Como de costumbre, llegué justo a tiempo de interrumpir la célula fotoeléctrica que controlaba las puertas del ascensor. Como siempre, tú ya estabas dispuesta para ascender hasta la planta 18, y sin mirarme volviste a poner cara de circunstancias. Yo te ofrecí la misma sonrisa de disculpa de otras veces —nada convincente— y pulsé el botón 23.
Aquel era un breve encuentro mañanero, de escasas palabras y miradas huidizas, que se estuvo repitiendo todos los días durante quince meses, exceptuando sábados, domingos y festivos. Todavía quedaban trabajos normales no del todo esclavizantes, pese a que también destemplaban el sistema inmunitario y disminuían las ganas de seguir adelante.
Las puertas de acero inoxidable se cerraron, y la cabina de metacrilato pulido inició su ascenso vertiginoso para dejarnos donde nos aguardaban nuestras obligaciones anodinas y mal pagadas. Un lugar de trabajo, en esencia como cualquier otro, donde campaba la mansedumbre y nuestra paciencia era puesta a prueba una y otra vez.
Pero de repente algo falló, y nada volvería a ser lo mismo.
El ascensor produjo una pequeña sacudida, los motores eléctricos languidecieron como enfermos terminales, y nuestros estómagos se contrajeron por la desaceleración. Luego, la luz blanquecina de la cabina se extinguió con un breve parpadeo, y cobró vida la leve iluminación ambarina de emergencia.
Nos miramos a los ojos por primera vez y no pudimos reprimir una sonrisa de compromiso. Ya sabes: éramos dos desconocidos atrapados en un ascensor. Tras unos segundos callados rompimos el silencio con frases cliché: «¿estás bien?», «no creo que dure mucho», «vaya contrariedad», «¿eres claustrofóbica?», «¿cuánto hace que trabajas aquí?», «¿cómo es que nunca hemos hablado?».
Fue nuestra primera conversación. Al rato ya nos habíamos descalzado y sentado en el suelo, y pasamos de ser dos desconocidos a saber que apenas teníamos nada en común, sobre todo en lo que se refiere a la música y la literatura. Tú te deleitabas con Paulo Coelho cuando yo era incapaz de aguantarle cien páginas. Detestabas a Michel Houellebecq y a mí me encantaba. Y considerabas basura a músicos como Benighted, entretanto tus adorados Coldplay me aburrían como nada en el mundo.
Eso no impidió que tu mano y la mía se buscaran hasta cerrarse la una con la otra. Llevábamos varias horas atrapados, colgados de la nada sin saber qué final nos tendría reservado el destino. «Tengo miedo», dijiste con voz queda. Y yo te deseé en ese mismo momento, pero solo me acerqué a ti y te besé, porque quizá mañana ya era tarde para cualquier cosa.
Y porque yo también tenía miedo.
Todo un clásico lo de atrapados en el ascensor. Te ha quedado una bonita historia romántica, no sé si de manera consciente o no
ResponderEliminarChafardero
Hola, Chafardero. Quería que quedara una entrada un tanto cinematográfica. Sí, estoy satisfecho con el resultado. Celebro que te haya molado.:)
EliminarMe ha encantado. El encierro en un ascensor es un asco, pero la historia te ha quedado tan bonita que me ha alegrado el día.
ResponderEliminarUn abrazo.
Entonces me alegro por ello, Dorotea. Gracias y esperemos que no haya un gran apagón, por si tenemos que coger un ascensor.:)
Eliminarahora entiendo que nunca encuentre el amor, siempre voy por las escaleras.... una vez me tropecé con una mensajero de amazon, pero me insultó :(
ResponderEliminarJajaja, prueba en el ascensor y cuenta con que haya un gran apagón.
EliminarConozco al de mantenimiento, si nos sincronizamos bien, lo del apagón es sencillo ;)
EliminarMuchas gracias por tu amable visita.
ResponderEliminarUn placer llegar hasta aquí y disfrutar de tu relato.
Buena historia.
Un abrazo.
Oh, de nada; gracias. Otro para ti.
EliminarHola, Cabrónidas.
ResponderEliminarNunca se sabe dónde sucederán las historias bonitas, y tú has creado una muy tierna en un momento aterrador.
Un abrazo.
Hola, Irene. Bienvenida. La verdad que apenas controlamos nada; ni siquiera nuestro presente inmediato. Solo nos resta improvisar. Otro para ti.:)
EliminarEstar atrapado en un ascensor no suele ser nada agradable pero en tu caso te quedó una situación muy entrañable.
ResponderEliminarUn saludo Cabrónidas
Puri
Hola, Dulcinea. Seguro que no debe serlo, y depende con quién, toda una pesadilla.
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