Si tuviera que imaginar un futuro en el cual no nos exterminamos, sería aquel que atendiera a las leyes de la robótica que nos diera a conocer Isaac Asimov. Los androides —o como se quiera llamar— y cualquier vida artificial que fuéramos capaces de crear, estaría destinada a realizar todos los trabajos: los buenos, los malos, los de mierda, y los que no son ni una cosa ni otra. Nosotros, al no tener que vender nuestro tiempo dispondríamos de él en su totalidad, y cualquier actividad, incluso las básicas como nacer, cagar, comer, beber, mear, dormir, follar y morir, adoptarían insospechados matices de creatividad nunca antes experimentados.
Algunos humanos seguirían invirtiendo su tiempo en el progreso de la medicina, la ciencia y la tecnología. Pero está claro que la mayor parte de la humanidad continuaría cultivando sus rasgos más característicos e inherentes: usura, puteo, molicie, etc. Y todo esto orquestado a placer por la presencia secular del Gran Hermano. Por supuesto, tal planteamiento apunta a la ciencia ficción cutre, gestada desde mi realidad que no tiene porque ser la tuya.
Con toda esta brasa, lo que quiero decir es que por mucho que el tiempo pasa, nada cambia en realidad. Estamos en una pandemia y nos repiten una y otra vez que nos quedemos en casa. No obstante, a partir del día 13 o 14 reincorpórate al curro que hay que reactivar la economía, y cuando acabes tu jornada, regresa a casita que el confinamiento todavía no ha finalizado. Es más, puede que se alargue hasta mayo. Supongo que ante semejante contradicción, ya nadie duda de que los que manejan el cotarro anteponen la pasta a la salud.
Cada cual tendrá su cábala sobre el origen y el porqué del coronavirus, aunque yo ni siquiera me lo planteo. De hecho, hace años que soy un descreído de las versiones oficiales y de nuestra especie, además de proclive a creer que todo lo que ocurre —y deja de ocurrir—, obedece siempre a un oscuro mundo de intereses creados. Y no, en concreto, para mejorar los del proletariado en todas sus formas, antes y ahora. Esto no va a cambiar aplaudiendo desde los balcones —ni desde ningún sitio— por bienintencionado que sea el gesto. Y aparte de la resignación que hay que gastar para vivir con todo ello, no me hace ni puta gracia.
Hay un virus mortífero: humanidad lo llaman, aunque el adjetivo sea pura entelequia.
ResponderEliminarSí, tengo una entrada por ahí donde la pongo a caldo. El peor virus, sin duda.
EliminarEn la primera parte si que pintas un auténtico Mundo Feliz, no como Huxley.
ResponderEliminarEl Universo ganará mucho con nuestra extinción como especie.
Saludo.
Todo un visionario, Asimov. Aunque también creo que Huxley lo fue y no es que anduviera muy desencaminado. Sin duda, un universo sin humanos, es un universo mejor.
EliminarQue triste (no tu artículo) todo el resto
ResponderEliminarPor el momento, hay más sombras que luces.
EliminarMe alegra saber de alguien más que piensa por su cuenta, aunque oficialmente ya esté prohibido en la sociedad. En vez de un mundo con robots que nos hagan el trabajo, está claro que se viene una realidad donde los trabajos que quedan son los de hacer directos en las redes sociales para que la gente te vea comiendo, hablando o viendo pelis por una pantalla. Cero relaciones y cero actividades. El futuro de la película Wall-e de Pixar ya está aquí.
ResponderEliminarAh, las redes sociales. Siempre he pensado que la mayor parte de la población mundial es gilipollas. Ahora no lo es más que antes, pero sí tenemos los medios para demostrarlo y dejar manifiesto innegable de ello.
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