5/2/24

315. El gran salto

    Esta historia que hoy te cuento me fue narrada con toda profusión de detalles por tres de sus cuatro protagonistas, mientras que uno de ellos permanecía en un estoico silencio. Como por aquel entonces los cuatro amigos —que nada tienen que ver con los que figuran en las entradas 202 y 203— eran muy jóvenes y atrevidos, iban por la vida bastante escasos de cerebro pero muy sobrados de energía.

    Una noche en la que trasegaban en una de sus recurrentes y desmesuradas sesiones etílicas, quedaron en ir a practicar puentismo el fin de semana que les fuera propicio. Por aquellos tiempos convulsos la gente se tiraba desde un puente por voluntad propia sin que supusiera un suicidio. Parecíamos todos menos idiotas que ahora, ya que no existían las redes sociales y las autofotos arriesgadas todavía estaban por llegar.  

    Así pues, repletos de resolución y pertrechados con suficientes cervezas como para aplacar la sed de todo un regimiento, mis cuatro jóvenes amigos, cuyos nombres reales omitiré como es costumbre en esta bitácora, se dirigieron al conocido puente catalán en el que, por vez primera, experimentarían las extremas sensaciones de tan adrenalínico deporte.

   Inolfo fue el primero en colocarse el casco y embutirse en el arnés de seguridad. El día era soleado y la temperatura agradable. Entre todos los presentes dispuestos a dar el gran salto se respiraba una tácita camaradería. Inolfo atendió a las instrucciones de los monitores y tan pronto le dieron el ok se lanzó sin más. Pitasio y Eustaquio no fueron menos y cumplieron de igual modo. No así como Uldarico, que se bloqueó en cuanto se careó con el abismo.

    Los monitores dijeron que era algo frecuente. A la hora de la verdad cada persona necesita su tiempo de asimilación para algo así, por lo que Uldarico cedió su turno a otros saltadores. Cuando volvió a ofrecerse de nuevo al sobrecogedor espacio abierto, en el puente ya había un grueso considerable de espectadores que coreaban la consabida cuenta atrás hasta llegar a cero. Pero entonces se hacía el silencio, Uldarico sonreía como el Joker y acababa negando con la cabeza.

    Los instructores, bregados en ese tipo de situaciones, volvieron a dejar a Uldarico a solas con sus demonios, mientras que Inolfo resolvió tirarse de nuevo, esta vez con los brazos en cruz, directo al vacío como un anticristo suicida. Pitasio hizo lo propio como si fuera una lanza, con los brazos estirados hasta unir las palmas. Y Eustaquio lo hizo con los brazos pegados a los costados, estremeciendo todo su cuerpo como un salmón a contracorriente. 

    Entre los saltos de unos y de otros la mañana fue cediendo paso al mediodía, entretanto que Uldarico llegó a negar hasta cinco y seis veces, incapaz de desbloquear su cerebro pese a los ánimos de aficionados y profesionales. Y aun así, sin pretenderlo, se había convertido en la máxima estrella del evento, con lo cual se le concedió otra nueva y última oportunidad.

    De modo que ahí estaba Uldarico por séptima vez, con casco y arnés en ristre, asumiendo su traumática situación ante la inmensidad terrenal. Lidiando contra sus dispares emociones en una pequeña plataforma de espaldas a un puente, en el que cerca de seiscientas bocas enajenadas y salivantes, en lugar de bramar la cuenta atrás, exclamaban incansables y al unísono: «¡Que se tire!, ¡que se tire!, ¡que se tire!». 

    Y en efecto, la abrumadora presión social obró el milagro, y Uldarico se lanzó al vacío con la cara blanquecina y desprovista de toda emoción. Aunque si hay que hacer honor a la verdad, más que lanzarse, se dejó caer de pies sin gracia alguna, como un triste muñeco de trapo que alguien deja de sostener por la cabeza desde un balcón a gran altura. Pese a lo grotesco del salto, la numerosa concurrencia prorrumpió en una sentida oleada de aplausos y vítores. Y de igual modo lo recibieron tan pronto su semblante desencajado apareció por la baranda del puente. 

    En los días que siguieron, me enteré de que los medios informativos de la localidad a la que pertenece el puente, dieron cobertura a aquel acontecimiento de envergadura inusitada, todavía hoy recordado por mis cuatro amigos, Inolfo, Pitasio, Eustaquio y Uldarico. 

    Aunque este último nunca quiera hablar de ello.



1/2/24

314. El ultraje del poderoso

    Sotanas y trajeados aún se empeñan en que asumamos las normas que rigen su tinglado con una sonrisa boba de consentimiento. Como si todo estuviera bien. Como si no hubiera motivos para el horror por más que yo y muchos desconozcamos el auténtico dolor, la guerra, el maltrato y la hambruna.

    De igual modo nos dicen ahora cómo tenemos que hablar. Cómo tenemos que dirigirnos a según quiénes y cómo tenemos que llamar a las personas discapacitadas. Como si emplear sus nuevas denominaciones de corrección política fuera sinónimo de verdadero respeto y tolerancia, cuando somos lo que hacemos y no lo que decimos, y eso no casa con la doble moral imperante.

    Por si fuera poco también se atreven a alterar la letra de canciones, obras de teatro y multitud de obras literarias del pasado, sin respeto alguno por el esfuerzo y creatividad que gastaron sus autores en ellas. Como si así dejara de existir todo el machismo, la homofobia y xenofobia de la época que reflejan y en la que fueron concebidas. Como si eso nos hiciera mejores ante el futuro, cuando tales aversiones siguen más vigentes que nunca en las raíces familiares, sociales e institucionales. 

    Y como se preocupan tanto por nosotros, no paran de insistir sobre la importancia de la salud mental y física, pese a que el Estado alarga nuestra esclavitud laboral y vende su droga en todas partes. Si nos conceden tal libertad de albedrío sobre nuestra salud, supongo que algún día legalizarán el resto de sustancias que mueve el narcotráfico ¿A quiénes interesa que no caiga ese imperio de poder? 

    También pretenden que nos traguemos como dogma de fe que la única belleza verdadera es la interior. Como si el atractivo físico que otorga el azar genético, aunque termina por desaparecer, fuera sinónimo de superficialidad. Como si no fuéramos seres de carne movidos por  el deseo ante la mera visión del envoltorio y el sexo porque sí. Porque eso es sucio, claro. Y más si eres mujer.

    Tampoco se cansan de intentar que comulguemos con creencias y tradiciones estúpidas, vínculos artificiales y congregaciones de subnormales. Sin rubor alguno todavía señalan, o se compadecen, de quienes optan por una vida en soltería y sin hijos. Como si eso fuera homología de la infelicidad. Como si la máxima realización en la vida fuera procrear y vivir en pareja o matrimonio. Siempre que no sea con los del mismo sexo, cómo no, que eso es antinatural y de personas enfermas.

    Y podría continuar hasta que muriéramos todos de asco, no sin antes asegurar que por lo que a mí respecta jamás conseguirán envenenarme con su socialización.



29/1/24

313. Ocurrió en el hueco de las escaleras.

    La mujer estaba frente a la vieja entrada del portal. Se sentía pequeña ante el alto bloque de viviendas, incapaz de hacer otra cosa que estar ahí de pie. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que entró por esa puerta. Entonces ella era un fruto menor envuelto en un aura de pura vida; una sonriente criatura llena de luz cegadora y sueños; una niña como todas las niñas. Pero entonces ocurrió aquello y el sol ya nunca volvió a salir. Los sueños se volvieron pesadillas y la negrura se instaló en su corazón para siempre.

    Sabe que no va a poder entrar. Le quitaron demasiado. Le arrancaron por la fuerza todo lo intangible que la conformaba. Todo lo que sentía y todo lo que era. Todo lo que pudo llegar a ser. La vaciaron por completo y sólo dejaron ruinas y una vida que ya no era tal. Después de tantos años aún puede sentir la indefensión absoluta que consumió su espíritu. La inevitable rendición frente a la superioridad física de los que tejieron su calvario con tela de araña; la aplastante certeza del tacto viscoso de la carne ajena sobre ella, en ella.

    ¿Cómo fue posible? ¿Cómo en un lugar tan reducido pudo caber tal cantidad de dolor? Ahí, tras la puerta del portal, en el hueco de las escaleras.



25/1/24

312. Rápido y bruto

    Cuando el grindcore llegó hasta nuestros hogares para mostrarnos la luz y perturbar la paz familiar, no faltaron los que aseguraban que aquella locura tenía los días contados. Era un sonido demasiado veloz y caótico. Un completo sinsentido que nadie tragaría en su sano juicio auditivo. Pero se equivocaban. 

    Desde su nacimiento a primeros de los ochenta, y su consolidación en 1986 hasta el día de hoy, el grindcore y la música extrema en general, se han mantenido a lo largo de los años sin haber recibido nunca el apoyo musical de los medios tradicionales. Todo eso, que no es poco, gracias a una pizca de suerte, a la fidelidad inquebrantable de sus seguidores y al trabajo duro y constante por parte de las bandas que lo practican. 

    No sólo ha sido así, para sorpresa de unos y estoicismo de otros, sino que además, aunque para el oído profano y no entrenado pudiera parecer una música encorsetada y de nula evolución, el grindcore y derivados mutan y se reinventan así mismos hasta límites insospechados y nunca soñados. Es decir, con todos vosotros y sin más dilación, para que el fin de semana os sea adrenalínico y emocionante: Chiquigrind.

   Vuestra vida ya nunca será la misma. 




    P.S.: Con todo mi respeto (1932-2017).


22/1/24

311. Regresando de la muerte

     He regresado de la muerte en una helada noche de plenilunio dos años después de mi funeral. 

    Tú todavía no me habrás olvidado, pero seguro que ya soy el menor de tus recuerdos. No sé muy bien cómo ha sucedido. Sabes que nunca creí en la existencia de las fuerzas sobrenaturales a las que rindes culto. Ni en todos esos ritos prohibidos de medianoche que susurras a la luz temblorosa de las velas. Esa parte de ti sigue disgustándome y por eso las cosas empezaron a ir mal entre nosotros. Todo se volvió demasiado oscuro e inexplicable. Demasiado siniestro para mi agrado. Incluso tú. 

    Pero ahora sí debo creer, después de todo. 

    Ahora que esas mismas artes que utilizaste para deshacerte de mí, me dan la oportunidad que tú no me diste, y resurjo de la negra tierra que me aprisiona para abrirme paso, vacilante y quejumbroso, entre las frías lápidas de los que nunca debieran regresar. Ahora que me alejo de los muros medio derruidos del antiguo cementerio, bajo la pálida luna cuya luz baña de plata la espantosa podredumbre de mi carne, dispuesto a encontrarme contigo de nuevo para resolver nuestras diferencias de una vez para siempre.

    Ahora, en esta noche igual a la de hace dos años cuando aún te amaba, y del cielo desprovisto de estrellas llovían pétalos de crisantemo.



18/1/24

310. Virtudes

    A lo largo de mi vida me han dicho varias veces que tengo la virtud de la paciencia.     

    El caso es que he tenido que asistir a fiestas y reuniones sociales en las que aguantar la verborrea a desconocidos indeseables y sonreírles tal y como se debe sonreír a quien te importa un cojón. Y lo he conseguido sin vomitarles encima y sin aullar en exceso.

    Por pura cuestión piramidal he tenido que chocarle la mano al jefe, al falso, a la zorra mentirosa y al oportunista. Y también lo he logrado sin escupirles a la cara y sin estremecerme de asco al sentir el contacto de sus pieles de serpiente. 

    Me he quedado con las ganas de dar caza a los conductores que he tenido que esquivar para evitar una desgracia, y meterles el puño en la boca para hacerles tragar su desprecio por la vida ajena, su endiosamiento barriobajero y sus putos pequeños complejos magnificados en el volante.

   Y jamás he cedido al hirviente impulso homicida de quitar de en medio a los que sé que han infligido dolor físico y psicológico a quienes sé que no matarían ni a una mosca. Y lo he logrado sin que nadie que me viera en ese momento de locura tuviera motivos para alarmarse.

    Puede que no tenga ninguna virtud, puesto que la paciencia es la única que siempre me han mencionado. Y no es paciencia, sino autocontrol.



15/1/24

309. Recuerdos

    Cuando algo inanimado deja de servirme o ya ha dado de sí, lo tiro sin más pese a la historia feliz que lleve consigo. Abundo en la desafección galopante porque nunca he sido dado a acumular recuerdos materiales, y al mismo tiempo practico el minimalismo y la despersonalización doméstica.

     De igual modo, hace ya bastante tiempo que dejé de grabar y fotografiar los trozos de mundo, conocidos y desconocidos en los que he estado. Como también cualquier tipo de manifestación natural, animal o humana que ocurra a mi alcance. Hoy en día, mi móvil no es más que una polivalente herramienta de comunicación-gestión.

    Los únicos recuerdos que poseo están en el lugar más inaccesible de mi mente. Sólo presentes para mí, con sus significados profundos e intangibles. Algunos de ellos ya han desaparecido y otros no se van aunque quiera. No puedo hacer con ellos como con las cosas materiales. No logro sacarlos de mi interior y darles la espalda.

    Y si algo tengo prodigioso es la memoria y la capacidad de recordar, incluso cuando no quiero. Es una maldición.




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