3/2/22

106. Películas

    Muchos blogs recomiendan libros y películas. Uniéndome a la masa bloguera, lo primero ya lo recomendé. Lo segundo: aquí tenéis. Vaya por delante que presupongo que, como yo, no hacéis asco a ningún género cinematográfico y carecéis de prejuicios.

    En primer lugar os presento la saga Sharknado. Seis películas en las que miles de tiburones de tamaño y voracidad diversa son absorbidos fuera del océano —con agua incluida— por tornados gigantes. Desde la primera parte hasta la sexta, los tornados van campando a sus anchas por toda la geografía terrestre, anegando a su paso lugares como California, Nueva York, Las Vegas, Tokio, Egipto... mientras que los escualos van desmembrando a troche y moche a todo «desgraciao»  que se cruza en su camino. Y así hasta acabar en el Espacio. Sí, tíos: el Espacio.

    Si has superado el visionado de tal despropósito y no sientes la necesidad de cortarte las venas, matar a alguien, recluirte en un monasterio, o pasar el resto de tus días corneándote contra paredes acolchadas, es que estás como una puta cabra. Pero también estás preparado para ver producciones de alta caspa y «bizarrismo»  tales como: Ninja Terminator, El ataque del pene mutante del espacio, Lavalántula, Mosquitoman, El vengador tóxico (tetralogía), Pirañaconda, La galleta asesina, Vagina dentata, Hijomoto 2: El ataque de las hordas sodomitas, La venganza de Pinocho, Basket Case (trilogía), Los zombis paletos, El hombre excedente interplanetario y las mujeres amazonas del espacio exterior, La isla de los pigmeos sangrientos y Mega Shark Versus Crocosaurus.

    Podría continuar hasta sumir al mundo en la locura, pero bastante ido de la pelota está ya y tampoco es plan. Además, si tenéis huevos a ver las pelis de toda la lista, no solo estáis más jodidos que yo, sino que me tenéis que explicar cómo coño lo habéis hecho.


31/1/22

105. La pesadilla

    Tengo una pesadilla recurrente en los días lluviosos. Estoy desempeñando el ejercicio de mi esclavitud laboral y el termo de mi piso ha estallado. Vivo solo y salvo mis padres, que eso de vivir lo hacen a quince kilómetros de mí, nadie tiene la llave para entrar y evitar el desastre, por lo que el agua sale a presión, obstinada y cuantiosa, anegando mi piso. Luego anega el de los vecinos más cercanos. A continuación el ascensor y la planta de abajo. De hecho el agua acaba anegando todo el bloque. Entonces, cuando llego del trabajo y abro la puerta del portal, libero un gigantesco chorro de agua que me arroya junto con los cadáveres de los vecinos y toneladas de mobiliario doméstico, desparramándonos por toda la plaza comunitaria como una ola rompiendo en la arena. En ese momento me despierto, sudoroso, y comprendo que me estoy meando a horrores. Sabedor de que el termo está intacto y vaciada la vejiga, me meto en la cama aliviado por partida doble. Y como nunca dejo nada a medias y los del seguro no van a responder a la catástrofe, me reconcilio con el sueño pensado en cómo me lo voy a montar para limpiar semejante devastación propia de un tsumani, y desembarazarme del puto vecindario muerto.


27/1/22

104. Cuando ya no queda nada

    Yo imaginé para ti una vida. Una vida que, más o menos, sería como todas las vidas. Yo imaginé para ti una vida con sus luces y sus sombras. Una vida llena de vivencias cuyo final sería una vejez plena y aceptada, que se despide en paz con la convicción de que ha estado bien, de que el viaje ha valido la pena. Yo imaginé para ti una vida, pero entonces, cuando aún te quedaban muchas cosas por hacer, ocurrió aquella desgracia que te produjo secuelas irreversibles y te sumió en una existencia inimaginable sin posibilidad de retorno. Créeme, que aunque ya no puedas creer en nada, hice todo lo posible para salvarte. Pero ellos me lo impidieron y se creyeron mejores que yo por dejarte muerto en vida.

    Y ahí estás sin estar, sumido en la negrura, con tu soledad de plomo, tu mudo calvario y con millones de segundos interminables.


24/1/22

103. Disney hace trampas

    Los hermanos Grimm y Hans Christian Andersen, entre otros, se inspiraron en el folclore de varias regiones de Europa para dar vida a sus cuentos y adaptarlos a su realidad, dicho sea de paso, bastante cruda y desesperanzadora. Algunas de esas narraciones no estaban orientadas, como se cree, hacia un público infantil. De hecho eran tristes y violentas, por lo que el filtro moral de la época y la censura de tiempos posteriores se encargaron de ello cambiando los finales y alguna parte de las historias. De eso sabe mucho Walt Disney, que ha contribuido a la transformación de muchas de esas antiguas obras con fines puramente comerciales, lucrativos y adoctrinadores.

    ¿Quién no ha visto El rey león, sea la versión de 1994 o la de 2019? Se dice de esa película que pueden extraerse siete o diez enseñanzas válidas para la vida. No diré que no, que alguna habrá. Pero quédate también con el hecho demostrado de que no hace falta ningún rey ni reina —que tanto da— para que un país, una sociedad, con sus mierdas e imperfecciones, avance —que ya es decir— o como mínimo exista. La monarquía, siempre tóxica y cancerígena, es sinónimo de pleitesía, clasismo y subordinación. Walt Disney no solo ha estado siempre del lado del poder, sino que él y su jodida película, a buen seguro, han causado un daño irreparable. Su engañoso legado se burla de nosotros y manipula a vuestros pequeños.

    Mejor que vean Mazinger Z, Los Simpson y South Park.


20/1/22

102. A todos vosotros

A la familia desestructurada de la tercera planta que solo sabe comunicarse a gritos.
Al vecino del quinto C que lleva desde el 2007 apasionado con el bricolaje.
A la pareja de polis que activa la sirena a las cuatro de la mañana.
A la gente borracha que vocifera debajo de mi balcón al cerrar el último bar. 
Al eterno y negado aprendiz de flautista del sexto A.
A los aspirantes a cantantes de OT que rompen la quietud de la noche. 
Al que decidió que todo el bloque debe escuchar la potencia de su nuevo equipo de música. 
Al que traza las curvas de mi calle chirriando ruedas.
Al que utiliza el claxon un nanosegundo después de que el semáforo se ponga en verde. 
Al que lleva la música al máximo en su coche con las ventanillas bajadas.
A todos vosotros, hijos de mil zorras sidosas, os dedico mi mal despertar.

17/1/22

101. Mensaje oculto

    Hay quienes creen que reproducir según qué discos al revés esconden una oscura invocación al demonio. Si bien es cierto que el heavy metal en general no es culpable de la manifiesta imbecilidad de aquellos que creen a pies juntillas en semejante necedad, sí lo es de la innegable asociación, consciente o inconsciente, de toda la consabida temática satanista y anticristiana de la que cientos de grupos se declaran, sin tapujos, precursores y adoradores, expresándola en todas y cada una de sus canciones. Tampoco hay que sorprenderse demasiado: aún hay quienes creen que Uri Geller doblaba cucharas y que una cosa llamada honestidad sigue viva en la clase política.

    Aunque a mis oídos nunca ha llegado ninguno, puede que sí exista un disco con tan siniestras rogativas. Por supuesto, autofinanciado por los propios músicos y distribuido por una compañía independiente carente de todo prejuicio, pues ya sabemos que la realidad supera siempre la ficción. Tengo claro que una voz enfermiza o deshumanizada hablando al revés, sobrecoge e impone mucho más que si lo hace en su sentido lógico, sobre todo por el misterio de lo que pueda estar diciendo y los motivos para ocultarlo. Aunque nada hay más misterioso que la existencia de un gitano sin primos.

    Por poner un ejemplo de los muchos que podría utilizar, ilustraré el post haciendo referencia al segundo trabajo de Slayer titulado Hell Awaits. Un disco magnífico que creó escuela allá por un lejano 1985. Según contestaron los componentes del grupo en una entrevista de la época —cachondos ellos—, la introducción del disco fue concebida para escucharla a oscuras y sin ruidos del exterior. Es de las más inquietantes que recuerdo de aquel tiempo y solo dura un minuto y cinco segundos. Inquietante digo, si te atreves a escucharla sin ruidos de ningún tipo y en la más completa oscuridad. Si lo haces, te digo lo que están diciendo.

    Eso sí, no me responsabilizo de lo que veas cuando enciendas la luz.


13/1/22

100. En lo inesperado queda el recuerdo

    Como en otras ocasiones, nuestros encuentros culminaban al caer la noche, en el desván de la casa de su abuela. Aquella fue la última vez y he olvidado por qué. Yo estaba bocarriba, tumbado en aquella cama de segunda mano del siglo XIX, y ella encima de mí cabalgando como una salvaje amazona. La cama aguantó una vez más el bombeo, y el sudoroso movimiento pélvico de mi compañera propició que ambos estalláramos como dos supernovas. Justo en aquel momento de placer expansivo, una generosa cagada de pájaro —que bien podría ser la de un pterodáctilo— apareció en el cristal del tragaluz como un esbozo repentino. Ella, ajena a aquel cacho de estiércol corrosivo, recordaría aquel gozoso momento en la adoración que hizo florecer en mi rostro colmado. Por el contrario, yo a ella la evocaría en todas las cagadas de todas las aves de la creación. Y todavía la tengo en la cabeza. A ella y a aquella cagada.

    Aquella enorme mierda aviar entre nosotros dos y las estrellas.


10/1/22

99. Reflexión breve

    Vaya por delante que yo soy de aquellos que creen que siempre quedan cosas por aprender. Es más: cualquier persona y situación te pueden enseñar algo en un momento dado. Ahora bien, es arrancar el ordenador y adentrarme en el profundo lodazal de internet, y no parar de leer que el 2020 y el 2021 han sido unos años que han enseñado muchas cosas. A mí no me han enseñado nada. O para ser más exactos: nada que no supiera. Y no es que vaya de listo. Pero me sorprende que todavía haya quienes no tienen aprendido que somos capaces de las mayores bondades y de las peores maldades. Que somos capaces de grandes gestos altruistas y del más bajo egoísmo. Parece que algunos dudaban de nuestra intrínseca capacidad para convertirlo todo en mierda. 

    ¿Existe esa gilipollez de quien dice que no se conoce a sí mismo? 


Esparce el mensaje, comparte las entradas, contamina la red.