19/12/24

404. Entre hormigas y ovejas

    Eran las ocho de la tarde y la orgía de luz navideña funcionaba a pleno rendimiento en la ciudad podrida. Yo era uno más de la marabunta que atestaba las calles dirección a ninguna parte; desapercibido, solo y muy abrigado. La masa de humanos hormiga discurría con obstinación sincronizada a la salida y entrada de los comercios, grandes y modestos, con un objetivo claro y común. También había numerosos rebaños de adocenados humanos oveja, consumiendo en los bares y poniéndose al día de banalidad y nada.  

    Sin saber muy bien por qué, me detuve frente a un gran escaparate en el que se exhibía un variado surtido de juguetes de gran realismo. Contemplarlos me trasladó a mi infancia. Un poco más allá, otro escaparate ofrecía telefonía móvil de la más versátil, y regresé de mi infancia con un recuerdo sobre un documental emitido en televisión, sí... Juguetes ensamblados por niños orientales, cuando no congoleños para la extracción de cobalto, a cambio de un cuenco de arroz o un sueldo miserable.

    En un gesto inconsciente me llevé la mano al móvil, cuyo precio de pronto me pareció obsceno, y suspiré hondo como si así pudiera alejar de mí una mala sensación. Luego calmé mi conciencia pensando que, a fin de cuentas, yo no era culpable de la explotación infantil, además de que China y el Congo eran lugares muy lejanos de mi cómoda vida. Al final proferí una retahíla de blasfemias que harían palidecer a Satán, y continué mezclándome entre la basta aglomeración de consumidores oveja y hormiga.

   Pese a lo alejado que estaba de mi elemento, yo tiraba más a cabra montés. Encima sonaba por un altavoz Navidad, dulce, Navidad, y tenía que hacer grandes esfuerzos por no embestir a nadie.

    Llegué a la calle centro, larga y ancha, y muy atiborrada. Había una zona concreta del tamaño de una cama de matrimonio, por la que salía un aire tibio a través de un enrejado del suelo. Era un lugar estratégico para la supervivencia invernal, por lo que en épocas de frío siempre estaba disputada por muchos indigentes. Al igual que yo, uno de ellos llevaba un gorro de lana embutido hasta las orejas. Al igual que nadie, a su lado tenía dos cartones de vino arrugados, sostenía un tercero con mano vieja y temblorosa, y parecía estar borracho.

     Y qué. En esta sociedad del todo fallida se bebe y está más que aceptado. De hecho, en este mes en el que parece que hay mucho que celebrar, más que en ningún otro. Así que él también bebe, y más de la cuenta, como muchas de las personas que pasan por su lado y se burlan, o lo miran como si fuera Gregorio Samsa en sus últimos días. Y brinda como lo harán dentro de poco otros muchos afortunados en el calor de sus casas. Solo que él lo hace con el aire, cartón de vino en alto, empujado por razones que seguro distan mucho de las nuestras. O ni siquiera eso.

     De pronto tuve que irme de allí por no cornear a toda esa gentuza. Eran malos tiempos para el respeto y la empatía, y encima ese puto villancico no paraba de sonar en todas partes, joder.



16/12/24

403. El matiz y el contexto

    Estos tiempos decembrinos son los más contradictorios del año. Por un lado, las afortunadas personas que nunca han tenido que trabajar dicen que tal actividad dignifica. Pero son muchos los esclavos que alguna vez o cada diciembre, han comprado o compran al calvo repartidor de felicidad el consabido papelito esperanzador. 

    Quizá es preferible no sentirse tan dignificado y que trabajen otros.

    Otros privilegiados que en su vida nunca han tenido que hacer cuentas para lo que sea, aseguran que el dinero no da lo que nos vende el calvo. Pero las imágenes televisadas de esclavos humildes descorchando botellas de cava y abrazándose sonrientes muestran todo lo contrario. 

    Puede que puestos a llorar de infelicidad, mejor hacerlo montado en un BMW M5 CS de tu propiedad que entre cartones.

    Con todo, los que tienen que seguir siendo esclavos, y encima hacer malabarismos con su sueldo, siempre recurren al consuelo de que lo más importante es ese tesoro caduco de valor incalculable llamado salud. Y no seré yo quien lo discuta, amén de que la mafia de la industria farmacéutica nos desea una larga vida, pero de enfermedad, en la que tengamos que recurrir, quienes puedan, a sus caros fármacos con receta. 

    Todo está en el matiz y el contexto, joder. 

    El matiz y el contexto.



12/12/24

402. Qué pocas luces...

    En una localidad de la piel de toro de cuyo nombre no quiero acordarme, pero recordaré aunque no quiera porque tengo muy buena memoria, hace unos ocho o nueve días, el grueso de sus comerciantes y demás habitantes, en plan Fuenteovejuna acudieron a las puertas del ayuntamiento a manifestar su profunda indignación por la total ausencia de alumbrado navideño en las calles.

    Los comerciantes argumentaban que semejante despropósito es un perjuicio para la bacanal consumista propia de estas fechas, ya que la ambientación navideña es un potente estímulo que incita al gasto. Mientras que el resto de la turba añadía que si pagan impuestos, es para que la consabida red luminaria esté presente, ya que sin ella los niños entristecen y el pueblo está muy feo.

    Al margen del porqué de esta situación, por lo visto ya solucionada, que cada cual extraiga sus propias conclusiones sobre los comerciantes y los que no lo son, oh, Navidad, blanca Navidad. 

    Ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja...



9/12/24

401. La Dama Blanca

    Hace muchos años que no veo a la Dama Blanca. En el pasado no fueron pocas las veces que se cruzó en mi camino, aunque dadas mis amistades de aquel entonces tampoco pudo ser de otra forma. Ahora mismo, por mucho que me empeñe, no logro recordar si me la presentaron o la conocí de forma casual. En cambio, por mucho que el tiempo pasa, no olvido lo mal que me llevé con ella desde el primer día que la conocí.

    Mientras que yo me negué a sus encantos desde el principio, la mayoría de los que la conocieron se enamoraron de ella al instante. Muy pronto se dieron cuenta de que era una dama muy extravertida que se dejaba adorar sin reservas con la frecuencia que fuera, cualquier día del año a cualquier hora, por lo que durante los primeros años de relación —siempre cara y clandestina—, se convirtió en compañera indispensable en todas las fiestas y reuniones. 

    Con todo, pude comprobar desde fuera lo tramposa que era con sus amantes, sin hacer distinción de sexo, raza o condición social. Los manipulaba a su antojo hasta el punto de conseguir que se enfrentaran entre ellos, o incluso contra mí, el infiel que la rechazaba una y otra vez. Delante de mis narices, con viscosa lentitud de gusano, llegó a transformar sus mentes y sus vidas sin que se percataran de ello. 

    Las navidades pasadas, después de varios años, vi a tres de sus enamorados de forma casual. Apenas había en ellos algo de lo que una vez fueron. Tan solo eran carcasas, envejecidas antes de tiempo, de ojos vacuos y amarillentos. Lo único que seguía igual era la recurrencia a la Dama Blanca. Claro que, a saber desde cuándo, ya no había risas, diversión ni vitalidad. 

    Solo la necesidad pura y perentoria de cobijarse bajo su falda una vez más, en lo que ya era un divorcio imposible entre ellos y ella.



5/12/24

400. Insistencia recompensada

    A ver, la cosa tiene su gracia. Tengo un lector, o lectora —que no lo sé—, que lleva como seis meses, de manera intermitente, preguntándome por correo cuál es mi trabajo. Dice que tiene mucha curiosidad por saberlo, y que, dado que asegura que ha leído mi bitácora por entero, se merece una respuesta, y verdadera. 

    Yo le llevo contestando que si es verdad que ha leído las 399 entradas de mi bitácora, ya tendría que saber de sobra cuál es mi trabajo. Más que nada por dos entradas del todo esclarecedoras (la 26 y la 41). De modo que voy a pecar de crédulo e ingenuo, y a pensar que esta insistente criatura tiene muy mala memoria.

    Valga pues, como contestación, la canción de hoy. 



    P.S.: Por cierto, como cada 4 de diciembre, ayer fue Santa Bárbara y lleva treinta años importándome un cojón.

2/12/24

399. Perspectivas navideñas

    Como cada primeros de diciembre, ya estábamos recibiendo el consabido estímulo lumínico-visual navideño. En algunas ciudades había empezado con dos o tres días de antelación, quién sabe si porque andamos algo despistados, o demasiado imbuidos de algún desastre natural, cercano y reciente, y eso no puede ser, puesto que la Navidad necesita de toda nuestra atención.

    Quién sabe, quién sabe. Puede que solo se trate de demostrar quién, de ciertos alcaldes, es el que la tiene más larga.   

    Por añadidura, el calculado y primigenio engranaje que rige nuestras vidas, queramos o no, con todos lo numerosos y variados instrumentos de los que dispone, vuelve a dictarnos cómo tenemos que proceder y sentir. El loco, por ejemplo, ya ha planeado cómo hacerse con el próximo cuerpo que habrá de vestir el traje de Papá Noel para adornar el balcón. 

    Por su parte, Demenciano ya ha hecho acopio de cuantiosos litros de absenta con los que permanecer en una zozobra calculada hasta el día 7 de enero, a ritmo de black metal para paliar los efectos desquiciantes de los villancicos. Por supuesto, no por ello va a desaprovechar las sugerentes ofertas carnales de los prostíbulos de los que es socio honorífico, pues tiene una reputación que cuidar. 

    Y Crisógono, que aún vive con su madre cuya voracidad no ha disminuido, sino que ha aumentado a la par que su cuerpo, sabe que durante toda la duración de las fiestas navideñas, y más que en ningún otro periodo del año, va a tener que realizar incontables viajes al contenedor de la basura para evitar morir ahogados en ella.

    Los basureros ya están temblando.

    Respecto a Petronila, tiene todo su arsenal masturbatorio, el antiguo y el más avanzado, en perfecto estado de disposición y funcionamiento. Su intención es orgasmar hasta el final de las fiestas de forma imaginativa, extrema e innovadora, tantas veces como su libido se lo exija, pues ella es de las que defienden que un hombre y su pene son lo último que necesita una mujer para sentir placer sexual.

    En cuanto a mí, me armaré de valor e intentaré superar estas fiestas como pueda. Si el loco, como otras veces en el pasado me pide ayuda para llevar a cabo su plan, sin duda se la ofreceré. Después de la cena de Nochebuena, supongo que me pasaré por casa de Demenciano para saludarlo y darle a la absenta. Luego visitaremos a Crisógono, al que también le gusta beber, y si no acabamos demasiado ebrios, le ayudaremos a tirar la basura.

    A fin de cuentas, hay que cuidar de los amigos y estar ahí para cuando nos necesiten. 


     

28/11/24

398. Lunáticos

    Ya ha oscurecido en la ciudad cenicienta. Repta por ella una densa bruma que anega todos los rincones y se enrosca en las edificaciones como un ser vivo y hambriento. Ya no parece una ciudad, sino un lugar de cuento, gótico y atemporal, que a buen seguro seduciría a mi buen amigo Jack.

    Desde mi ventana empañada, la lóbrega iglesia de Cristo Rey aparece difusa como una ensoñación. Puede que sus fríos pasadizos, a estas horas de luna en las que el licántropo sale a cazar, también alberguen la estampa contrahecha de quien es su guardián. Imagino su sombra renqueante, desplazándose por los antiguos muros de piedra a la luz oscilante de una antorcha.

    Quizá es en noches como esta, de cielo velado y quietud imperial, cuando surgen las buenas historias. Esas que hablan de monstruos a contra natura y perviven en el mito generación tras generación, aunque ahora mismo no sea verano, ni esté resguardándome de una intensa lluvia en Villa Diodati, junto con Mary, Polidori y otras personalidades perturbadas.

     Así que afila tus colmillos, querida desconocida, porque es hora de que nos adentremos en la tiniebla para volver a ser y a sentir, aquí y ahora, en la noche prohibida de los lunáticos, propicia para las pesadillas y las más abyectas travesuras. 



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