Hoy, por primera vez, Agapino decide destapar su secreto y pasea su erección allí donde se precie sin tapujo alguno. La erección de Agapino, tanto voluntaria como involuntaria, es rocosa e insolente, y pugna por reventar la ropa que la aprisiona, sea esta holgada o ajustada.
Durante su paseo matinal, se cruza con hombres viejos y jóvenes que, con disimulo, desvían la mirada a su centro de gravedad. Y cuando llega a una terraza, Agapino se sienta en una de las pocas sillas libres que quedan, intentado cruzar las piernas sin conseguirlo, dado el sobrenatural tamaño de su empaque.
Ahora que está sentado como puede, percibe en las miradas breves, curiosas y cómplices del público masculino de su alrededor, el deseo apenas incontenible de palpar, a dos manos, si esa señal suya de inequívoca potencia, salud y felicidad, es real.
No así como las mujeres también presentes, jóvenes y viejas, que desvían la mirada, casi con decepción y cierta envidia, cuando ven que Agapino luce una ondulante melena cobriza que cae como una cascada hasta la cintura, y que su cuerpo es un prodigio escultural de curvas y senos turgentes.
Sí, joder, sí. Todos y todas creían conocer a la bella y apetecible Esmeralda, pero hoy saben que su verdadero nombre es Agapino.