El hijoputa o la hijaputa es esa clase de persona que, algún día, casi todos conocemos. No tenemos dudas de ello porque una vez que se cruza en nuestra vida, sea desde la infancia, la adolescencia o la edad adulta, ya nunca se va del todo. Por eso, sin saber muy bien cómo, acabamos conociéndola muy bien.
Yo hace unos treinta y cinco años que conozco a esa clase de persona en particular. Creo que si hemos durado tanto sin llegar a las manos es porque yo soy tan hijoputa como ella, sin que por ello mis defectos sean los suyos. Tampoco tengo claro que yo sea su hijoputa particular, aunque quién sabe si no lo soy para otra persona.
A lo largo de los años, he perdido la cuenta de las veces que nos hemos peleado verbalmente. Nos conocemos tan bien que cuando sucede es de veras repugnante. No por el enfrentamiento en sí, sino por lo que nos llegamos a decir.
Tengo claro que, como todas las relaciones duraderas, sanas e insanas, esta acabará en cuanto muera una de las dos partes, obvio. Lo que no tengo tan claro es si la muerte será por causas naturales o en plan Los Inmortales (1986).