26/12/24

406. Después del caos

    La verdad es que tenía un mal presentimiento que me palpitaba en el occipucio, y eso que no tengo sentido arácnido ni sexto sentido. Pero ahora ya sé por qué estaba desquiciado y escribía de un modo más compulsivo que de costumbre. Por lo visto, el noticiario que más se ajustara a la ideología de sus televidentes, informaba que la pasada Nochebuena había sido la más agitada de toda la Historia. Aparte de los siempre acontecidos accidentes de carretera y comas etílicos, se habían centuplicado las muertes por violencia doméstica en todo el país.

    Ahora entendía aquellos alaridos de agonía y furia que se habían producido por todo el vecindario hasta bien entrado el amanecer. Buenas muestras de ello eran las imágenes de mutilación y sangre que los familiares supervivientes compartían en sus redes sociales por un puñado de likes. Los youtuberos e influidores tampoco eran menos, y a la par que ganaban suscriptores, ofrecían una minuciosa casquería narrada y visual de los hechos. Sin duda, la materia que nos componía era débil, dulce y perecedera.

    Los servicios de sanidad y emergencia se quedaron sin bolsas de cadáveres y todavía quedaban cientos por recoger. Me pregunto si son las drogas de bares y farmacias, los caprichos atmosféricos o los ciclos lunares los que seguían activando los resortes más ocultos de nuestra mente para el enfrentamiento. Pero la verdad es que parapetados tras nuestros muros de tecnología y falsa tolerancia, desde que uno de los dos hermanos murió a manos del otro allá por el Génesis, seguíamos dispuestos a despedazarnos entre nosotros a la menor oportunidad.

     En cualquier caso, yo no soy de compartir nada en la red salvo lo que aquí escribo, pero estaba vivo y sin un rasguño. Así que para celebrarlo deglutía un extraño reserva de tinto con sabor a metales nobles y plagas mesiánicas. Como siempre con música de fondo que me trasladara a lugares salvajes y desconocidos, pero más amables que los actuales. Y con el deseo de que vosotros, estimados lectores y queridas lectoras, también hayáis sobrevivido a la Nochebuena del horror.

    Si bien somos hijos de Caín, los días que restan podemos tratar de ser como Abel.



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