Quién, en su sano juicio, querría ir con una persona como Lola, que grita y bebe. Seguro que una mujer así sería señalada por el patriarcado más rancio y por el feminismo recalcitrante de nuevo cuño; tan parecidos, tan odiosos.
Lola también se masturba con frecuencia y de vez en cuando consume pornografía. Cosa increíble por otro lado, ya que eso solo lo hacen los hombres, que son unos guarros y unos salidos, y solo piensan con los genitales.
El caso es que Lola ahora ya no está sola: ahora está conmigo. Aunque tratándose de Lola no lo tengo del todo claro. Supongo que es más acertado decir que soy yo quien está con ella. Porque Lola siempre es la que elige, como elige beber y elige gritar.
La conocí una noche en la que hizo suyos la mayoría de los bares de la ciudad. Y es que Lola bebe mucho. Bebe más que cualquier otra persona que yo haya conocido. Y eso que he conocido a auténticos animales capaces de agotar las existencias de una licorería en pocas horas.
Ninguna mujer, pero sí muchos hombres, quieren hacerse amigos de Lola, ya que cuando bebe, y encima grita, despierta la admiración de la concurrencia masculina y el desprecio de la femenina. Pero eso a ella le da igual: lo primero y lo segundo. ¿Se puede ser más libre?
Así que, de momento, estoy disfrutando de la compañía de Lola, hasta que el día menos pensado decida apartarme de su lado para estar sola de nuevo. Sé que ese día llegará, y no le guardaré rencor por ello. Al contrario: la recordaré entre trago y trago, confiando en que jamás cambie.
En que nunca deje de ser ella, a pesar de la sociedad.