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15/4/21

22. La cajera

    Ah, las cajeras del supermercado, con su aroma afrodisíaco a espinaca cosmética.

    Una vez más me aproximaba a la caja de cobro cogido de la mano de mi mamá. Con mis cuatro añitos yo daba tres pasitos por uno de los suyos. Nuestras siluetas dispares contrastaban con el resplandor que se colaba por las cristalerías del complejo, destruyendo a nuestro paso haces de luz que perfilaban millones de partículas de polvo en suspensión. Atrás quedaban, desenfocadas, las latas de atún, de navajas y mejillones; el jabón, los desodorantes y las cuchillas de afeitar.

    Y allí, al fondo del pasillo, tras la caja registradora me esperaba la Srta. Manoli con su bata verde oliva desabotonada. Dos botones y dos ojales dibujando una V perfecta en el escote, tras el que se parapetaba un pecho turgente que yo miraba ensimismado, desde abajo. ¡Qué prodigiosa simetría erótica! La Srta. Manoli, reconociendo en mi turbación infantil la dulzura del amor inocente, se inclinó hacía mí obsequiando mi atención con un dulce que cogí con más celo que Gollum El Anillo Único, a la par que me invadió su evocadora fragancia a quitaesmalte y chicle de fresa ácida.

    Una vez más, mi cajera preferida, convirtió aquel momento en un estado próximo al Nirvana. Estado divino en el que hubiera continuado durante todo el día, de no ser porque la Srta. Manoli, pellizcándome con delicadeza mis sonrosados mofletes hasta el punto de deformarme la carita, me devolvió a la cruda realidad exclamando: «¡Hay que ver, pero qué niña tan mona!».


11/7/24

358. Asilvestrados

    Da igual cómo lo llamen. Si Mosh Pit, Circle Pit o Wall of Death. En los treinta y tres años que llevo de conciertos —ya sean aislados o en festivales— he presenciado cientos de esas manifestaciones brutales, intensas y sobrecogedoras. 

    Cuando era joven también participaba y siempre cumpliendo las reglas. Primero: nadie mete a nadie en la vorágine a traición. El que se mete es por voluntad propia y sale del centrifugado o colisión humanas cuando quiere. Segundo: si alguien cae durante la barbarie no pasamos por encima ni lo barremos cual despojo: levantamos el cuerpo, comprobamos que sigue con vida y lo apartamos (todo eso en pocos segundos y a la carrera).

    Lo antedicho, con según qué grupos ese respeto por la vida y la integridad física no se da como debiera, pues se desata una especie de Capoeira letal cuya premisa es: si te metes, tú mismo. Es tal el nivel de salvajismo, que a veces el cantante ha de intervenir para apaciguar a las bestias. Sobre todo ocurre en salas pequeñas convertidas en ollas de presión.

    Pero lo que entraña verdadero peligro es cuando estás en el supermercado en hora punta, y una cajera anuncia, sin mirar a nadie en particular y con el miedo en los ojos, que nos pongamos por orden de cola en la caja que va a abrir.      

    Ahí no hay quien te salve ni camaradería alguna.



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