Minutos antes de que la luna empezara a ocultar el sol, todo el ancho del cielo se convirtió en un aleteo anárquico de pájaros que piaban enloquecidos. En la soledad de las selvas, bosques y llanuras, rugían los felinos y aullaban los lobos. Y la vida que habitaba en los glaciares y en la profundidad del océano también emitía su queja.
Era algo de veras intranquilizador, pero no le dimos importancia. Estábamos demasiado ocupados en registrar el fenómeno astronómico. Demasiado expectantes con nuestros móviles en suspensión y los mentones alzados —con o sin la debida protección ocular—, mientras que en casa nuestras mascotas temblaban y gemían.
Cuando la ocultación del sol fue parcial, tuvimos que despoblar las calles, puesto que empezaron a sobrecargarse de electricidad estática hasta ser impracticables. El aire se detuvo y una sensación de apremio se adueñó de las ciudades. Todo eso también nos pareció extraño, pero supusimos que duraría pocos segundos.
Justo cuando el día pasó a ser noche total, desde la penumbra de nuestros balcones, terrazas y ventanas grabamos, fotografiamos, vitoreamos y aplaudimos ante la visión privilegiada de aquella maravilla celestial. Entonces los segundos se hicieron minutos, los minutos devinieron en horas, y de forma gradual pasamos de la exaltación al silencio absoluto.
Solo entonces, cuando la humanidad enmudeció, el mundo entero se ahogó en el bramido colectivo del reino animal, intenso y desquiciado. No era queja sino lamento, o quién sabe si advertencia. El caso es que, mucho más tarde que ellos, cuando el sol empezó a ser recuerdo, comprendimos que por fin nuestro tiempo había acabado.
Pues algún día ocurrirá. Muy bueno!
ResponderEliminarHola, Lola. Sí, no me cabe duda de ello, aunque creo que sin eclipse. Celebro que te haya gustado. :)
EliminarEstoy segura de que si el planeta hablase, diría que está deseando de que nuestro tiempo termine. Sólo espero que ese fin llegue antes que el fin del sol para que a la tierra le dé tiempo a disfrutar un poco sin nuestra presencia.
ResponderEliminarUn abrazo.
Hola, Dorotea. Desde luego, la Tierra merece ser habitada por una raza digna de ella. Y está claro que no somos nosotros.:)
EliminarAsí acabará la civilización humana, con un montón de imbéciles grabándolo en el móvil :)
ResponderEliminarMe ha gustado
Si acaba, estoy convencido de que nos pillará con el móvil en la mano y una última visita a nuestras redes. Me alegra que te gustara.;)
EliminarHe aterrizado por casualidad en tu espacio, pero ha valido la pena. Te felicito por la forma y por el fondo de tu blog.
ResponderEliminarSaludos cordiales desde Barcelona
Hola, Luis Antonio. Gracias pues y bienvenido. Te devuelvo el saludo.:)
Eliminar¿Os imagináis si fuese la luna la que no acudiese a la cita? La frustración de los millones de espectadores provistos de gafas oscuras, telescopios, móviles, etc. sería tremenda, se desplomaría la Bolsa, aumentarían los suicidios y las manifestaciones anti-todo, desaparecerían los poetas... Francamente, prefiero que sea el Sol el que desaparezca :)
ResponderEliminarSí me lo imagino. Incluso da para una entrada bastante esquizofrénica.:D
EliminarPues ya viene siendo hora, ¿no?
ResponderEliminarSaludos,
J.
Hola. Es que el Universo tiene sus tiempo. Los tiene todos.:)
EliminarVamos irremediablemente hacia el abismo por nuestra idiotez. Me encantó la entrada, con tintes poéticos y a la vez real como la vida misma. En uno de estos eclipses nos quedaremos mirando el dedo en vez de a la luna.
ResponderEliminarSaludos cordiales.
Hola, Joaquín. Así es. De una manera o de otra, pero al abismo vamos; en el filo del mismo ya hace tiempo que estamos. Gracias.
EliminarMuy bien. No por menos violento o grotesco el fin del mundo (o lo que se le asemeje), deba ser, necesariamente, igual de suavecito y amigable.
ResponderEliminarVa un abrazo, Cabrónidas.
Que llegará nuestro fin es casi seguro. Lo que no sabemos de qué modo. Espero que jamás descubramos la inmortalidad. De todas formas, de ser así, solo los de siempre se beneficiarían de ella.;)
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