Una de las múltiples vejaciones a las que me sometieron mis captores en el servicio militar, no Usía ni Vuecencia, pero sí el comandante y sus cruzados trasnochados de menor rango, se llamaba Orden Cerrado. Aquella imbecilidad obligatoria consistía en que todos los secuestrados, a las órdenes del nacionalista con galones y según se le antojara a izquierda-derecha, derecha-izquierda, media vuelta, ¡paso!, y demás combinaciones idiotas, debíamos desplazarnos sin destino aparente, por toda la polvorienta superficie del cuartel en una adocenada agrupación cohesionada a la perfección. Aquella coreografía ridícula, adiestramiento previo a la jura de bandera, era diaria y de duración indeterminada, pero larga, siempre larga.
De todos los recién acuartelados de mi reemplazo, había cuatro o cinco patosos, pero no por ello estúpidos como eran considerados por las voces de mando, que siempre perdían el paso y a veces ni siquiera eso, puesto que no había modo de que lo pillaran. Ante tanta torpeza manifiesta, la cólera de los mandos inferiores se desataba como copias esperpénticas del Sargento Hartman.
Tanto era así, que el comandante, quién sabe si para dejar de sentir bochorno por sus delirantes adiestradores o sus sufridos subordinados, decidió que tenía que dirigir unas palabras de aliento a aquellos reclutas desmañados. Fue tan risible su soflama, que aún hoy la tengo en la cabeza y aquí y ahora inmortalizo para disfrute o disgusto del que lea.
—A ver, cuando pierden el paso, no solo me tocan los cojones a mí, sino que también se los tocan a todo el regimiento. ¡Y ya está bien, que lo que hacemos aquí no es tan difícil! ¡A mí y a mi regimiento nadie nos toca los cojones, y menos cuatro catalanes que vete a saber tú cómo coño aprendieron a andar! ¡Qué hostias les dan de comer allí aparte de la cebolla esa! ¿Qué pasa, que no les importa la jura de bandera? ¿Es eso? ¿Son más importantes las olimpiadas que la jura de bandera? Porque si es eso, dan ustedes un paso al frente y regresan a su puta casa. Y si se quedan, que sea para aprender a desfilar. Porque es que si resulta que ni dan un paso al frente y ni aprenden a desfilar... va a resultar lo que siempre he pensado. ¿Y saben lo que es? ¡Que en Cataluña solo hay drogadictos, putas y maricones! Y como todavía no tengo claro qué son ustedes y tampoco dan un paso al frente, serán adiestrados aparte a ver si tienen cojones de demostrarme que no tengo razón. Porque de momento, ustedes cuatro son unos maricones. ¡Unos catalanes maricones!...
En los días posteriores a tan ramplona arenga, los reclutas patosos ya no lo fueron tanto y no volvimos a presenciar episodios de ira en ese sentido.
La puta jura de la puta bandera de puta España se llevó a cabo sin percances.