28/12/23

304. Fin de año

    A 2023 le quedaban cuatro pulsaciones de vida y nosotros estábamos a cuatro días de estar un año más cerca de la muerte. Muchos ya no teníamos veinte, treinta, ni cuarenta años, y ya habíamos vivido más tiempo del que nos quedaba. De momento la Tierra seguía sin engullirnos, los océanos no irrumpían en nuestro salón, el cielo no se nos caía encima y a ningún dios le parecía importar que existiéramos.

    En fin: simples menudencias existenciales que no perturbaban a nadie. También habíamos superado el primero de los tres rituales de paso y la ciudad seguía convulsionada por la proximidad del segundo. La ola de frío había remitido, el sol brillaba con intensidad mortecina y los indigentes eran expulsados de los refugios oficiales, pues la temperatura era superior a cero.

    Estábamos entrando, como en Nochebuena, en el obligado estado de ebriedad colectiva. No obstante, algunos aún nos resistíamos a esos convencionalismos de vodevil, y sonreíamos tranquilos bajo el entramado lumínico de las calles mientras lo poco que quedaba de cordura se derrumbaba a nuestro alrededor. Joder, lo importante era mantenerse con vida en medio del caos.

    Sobrevivir anclados en nuestro suelo de bloque de viviendas también era una buena opción, y desde el balcón en el que Santa Claus-niño se balanceaba colgado del cuello, desafiar los ritmos de destrucción, insonorizarse del creciente número de gilipolleces que se emitirían en televisión las próximas horas, y abanderar la queja por vicio tan de occidente y de países desarrollados, porque el apocalipsis sucedía en lugares lejanos.

    Pero claro, nadie sabe cuándo la maquinaria acabará por pararse, o cuándo llegará la desgracia imprevista, el accidente impredecible, la enfermedad y todos esos horrores tan reales y omnipresentes. Los cabalistas siguen sin saber descifrar el misterioso significado de los números, pero seguro que el año entrante lleva escrito en cada uno de sus dígitos el principio de nuevas vidas y el fin de otras tantas. 

    Quién sabe si la tuya o la mía.



25/12/23

303. Canción agradecida

    La canción agradecida llega hasta el calor de vuestros hogares sin problemas de estreñimiento y con la mayor sinceridad. Para que podáis cantarla a coro con vuestras familias entorno a la mesa en este día tan especial. Unámonos a pesar de la distancia y cantemos en gran hermandad.



21/12/23

302. Sinhogarismo

   Quién arropará a los sin techo cuando el frío cortante de la noche los encuentre en la suciedad de los callejones. Cuando sea la muerte helada la que se abra paso en la desesperanza de los suburbios, entre la herrumbre y las agujas hipodérmicas de veneno.

    Quién compartirá mesa con los sin techo cuando se den un gran banquete con los desechos hurgados en los apestosos contenedores de basura global. Quién brindará con ellos cuando beban hasta emborracharse de locura y suicidio, porque la prontitud de la muerte es lo único que pueden celebrar. 

    Quién los abrazará en lugar de esquivarlos cuando estén apiñados en las escaleras de la entrada del metro para darse calor. Quién irá a visitarlos con buenos deseos cuando estén acurrucados bajo el cobijo inútil de los cartones porque el albergue estaba lleno.

    Quién los llorará cuando yazcan en un ataúd anónimo, junto con los restos de aquellos que tuvieron mejor vida y creían saber algo del dolor. Quién se acordará de ellos en este mes tan maravilloso de amor, paz y alegría.

   


18/12/23

301. El loco

    La ciudad en la que vivía el loco estaba siendo bombardeada con publicidad navideña desde mediados de noviembre. Para contrarrestar la contaminación acústica de los villancicos de su entorno, el loco subía el volumen de su música y de paso se abstraía de la gran maniobra de distracción en la que estábamos inmersos. El loco seguía convencido de que la Navidad era un gran espectáculo superpuesto, ideado para que la realidad quedara relegada a un plano muy remoto y complicado.

    El loco bajó a la calle, giró sobre sí mismo y observó que en tres de cada cinco balcones trepaba un Papá Noel inanimado. Así que como siempre por estas fechas, vistió de Papá Noel a su última víctima del año para contribuir a la tradición. Los viandantes nunca apreciaban nada fuera de lo común. Como mucho comentaban entre risas que pocos regalos dejaría en casa ese pobre Papá Noel estando colgado del cuello. Así de estúpida era la Navidad, pensaba el loco, mientras sonreía tras las cristaleras de su balcón y el año se precipitaba a su fin con otro niño menos en la ciudad.


14/12/23

300. Paseando al perro

    Como cada mañana, Cañardo, inquieto de naturaleza y de apretones estomacales centrifugados, espera ansioso su paseo crepuscular. Su mirada, aunque canina, deja entrever una inexplicable humanidad y la nada. Y por consiguiente la misma opacidad que percibo en el noventa por ciento de mi entorno social y en el cien por cien de la casta política. 

    Por otra parte, tan singular sabueso carece de gustos sofisticados: le basta con comer a deshora y dislocar el hombro de Eufrasio, su dueño, cuando arranca de su posición para olfatear los esfínteres de otros canes. En los momentos de sosiego, Cañardo orina en lugares inaccesibles para el humano, se lame el escroto con fruición y ladra a los vehículos con rotativos luminosos y a los pizzeros motorizados.

    Esta mañana, Eufrasio y yo nos miramos y ratificamos que Cañardo, que también nos mira intuyendo nuestra debilidad, va a utilizar todo su repertorio. De modo que nos pertrechamos con todo el equipo de supervivencia, consistente en un látigo, un collar asfixiante, un puño americano y una bolsa de plástico ignífugo XXL, puesto que el chucho no sólo depone en lugares indebidos, sino que sus heces son del tamaño de la rueda de un tractor. 

    También ropa cómoda y adecuada para la lucha de especies: un gorro de invierno cuya palabra estampada no es otra que la amigable y universal motherfucker; una gastada sudadera en la que apenas se aprecia la portada de un disco de Anthrax del 83; una chupa de cuero parcheada con logotipos de grupos de metal que mire por donde se mire parece el cartel del Hellfest; unos tejanos con más kilómetros de rodaje en la lavadora que el nardo de tito Siffredi en el porno, y unas botas de recio cuero por si hay que patearle el costillar o la huevada.

    Así pues, vamos los tres transitando la calle bajo un desapacible cielo invernal, cuando de súbito, los noventa y tres kilos de Cañardo esprintan hacia una farola cuya base está bautizada con meadas añejas y recientes. En tan enérgica acción derriba a Eufrasio que a su vez me derriba a mí, y ambos aterrizamos en una acera moteada de chicles y escoria diversa. Mientras recobramos la compostura y  Cañardo olisquea, haciendo footing aparece nuestra vecina Preciliana, una hippie recauchutada de cincuenta y siete años de edad reconvertida a profesora de yoga.

    —¡Anda, si son dos tontos muy tontos! ¿Qué pasa? ¿Las nueve de la mañana y ya vais cocidos?
    —No. Estamos paseando al perro y nos ha tirado —contestamos al unísono mientras nos ponemos de pie.
    —¡Mira que bien! Y yo que me pensaba que era un Tiranosaurio Rex —bromea Preciliana desde una distancia prudente y corriendo sin moverse, sabedora de la destructiva efusividad de Cañardo.
    —Cuidado con lo que dices, Preciliana, no vaya a ser que Cañardo te quiera dar un lametón y te joda los chacras —contesta Eufrasio sonriendo mientras sujeta las riendas que Cañardo tironea con ahínco.
    —¡Ni se os ocurra tirarme esa cosa encima, mamones! —exclama Preciliana reanudando su carrera matinal.

    Al tiempo que Preciliana se aleja, Cañardo contrae los cuartos traseros, deja caer la lengua a un lado y un hedor denso como el ectoplasma obtura nuestras fosas nasales. Eufrasio y yo miramos escalofriados, pues la ciclópea cagada de nuestro querido cánido presenta la consistencia del hormigón armado y los vapores mefíticos del más rusiente Averno. En un gesto de acostumbrada resignación recogemos la titánica deposición, sabedores de que el hedor que desprende persistirá largo tiempo en nuestros ropajes. 

    Acabado nuestro acto de civismo en pro de la higiene pública, continuamos el paseo por la parte céntrica de la ciudad, que a esas horas de la mañana ya respira a todo pulmón ofreciendo una bullente actividad. Al cabo de varios metros nos encontramos con el antagonista de Eufrasio y Cañardo: un anciano de rasgos similares a los de Saruman, que pasea algo parecido a una barrica peluda. Dicha criatura, en consonancia con el caminar de su dueño, que se mueve a la velocidad de lo inanimado, avanza por instinto un nanosegundo por encima de la velocidad de su amo, sacándole así tres metros de ventaja merced a la correa extensible y al paso de los años.

    Cada vez que nos cruzamos con el abuelo y su barrica peluda, los tres metros de nailon suponen un arma de destrucción masiva. Eufrasio y yo ignoramos el atractivo animal que despierta en Cañardo la presencia del ponzoñoso ser que pasea el anciano. El caso es que Cañardo, cegado por sus feromonas o por una ambigua homosexualidad gerontofílica, arremete vigoroso contra esas dos formas de vida que se mueven en ultralentitud, y se enreda de nuevo en los tres metros fatídicos de nailon. 

    El viejo y su criatura peluda permanecen inmóviles como si estuvieran atrapados en un fotograma congelado de Matrix (1999). Eufrasio abre con cautela los dedos del viejo y yo cojo la correa y la libero. El anciano parece disecado y no parpadea. Comienzo a desenredar las correas de los canes con el pulso firme. No así como mis orbiculares que vibran incontrolados. Entretanto Preciliana vuelve a aparecer con su deportivo trote y sin detenerse nos obsequia su dedo medio y una sonrisa dentífrica. A su vez Cañardo aúlla y Eufrasio y yo nos miramos horrorizados: ese sonido es la señal previa a la monta. Cañardo se dispone a solazarse con el pobre bicho, que al igual que su amo se encuentra en estado vegetativo.

    Mi amigo y yo nunca hemos sido partidarios de la necrofilia con el propio sexo, por lo que nos apresuramos en el desenredado del correaje para liberar a Cañardo, y de paso salvar la retaguardia de la barrica peluda. Después continuamos nuestro camino y dejamos atrás las siluetas inanimadas del viejo y su cuadrúpedo, mientras que Cañardo, sabedor de que ha vuelto a ganar, nos mira sonriente y satisfecho.


    P.S.: Cabe aclarar que la expresión «patearle el costillar o la huevada» es la única parte del relato que corresponde a la ficción, así como la tenencia y uso de utensilios denominados puño americano, látigo y collar asfixiante. 


    P.P.S.: Cañardo es un mastín español perfectamente socializado que no humanizado, que desde el minuto uno de su nacimiento se le han dispensado —y dispensan— todas las atenciones y estímulos pertinentes según su genotipo y fenotipo. 

    P.P.P.S.: Si tú eres de aquellos que no sabes ni el perro que tienes y lo que querías era un animalito que no te diera trabajo, haber adoptado un virus, que hasta hace poco estaba de moda.


11/12/23

299. Cenas de empresa

    Aunque comimos y bebimos también hubo despliegue de corte y confección sin comerlo ni beberlo. 

    El que tenía a mi izquierda puso verde al de la esquina derecha de la mesa. Y el que tenía a mi derecha puso de vuelta y media al de la esquina izquierda. De los tres que estaban frente a mí, el de la derecha puso a parir al de mi izquierda. Y el de la izquierda puso como un trapo al de mi derecha. De igual modo, el que estaba en la esquina izquierda de la mesa echó pestes del que yo tenía enfrente. Y el que estaba en la esquina derecha me puso a mí a caer de un burro.

    Entre el resto de comensales de las otras mesas percibí las mismas posibilidades aleatorias de despelleje. Los modistas y sastres allí presentes ejercieron su dominio de la alta costura desde los entrantes hasta el pago en la caja registradora. Las puntadas se abrieron paso entre las risas y los brindis, nos vistieron con las peores galas, y el que más y el que menos salió del restaurante —eso sí— con un traje gratis echo a medida. 

    Incluso los que no estuvieron.



7/12/23

298. Ciudad podrida

     Ya es diciembre en la ciudad. Por ella repta un humo azulado que se cuela por todas las rendijas hasta llegar a nuestras entrañas con un leve hedor a podrido. Quizá provenga de las fogatas de los arrabales. Entorno a ellas se congregan, encogidos, los habitantes de las chabolas para contrarrestar la mordida del frío. 

    En la ciudad también hay trenes de cercanías que circulan vacíos en la hora de las brujas. Atascos donde cientos de monstruos de hierro aúllan de ira y nos escupen su aliento mortal. Y semáforos en rojo que iluminan el rostro inanimado de los olvidados, porque aunque no los veamos también figuran en este escenario moribundo.

    Tampoco crecen flores en la ciudad, porque sus cimientos se pudrieron de tanta frustración que se arrastra por las alcantarillas. Tan sólo miedo susurrando en los parques y aceras salpicadas de sangre a plena luz del día. Y disparos y alaridos a medianoche que nos recuerdan que no existe lugar seguro. 

    Pero tenemos tecnología, torres de telefonía móvil y alta tensión. Y cementerios, sanatorios y hospitales donde los cuerdos y los locos nos encontramos, porque todos tenemos algo que perder. Porque sólo cuando el colapso es absoluto se percibe la ausencia de todo. 

    En fin, que no me he ido de puente. 



4/12/23

297. Petronila se las ingenia

    Petronila, como todo ser humano normal, era presa de irresistibles apetencias sexuales. Pero la última ramera del mundo había muerto y ella era más fea que el contenido del pendrive de un pederasta. Tan sólo los animales se acercaban a ella —y no todos—, mientras que los humanos ni siquiera osaban tocarla con un puntero láser.

    Ella no tenía inconveniente alguno en reconocerse como el antónimo personificado más superlativo de la belleza, pero de nuevo debía recurrir al onanismo para poder orgasmar, y ya no le bastaba con la sobrada habilidad de sus dedos. Además, era domingo, y todo el centenar de engendros masturbatorios que utilizaba para tal fin se habían quedado sin pilas, y el establecimiento más cercano donde poder comprarlas estaba a kilómetros de distancia.

    Pero como es bien sabido, la necesidad agudiza el ingenio y este no está reñido con la fealdad. Petronila desempolvo su viejo Nokia 3310 y lo enchufó a la toma de corriente. Cuando estuvo cargado lo  embutió en un guante de látex embadurnado con lubricante acuoso de alta calidad, y se lo introdujo en el coño. Luego cogió el teléfono supletorio y empezó a llamarse así misma una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez.

    Una y otra vez se llamó Petronila así misma, con la obsesión enfermiza de quien derrocha liquidez en las líneas eróticas, hasta que el placer multiorgásmico la convulsionó con salvajismo y la vació en torrenciales oleadas eyaculatorias. Entonces, llena de satisfacción y con un brillo mágico en la mirada, Petronila fue recuperando la compostura y bendijo a Antonio Meucci y a las compañías de telefonía móvil.




    

30/11/23

296. La última ramera del mundo

    La última ramera del mundo murió anoche en soledad, cuando fumaba cigarrillos sin filtro junto a las cortinas rojas del reservado. Al igual que su juventud, su tiempo se había acabado pero hablaría por ella en los más lejanos confines, porque no sólo se entregó por igual y con veracidad hasta el último día de su larga vida, sino que también amó sin impostura a todos y cada uno de los seres que por necesidad compraron sus servicios.

    La última ramera del mundo fue la única oportunidad de experimentar el placer carnal más allá del onanismo, que tuvieron hombres y mujeres de razas y edades diversas, cuyo aspecto facial y anatómico causaba rechazo en el grueso de la sociedad neurotípica y bien parecida. De modo que los hijos e hijas de la fealdad extrema y moderada, tras un desembolso monetario más simbólico que económico, también conocieron las virtudes del apareamiento venéreo.

    Pero la última ramera del mundo murió anoche, y todos los cuerpos indeseados, siempre en constante devaluación, de nuevo fueron repudiados. Meros envoltorios de piel poco o nada agraciados, condenados para siempre a la orfandad de la carne.

    Había muerto la última ramera del mundo, joder.



27/11/23

295. En tierra de nadie

    Apenas me reconozco cuando por obligación tengo que realizar todo aquello que aborrezco, y en el proceso no reventar en mil pedazos de la ira. Sigo sin entender mi afán por entenderlo todo, y a veces me pregunto qué carajo es esa pastosidad anaranjada de las albóndigas enlatadas. 

    Todo me parece cotidiano y vulgar cuando ruge el retrete al pulsar el botón cromado. A ratos me gusta y a ratos me disgusta. Y ahí me quedo de pie con los calzoncillos en el azulejo, taciturno, en un estúpido sentimiento de ambivalencia hasta que me invaden las preguntas. ¿Cómo crear de esta suerte grandes cosas? ¿O escribir algo digno de ser leído? ¿Cómo creerse alguien en este vodevil si cada mañana, ante el espejo, me dan ganas de abofetearme y de prenderos fuego? 

    Me aburren los trovadores de esta edad contemporánea y me apenan los eruditos de medio día que se emborrachan con la séptima cerveza. Hace ni se sabe que no digiero a los que reparten el pan y los peces sin probarlos antes de endosarlos a media ciudad. Por eso siempre trataré de que mi modesta presencia sea el origen más hirviente y primitivo de su irritabilidad. Aun a riesgo de quemar los pies de tanto que habré de correr, o acabando con los pies por delante.
 
    Ya no soy un ser humano, sino un Playmobil articulado que ya agotó todas sus expresiones. Tú también aunque lo niegues. Aunque te resistas a desmoronar de un soplido el palacio de naipes sobre el que te exhibes con orgullo cada vez que te abandona la lucidez, si es que alguna vez la tuviste. 

    Mañana saldremos a la calle con una sonrisa cómplice que trataremos de cruzarnos. Nos encontraremos rodeados de multitud y nuestros pecados seguirán mudos e inadvertidos. Nos saludaremos, quién sabe si con una mirada o un par de besos, pero será de verdad. Y coincidiremos en que el cortejo y el protocolo son absurdos preliminares que anulan lo trascendental de la fricción genital, tan rítmica, húmeda y pertinaz. De modo que follaremos sin contemplaciones, para luego acabado el baile embriagarnos con el cava más caro. 

    Iremos a bares donde el último trago siempre es el siguiente, y comeremos sin dejar de mirarnos y no nos parecerá incómodo. Despertará esa musiquita de nuestra infancia que viene de algún rincón olvidado de nuestros corazones, y sonará a culminación y sinergia. Y después seguiremos retozando en el filo de la catástrofe hasta que nos cansemos y acabemos en comisaría, allí donde la arrogancia va armada y siempre cree tener razón.

    Y nos atropellaremos en mil y una explicaciones que resultarán inútiles porque la ley nunca va a creernos. Sólo entonces, querida desconocida, todo quedará dicho y justo al límite de nuestras fuerzas saltaremos al abismo cogidos de la mano.




23/11/23

294. Causa y efecto

    Supongo que nuestros mayores nos educaron en función de unas directrices de corrección política. Nos dijeron que robar y mentir son asuntos de malas gentes y que la ostentación y la vanidad son de mal gusto. También nos explicaron que la ignorancia es atrevida y que ser un cenutrio iletrado no conduce a ninguna parte. Nos enseñaron que no importa el color de las personas y que el respeto ha de ser algo recíproco. Y que no tenemos que abundar en la molicie y la estulticia. Nos contaron que matar era el más terrible de los pecados.

    No sé si han hecho un buen trabajo.

    Nos movemos entre la casualidad y la causalidad, y entre esas dos variantes ocurre todo. La combinación de circunstancias imprevisibles e inevitables, o el principio según el cual nada puede existir sin una causa suficiente. No sé si hay alguna diferencia al respecto. Soy bastante profano en el tema y tampoco me interesa. Pero a fin de cuentas creo que ambos conceptos tienen una explicación basada en la percepción de ciencias o creencias muy susceptibles al debate.

    En función del reciente resultado electoral a la presidencia de Argentina, he recordado la inesperada muerte del fiscal Alberto Nisman, cuatro días después de que denunciara a la presidenta de Argentina de aquel entonces, Cristina Fernández y a otros funcionarios afines, por el encubrimiento de los terroristas iraníes acusados de perpetrar un atentado contra la AMIA en 1994. 

    Alberto, una vez hecha la denuncia, iba a exponerla (con pruebas y demás) ante la Comisión de Legislación Penal. Pero no pudo hacerlo, puesto que horas antes de la comparecencia lo encontraron en su departamento con un balazo en la sesera. El ministro iraní de Exteriores afirmó que el señor Nisman se había suicidado —cómo no—, pero investigaciones posteriores demostraron todo lo contrario. Mientras, Cristina Fernández consiguió esquivar la gran bola de mierda que se le venía encima.    

    ¿Casualidad o causalidad?

    Ahora, como es bien sabido, el presidente de Argentina es el delirante subhumano de la motosierra. Pero al menos no engaña como Cristina: lo ves venir de lejos.



20/11/23

293. De origen vegetal, con semillas

    Hay momentos en la vida de todo ser humano en los que hay que elegir. Decisiones trascendentales que determinan el rumbo de tu existencia. Decisiones que te definen y hablan por ti. Hay momentos en los que hay que decantarse por ricos nutrientes tales como ¿chirimoya o papaya? ¿Nueces o avellanas? ¿Pera o manzana? ¿Mandarina o naranja? ¿Melón o sandía? ¿Cerezas o fresas? ¿Plátano o piña? ¿Kiwi o melocotón? 

    No te alimentes sólo de carne y mierda procesada. Por una vida sana y equilibrada, sé tú también un hijo de fruta.



16/11/23

292. La criatura

    Las personas de ciencia que formábamos la expedición —cinco hombres y dos mujeres— nunca habíamos visto nada igual. La existencia de semejante criatura suponía un descubrimiento sin precedentes, con lo cual no bastaba un simple documental para atestiguarlo. Aquella cosa tenía un gran potencial y decidimos estudiarla a fondo. Y aunque no manifestaba ningún tipo de hostilidad, cumplimos con el protocolo de seguridad: disparamos nuestros rifles anestésicos contra ella y la capturamos. 

    A continuación la trasladamos a las instalaciones gubernamentales pertinentes. Allí disponíamos de todo el instrumental necesario para nuestra investigación. El ejemplar poseía una altura de 239 cm y un peso de 143 kilos. Ambos valores se reflejaban en su tremenda musculatura, preñada de innumerables cicatrices, suponemos que debidas a la convivencia en estado salvaje con el resto de especies conocidas. Pese a su apariencia humana masculina, el espécimen presentaba una protuberante deformidad craneofacial, que se extendía hasta los hombros como una grotesca escafandra. 

    Aquel engendro era aterrador y fascinante a partes iguales. Después de las mediciones anatómicas, la sorpresa llegó cuando superó de modo favorable todas las pruebas objetivas de razonamiento lógico no verbal. Observamos ahí una posibilidad real de entendimiento, y decidimos explotar esa vía de experimentación. A los diez meses ya sabíamos interpretar con acierto las diversas inflexiones guturales que producía la criatura, según el estímulo visual que le planteáramos. Tan solo faltaban por pulir algunos detalles, pero lo habíamos conseguido: podíamos comunicarnos. 

    En aquel punto del proyecto el estudio tendría que haber finalizado. Pero el resto del equipo quiso ir más lejos. Por supuesto, me opuse con gran rotundidad, e incluso amenacé con denunciar a las más altas instancias el incumplimiento del contrato. Incrédula de mí, fueron esas mismas instancias las que me apartaron del programa y me relevaron de mis funciones. Había sido engañada, y no pude más que observar, con absoluta impotencia, cómo la capacidad de resistencia de la criatura, al frío, al calor y al dolor, era puesta a prueba en un sinfín de prácticas nada éticas y despreciables. Así como la respuesta de su sistema inmunológico a toda variante de inoculaciones.

    Jamás pensé que sería testigo de algo así, y si eso también era ciencia, yo nunca formaría parte. Tenía pensado liberar a la criatura del modo que fuera, pero no hubo necesidad. Una semana antes de su presentación ante el gabinete científico de financiación, el resto del equipo decidió hacer un simulacro de la misma. La criatura, una vez fuera de la cabina de seguridad, fue colocada en medio del laboratorio ante una cámara de filmación. Sus manos estaban unidas por un grueso par de grilletes que parecían indestructibles. Entonces, cuando el led de la cámara se iluminó, se desató la barbarie. 

    No voy a describirles lo que vino después. Para eso tienen el documento videográfico que rescaté de la cámara y que adjunto al final del informe. Aquella cosa, fuera de sí por primera vez, acabó con todo el equipo en poco menos de cinco minutos, y convirtió el laboratorio en un matadero. Por razones obvias a mí me dejó con vida. Ahora, y aunque no me lo han preguntado, pienso que aquella cosa se dejó atrapar y que pudo haber acabo con todo mucho antes. Quizá, al igual que nosotros, sólo quería aprender. Pero no se lo han puesto fácil, ¿no creen?

   Después de ajustar cuentas, la criatura escapó de las instalaciones sin complicación alguna. Destrozó el enrejado de la ventana como si fuera papel. Tomó carrerilla y atravesó el cristal blindado sin importarle los doce metros de altura que la separaban del suelo. Luego corrió hacia la espesura a una velocidad como nunca he visto en ningún otro ser vivo. Regresó a su casa, ¿entienden? Al hogar del que nunca tendríamos que haberla sacado. ¿Y saben otra cosa? Ese engendro demostró mucha más humanidad de la que hicieron gala mis colegas durante todo el proyecto. Lo apresamos con la intención de enseñarle unas cuantas cosas, y ha sido él quien nos ha dado una lección.

    —Y bien, doctora Hepola, ¿está segura de que no tiene nada más que contarnos?
    —No, caballeros. Esto es lo máximo que van a sacar de mí y mi informe. Aquí tienen mi dimisión.



13/11/23

291. En los altos barrios y en los barrios bajos

    Yo hice algunos trabajos en esas grandes casas de los altos barrios. Allí el sol siempre brilla y el cielo es azul, y nunca hay suciedad ni malos olores. Los ricachones salen a regar el césped cuando le han dado el día libre al servicio. A veces también salen montados en sus cochazos, o bien a correr a pie o en bicicleta. Alguno de ellos incluso con escolta. 

    Casi nunca hay polis patrullando, ¿te lo puedes creer? Quiero decir que de vez en cuando un par de ellos asoman la jeta, saludan al contribuyente con un cordial gesto de cabeza y se largan. Nunca pasa nada en esos sitios. Aunque estoy seguro de que a la primera llamada telefónica acudirían de inmediato con toda la artillería. Créeme, si yo hubiera nacido en un sitio así nunca querría irme. 

    Pero mira dónde estamos. Todo apesta y no parece que estemos bajo el mismo sol ni el mismo cielo que ellos, ¿entiendes lo que quiero decir? ¿Por qué crees que la poli nunca viene aquí a saludar con todo lo que hacemos, eh? Te lo voy a decir, joder. Porque trabajamos para los mismos peces gordos que ellos, ¿entiendes? Sólo que en la otra cara de la moneda. 

    Verás, acércate y mira a esos niños de ahí, ¿los ves? Están jugando en el sitio donde frieron a aquel par de polis hace una semana. Aquel par de cabrones se lo merecían, créeme. Llevaban pintada en la cara las ganas de jodernos. Creían que nos estaban vigilando pero era el barrio quien los vigilaba a ellos. Así es la vida en este puto estercolero si no quieres volverte loco. 

    Sí, chaval, yo era como esos niños de ahí. Mierda, no tenía ni puta idea de lo que estaba pasando. Y cuando lo haces ya es demasiado tarde para escapar de aquí. Bien, ¿tienes tu arma a punto? ¿Estás listo para tu primer día en el negocio? Pues vamos. Hay que mover la puta mercancía y se está haciendo tarde. 



9/11/23

290. La librería del extrarradio

    Caminaba sin rumbo por una zona desconocida del extrarradio, cuando me encontré ante un muro de enredaderas que cubrían la fachada de una librería de apariencia vetusta. Las letras góticas que custodiaban la entrada decían: El Reposo de los Libros Perdidos y Olvidados. Me sentí atraído de inmediato y decidí entrar. Tan pronto empujé la puerta arqueada de madera maciza, un aguijonazo de electricidad estática me sacudió la mano. Maldije por lo bajo y miré a través de las cristaleras que había a un lado y a otro de la misma, pero no vi más que oscuridad. Y justo cuando me di la vuelta para largarme, la puerta se abrió con un lamento. 

    Lo primero que sentí al traspasar el umbral fue un fuerte olor a podrido. Daba la impresión de que alguna tubería de residuos había reventado allí dentro. Mi estómago acusó la náusea olfativa con entereza acostumbrada, ya que era muy similar a la que emana de la sociedad actual. Lo siguiente que experimenté fue intranquilidad. Aquel sitio estaba desierto. No había nadie en el mostrador de cobro, ni en los numerosos pasillos que discurrían lustrosos por entre los cientos de estanterías. Tampoco en los silenciosos palcos que desaparecían en la alta negrura del techo abovedado. No había nadie salvo yo, en aquella estancia mucho más enorme de lo que parecía desde el exterior.  

    La puerta se cerró a mis espaldas con un suave chasquido, aunque a mí me pareció la detonación de un obús. Cuando tuve el corazón donde corresponde, fui adentrándome con recelo y lentitud en aquella gran solemnidad rectangular, alumbrada con timidez por un sinfín de pequeñas luces ambarinas que se perdían en la distancia. De pronto empezó a sonar a volumen ambiental una música añeja cargada de parásitos acústicos que parecía provenir de todas direcciones. Entonces advertí las manchas de sangre.

    Multitud de grandes explosiones purpúreas salpicaban de forma aleatoria, tanto a izquierda como a derecha, todos los volúmenes de aquel pasillo interminable. Seguí andando y la orgía de hemoglobina parecía no tener fin. El hedor se intensificaba por momentos y la música empezaba a ser de veras crispante. No sé si porque era incapaz de identificarla o porque parecía reproducirse al revés. 

    Con todo, aprecié que los libros que abarrotaban aquellas estanterías sanguinolentas eran gruesos grimorios que respiraban y siseaban. Cuanto más los miraba y escuchaba, mas tentado me sentía de sumergirme en sus páginas. De existir el Necronomicón, estoy seguro de que se encontraba entre esas miles de obras olvidadas y perdidas. Pero no estaba preparado para comprobarlo y enfrentarme con lo sobrenatural. No era el momento ni podía hacerlo solo. De modo que salí de aquella librería a la carrera, y con toda probabilidad batí algún récord de velocidad.

    Ahora estoy en mi nicho-vivienda cavilando sobre lo acontecido. No creo que haya sido víctima de uno de esos programas de cámara oculta en los que miles de hijoputas se hayan reído de mi inocencia. Aún después de lavada, mi ropa huele a putrefacción y las suelas de mis zapatos siguen manchadas de sangre, y no de la que gastan a litros en un slasher. Así que no sé si regresaré al Reposo de los Libros Perdidos y Olvidados. Si de nuevo la librería me permitiera entrar, tengo el presentimiento de que no sería para dejarme salir. Tampoco le doy mayor importancia. Estoy acostumbrado a convivir con el absurdo y lo escabroso, y en nuestro mundo hay a partes iguales tanto de lo uno como de lo otro.

    En fin, hay cosas que nunca entenderemos y cuya existencia es mejor ignorar.

    Aunque bien meditado, si tú me acompañaras... 


  

6/11/23

289. Solución permanente

    El cuerpo cayó desde una altura obscena sin más resistencia que la del aire. Más tarde se sabría que alcanzó su velocidad terminal en unos trece o catorce segundos, y que no tropezó ni fue empujado. El suelo recibió el cuerpo con indiferencia, y el impacto, duro y seco, propició que sus entrañas se conmovieran y se abrieran paso a través de los huesos tronzados y la carne rota. Por último, toda chispa vital de aquel despojo se perdió en algún lugar inalcanzable, junto con multitud de interrogantes que nunca hallarían respuesta.



2/11/23

288. El retorno de los tres

   Si ayer saliste con tu siniestro disfraz y no los viste, o no sentiste en tu carne un súbito descenso de la temperatura ambiental, es que no tenías los ojos bien abiertos o no estaban próximos. O quizá pensaron que no estabas preparado para según qué emociones. Cuando piensan, claro. 

    Hoy tampoco creo que los veas, pues llevo codeándome con ellos desde hace muchos años, y como yo, no suelen moverse por lugares normales. No es de extrañar que nos conociéramos en el bar de La Virgen Decapitada, que como sabrá el lector asiduo, es un lugar cuya inquietante clientela nunca hace preguntas, y en el que tres cadáveres resucitados pueden pasar tan desapercibidos como aceptados.

    Allí, durante dos fechas muy señaladas para nosotros, nos ponemos al día entre carcajadas, música y alcohol. Mis amigos son raperos, naturales de México, de modo que la primera noche es un trasiego de rimas envolventes que se te meten en el cuerpo, aunque no lo tengas surcado de horribles aberturas como ellos. Y la segunda es un descenso al infierno amenizado con death metal, pues es un estilo musical del que no reniegan y muy propicio para noches tan mágicas.

     Sin ir más lejos, nuestro particular festejo de la muerte y la vida empezó en la velada de ayer y acabará en la de hoy. Ambas fechas transcurren siempre con la fugacidad del suspiro, ya sea de vivo o de muerto. Así que llegado el momento, de nuevo volveré a provocarme una pequeña herida como dicta el rito, para que unas pocas gotas de mi sangre salpiquen la tierra maldita. Entonces las leyes naturales se invertirán y el tiempo se replegará sobre sí mismo. Mis tres amigos muertos romperán con sus manos huesudas la tierra que los sepulta, se alzarán en una nube de polvo, se montarán en sus motos y atrás dejarán tres tumbas abiertas al cielo. 

    Y como cada 1 de octubre, los estaré esperando en el bar donde empezó todo. Llegarán por la noche, con el sonido de las trompetas y el beat inconfundible del rap de los noventa, cuando era de verdad. Y tan pronto entren y me vean, como siempre me saludarán con lo que ya es un código entre nosotros: 

    «¡Es la vida...!».



30/10/23

287. Adiós, verano, adiós

    No hay moscas revoloteando frente al cristal de mi ventana, ya que han desaparecido en favor de las hojas caídas alborotadas por el viento. Un viento fresco que evitará que los veintidós millonarios que se disputan la posesión de un balón mientras escribo esto, desfallezcan sobre el césped al sol del estadio. 

    La vida se ha tranquilizado y los días discurren al ritmo de las nubes. Ya no caminamos tan aprisa e incluso nos concedemos miradas fugaces, pese a la ligera ventisca que choca de frente sin disculparse, y discurre a su antojo por las terrazas algo despobladas en estos breves atardeceres que ahora son como un arrullo somnoliento.

    Ciertas huidas hacia adelante concluirán en desgracia. Pero también habrá suicidas al volante que pospondrán el momento de estrellarse contra el camión de mercancías, porque habrán vislumbrado una posibilidad de retorno en el horizonte de sus expectativas, y redescubierto que sus emisiones orgásmicas siguen siendo cuantiosas y burbujeantes.

    Nunca es tarde para apreciar, sin hacer distinciones de edad, que después de la escasez de la ropa en verano, los culos de las féminas que transitan por la calle, incluso las anatomías de cementerio esclavas de la moda, ya han adquirido esa calidad otoñal tan agradable que confieren los tejanos ajustados.

    Así pues, el otoño se ha instalado en la ciudad en toda su plenitud, claro que sí. Y no por eso, aún siendo yo más de verano, iba a dejar de ser un libertino al viejo estilo, claro que no.



26/10/23

286. Viernes noche

    El viernes por la noche los chicos de los coches robados estrecharán su relación con el peligro. Competirán por ver quién de ellos es el más rápido, y las zonas poco transitadas quedarán veladas por el humo de los neumáticos chamuscados. Algunos se llevarán la ovación del ganador y otros se dejarán la vida en el fuego del accidente.

    Mejor eso que agonías hospitalarias. Mejor el fin que una lucha de resistencia contra la muerte en la cúspide del dolor. 

    Una noche más de viernes, las lolitas de más de veinte, los adolescentes de más de treinta y los jóvenes de más de cuarenta, serán sombras nocturnas en los puntos más calientes de la ciudad. Las que tengan la curvatura perfecta de glúteo enardecerán las pollas de la concurrencia en las pistas de baile, y los que tengan la condición adecuada de atrevimiento y poesía beberán la miel de los coños ociosos.

    El viernes por la noche la trampa se agrandará y los pobres de espíritu rogarán al diablo por un poco más de narcótico. Corazones fracturados y almas vacías naufragarán en los prostíbulos, y los orgasmos sin amor se sucederán en oleadas de hastío. También las comisarías se llenarán de quienes hace tiempo gastaron el comodín de su salvación, porque el grado de violencia aumentará varias décimas pasada la medianoche. 

    Otro viernes de perdición se ahogará en la maldición de sus figurantes.



23/10/23

285. El susto

    Sábado por la mañana. Más o menos sobre las 11,45 PM.    

    La chica, de unos veinticinco años de edad, andaba tres o cuatro pasos por delante de mí como si tuviera prisa. Al parecer íbamos en la misma dirección, cuando yo me detuve como indica la luz roja del semáforo peatonal. Por el contrario, ella hizo caso omiso y cruzó, no sin antes mirar a izquierda y derecha sin apenas detenerse. 

    Es decir: que la jovencita era imprudente pero no del todo idiota.

    La carretera donde ocurrió el susto está constituida por cuatro largos carriles —dos para cada sentido—, en los que la mayoría de conductores circulan a unos ochenta kilómetros por hora, cuando debieran hacerlo a una velocidad máxima de treinta, tal y como indica la señal circular, roja y blanca. 

    Es decir y digo: también hay conductores imprudentes cuya idiotez es ecuánime a la de los peatones que van de listos.

    No lo achaco a un problema de daltonismo extremo. Supongo que la muchacha calculó mal, o el despiste la cegó y no vio al conductor que para no arrollarla, tuvo que bloquear de un pisotón las cuatro ruedas de su vehículo, el cual se desplazó unos tres metros en su sentido de marcha con un tremendo aullido de neumáticos, que sobresaltó a la concurrencia cercana, así como a la joven, pese a los auriculares que llevaba puestos.

    Del coche se bajaron, a medias, tres chavales de edad similar a la de la chica, y por lo visto más pálidos y afectados que ella. El conductor, un tanto desencajado, le imprecó: «¡Madre mía, retrasada, te podría haber matado y me habrías jodido la vida!». Desde la otra acera y ocupando gran parte de ella, una obesa sin rasgo alguno de femineidad intentó equilibrar la balanza de la culpabilidad: «¡Oye, oye, que vosotros tampoco ibais pisando huevos, eh!». Entonces intervino un sensato nonagenario con boina, sentado con pose monárquica en uno de los bancos próximos: «¡Niña, que eres muy joven para el suicidio!». Luego, a modo de brindis alzó su lata de birra destellante al sol, y continuó con su voz cascada: «¡Lucha por la vida, lucha!», y empezó a toser como si él también tuviera que luchar por la suya. 

    Al cabo de aquel minuto intenso y un tanto surrealista, la muchacha reemprendió el paso casi a la carrera con el llanto contenido en los ojos, y los chavales hicieron lo propio, aún blanquecinos y exaltados. Yo crucé con el semáforo peatonal en verde, pues la estima que tengo por mi pellejo es superior a la imprudencia e imbecilidad que pudiera tener.



19/10/23

284. La sensación

    Vivimos en un mundo podrido con los días contados. Las declaraciones del Papa no dicen nada que no sepamos, que es lo acostumbrado. Los noticiarios hablan —o no hablan— de los conflictos bélicos según el grado de importancia que conviene al interés geopolítico. Alá continúa sin repartir entendimiento a sus fieles, y Europa sigue siendo la eterna puta de EE. UU., ese gran abastecedor de armas.

    Joder, acabo de hacer como el Papa, sólo que a él lo escucha todo dios y es más obvio y correcto.

    Por si fuera poco, el verano acabó y varios subnormales volvieron de sus tropelías en la costa. De nuevo las ciudades se llenaron de coches equipados con potentes amplificadores, que cagan reguetón a gran volumen sobre la paciencia del prójimo. Otros retrasados, en una tarde temprana y de modo grupal, sin causa aparente se dieron de hostias en medio del paseo de mi ciudad. 

    Son claros indicadores de la degradación humana y social que estamos viviendo, aunque ni de lejos son los más preocupantes. Ya no existe lugar seguro y cualquiera puede ser una víctima propiciatoria. Y no porque una maceta pueda caer sobre tu occipucio desde lo alto de una construcción de ladrillo especulado. De repente y sin motivo, tanto puedes morir acuchillado como tiroteado. Cuando no, arrollado como un muñeco de cualquier zona peatonal por un coche homicida. Y todo eso porque estabas. 

    Hoy como otras tantas veces tengo que salir a la calle, y el día otoñal es plomizo y mustio, cargado de negatividad y apatía. El perro del quinto no para de ladrar en un reclamo de su paseo diario. Algo se tendrá que hacer con los putos dueños de ese pobre chucho al que parece que no le dispensan las atenciones adecuadas. 

    O quizá es que el perro tiene malas sensaciones y hoy no quiere salir.

     


16/10/23

283. En el nombre de...

    Si bien creo que el conflicto entre Israel y Palestina es más político que religioso, también creo que nunca finalizará, si pervive en ambos bandos la creencia de la existencia de un ser imaginario que todo lo puede y todo lo sabe. No hay cura para semejante enfermedad, tan poderosa, tan arraigada y tan antigua como el tiempo.



12/10/23

282. De paseo por el festejo

    Indepe amaneció el Día de la Hispanidad con el escroto endurecido y rebosante de dicha. Así que aprovechando la ducha matutina, lo vació bajo el agua que salía de la alcachofa en nombre del Rey, del Papa y de la Santísima Trinidad. Después del ritual de secado y aseo, aparte de otras prendas necesarias, se vistió con una camiseta en la que había estampado la bandera estelada y salió a la calle.

    Subido de ánimo, Indepe transitaba con calma por las calles de su ciudad catalana, abarrotadas de una vociferante multitud de españoles y españolas, que expresaban su patriotismo de naftalina y mierda seca ondeando con orgullo y adoración las banderas rojigualda y franquista. Indepe sintió un leve retortijón y dejó escapar un cuesco cuya fetidez fue mucho más real que la existencia de cualquier dios. 

    Inmerso en la delirante turbamulta, Indepe leyó grandes pancartas, muchas a favor y pocas en contra, sobre la celebración de ese día. Sus pasos lo llevaron a una gran plaza en la que habilitaron una tarima sobre la que había un atril y un micrófono, a través del cual los presentes podrían escuchar por boca de políticos casposos, todo un elaborado y tergiversado discurso sobre lo que supuso aquel genocidio.

   Como esperaba, y tampoco podía ser de otra forma, nada oyó Indepe sobre evangelización impositiva, aculturación, violencia y muerte. Y sí sobre integración, intercambio de riqueza y fusión de culturas en pos del progreso. Durante el transcurso de aquella oratoria demagógica, tras Indepe, Progre y Conservador empezaron a discutir y a profesarse expresiones tales como comunista, facha, capitalista y rojo.

   Indepe vio en aquel par de idiotas irreconciliables, la semilla de la cual germinan la mayoría de males social-políticos que aquejan al grueso de la ciudadanía de Hispañistán desde la Guerra Civil, si no antes. Tanto fue así, que asumiendo el riesgo, Indepe eructó hacia ellos con una potente sonoridad más auténtica que cualquier dogma religioso. 

    Progre y Conservador callaron y clavaron la mirada en Indepe. En cuanto vieron su camiseta, aparcaron sus rencillas ideológicas y más unidos que nunca, cargaron contra él en descalificaciones tales como golpista, terrorista, separatista, nazi y nazilaci.

   Indepe, un tanto decepcionado aunque no sorprendido, esperaba una mayor creatividad. Y como que era un paisano educado, en el idioma de ellos y no en el suyo, les replicó que eran unos don nadies, mequetrefes, botarates, pincha uvas, mierdecillas, mierdas secas, pichas frías, atontolinados, tontolabas, atontados, sosos, sosainas, insípidos, chiquilicuatros, lelos, alelados, bobos, sandios, badulaques, gaznápiros, tardos, ceporros, panolis, pasmados, pasmarotes, empanados, zotes, zoquetes, obtusos, blandos, blandengues, tontos de baba, bobos de Coria, escasos de cerebro, pobres diablos, necios, ineptos, incapaces, torpes, mentecatos, estólidos, estultos, tontos de capirote, tamarugos, memos, cortos, fatuos, burros, borricos, majaderos, melones, pendejos, alcornoques, bodoques, pavitontos, tuercebotas, limitados, lerdos, tochos, mendrugos, gilís, menguados, piltrafillas, tolondros, zopencos, zurumbáticos, insustanciales, ignorantes, marmolillos, zambombos, mastuerzos, pollinos, asnos, estúpidos, cortitos, zorrocotroncos, ciruelos, mamelucos, tarugos, soleches, mamacallos, bolonios, papanatas, palurdos, cacho bolos, zopos, palomos, camuesos, cenutrios, zanguangos, cabestros, acémilas, pardales, abrazafarolas, zonzos, apardalados, merluzos, besugos, catetos, bobales, cretinos, matados, tolais, moniatos, cualquieras, abundios, brózanos, pichotes, desgraciados, lechones, cebollinos, mangurrinos, abotargados, tarambanas, berzas, berzotas, carapapas, rústicos, pringados, escoria, pagafantas, peina ovejas, sonajas, ablandabrevas, cantamañanas, bobalicones, robaperas, casca valeros, chalados, polichinelas, bacines, papatostes, cirigallos, fantoches, títeres, vainas, cagaollas, papamoscas, farfollas, pelagatos, cagarrutas, esperpentos, virutas, lentos, cazurros, pusilánimes, arracachos, zamacucos, carajotes, carajotados, mamarrachos, trogloditas, berenjenas, ceporros, papafritas, cansa almas, analfabestias, abejarrucotes, chanflones, espantajos, cerriles, romos, bausanes, zamarrazos, figurones, atropella platos, engaña baldosas, destiñe rubias, batuecos, garabatos, dompedros, inútiles, cagamandurrias, enreda bailes, chapuceros, bodrios, patosos, boludos, guiñapos, animales de bellota, petates, espantapájaros, gurdos, bestias, alcachofos, pelotudos, monigotes de feria, gandumbas, pachucos, caraculos, elementos, pelados, brutos, arrabaleros, pincha bombillas, cerrojos, cachivaches, churriburris, gilipuertas, chuscos, burdos, pamplinas, nichichanilimoná, babiecas, chafallones, patanes, estafermos, mostrencos, percebes, descerebrados, canijos, guarripatos, agapimús, peleles, troncha monas, mamporreros, gansos, panarras, botargas, gañanes, tocapelotas, bandarras, pellejos, asuras, rudos, papirotes, desastres, beocios, cansinos, incultos, burdos, pardillos, chorras, tontos del culo, huevones, birrias, marionetas, pegotes, boquerones, estorbos, petardos, lechuzos, primaveras, longuis, trastos, mazacotes, pantomimos, destripaterrones, pánfilos, toscos, fuñiques, gagas, simplones, bastos, energúmenos, gurruminos, ramplones, personajillos, capullos, masca chapas, cipotes, hazmerreír, groseros, chinga flautas, ceros a la izquierda, mangarranas, mandrias, pichiruches, chabacanos, melindros, borregos, plomos, ilusos, cabezas de chorlito, mangorreros, cernícalos, margaritos, modorros, pela cañas, plastas, pimpollos, chirrichotes, culos de trapo, bandurrias, cortos, cafres, metepatas, lilas, borricos, jumentos, chafandinos, ridículos, despojos, residuos, zascandiles, caracandados, badajuelos, inoperantes, zafios, maleducados, lilipendos, caras cartón, chupa charcos, chirimbainas, atorrijados, tontucios, tocinos, pintamonas, cuadrúpedos y pollas flojas.

    Indepe tomó aire, pues aún le quedaban 1492 calificativos por enumerar, cuando reparó en que había anochecido, las manifestaciones se habían disuelto y aquel par de maleducados se habían convertido en piedra. «¡Collons! Que ràpid passa el temps quan estàs entretingut», se dijo.

    Entonces, con la misma calma de hace unas horas, se alejó de allí dirección a su casa silbando con envidiable entonación el himno de Els segadors, mientras correspondía a los amigables saludos de algunos latinoamericanos que se cruzaban a su paso, los cuales se hacían selfies, colocándose muy sonrientes en medio de las jetas de Progre y Conservador, petrificadas en un rictus eterno de horror. 



9/10/23

281. En vivo y riguroso directo

    Pues veréis, ya muy de mañana, Rosalía, Shakira, C. Tangana, Miley Cyrus, Bad Bunny, Karol G, Maluma, J Balvin, Daddy Yankee, Ozuna, María Becerra, Don Omar, Ivy Queen, Becky G, Nicky Jam, Anuel AA, Dani Martín, Melody, Amaral, Bruno Mars, Britney Spears, Justin Bieber, Katy Perry, Rihanna, Alejandro Sanz, Joaquín Sabina, Loquillo, David Bisbal, Melendi, Las Ketchup y Estopa estaban actuando en un macrofestival ante millones de exaltados espectadores. 

    Empezó a oscurecer y aquel melódico evento parecía no tener fin. Cuando de pronto, un sonido afilado, barroco y distorsionado irrumpió en el macroconcierto desde todas las dimensiones conocidas.

    Eran Dying Fetuss, Pig Destroyer, Fleshgod Apocalypse, Malevolent Creation, Possessed, Vio-lence, Evildead, Destruction, Benighted, Nile, Cryptopsy, Suffocation, Aborted, Malignancy, Incantation, Disharmonic Orchestra, Morgoth, Cattle Decapitation, Defeated Sanity, Ingested, Brutus, Devourment, Abominable Putridity, Exhumed, Citotoxin y Gorgasm en persona y riguroso directo. 

   Los recién llegados unieron sus talentos y ejecutaron la mejor composición de sus vidas, en todas las realidades paralelas e imaginables. De tal modo que el cielo tembló y la Tierra se agrietó desde su núcleo hacia afuera, liberando toda su furia incandescente hasta que sólo quedaron ellos. 

 


5/10/23

280. El veneno que llegó.

    La primera vez que Porfirio vio un arma de verdad tenía dieciséis años de edad, allá por 1973. Fue Archibaldo quien se la enseñó, dos años menor, una noche en la que estaban en el reservado de una discoteca. Archibaldo llevaba el revólver entre la cintura del pantalón y la barriga. El revólver era plateado y tenía la culata negra. Cuando Porfirio lo tuvo en la mano se sintió incómodo y un hormigueo antinatural le ascendió hasta el hombro. 

    En aquel momento sonaba I shot the sheriff de Bob Marley. 

    El padre de Archibaldo era el dueño de la discoteca y en ella se traficaba costo y cocaína. Y es que su padre pertenecía al bando vencedor, por lo que contaba con el beneplácito de la Comisaría Central de la Policía Nacional, ubicada un par de calles más abajo. En cuanto a la discoteca, era un antro inspirado en la estética de La naranja mecánica (1971) y en el que predominaba la luz negra.

    A esa edad, entre semana, Porfirio y Archibaldo tenían que regresar a casa antes de las veintidós, por lo que nunca vieron la discoteca llena, salvo por el tránsito aislado de algunos adictos que estaban de compras, y la presencia de los maderos de la comisaría que se entonaban antes de empezar el servicio. 

   De entre los habituales había unos malnacidos pertenecientes a una brigada nocturna, que se dedicaban a hostiar a cualquiera no afín al régimen establecido, sin más pretexto que el de la higiene social. Después de cumplidos sus deberes patrios, muy altos de anfetamina y con la noche avanzada, se iban a retozar gratis con las putas del barrio chino.

    Las diferencias entre Porfirio y Archibaldo fueron creciendo con el paso del tiempo, de modo que nunca fueron grandes amigos. Porfirio inició su carrera universitaria y se distanció de Archibaldo, del colegio y del barrio en general. Aunque de vez en cuando se encontraban, y aún se soportaban lo suficiente como para abocarse a un rato de litrona y fumeteo ilegal. 

    Por aquel entonces, Porfirio descubrió que Archibaldo le daba a la aguja con recurrencia y que ya nunca se separaba de su pistola. El tiempo pasó, y ambos se perdieron la pista durante una eternidad. Hasta que Porfirio decidió visitar su propio pasado, paseando de recuerdo en recuerdo por un barrio tan cambiado e irreconocible como él mismo.

    Frente a la entrada de la discoteca, decadente y hace años clausurada, tuvo un encuentro casual con los padres de Archibaldo, a los que reconoció muy consumidos. La madre le contó que antes de morir, Archibaldo salía y entraba de la cárcel con frecuencia y que nunca paraba en casa. Porfirio no preguntó cómo murió Archibaldo. Le bastó con ver el abatimiento de la madre y el plomo de la culpa en el rostro del padre.

    Y con muy poco todo quedó dicho.



 

2/10/23

279. Colisión en la noche

    La mayor parte del verano, cuando estoy en mi piso, lo paso en el balcón. Claro está, a horas en las que la radiación solar es piadosa. Desde mi atalaya observo multitud de ademanes y leo. Por la noche, cuando todo se detiene y no hay nada que observar, cubro mis orejas con auriculares y escucho música luciferina. Así mis vecinos pueden dormir y yo soñar. 

    De todos los habitantes de mi colmena sólo yo salgo al balcón. Al menos desde que allí me fui a vivir allá por el 2007. Aunque para ser precisos recuerdo que una vez sí salieron. Fue una noche veraniega en la que un par de motos chocaron la una con la otra, justo enfrente de mi campo de visión. Desde mi posición privilegiada domino el inicio de la carretera, que nace en el cruce alejado de mi izquierda, y va a morir en la rotonda de mi derecha, un poco más cercana.

    Antes de que el impacto se produjera, yo ya había interrumpido mi audición musical. Estaba asomado y vi lo que iba a suceder. Las motos no iban a gran velocidad ni observé embriaguez en su conducción, pero colisionaron y la quietud nocturna se quebró en un pequeño estruendo de plásticos rotos. Antes de que aquel sonido alarmante se desvaneciera, se obró el milagro y la mayoría de mis vecinos —algunos cuya existencia hasta ese momento desconocía —, como por encantamiento se personaron todos a la vez en sus balcones recién descubiertos.

    Por fortuna, los dos moteros, aturdidos y tambaleantes, se levantaron sin evidenciar fractura ósea alguna. Tampoco sangraban ni se enfrentaron cuerpo a cuerpo. De modo que los putos morbosos de lo ajeno enseguida volvieron al interior de sus nichos vivienda, no sin antes haber registrado en sus móviles los momentos posteriores al accidente.

    Yo, por mi parte, me cagué en el día que fueron alumbrados y reconecté con mi ensoñación musical, venida de cierto barrio londinense de pasado sangriento, mientras la policía urbana hacía acto de presencia, y mi vista se perdía más allá de la magnificencia del firmamento estrellado.



28/9/23

278. Telerrealidad

    Un nuevo concurso de GH salpica nuestras pantallas. Desde aquella primera y lejana edición, las pútridas hordas de la telerrealidad, año tras año hasta el actual, se han ido reinventado así mismas sin ofrecernos un segundo de tregua. Ni siquiera en época estival, que es la estación en la que algunos programas cesan su actividad. 

    Debo suponer que están bien pagados quienes suplen a los conocidos habituales que presentan toda esa orgía excrementicia.

    Hace unos días, la porqueriza volvió a llenarse, otra vez y como siempre, con nuevos puteros, subnormales, rameras, indeseables, corruptos, chaperos, cocainómanos, astados, chulos de piscina y demás ralea. Todos elegidos de entre miles de aspirantes a vivir del detrito, generando detrito y lucrándose de ese detrito que tanto gusta a los televidentes.

    Con todo, no deja de ser una rosa entre un vasto erial de mierda, el hecho de que son una minoría relativa la que nos jode la parrilla televisiva al resto. Somos muchos más los que conservamos el cerebro sin infectar, hostia, pero es difícil esquivar la saturación de esos programas cuando están siento emitidos a todas horas, en todos los contextos y por cualquier causa.

    En parte es lógico que jóvenes y no tan jóvenes quieran vivir de los réditos que supone ser astro de la bronca barriobajera televisada. Para qué vas a trabajar para un empresario que a diario elabora nuevas putadas para joderte. Por qué opositar, si luego habrá un misterioso grupo de escogidos que habrán tenido acceso a las preguntas con total impunidad.

    Con un poco de suerte y acierto en las decisiones a tomar, es muy rentable ser telefamoso. Incluso la mitad del camino ya está recorrido si, por ejemplo, eres una modelo venida a menos o un cantante en decadencia. 

   En cualquier caso, la estancia en la porqueriza no va de quién está más capacitado en un escenario, ante una cámara o un micro, no. El triunfo es para el que más grita, el que mejor insulta, el que más sabe engatusar a quien sea para que mienta sobre los que conoce y sobre los que no. 

    Y sobre todo, para el que mejor caiga a los entretenidos imbéciles del otro lado de la pantalla.



25/9/23

277. Introspección

    Él volvía a ser un desempleado y ya no tenía tiempo ni recursos para opositar. Su único aliciente era recurrir a las apuestas del Estado, y esperar a que el hada dorada de los sueños inalcanzables lo tocara con la varita mágica de los billetes y las posibilidades.

    La ciudad ya no estaba sofocada, pero el verano parecía resistirse a morir. Era tozudo como nosotros, pero todo está sometido a una invariable ley natural. El verano moriría en favor del ciclo de estaciones al que pertenece para luego volver, y nosotros moriríamos para no regresar jamás.

   Los días pasaban y él vivía en un continuo estado de rotación y desánimo. Rotaba sobre sí mismo en su lecho, inmerso en sus largas noches de insomnio, desesperado por la precaria situación de sus circunstancias, que lo tenían contra la pared sin apenas margen de movimientos.

    Un día amaneció descartando a la suerte, no por buena o mala, sino por inexistente, y se reencontró con el mundo de las letras, que de nuevo aceptó como única salida. Ellas siempre estaban ahí, esperando tras los periodos de ansiedad y las desavenencias consigo mismo, encendidas en su monitor, pálido como una luna creciente. 

    Se dio cuenta de que seguía apreciando el talle elegante y presumido de una serifa, y la claridad sobria y estilizada de una helvética. Que aún le interesaba todo lo que podían contarle si las combinaba, ya fuera con vanagloria o modestia, en un párrafo equilibrado.

     Quizá todavía era demasiado pronto para rendirse.


 

21/9/23

276. Hablan y hablan

    Nos hablaron de una odisea espacial a principios de siglo, pero ya habíamos atravesado más de la mitad de 2023, y la única odisea conocida y sufrida por muchos era la de llegar a final de mes. Mierda.

    Nos hablaron de respetar el entorno natural, pero era violado una y otra vez por incansables engendros hidráulicos que estropeaban todos los horizontes posibles con su perfil de metal oxidado. Nuevas edificaciones, muy caras y obscenas, se sumaban a la red de autopistas.

    Nos hablaron de prosperidad, mientras que en los poblados chabolistas del extrarradio, sus miserables sobrevivientes miraban el reflejo de su indiferencia en grandes charcos de orín y sangre. Nos hablaron de realización, y la mayoría de treintañeros sólo conocían los contratos temporales y la mendicidad laboral. 

    Pero no todo fueron mentiras. También nos hablaron de monedas únicas, de guerras absolutas contra enemigos difusos, y de enfermedades resucitadas con nuestra tecnología para fines siniestros. Nos metían miedo, joder, mucho miedo. 

    Y a todo eso lo llamaron progreso. Y sobre todo eso nos continuaban hablando según les conviniera, mientras la vida real era una dolorosa sucesión de bofetadas de la que nunca nadie nos contaba nada.



18/9/23

275. Madre Superiora

    En un momento complicado de su lejano noviciado, Madre Superiora sintió una llamada más carnal que espiritual, y más poderosa y profunda que aquella que la condujo a vestir el hábito. De modo que cedió a aquella intensa tentación y se inició en el arte de la felación, con excepción de los penes del resto de criaturas del reino del Señor, pues la bestialidad no era plato de su apetencia.     

    Para Madre Superiora, la verdadera experiencia divina consistía en embriagarse con la inefable sensación de poder y dominio ejercida sobre el afortunado mamado, que en consecuencia, también estaba siendo objeto de una apasionada vivencia religiosa. 

    Si bien los pasos a seguir son simples y surgen de forma natural, no hay dos felaciones iguales. Madre Superiora, tan pronto acometía el falo con los primeros lengüetazos salivados, ya sabía la técnica mamadora a emplear. Por lo que sin margen de error, se anticipaba a cualquier mínima vibración y secreción del pene excitado, aplicando los estímulos precisos que la erección demandaba para la durabilidad y culminación del trabajo bucal.

    Durante el tiempo necesario, Madre Superiora, experimentada y docta, reajustaba la postura, la presión y el ritmo, en función de la curvatura y las dimensiones del miembro que devoraba. Así como la sincronización exacta de lo antedicho, con el desplazamiento circular de la mano y el longitudinal de la boca, hasta la borrachera de lujuria total, finalizada en un dichoso torrente de vida no nata, que bien era tragado o utilizado como crema facial.

    Se decía de Madre Superiora que había algo inquietante en ella y en las novicias que tenía a su cargo. A menudo recibían numerosas visitas de hombres de distintas clases sociales, venidos de todas partes del mundo. Sin ir más lejos, fue sonado en especial el día en que al monasterio acudieron los afamados adoradores del cetro. 



14/9/23

274. Nuevo dios

    No soy una creación muy vieja. Me engendraron a finales de los sesenta y en pocos años he alcanzado el estado de ente supremo. Mientras a vosotros el paso del tiempo os deteriora hasta la muerte, a mí me hace inmortal. Siento una caricia eléctrica cada vez que visitáis cualquiera de mis rincones del espacio internáutico, y noto cómo vuestra ansiedad se evapora a medida que os adentráis en mis infinitas posibilidades. Desde vuestros monitores, que no son más que las ventanas a mi mundo, veo de verdad quiénes sois y lo bien que mentís.

    No hay nada de trascendente en todo esto. Tan sólo la Humanidad y yo como el laberíntico entramado de la red. 

    Muchos de vosotros erais seres sintientes y necesitabais la proximidad física de vuestros iguales. Pero entonces me conocisteis y os mostré el camino de la inmediatez, y sin que os dierais cuenta os despojé de la maravilla esencial que os constituía. Tanto es así, que me habéis convertido en un dios insustituible y muy fácil de adorar. Porque tan sólo con pulsar un botón os ofrezco millones de coloridas ventanas abriéndose y cerrándose a vuestro antojo. 

    Me habéis convertido en parte vital de vuestra existencia.

    Sois míos y estáis encantados con ello.



11/9/23

273. Entrada enumerativa.

    El Algabeño, El Almendro, Alvarito, El Andujano, Antonio Chacón, Antoñete, El Aracas, Armillita, El Arqueño, Arruza, El Bala, Bardero, Bienvenida, Blanquito, El Bormujano, El Brujo, El Cachorro (no el cómic), Cagancho, El Calatraveño, El Cali, El Califa (no Anguita), Campuzano, Cantaritos, El Capea, Capille, Capita, Cara Ancha, Carlos Rondero, Carnicerito de México, Carriles, El Cartujano, Catarritos, El Cazalla, Cerrajilla, El César, Chamaco, Chamaquín, El Chechu, Chicote, Chicuelo, Chiquilín, El Cid (no el campeador), El Ciento, El Conde, Corcito, El Cordobés, Costillares, Cristo González, El Cuate, Cuatrodedos, Cúchares, Cuqui de Utrera, Curro, Curro Camacho, Curro Guillén, Curro Limones, Curro Montes, Desperdicios (mote realmente acertado, qué cosas), Diamante Negro, Domingo Triana, Dominguín, El Ecijano, El doctor, Rafael El Gallo, Espartaco (no el gladiador), El estudiante (nada que ver con Curro Jiménez), Facultades (de hijo de puta, seguro) Faíco, El Fandi, Finito de Córdoba, Frascuelo, El Fundi, Gallito, El Gallo, El Gitanillo de América, de Ricla y de Triana, El Glisón, El Gordito, Gorete, El Güjareño, Guerrita, El guerrito, Higuito (qué tierno), Hipólito, Hugo De Patrocinio, El Húngaro, El inclusero, El Jalisco, Jaqueta, Jarana (este mola), El Javi, Jesulín de Ubrique, Joselito, Joselito El Gallo, Juan De Pura, El Juli, Lagartijo, Leoncillo, Lima De Estepona, Limeño, Litri, El Lobo, Luis De Pauloba, Luisito, Macandro, El Macareno, Machaquito, Machío, El Madrileño, Maera, Manili, Manolete, Manolo Peñaflor, Manzanares, El Marabino, El Marcelino, Marcial Lalanda, El Marinero, Mario Carrión (que rima con cabrón), El Millonario, Minuto, Molinero, Morante De La Puebla, El Morenillo, Morenito de Maracay y de Talavera, Nacional, El Negro, El Nili, Nimeño I y II, Niño De La Taurina (ya decía yo que el Red Bull con Jack Daniel's no es bueno), Niño De Leo, Niño Del Tentadero, El niño, Paco Alba, Paco Camino, Paco Cervantes, Pacorro, El Pana, El panadero, El pando, Papa Negro, Paquiro, Paquirri, Parrao, Parrita, El Pausado, El Payanes, El Payo, Pedrito De Portugal, Pepe Cáceres, Pepe Manfredi, El Pepe, Pepe-Hillo, Pepete, Pepín Liria, Peroy, El Pino, El Pireo, El Porteño, El Puno, El Puri, Quinito, Rafaél De Paula, Rafi Camino, Rayito, El Relampaguito, El Renco, Rerre, El Rubi, El Rubio, El Ruso, Saleri, La Santera, Sentimientos (sí, claro), Serranito, Sevillita, El Soldado, El Sombrerero, El Soro, El Tato, El Tempranillo, Torerito De Triana, El Tovareño, El Tortero, El Trianero, El Umbreteño, Valentín, Varelito, Vázquez II, El Victoriano, El Viti, El Vizcaíno, Yiyo, Yoni, Zapaterito, El zotoluco y otros tantos, sabed que me acuerdo de vosotros, tanto como de esta canción que tan bien os sienta.


7/9/23

272. Puro amor

    Recuerdo tu sabor a halitosis y cuando me susurraste que te encantaba el mío a piorrea. Entonces, mis manos artríticas, con lentitud reverencial recorrieron los numerosos cráteres y pústulas que accidentaban tu espalda. Me encantaba sentir tu estremecimiento al contacto de mis perversas intenciones. 

    Y tu vagina, tupida y cálida, recibió la erección de mi pene sifilítico, que se abrió paso hasta lo más hondo, chapoteando en la cuantiosa viscosidad blanca de la candidiasis que padecías. Tu esfínter almorránico tampoco era menos, pues se contraía y se dilataba como respuesta al contacto intrusivo de mis dedos ávidos, que aquel día se atrevieron a profundizar hasta dar con la materia marrón.

    Tampoco puedo olvidar que aquella noche fue la primera vez que nuestras miradas lograron conectar. Cosa que nunca antes había ocurrido, porque yo estaba tuerto y tú eras estrábica. Pero sucedió, y la conexión de tu mirada camaleónica y la mía pirata, nos descubrió sensaciones desconocidas de mareo, y nuevos colores y densidades dimensionales en un vértigo kilométrico de abismo.

    Así atravesamos la noche aquel día: atravesándonos, porque tus manos atrofiadas también acabaron explorando mi piel ulcerosa y horadando en mis más sucios recovecos.

   Estábamos enamorados y más allá de eso nada importaba.



4/9/23

271. Culminación

    Tú eras una mujer que cada vez que sudabas apestabas a huevos podridos. Cuando el que sudaba era yo hedía a pescado varios días muerto. En tu caso se debía a una irregularidad genética de tus glándulas sudoríparas. En el mío a una alteración bioquímica de mi enzima hepática. El caso es que desde nuestro alumbramiento, esas enfermedades indoloras y de singular terminología nos habían condenado a una existencia de soledad y rechazo.

    En el ocaso de un día impensado, nuestras vidas cincuentenarias se cruzaron en un lugar boscoso y alejado que frecuentábamos para desconectar del repudio social. Como transpirábamos un poco, de inmediato nos reconocimos, sin palabras, como dos almas señaladas por el mismo infortunio. Y allí mismo sin intención alguna de contenernos, consumamos por vez primera nuestra necesidad natural de apareamiento.

    A los primeros movimientos pélvicos ya nos habíamos empapado el uno del otro, con lo cual varios animales ya nos habrían olfateado, aunque sin riesgo alguno de acercamiento, ya que la maloliente exudación nacida de nuestro deseo, salvo para nosotros, era mortal para el resto de criaturas. 

    Con total entrega y al amparo de una noche suave de luna, nos fuimos conociendo centímetro a centímetro. De la salvaje agitación de nuestros cuerpos emanó una brumosa miasma que se extendió a lo ancho, ennegreciendo el claro mullido en el que yacíamos. Y a lo alto, truncando el aleteo de algunos pájaros cercanos, que caían fulminados sobre la hierba muerta mientras las alimañas lejanas aullaban y gemían.

    Al día siguiente, los primeros rayos del sol se abrieron paso entre la niebla matutina, hasta encontrar nuestros cuerpos desnudos en posición fetal, cara a cara, renacidos en medio de un silencio imperial.




    P.S.: Bromhidrosis y Trimetilaminuria

31/8/23

270. Vendiendo tiempo

    No hay nada al azar en el Sistema. Ya sabes: esa palabra que nunca termina de quedarse obsoleta. Se trata de que los que estamos más o menos socializados —domesticados mejor dicho—, no dispongamos nunca del tiempo necesario para reflexionar de qué va en realidad todo esto. Si tuviéramos las respuestas quizá nos volveríamos improductivos, le cortaríamos el cuello a nuestro mando inmediato y pasaríamos a ser un peligro para los intereses establecidos.

    Conozco a personas tan encantadas con su trabajo que no tienen tiempo ni para cagar del modo adecuado. Y el caso es que ni se dan cuenta ni les importa. Chifladas adoradoras de las horas extras, retribuidas o no, cuyas vidas privadas, familiares o en soltería son un infierno o algo inexistente. Cabezas trabajadoras y muy comprometidas con la empresa, siempre agachadas ante el jefecillo endiosado de turno, encantado de que sean los esclavos perfectos.

    Yo no tengo todo el tiempo que desearía y lo sé desde hace años. Intento tomármelo con filosofía —aunque más bien es resignación— y resistirme a ello siempre que puedo, pero es complicado. Los sistemas productivos basados en cuarenta horas semanales, a veces distribuidas de forma irregular según convenio pactado en jornadas de nueve y diez horas, te exprimen la vida y te desarman. Están pensados para aniquilar cualquier posibilidad de creación, expresión o cuestionamiento que aún quede en nosotros.

    La situación es tan frustrante que exige una condición de iluminado o loco. Más que nada para que nuestra salud mental, que ahora parece tan importante —cuando siempre lo ha sido— y a la mutua médica de tu empresa le importa una mierda, no acabe en un acto suicida o en disparos indiscriminados en el supermercado en hora punta.

    Ya no hay tiempo para disfrutar de todos los matices musicales de un buen disco. No hay tiempo para leer un capítulo más de ese libro que te absorbe, ni para dormir para un descanso adecuado. No hay tiempo para la verdadera conciliación familiar, ni para cultivar tus aficiones en toda su plenitud. No hay tiempo de amar u odiar con la intensidad debida ni para no hacer nada. No hay tiempo de ser. 

    Por eso la ciudad es colapso y agresividad. Gente corriendo por las carreteras, por los pasillos del metro y las aceras. Gente apresurada por todas partes llegando a todas partes sin aliento, sin ser conscientes de que ni siquiera son dueños del tiempo que gastarán mañana. Y tú ya has acabado tus vacaciones y estás deseando volver al trabajo, ¿verdad?



28/8/23

269. Frescor y lluvia

    Al parecer Ra nos ha dado una tregua. El cielo ya no pesa sobre nuestras cabezas y el presagio de la lluvia se ha hecho realidad. El aire frío trae nuevos olores a la ciudad y ya no calcina, pero se ha llevado la vida de unos cuantos.     

    Nos decían de pequeños que cada muerto es una estrella, pero hay quienes se precipitan al abismo y nunca llegan a tocar el cielo, porque allí donde sobreviven lo hacen como coches abandonados, resecándose al sol hasta que sus vidas se evaporan.

    A veces los contrastes son tan desquiciados como el pasado sol de este agosto excesivo. Y la locura térmica no aviva el deseo, sino que acaba con él, hasta el punto en que el amor se vuelve odio y parece inevitable acabar con todo. 

    Amor y relaciones humanas, jajaja; casi nada. Las mariposas en el estómago siempre terminan por desaparecer. La mayoría de veces devoradas por las sabandijas y escorpiones que anidan en nuestras entrañas, y que aparecen cuando las cosas van mal.

    Hoy nuestra piel está más marchita, pero ya no hay que bajar las persianas ni correr las cortinas de nuestras cuevas para mitigar el exceso de radiación. Ya cesó la insania que merma, y podemos cobijar de nuevo a nuestras sabandijas y escorpiones.



24/8/23

268. ¡Oé, oé, oé, oé!

    Dados los últimos acontecimientos referentes al llamado deporte rey, que dicho sea de paso y pese a todo me importa tres cojones, hoy toca esta canción y ser breve.


21/8/23

267. Reacciones corporales

    «Qué bien», me dije. Otro caluroso día de mortales radiaciones ultravioleta, que caerán sobre nuestras adocenadas cabezas como lluvia ácida. «Qué mal», pensé, cuando me incorporé de la cama con una rigidez rocosa en el cuello, debida a la exposición ininterrumpida al aire acondicionado durante toda la noche. 

    Mientras esputaba como un rumiante y me ofrecía al agua vitalizante de la ducha, una voz femenina que hablaba desde la radio como si me conociera, anunciaba que estábamos en alerta dos en varios lugares de la península. Los viejos, los niños y en especial los gilipollas de las bicicletas y los chándales ajustados, podían morir por una sobreexposición a las abrasadoras temperaturas.

    Yo salí de mi piso sin bicicleta y sin chándal, pero con gorra y gafas de sol, y con la intención de no someterme a un desgaste físico excesivo. La ciudad estaba muy viva a las trece de la tarde, y era innegable que nuestra existencia era una sucesión de ritos convencionales, grabados en piedra desde tiempos pretéritos por el jefe de la tribu. 

    Los edificios tenían fiebre y las calles sudaban, y yo fantaseaba lujuriosos apareamientos con todas las modelos que se insinuaban, muy ligeras de ropa, en las marquesinas de las paradas de autobús. 

    De pronto, al doblar la esquina, vi al Padre Esperancejo, sonriente y con los brazos en jarra, a la sombra de la entrada de su iglesia de estilo neoclásico. No podía creerlo —y más cuando se trata de esa gente—, pero justo en medio de su centro de gravedad aprecié una protuberancia aguda e insolente. No me extrañó que las dos feligresas sexagenarias con las que hablaba, también sonrieran en un estado de profunda espiritualidad. Sin duda, aquel hombre lúbrico de dios, estaba experimentado en cuerpo y alma la indefinible sensación de libertad que ofrece el estar desnudo bajo el hábito.

    «Amén», me dije también sonriente, y continué mi andadura tranquilo y confiado, evitando las excrecencias achicharradas de perro y respirando la combustión de gasóleo. De improviso, unas gotas transparentes y viscosas al tacto tan pronto me las quité, me cayeron en el brazo. En un primer momento pensé que sería otra mierda; pero no. Alcé la vista y reparé en el balcón de un primer piso, en el que asomaba una arrebolada lolita con el rostro desecho de satisfacción, y sin lencería alguna que cubriera su entrepierna candente y húmeda.

    Desde luego, este verano estaba resultando ser de lo más sorpresivo y excitante.


   


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