24/12/24

405. Cena de Nochebuena

    Había llegado el momento. Las mesas de millones de hogares dispares ya estaban preparadas. En algunas se exhibían platos acordes con nóminas tercermundistas y modestas, que serían devorados con la cubertería corriente de todos los años. En otras, se desplegaban banquetes de barroquismo insultante, que serían acometidos con la cubertería carísima destinada para estas fechas.     

    Con todo, se trataba de juntarse con los seres queridos y no tan queridos, y entre bocado y bocado, vino va y vino viene, que el espíritu de la falsa concordia imperase entre risas impostadas y actitudes infantiles. Era la cena de la paz y el amor, y cumplir con la tradición exigía ciertos sacrificios.

    Los hambrientos comensales estaban dispuestos. Unos, a la espera del mensaje del parásito anacrónico de la nación, Bobo Solemne, hijo de Simpático Holgazán. Otros, a cualquier otra cosa más digna y necesaria que no afectara a la salud ni a la digestión. Algo bastante difícil de conseguir con la tele encendida.

    Pero entonces sucedió.

    Los honorables abuelos octogenarios Onesiforo y Clodoveo, tambaleantes por el alcohol ingerido más que por la edad, por fin resolvían sus diferencias ideológicas en medio del salón a golpes erráticos de cayado. 

    En otro hogar, la suegra Cancionila y la nuera Quiteria, disconformes con quién de las dos debía ser la heredera de la fortuna familiar, se batían en duelo encarnizado en medio del pasillo al más puro estilo quinqui, asiendo por el cuello las botellas rotas de anís de baja calidad que se habían pimplado.

    En otra familia, los cuñados Isacio y Lupicino, uno merengue hasta la médula y el otro culé hasta las entrañas, confrontaban la honorabilidad del palmarés de sus equipos a mandobles de cuchillo jamonero, saltando de un mueble a otro como Jedis encocados. Ambos sangraban abundantemente. 

    En otra casa, las tías Riciberga y Radegunda, obesas y de voracidad insaciable, se disputaban como embrutecidas luchadoras de sumo la última pieza de cordero lechal anegado en salsa de frutos del bosque, con sus nueces y todo.

    En otra vivienda, el suegro Evelásio entraba en coma irreversible por una sobredosis de polvorones esteparios, empujados gaznate abajo por el yerno Ervigio con la escobilla putrefacta del retrete. Nunca era tarde para cobrarse la cuantiosa deuda de aquella timba de póker de hace siete años. 

    Los hermanitos Pablito y Sarita presenciaban cómo papi y mami discutían de nuevo sobre los trámites del divorcio, sin quedar del todo claro quién de los dos progenitores sería el primero en arrancarle el cuero cabelludo al otro con la espátula de untar el paté de oca.

    Y poco a poco, incapaz de perdonar, el espíritu humano se fue imponiendo al navideño en sus excesos de toxicidad, odio y locura, extendiéndose durante toda la noche hasta colapsar el país entero. Las zambombas enmudecieron y nadie pudo escapar del caos.

    Sin duda, nos esperaba un 25 de diciembre de lo más dulce. 


10 comentarios:

  1. Cenas navideñas de locura. Las detesto.
    Un abrazo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Por si acaso, di sí a todo o no digas nada. Lo que cuenta en este tipo de cenas es mantenerse a salvo.:)

      Eliminar
  2. Así son las cenas navideñas, para unos una reunión de falsedades, para otros una reunión de unión familiar, y para otros una noche odiosa para recordar. El ser humano y sus variantes. Un abrazo y feliz Navidad

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hola, Nuria. Espero que la tuya no tenga nada que ver con esta entrada que, dicho sea de paso, siempre será superada por la realidad en algún lugar. Gracias e igualmente.:)

      Eliminar
  3. Casi me atraganto, con la tradición se exigía ciertos sacrificios, ja, ja, ja, Ay, qué duro y a la vez realista. Por suerte ese barco de aguante zarpo hace años. Sabes, y ahora pareceré una ilusa, pero permítemelo como regalo de navidad, nunca entenderé porque mi parecer puede generar conflicto con otros, como digo soy algo utópica, pero creo que en la diversidad existe el aprendizaje, y no veo la razón de que mis ideas o las de otro, aún siendo adversas tengan que batallar, eso resta y lo peor degenera, pero así es y es realmente triste, o quizás solo sea una excusa para desquitarse, corromperse y crear una trifulca innecesaria.
    Por cierto, sigo sin cochazo, :)
    Te deseo feliz noche, te cedería el Tió, pero necesito ese palo.
    Un fuerte abrazo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hola, Irene. Yo tampoco he tenido que descorchar la botella de cava ante las cámaras. Claro que también tendría que haber comprado un décimo primero, por si acaso. Veremos qué tal la cena de hoy.:) Otro para ti.

      Eliminar
  4. Cabrónidas. Ah, las benditas cenas navideñas. Soy más de la idea de compartir la mesa esa noche con los que te aguantaron todo el año y con quienes te agarraste de las mechas todo el año, así ya todo lo dicho ya está más que sabido. O por lo menos es algo más fácil hacer un paréntesis de calma, tregua. En cambio invitar a la parentela con sus propios dramas y felicidad forzada... Puede terminar bien (¡y más que bien!) a pesar de las tensiones que puedan surgir, no lo niego. Como siempre, la única manera de saberlo es invitándolos (o que te inviten) y abrir la caja y encontrar al gato vivo.
    Más saludos.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hola, Julio. Como se suele decir: lo que pasa en la cena de Nochebuena, se queda en la cena de Nochebuena, ja, ja, ja.:)

      Eliminar
  5. Los nombres de los personajes son de Registro Civil antiguo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Ya nadie los utiliza; ni siquiera en la ficción. Y eso no puede ser.:)

      Eliminar

RAJA LO QUE QUIERAS

Esparce el mensaje, comparte las entradas, contamina la red.