Tú eres un hombre y tu jefe te permite disfrutar de tus días libres a regañadientes, como si te concediera el favor de tu vida. En cambio a la mujer made in Hollywood todo le resulta fácil. No sabemos muy bien qué trabajo desempeña en esa gran empresa, pero es asombrosa la sencillez con la que logra disponer, a su antojo, de los días libres que le corresponden por derecho.
Es más: su jefe la abraza y le desea que disfrute.
La mujer made in Hollywood ha cogido un vuelo en primera clase, lo cual significa que su sueldo supera al tuyo con creces. Ha llegado a su destino, y está cruzada de piernas en la butaca del lujoso vestíbulo de un hotel con la naturalidad de quien ha vivido en la pompa desde siempre. Un hombre que nunca serás tú se acerca a ofrecerle fuego, justo en el momento en que ella, con ademán despreocupado y la mirada en ninguna parte, se lleva un cigarrillo a los labios. A continuación la invita a una copa sólo apta para paladares adinerados.
Tú estás espatarrado, un tanto grotesco, exhibiendo paquete en las pegajosas escaleras de la entrada de un hostal, tan mísero como tu sueldo, cuando una mujer que nunca será la mujer made in Hollywood, pero que está tan desmejorada como tú, se acerca y con voz de cazalla te pide un cigarro y pasta para una cerveza.
La mujer made in Hollywood y el hombre que nunca serás tú, tontean nimiedades propias de mentes cultivadas en prestigiosos colegios caros, y surge un diálogo chispeante: se declaran adictos a la exquisitez de la Nouvelle Cousine, y admiradores de las fantásticas gárgolas que otean desde lo alto de la catedral de Notre Dame.
La mujer que nunca será la mujer made in Hollywood, te habla con verborrea errante de sus excesos de juventud —que más o menos son tan deprimentes como los tuyos—, del precio del bacalao en el mercado de bidonville, y te pide pasta para otra cerveza pese a que la primera estaba desbravada.
La mujer made in Hollywood, aunque jamás lo es en la intimidad, intenta parecer una señorita de difícil accesibilidad, y niega tres veces antes de subir con el hombre que nunca serás tú, a la suite ubicada en lo más alto del edificio. Una vez dentro se besan con la salivación e intensidad adecuadas. Luego, la mujer made in Hollywood se va al lavabo con una disculpa, no sin antes mirar con travesura al hombre que nunca serás tú. Y cuando regresa lo hace desnuda, caminando hacia él como una pantera ingrávida entre las nubes, para acabar encendidos en la seda asiática de la cama.
La mujer que nunca será la mujer made in Hollywood y tú, estáis cachondos y no te importa su pasado ni si está mal de la cabeza. Es obvio que ella siente lo mismo por ti; ¿hace falta algo más? Así que subís por las escaleras pegajosas hasta dar con una puerta descascarillada, que da a un cubículo lóbrego y apestoso. A través de la reja oxidada de la ventana entra la pálida luz de la luna, que ilumina una cama sin hacer que inspira inquietud y deriva.
La mujer que nunca será la mujer made in Hollywood eructa. Tú te tiras un cuesco porque no eres menos, y ambos hedores hablan de la vida de alcantarilla que lleváis. Ella se disculpa y va al lavabo a mear y a cagar, y el retrete vuelve a hacer historia una vez más. Ella sale y tú entras, también disculpándote. Parece ser que no ha pasado la escobilla, pero es que no hay escobilla. Mierda. Escupes, meas y tiras de la cadena, mirando cómo el agua se lleva toda la basura. Algo viscoso había en la cadena; maldices, te limpias en tu ropa de mercadillo y vuelves. Intentas desabrocharle el sujetador, sin éxito. Lo hace ella, resoplando. A continuación acabáis de desnudaros en un frío trámite de cementerio, y os besáis en una descoordinación atropellada en la que disparas antes de lo deseado.
Sales flácido de ella, pero con cuidado, no fuera que se quede todo ahí dentro. Ella mira al techo, preguntándose qué la condujo a estar en esa habitación contigo, y tú miras a cualquier otra parte; lejos, muy lejos. Piensas en darle conversación pero no hay sitio para las palabras, y pronunciarlas sería como decirle a alguien te quiero cuando todo se acabó hace tiempo.
Ella coge uno de tus cigarrillos con indiferencia, con los dedos arrugados y el gesto gastado de quien ha escuchado una canción tantas veces que ya no sabe de lo que habla. No podéis dormiros y piensas en ofrecerle otro tipo de placer. Quizá pasear las manos por la decrepitud de su piel, mientras sus pómulos se estrechan como los de un cadáver entre calada y calada.
Por supuesto, no sin antes haber ido al lavabo, y comprobar que el condón utilizado no sea el uno entre mil que las multinacionales del sexo blindado agujerean para asegurarse futuros clientes de aquí a quince años, si no antes.
Mujer made in Hollywood, esto nunca nos lo cuentas.