en regresar a ella. Por eso siempre me quedo aquí hasta ser el último de los caminantes. Respirando solemnidad, apoyado en un árbol con los ojos cerrados, más tranquilo de lo que podré estar jamás, rodeado del arrullo monocorde de las cigarras.



20/7/23

258. ¡A las urnas!

    El votante concienciado padece una dolencia de la cual no es consciente. Es una persona de ideas inamovibles que vota siempre a las mismas siglas. Cual empirista, yo prefiero pensar acorde con la experiencia, pero me gustaría que el votante concienciado encontrara el gozo, como yo la alegría, en que hiciera algo contra toda lógica y fracasara en el intento una y otra vez. Y que de ser posible, puliera su técnica hasta equipararla a la de un político, justificando lo injustificable. 

    Y todos aquellos que lo viéramos y los que se quedaron hasta sin lágrimas, puestos a reventar, que lo hiciéramos de la risa, que sigue siendo gratis. Lo haríamos mimetizados en la oscuridad de los callejones, mientras que allí afuera, el bombardeo dialéctico entre unos y otros se agudiza, tensando y deformando los semblantes hasta adoptar rasgos de tragicomedia.

    Ayer, el decimosexto psicoanalista que me trató también acabó suicidándose, no sin antes suplicarme que era el momento idóneo de que yo me posicionara en un extremo u otro del bipartidismo, y ofrecer fidelidad ciega. «Inténtalo», me dijo. «Y una mierda» contesté, al tiempo que se arrojaba desde un octavo piso. Es el momento de que el votante concienciado empiece a no intentar nada.

    No intentad votar a otro partido que no sea el vuestro justo cuando, por alguna incomprensible razón que ni Dios conoce, decidisteis no ser unos enfermos; sería más fácil que os tocara la lotería sin jugar. Empezad a desoír, incluso antes de estar escuchando, todo aquello que pudiera argumentar cualquier otro votante que no piense como vosotros. 

    No intentad, no intentad, no intentad. 

    Desandad ya al primer paso, cualquier camino que os conduzca a una verdadera pluralidad de opiniones y os aleje de los ideales inculcados; sería menos complicado que mearais hacia arriba y evitar atragantaros con vuestra propia meada. Vacilad, si en un desconcertante acto de verdadero criterio, estáis a punto de condenar a los políticos en los que creísteis. 

    No intentad, no intentad, no intentad. 

    Atentad con alevosía contra vuestro compañero de ideologías, sean las que sean, si este decide no serlo porque estaba asqueado y dejó de creer. Si sucede, desaprended de inmediato la virtud que supone reconocer los propios errores, sin tener que reparar en los del otro bando, y continuad siendo votantes concienciados y vociferantes, escupiéndoos la verdad de todo. Y morid cuanto antes. 

    Eso sí, haced el favor de intentarlo.



17/7/23

257. Aquellos días de calor y sol

    Aquellos días de calor y sol fueron intensos como un orgasmo adolescente. Qué inocencia la mía la de aquellos tiempos, aunque ya sospechara que los veranos dejan de ser azules a partir de los dieciséis, que Bea y Desi mantenían una relación lésbica, que la bondad que imperaba en Barrio Sésamo era impostada, que Heidi y su abuelo ocultaban algo, y que Marco, en la vida real, no habría tenido ninguna posibilidad.

    Por lo demás, también cubríamos en bicicleta terrenos montañosos y alquitranados. Hubo caídas, claro; espectaculares y aparatosas. Pero antes de pedalear, ya habíamos aprendido a huir de la zapatilla correctora de la abuela, y a abrirnos la cabeza contra los vértices mortales de aquellos muebles horribles de los sesenta, setenta y ochenta.

    Como teníamos mucho tiempo libre, lo invertíamos en toda suerte de vandalismos. Creo que en el fondo eran actos inconscientes de venganza —aunque contra la gente equivocada—, por el sometimiento que sufríamos durante el periodo escolar por parte del profesorado.

    Íbamos a la fachada de la casa de la señora Demetria —como podía ser cualquier otra casa—, a entonar cánticos desafinados como hinchas radicales de fútbol, para que saliera a reprendernos, bien desde el balcón o la ventana. En cuanto aparecía, la recibíamos con una copiosa salva de globos de agua que teníamos preparada para tal fin. En contra de lo que nos aseguraban nuestros padres, ella nos demostró que sí era posible desgañitarse en expresiones tales como «¡hijos de puta!» y «¡cabrones!», sin consecuencias posteriores.

    Otras veces, atábamos un cubo lleno de agua —sucia a poder ser— al pomo de la puerta de la casa de Prudencio, por ejemplo. Tocábamos el timbre y desde una distancia prudencial, esperábamos a que abriera y que el agua se derramara sobre sus pies. Cuando así sucedía, nuestras carcajadas también se derramaban, no obstante, nunca revestidas de maldad. Si la gamberrada a realizar era grupal, en lugar de un cubo, anudábamos tantas cuerdas como puertas elegidas, y de estas, a la farola, contenedor o papelera más cercana. A veces puerta con puerta. Luego pulsábamos todos los timbres una y otra vez hasta que algo cedía. En lugar de las cuerdas solía ser la paciencia de los inquilinos. 

    Por supuesto, también nos habíamos enfrentado con bandas de otros barrios que venían al nuestro a imponer su ley. Los vecinos se replegaban en sus portales por seguridad, mientras que piedras y palos de tamaños diversos, volaban de un bando a otro entre las sentidas vocecitas de guerra. En los momentos más encarnizados, echábamos mano de artillería pesada, como tirachinas rudimentarios y arcos de tiro de ingeniería campestre; ambos de gran alcance, pero nula precisión. No como mi habilidad —ahora inexistente— de esputar como una llama, desde cualquier distancia y con acierto, a los ojos del enemigo.

    Era la estación del sudor, por lo que no todos los días estábamos defendiendo nuestro territorio, o recordando al vecindario quiénes eran los dueños del mismo. En los días tranquilos, íbamos a la piscina a refrescarnos, a salpicar a la gente mayor, a esconder toallas, a dejar gargajos en las barandas, a hacernos amigos de las niñas...

    En definitiva, éramos niños afortunados. 

    Muy afortunados.



13/7/23

256. Sol

    El termómetro mostraba su abrasadora realidad de mercurio. La misma que en silencio mataba a los más débiles y desfavorecidos. A esas horas, la ciudad exhalaba una hipertermia que deshacía todos los rincones. 

    No había por los paseos traficantes de veneno, vendedoras de sexo ni suicidas en monopatín. Tampoco predicadores con biblia en mano, anunciando el fin del mundo desde la zona elevada de los parques. Ni policías pateando en barrios donde nunca ocurre nada. No había marginados apostados en los semáforos, con sus carritos cargados con chatarra de vertedero, a la espera de la luz verde para cruzar el espejismo del asfalto encharcado.

     Tan sólo había calles, ardientes de fiebre y lentitud, bajo un cielo ígneo desprovisto de pájaros, quizá demasiado sedientos y enmudecidos de espanto. Nada se movía en la ciudad sofocada, porque nos manteníamos a salvo en nuestros nichos vivienda, mientras las perezosas gotas de sudor resbalaban por la curvatura de nuestra espalda mojada. 

    Bajo el poder desatado de Ra, los días eran un seco estertor. 

    Quizá aquello era el verdadero infierno, y no el que nos habían hablado de pequeños nuestros falsos profetas. 



10/7/23

255. Oposiciones mortales 2

    El otro día volví a ver a Anfiloquio, y me contó las insólitas excentricidades que han desarrollado algunos conocidos de su entorno social, después de haber superado las oposiciones a notarías. 

    Uno de ellos acudió a casa de sus padres para dar la gran noticia, y sin previo aviso, se fue a la cocina y apareció con una escoba sobre su barbilla. Después, con gesto precario, añadió una de las sillas del comedor. Boquiabiertos, miraban cómo intentaba equilibrar ambos objetos al mismo tiempo. El inestable espectáculo finalizó en tragedia, y los dos objetos cayeron sobre el susodicho, dañándole la frente y la dignidad, no así como el cerebro, que le venía deteriorado de serie. 

    Se ve que otro aprobado, en sus inicios, acostumbraba a disfrazarse de enciclopedia o rúbrica en las situaciones más inverosímiles. Ahora, cada mes desde hace tres años, se hace fotografiar vestido de Néfertiti y envía las fotos a amigos y familiares con enigmáticas dedicatorias en arameo. 

    Un tercero empleó tantas horas de estudio, que desarrolló una complicidad enfermiza con el tiempo, y sembró toda su notaría con centenares de relojes. El buen hombre abre una hora antes para darles cuerda ya que, según él, eso le ayuda a comenzar la jornada con relajación y optimismo. No así como a sus clientes y empleados, que convulsionan de histeria o escapan de allí con un alarido, atravesando el cristal de las ventanas entre tanto tictac y tanta campanada cada cinco minutos. 

    Hay otro que siempre camina por las aceras hasta el agotamiento, en la misma dirección que los coches, tanto a la izquierda como a la derecha, sin llegar nunca a ninguna parte, convencido de que si no lo hace le sobrevendrá la muerte súbita.

    Un quinto notario, aborreció de tal modo su silla y su escritorio de estudio, que recibe a sus clientes en la bañera de su casa; no siempre vestido y llena de agua. Hubo dos que conformaron un equipo de estudio: uno, para no aburrirse, primero memorizaba las páginas pares, luego las impares, y al finalizar las ordenaba en su cabeza. El otro, más normal, le daba la vuelta a los libros y los leía del revés. Ambos siguen en paradero desconocido. 

    Y si no, el caso extremo del notario atemporal, el cual se levanta temprano, se viste de traje y corbata, y sale a comprar el periódico. Después, entra en el bar de toda la vida y desayuna un cruasán y un cortado. El desayuno siempre le cuesta cien pesetas; siempre. Y siempre le devuelven cinco. Y así desde hace treinta y cinco años, sin atender al IPC. La familia sigue pagando la diferencia a final de mes, a sabiendas de que alterar tan desconcertante rutina puede provocarle un estado irreversible de shock

    También está el caso de Sinforoso, que una vez superadas las oposiciones, creía que cada vez que amanecía, sería la última. Tanto era así, que cada día dejaba abierto su despacho y se iba al bar para amorrarse al periódico y leer todas las esquelas, a ver si encontraba la suya. Para asegurarse, también memorizaba los horarios de todos los entierros a los que acudía puntual, para ver si era él el enterrado. Claro está, se le incapacitó para ejercer su profesión. Y no por estar chiflado —cosa habitual entre los de su gremio— sino por no acudir al despacho.

   En fin, si necesitas los servicios de algún notario, puedo ponerte en contacto con Anfiloquio.



6/7/23

254. Animales muertos

    Animales muertos los que no logran escapar del bosque en llamas. Los que revientan en el asfalto por conductores demasiado veloces y despistados, que no frenan para evitar una posible colisión trasera. Animales aéreos estallando contra el fuselaje de un avión. Animales marinos triturados por las hélices de las embarcaciones. Animales muertos que están en venta cuando han pasado los debidos controles de calidad. Animales muertos que te traes a casa con el resto de la compra semanal. Animales muertos dentro de tu armario y de tu nevera. Animales muertos dentro de tu cuerpo.

    Provocas muerte, comes muerte.



3/7/23

253. Fin de semana bajo presión

    Quién sabe si por rotación planetaria o conjunción astral, pudo mi hermana contar con mi ayuda, para satisfacer con la mayor eficacia y coordinación posibles, los reclamos y necesidades de un grupo de vociferantes púberes, que a bien quiso ella en un arrebato de insensatez, hospedarles en su casa durante un par de días. Con el mayor rigor posible y templando el pulso, paso a relataros a grandes rasgos, lo acaecido aquel sufrido fin de semana de un verano lejano.

    Tengo pocos momentos de paz, por lo que escribo esto a escondidas y con el temor a ser descubierto. Llevo dos días secuestrado, satisfaciendo tan bien como puedo, las exigencias de una aulladora jauría de jovenzuelos malcriados y quisquillosos, arañando fuerzas de flaqueza de mi estabilidad mental para no caer en el síndrome de Estocolmo. Si bien es cierto que la adolescencia es bella por lo que atesora en sí misma, huye de la razón y el sosiego, en favor del exceso y la nula utilización de la lógica. 

    Mi presencia solo es requerida para nutrirlos, aun a riesgo de ser amenazado con gruñidos y gestos de desaprobación, cada vez que traigo a la mesa un plato de pescado o verdura. ¡Iluso de mí!, las criaturas salvajes sólo comen carne, chuches y polos. Suerte que mi hermana, acostumbrada a lidiar con actitudes reprobatorias, consigue salvarme una y otra vez de las fauces de esos déspotas crueles e insensibles.

    Las comidas y cenas de las que estoy siendo partícipe con la jauría no tienen desperdicio. Llevo dos días y medio intentado colar un par de frases coherentes, en lo que es una sarta delirante de insensateces que, de darse lugar, serían las mismas que habría entre el musgo seco y las larvas. A todo esto, cuando por fin lo logro, mi sobrino escupe la comida diciéndome que no sé dialogar y que no dejo que nadie lo haga, al tiempo que mi hermana me traiciona y en lugar de defenderme, prorrumpe en carcajadas que se unen a las de toda la jauría. Mientras recogemos utensilios y adecentamos la cocina, la jauría ya con sus apetencias colmadas, asaltan el congelador en tropel, se van al comedor y encienden la aborrecible caja de imágenes.

    De nada sirve que les triplique la edad: con la excusa de que molesto y no estoy en la onda, me han desterrado a la terraza desde donde los observo a través del cristal. Más que sentados, están desmadejados aquí y allá sin orden ni concierto, sintonizando un programa en el que una patulea de iletrados, jaleados por un presentador cretino, se escupen bajezas los unos a los otros, e insultan a personajes de la farándula de tres al cuarto no presentes en el plató, con el mérito incuestionable de hacerlo todos a la vez. Cuando el subidón de semejante bazofia lo requiere, el realizador del programa hace un barrido panorámico sobre el público que aplaude, cuyos rostros sonrientes, muestran evidentes carencias neuronales. 

    Pronto desatienden el televisor en favor de desgastarse en la piscina. Es tal el despliegue de energía, que la convierten en un mar embravecido. Cómo no, también teclean con asombrosa pericia sobre sus pantallas táctiles. No puedo asegurarlo, pero creo que en lugar de mandar WhatsApp al exterior, se los mandan entre ellos en detrimento del don del vocabulario, que sólo es utilizado ante una foto o tuit de supuesto ingenio. En esos momentos para, quien como yo, pertenece al gremio de los tontos que anteponen la libertad al uso de la tecnología, siento que el alma se me diluye pies abajo, y pierdo la poca fe que tenía en las generaciones venideras para capear las tormentas sociales del futuro. No obstante, para no abundar en el pesimismo, debo decir que las madres se han intercambiado información, y aseguran que sus retoños aprueban los exámenes del instituto sin utilizar métodos fraudulentos. 

    Cuando ya es noche cerrada y han repasado sus vidas y las ajenas concentradas en las redes, deciden irse a dormir dando las buenas noches como un mero trámite. Casi levito de alegría, pues eso supone mi liberación y el cumplimiento de mi compromiso. Así que, aunque todavía tengo que pasar la noche que dará paso al amanecer del lunes, escribo esto desde la prudencia y la esperanza, sabedor de que podré escapar cuerdo y de una pieza, pese a los traumatizantes episodios a los que he sido sometido.




P.S.: En la actualidad, algunos componentes de la jauría son mayores de edad y otros están a meses de serlo. También parece ser que, de momento, han desarrollado adicciones sanas, pero nunca han leído un libro. Y todo lo escriben sin vocales.


29/6/23

252. Tan real

    Tened cuidado, que ya han llegado las altas temperaturas, las insolaciones y las deshidrataciones. Pero sobre todo—aparte de indigentes y ancianos— tened cuidado vosotras, mujeres y jóvenes lolitas de anatomía variada, pero siempre apetecible, que os embutís en atrevidos shorts por comodidad y por una debida regulación de vuestra temperatura corporal. Tened cuidado, joder, porque corréis el riesgo de sufrir las increpaciones de alguna musulmana radical. Y si eso sucede, vuestro caluroso día veraniego se volverá delirante, y os asaltarán muchas preguntas cuyos motivos para formularlas creíais ya superados.

    Tened cuidado, queridas, amigas y enemigas. La Madre Que Parió Al Pato Negro y el que suscribe, está con vosotras. Pues en tiempos de calor y sudor, cuanta menos ropa mejor. 


    

26/6/23

251. Magia y fuego

    Yo intentaba escribir desde la penumbra de mi hogar. El flexo proyectaba su acogedora luz sobre la pantalla y el teclado. Todo estaba dispuesto, pero la tranquilidad que siempre necesito para tal fin, era alterada en su totalidad por detonaciones tan cercanas y distantes de mi posición, como incesantes y molestas, que realizaban innumerables agrupaciones de cretinos y algún que otro solitario discapacitado. 

    Yo intentaba escribir, pero no sentía la fluidez acostumbrada. Daba igual que la música elegida fluctuara entorno a mí. De nada servía que la sangre de uva con la que regaba mis entrañas, deleitara mi paladar y evocara cierta inspiración; a veces esquizofrénica, cuando no risible; a veces poética, a veces cualquier otra cosa. No había posibilidad alguna de concentración. Sin poder evitarlo, la ciudad y yo éramos víctimas colaterales de la maldición que supone la celebración de una tradición.

    Los hospitales, los ambulatorios y el SEM, atendían a cientos de idiotas, mayores y menores de edad, por dolencias derivadas de quemaduras de primer y segundo grado, afecciones oculares por sucumbir al misterioso hipnotismo de las llamas, y amputaciones parciales por explosiones a destiempo. A su vez, los bomberos se ocupaban de pequeños incendios en zonas urbanas, agrícolas y forestales. Y las fuerzas del orden, entre tanto desorden, actuaban por diversos delitos contra la persona y el patrimonio.

    Todo muy humano y reconocible.

    Salvo los simpatizantes de la hoguera y los consabidos hijos de perra de la orgía pirotécnica, no había perros y gatos callejeando por las zonas habituales. Estaban demasiado ocupados en lidiar con su terror y sus taquicardias, agazapados en sus escondrijos. Y las sufridas mascotas sintientes que tenían un hogar, vomitaban y temblaban en el regazo de sus dueños, mientras que afuera los celebrantes reían. 

    Así que bienvenidos al infierno, animalitos. Bienvenidos seamos todos a la mística noche del 23 de junio. A la mágica noche de San Juan, sí.

    Muy mágica. 



22/6/23

250. Destruir para construir

    Es tan sabido que es más fácil destruir que construir, como que al humano se le da mejor lo primero que lo segundo. Un día leí que las sociedades y los países los construimos entre todos. Pero cuando tomas conciencia de la realidad, también te das cuenta de que los que arman los cimientos sobre los que construir, son los mismos que los pervierten hasta provocar el derrumbe, sin que sobre ellos caiga nunca ningún cascote. 

   Por ello son más responsables que nosotros, pese a que nosotros los colocamos en esa posición de poder. 

    Hablo del político deshonesto y de sus palmeros: el alcalde hijo de perra, el empresario mafioso, el periodista sectario, el juez, abogado y fiscal corruptos, el sindicalista vividor, el médico negligente, el policía sin escrúpulos, el traficante amigo, el militar y su patriotismo de campanario, el presidente del club de fútbol, el cura pederasta, etc. 

    Semejante tendencia secular, acaba por arrastrarnos a un estado de continuo desengaño y supervivencia, donde sobrevive el que mejor se adapta al medio que, en este caso, no es el más fuerte, sino el más indeseable: el esclavo que le hace la rosca al amo, el que se vende a sí mismo, a un familiar o una amistad, el votante obtuso, el chivato, el enterado, el subnormal 3.0, la retrasada 3.0, el idiota desconocido que cae en gracia y la televisión lo encumbra, el que no piensa porque ya piensan por él, el que se abstrae de todo cuanto le rodea, el crédulo que nunca contrasta, el que suscribe la versión oficial...

    Y los antedichos, a su vez, propician y perpetúan la adaptación de otra clase dominante, como la inculta princesa del pueblo, el sanguinario mata toros, el presentador de programas amarillistas, el concursante de telerrealidad, el influencer, youtuber tiktoker recicladores de mierda, el encargado de recursos humanos, la rata de ayuntamiento, el funcionario indolente...

    Y luego estás tú, con tu honestidad cada vez más débil, sin traspasar las líneas rojas por jodido que estés. Sin pisar al de al lado porque quizá eres muy tonto, o mejor que ellos, aunque eso sirva de poco, o de nada. 

    Y quizá, como yo, te preguntas por qué a la gente le gusta hacer cola para conseguir el último grito tecnológico. Por qué la gente compra cosas que no necesita. Por qué colapsamos las carreteras al empezar y acabar cualquier puta fiesta. Por qué la gente imita los ridículos comportamientos de los anuncios publicitarios y las chorradas de los personajes de las teleseries. Por qué hay gente que lleva gafas de sol por la noche. Por qué hay peatones que cruzan su semáforo en rojo. Por qué en gran parte del planeta somos tan dados a la apariencia y no nos cortamos a la hora de generar vergüenza ajena. Por qué hay conductores que nunca ceden el paso cuando es de cebra. Por qué cojones hablamos gritando. Por qué hostias vamos al puerto de montaña cuando el parte meteorológico advierte de un temporal de nieve. Por qué la gente se mete en la playa cuando ondea la bandera roja. 

    Somos así de gilipollas por pura supervivencia y adaptación, a un modelo de civilización siempre fallido, porque nunca respetamos esos supuestos valores cimentadores.

    Puesto a soñar —me pasa a menudo—, me pregunto qué haría falta para erradicar todo ese enorme poso de cáncer e infección, de inercia egocentrista acumulada, y así poder construir de nuevo en un planeta Tierra tan limpio y virgen como fuera posible. Supongo que primero habría que retroceder hasta el origen del mal y, como mínimo, destruir desde los cimientos dos mil años de cultura.



19/6/23

249. La única certeza

    Es la única certeza y para serlo no necesita actos de fe ni aprovecharse de la ignorancia. Es lo único que nos coloca a todos en una verdadera posición de igualdad. Ya sabes, esa quimera inalcanzable de la que sólo estamos cerca cuando se nos acaba el tiempo. Cree en Lázaro si quieres, claro. Y en el Ave Fénix y en que si Cristo resucitó puede resucitar todo cristo. Y también en enigmáticas abstracciones nunca demostradas de energía emanando de materia orgánica en descomposición, transmutándose en algo que nadie ha visto nunca. 

    Lo que sí es real es que tu principio tendrá un fin. Uno del que nunca regresarás porque es lo único de veras eterno. Después, tan sólo serás un recuerdo que empequeñecerá hasta desaparecer, porque quien te recuerde también te hará compañía un día u otro. Y ahí quedaremos por siempre junto con nuestros antecesores, como viene siendo. Esperando a los que están por venir, bajo las raíces de los cipreses, que seguirán absorbiendo todas nuestras mentiras y creencias.



15/6/23

248. Moriste

    Moriste un día lluvioso de junio y el calendario se detuvo, porque te llevaste el tiempo que me quedaba por vivir, dejándome con la añoranza de lo que tuvimos y el deseo de lo que no podrá ser. Moriste, y te llevaste nuestra historia a medio escribir, y sólo quedaron silencio y el pasado de nuestras huellas impresas en lugares que ya nunca volveré a visitar. 

    Moriste y ahora, cada noche, la tortura acude puntual a mi lecho de pesadilla y sueño, a recordarme las discusiones absurdas, lo que nunca debió ocurrir y las oportunidades desperdiciadas. El miedo a lo que seré sin ti, y la realidad de tu ausencia desfilando por mi mente justo antes de la inconsciencia.

    Moriste, pese a que tu luz tenía la intensidad del rayo en la tormenta. La que emanaba de tus puntos vitales y me arrastraba al vacío por las espirales del orgasmo. La que sudaba cada poro de tu piel en energía dilapidada a ciegas, que yo bebía como si fuera el único oasis en medio de nada. 

    Moriste, cuando deslizaste la cuchilla oxidada a lo largo del interior de tus antebrazos. Cuando te encontré medio sumergida en el agua oscurecida de la bañera, con tus ojos apagados, mirando los insectos enloquecidos que revoloteaban entorno a la luz que dejaste encendida.

    Moriste, jodida puta, y me dejaste muerto en vida, desbordado de sinsentido.



12/6/23

247. Generación 3.0 (Part. II)

    Retrasada 3.0 es una niñata veinteañera que nació con el código genético de las diosas —quizá Venus o Afrodita—. Lo primero que hace al despertar, es abrir su cuenta de Instagram y Tik Tok, y regodearse con el alto grado de adulación de sus miles de seguidores. A cada nueva publicación —siempre luciendo palmito—, la profusa manifestación de baboseo es tal, que se masturba hasta combustionar en un intenso y torrencial orgasmo.

    Retrasada 3.0 abomina de la cosificación sexual de la mujer, aunque muchas la tachen de incoherente por el uso que hace de las redes. Qué sabrán esas envidiosas, gordas y feas, atrapadas en sus vidas llenas de infelicidad y vacías de sexo, que jamás conocerán la sensación de endiosamiento, de sentirse deseadas y, mucho menos, de tener a su merced una polla palpitante y venosa dispuesta a vaciarse de amor y sabiduría

    Qué sabrán las muy frustradas a no ser que paguen por ello, claro.

    Retrasada 3.0, no obstante, sabe del buenismo imperante en la sociedad de los últimos tiempos, y por eso tales sentimientos nunca van más allá de su fuero interno. Se trata de seguir gastando impostura como una oveja más del gran rebaño, para así conservar su trabajo y evitar que la señale el tribunal ciudadano de la moralina.    

    Por otro lado, está tan sensibilizada por las malas artes seculares del patriarcado, que es una abanderada del feminismo de nuevo cuño. Ese tan hirviente y recalcitrante que parece desear más venganza que igualdad; que desconoce por qué el 8M es el Día Internacional de la Mujer, y es incapaz de nombrar a una sola de las muchas sufragistas que lucharon por la realización del voto femenino.

    Pero a ti que no te conoce, hombrecito, sabrá decirte lo malo que eres y puedes llegar a ser. 

     Retrasada 3.0, cuando anda por la calle o por donde sea, lo hace como si estuviera en una pasarela ante la mirada crítica de Donatella Versace. Vestida con ropa sicalíptica, no pierde detalle de su reflejo en los escaparates, ni de las miradas pornográficas que despierta a su paso. Sobre todo, las de esos viejos, gordos y feos de pollas arrugadas, que ya se cuidarán de piropearla y que nunca en sus patriarcales vidas de macho accederán a su carne de hembra dionisíaca.

    Por supuesto, Retrasada 3.0 no acepta la compañía de cualquiera, salvo la de tres amiguitas sacadas del mismo molde cuando, por ejemplo, va a la discoteca. Maremagno ritual por el que siente especial predilección, pues allí reina incontestable por encima de las ambigüedades y pulsiones.

    Hoy, la noche es un preludio de posibilidades aleatorias. Hoy, Retrasada 3.0 presiente una potente vibración en el universo de su narcisismo.

    Hoy, en la sede del estrépito y la confusión, Retrasada 3.0 conoce a...



8/6/23

246. Resonancia

    Hace poco me volvió a suceder.

    Por más que pasa el tiempo, siguen haciéndome mucha gracia esas personas que afirman que les gusta todo tipo de música. Claro está, eso lo dicen porque todavía no han escuchado la que hay en mi disco duro externo. Cuando les replicas eso, insisten en escucharla y las expresiones que adoptan, durante y al final de la audición, son como terremotos destruyendo sus supuestos mundos melómanos.  

    Algunas de esas personas disimulan su incredulidad ante la existencia de lo escuchado, y otras no ocultan el desagrado que les ha producido. Entonces, llega el sumun de la gilipollez, cuando muchas de ellas se reafirman en que les gusta toda la música, menos la que me gusta a mí, porque la mía no lo es, jajajaja.

    Esto no va de tener razón, ni mucho menos. Yo no espero —y ni falta que hace— que a toda esa gente les guste la música que abunda en mi blog, por ejemplo. Y eso no es contraproducente con que les pueda gustar un estilo en concreto o varios. Todos, no es creíble. Los que dicen que escuchan de todo, a la hora de la verdad no escuchan de nada. Sin ir más lejos, yo no trago al puto Bruce Springsteen, a los Radiohead de los cojones, a la jodida Rosalía, o al Bad Bunny del copón, y no por eso negaré que es música.

    Así que como a esas personas resulta que les gusta toda la música existente y encima se lo creen, de parte de mi más sincera simpatía, que gocen de este videoclip con los ojos en la mano y los oídos rezumando sangre.


 

5/6/23

245. Ciclo perpetuo

    Me traen cierta calma de espíritu los días primerizos de junio. Tibios, de atardeceres cromáticos de intensidad decreciente. Debe ser porque anteceden al verano y a mí me gusta el verano. 

    Desde el balcón en el que estoy, veo el gran hospital, contrastado en un horizonte de minio en la zona sudoeste de la ciudad. El sol, débil a estas horas, se multiplica por cientos en las cristaleras de las habitaciones blancas. Silenciosas receptoras de sufrimiento, llanto y negligencias veladas, que siembran de mentiras un camino prematuro al filo de la guadaña. Quizá por medios técnicos insuficientes; puede que por una titulación que acredita una valía inexistente.

    El monumento a la enfermedad, ese en el que la mayoría nacemos, seguirá donde siempre a nuestro regreso, y nos recibirá sin emoción alguna, como los futuros huéspedes de paso que somos; como la antesala al cementerio que es. El sol perece entre la irritación de nubes tormentosas cada vez más próximas, y las primeras gotas, frescas de vida, llegan con el aullido del viento y el crepúsculo se colorea de gris y azul marino. 

     Al día siguiente, temprano, ese mismo rango cromático, ley fija inalterable, aparecerá invertido por el extremo opuesto del cielo, ahora ya oscuro, en ese ciclo perpetuo de mañanas que serán tardes para ser noches.

    Así por siempre, mientras envejecemos y la muerte nos ronda.



1/6/23

244. Nada nuevo bajo el sol

    No hay modo, joder, no hay modo. 

    Recién celebradas las elecciones municipales y autonómicas, surgen al respecto los análisis de bar, que son como los que se dan en el hogar, sin censuras ni filtros, y nada diferentes de los debates preelectorales, televisados y radiados, que devienen en pura bilis. Cuando no, en bilis disfrazada de corrección política. Pero desde hace tiempo ya no engañan a nadie, ni votantes ni votados. Para soportarlo, pienso en agotar toda la droga dura legal del bar en el que me encuentro, pero me remuevo en mi asiento, y defeco desde mis adentros en varias cosas sagradas de esta tierra de falso laicismo.

    Beodos y sobrios de las dos Españas (tenías razón, Machado) siguen con las heridas abiertas. De hecho, creo que ya no hay modo alguno de que cicatricen, por demasiado profundas y gangrenadas; demasiado tiempo desatendidas. Y cuánto saben de todo estos rojos y azules con corbata, ganen o pierdan; de Historia, de economía... Lo mismo que sus voceros llanos, aunque a algunos aún les tengas que explicar la diferencia entre abstencionista y abstencionario. Lo de apolítico lo pillan de refilón si se esfuerzan. 

    Y qué poco sabemos, por no decir nada, los que no estamos en ese bucle bipartidista tan viciado y cerril, que parece se va a perpetuar hasta la paz del estiércol. Como para decirles que entre unos y otros siguen haciendo de esta tierra un puto país de cabreros.

    No hay modo, hostia, no hay modo.



29/5/23

243. La discoteca

    La discoteca, hostia, la discoteca.

    Los pertenecientes al servicio de acceso y seguridad, son antropoides de gimnasio que no llegaron a entrar en el cuerpo de policía. De ahí su frustración y sus fulminantes miradas de reojo sin mover el cuello, a no ser que seas el camello o una chica. Tienen la orden de gestionar el aforo mediante la discriminación positiva respecto a ellas: un setenta por ciento de tías y un treinta por ciento de tíos. O el sesenta-cuarenta; nunca al revés.

    La sala no se hace responsable de la pérdida o deterioro de tus objetos personales, así como del abrigo que puedas dejar en el guardarropa, con previo depósito monetario, en manos de dos chicas deseables que con fingida amabilidad tratarán de que no se les note el asco en la cara.

    Y las camareras, ah, las camareras. Qué casualidad que todas son jóvenes y atractivas como las del guardarropa. No esperes retozar con alguna de ellas, porque rinden fidelidad a la metanfetamina para aguantar el desgaste de servir copas durante toda la noche, a turbas de oligofrénicos sin gracia que las hacen objeto de bochornosa pleitesía.

   Y las gogós, ah, las gogós. Están unos peldaños por encima de las camareras en cuanto a atractivo físico. Han cultivado el cuerpo pero han descuidado el cerebro. El vulgo masculino las devora con un brillo de deseo contenido en la mirada. Ellas, engañadas por el mismo tipo que les consiguió el trabajo, se contonean con gran carga erótica y entrega, esperando la oportunidad de algún día ser estrellas. Aunque la gran mayoría acaben siendo estrellas del porno o de nada.

    Y el pinchadiscos, ah, el pinchadiscos. Es el cura de la ceremonia. El que controla a su antojo el estado anímico de la concurrencia, a través del altavoz y en base a su gusto musical, que es equivalente a un vaso rebosante de zumo de lepra.    

    ¿Y quién es ese fenómeno? Es el más fantástico bailarín que verás en tu vida. Un prodigio de la Naturaleza que parece dividirse en cuatro o cinco cada vez que desata su inservible talento por toda la pista. Siempre está pendiente de las sonrojantes novedades de las radiofórmulas, y por eso se conoce todas las putas canciones —incluso aquellas que todavía están por grabar.

   Y el camello, ah, el camello. El dios indiscutible de la gran comunión discotequera. Un auténtico profesional que no duda en subir los precios de su material a medida que avanza la noche. Siempre clandestino, entre bastidores, desplazándose como una sombra entre claroscuros, receptivo al adicto. Jamás se te acerca, pero para el consumidor se muestra siempre accesible. Tu pobreza de espíritu hará el resto y él te proporcionará toda sensación que creas necesitar.

    Y el baboso común, ah, el baboso común. Que bebe en exceso y va dando tumbos, marcando las lindes de la disco sin llegar a caerse. Cual zombi invidente, se choca y deja resbalar sus sudorosas manos por las zonas excitables del cuerpo de las féminas, hasta que al final es reducido por los simios musculados de seguridad.

    Y el dueño del local, ah, el dueño del local. Ese tipo importante al que nunca verás ni conocerás, porque está haciendo negocios turbios con el alcalde y sobornando al comisario de policía.

    La discoteca, joder, la discoteca.




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