Down y su síndrome viajaban en un vagón de metro, junto con un puñado de seres que no evidenciaban síndrome alguno, pero que más o menos eran pensantes como él. Se empapaba de música mediante unos auriculares, indiferente a todo cuanto le rodeaba. Lo mismo que el resto de pasajeros respecto a él y respecto a ti y a mí, si viajáramos en ese vagón y de pronto convulsionáramos por un ataque cardíaco o epiléptico, o fuéramos víctimas de robo o agresión.
De súbito, Down empezó a cantar a viva voz el tema que horadaba su cerebro: «¡SA-SA-SA-SA-SA! ¡SAMURÁI SPIRIT!», «¡SA-SA-SA-SA-SA! ¡SAMURÁI SPIRIT!», y toda la concurrencia del vagón fue arrancada de cuajo de sus pensamientos más íntimos y estúpidos, preguntándose con perplejidad qué coño estaba pasando.
Entonces, afloró el murmullo y las miradas de reojo entre el quinteto de viejas, que se removieron en sus asientos y se alisaron la ropa en un gesto inconsciente de rechazo: «Ay, pobre, qué lástima», «ay, no sé qué haría si mi nieto estuviera así». También entre el exaltado grupito unisex de adolescentes un poco drogados, un poco borrachos —quizá sólo un poco indeseables—, haciendo honor a su comportamiento con las acepciones que utilizaban en su sentido más puro y primitivo: «Jajaja, menudo retrasado», «hostia, qué subnormal, jajaja, no controla», «joder, cómo berrea el mongólico, jajaja».
Y Down seguía, muy concentrado en sí mismo, más allá del bien y del mal, más allá de cualquier cosa más grande que todos nosotros, con su cristalina inocencia: «¡SA-SA-SA-SA-SA! ¡SAMURÁI SPIRIT!», «¡SA-SA-SA-SA-SA! ¡SAMURÁI SPIRIT!». La reacción continuó en un par de parejas heterosexuales de mediana edad, muy quietas y recatadas, que sólo se metían en sus asuntos porque meterse en los ajenos es de mala educación: «Ay, cómo se pasan», «ay, qué pena. Si el pobre es un ejemplo de integración y superación», «ay, qué hacemos. Llamemos a seguridad, ay».
Pero nadie hizo nada, salvo registrar en el móvil esos momentos tan nuestros para compartirlos con el mundo, que es lo importante. Después de otra sentida repetición de aquel estribillo, Down se calló de forma tan abrupta a como había empezado, justo cuando una melódica voz femenina —que parecía necesitar en todas sus oquedades erógenas una erección ruda y viril— anunciaba la proximidad de la siguiente estación.
Entonces, el joven Down se quitó los auriculares y hurgó en la bolsa deportiva que tenía en su regazo, mientras que el resto de civilizados pasajeros se situaban en zonas estratégicas cercanas a la puerta, sin ocultar la necesidad genética de ser el primero; de pisar la cabeza del otro porque sí; de ganar y salir victorioso en la tramposa carrera de ratas que es la existencia del ser humano.
Pero ninguno de aquellos seres pensantes con prisa llegó a salir, pues Down desenvainó un largo filo plateado, que blandió en todas direcciones cortando el aire y todo lo que encontraba en su mortal trayectoria, propiciando un doloroso coro de alaridos desgarradores, de súplicas desesperadas a Dios y a la Virgen, y de agónicas maldiciones a él, a sus padres y a las sorpresas de esta puta vida maravillosa.
Cuando hubo acabado el vagón parecía el matadero de un carnicero endiosado.
Una de aquellas víctimas propiciatorias aún respiraba, y por encima del semblante satisfecho y relajado de Down, creyó ver la imagen difusa de un guerrero samurái que envainaba su katana con un gesto característico y solemne, al tiempo que Down hacia lo mismo y se colocaba los auriculares. Vio a Down sortear varios miembros amputados y unos cuantos cadáveres, y lo sintió pasar por encima suyo dirección al mundo de la superficie. Después, con su último estertor empapado en sangre, aún tuvo tiempo de oír a Down entonar su canción favorita mientras se alejaba:
«¡SA-SA-SA-SA-SA! ¡SAMURÁI SPIRIT!»
«¡SA-SA-SA-SA-SA! ¡SAMURÁI SPIRIT!»
Y mientras te leía pensaba, qué buen estribillo; ya me gustaría saber qué música escucha y din atreverme a acercarme y cortar su conversación solo la registraría en mi mente para buscarla más adelante, esperando tener éxito. Pero vistos los acontecimientos dudo que tuviera un mejor desenlace que el resto. Siempre esos giros de tuerca tan tuyos.
ResponderEliminarSi te ha gustado el giro o sorprendido, me doy por satisfecho de sobra. :)
EliminarTotalmente, como siempre.
EliminarConcentración*
ResponderEliminarRegreso en un rato a escuchar tu vídeo.
Bien. Agradezco tu tiempo aquí empleado.
EliminarPues es muy buena; ya veo por qué te ha inspirado, oye y la guitarra una preciosidad.
EliminarSí, es un buen tema, como todos los que tienen. Su último disco no llega al nivel de los anteriores, no obstante.
EliminarAhora empezará una nueva moda de matar gente en público al ritmo de alguna canción.
ResponderEliminarAl menos, que sean buenas canciones.:)
EliminarEn este caso, como usuaria de metro, yo me pongo al lado de los "pasajeros civilizados" que "no reparan en nadie" que van a lo suyo sin hacer daño. Además tenían razón, ese tal Down era un perturbado mental, o la maldad personificada o con probabilidad las dos cosas.
ResponderEliminarPosdata: Da gusto leer textos como este antes de ir a trabajar en metro :((
SAludos ;))
No te preocupes, Manuela. Down y su síndrome no son tan malos, lo que pasa que no soporta que se burlen de él y la inacción de quienes presencian la burla. Tiene que entrenar su paciencia.;)
EliminarGenial que hayas incluido la música.
ResponderEliminarMe gustó, es corto e impacta bien. Pero sobre todo, el primer párrafo. Ese intercambio de la persona que padece el síndrome pero que, en relación a quienes llevan una vida "típica", se muestra más capaz o más digno.
Exacto, es la esencia de la entrada, Martín.:)
EliminarNunca sabemos qué hay dentro de las cabezas de los que nos rodean xd
ResponderEliminarEstamos en la jungla.
Mejor mantener la distancia con todo el mundo, indiscriminadamente.
Pensaron que Down y su síndrome no iban a impartir justicia contra la burla. Pensaron que la indiferencia ante el mal no recibiría su justo castigo.:D
Eliminar¡Vaya giro! Después de disfrutar del saxofonista de tu relato previo pensaba que estabas en una de esas rachas de observación de los marginados con este engendro amante de las katanas. Pero parece que tras mostrar cierta sensibilidad por ese músico, rey de reyes, entre cuyas líneas he vislumbrado algo similar a la esperanza, has sentido una necesidad vital de retomar la oscuridad de tu narrativa, con todo el sarcasmo que encierra, (y que me encanta), no vaya a ser que te perviertas... Hoy me quedo con el saxofonista sin ninguna duda...
ResponderEliminarEs que el saxofonista se hace querer. El protagonista de hoy, está chalado, y no porque tenga el síndrome de Down, claro está. Y aún así, es más digno, o mejor dicho, no es peor que los que lo insultan y permanecen indiferentes. Gracias como siempre y si ves al saxofonista, me avisas.:)
EliminarManos mal que donde vivo, no tenemos metro. UN abrazo. Siempre sorprendiendo. Carlos
ResponderEliminarHola. Por si acaso, y aun con la ausencia de metro, no te burles de quien tenga un síndrome y ponte de su lado si se burlan de él.;)
EliminarSe lo tenían bien merecido por salir a la calle desarmados. A quién se le ocurre???
ResponderEliminarPeor aún: a quién se le ocurre burlarse de un desconocido que tiene síndrome de Down, y a quién se le ocurre presenciarlo y no hacer nada.
EliminarLo peor no es que se burlen de ellos. Lo peor es que huyan de ellos, como si fueran apestados (un besito, Blanquita, eres una preciosidad)
ResponderEliminarPueden huir de Down, pero no del espíritu Samurái.:)
EliminarSi hay un ser en este mundo que jamás reacionaría como lo ha hecho DAWN, es justo un síndrome de Dawn, se cabrean, naturalmente que se cabrean, pero tienen esa generosidad y bondad primigenia que han/hemos perido la mayoría, que se les impide hacer daño adrede. ¿Ves? aquí tanto los pasajeros del metro como a ti, os han atacado los prejuicios, esos que nos envenenan bastante más, que todos los virus del planeta y aunque me pegues una patada en el culo jajaja ( que se que te dan ganas a veces ; ) tengo que decírtelo, por lo demás, hasta que le ha salido la vena esta carnicera, perfecto tu retrato, como siempre !!
ResponderEliminarun beso kamikaze ; )
Cómo te voy a pegar una patada en el culo, a ti o nadie, por pensar como quieras pensar. Si incluso respeto sin que se note, aun siendo de mentira a, por ejemplo, monárquicos y reguetoneros :D Pero no fue Down el gran carnicero justiciero, sino el espíritu del samurái.:)):))
EliminarOtro para ti.:)
Otro ejemplo de rabia mal canalizada... en el congreso de los diputados Down y su espíritu podrían hacer un trabajo mucho más apañado y necesario :)
ResponderEliminarAcabas de tener una gran idea. Lo consultaré con el espíritu.;)
EliminarPrometo que conocí un Down que le iba soltando hostias todo quisque. Incluso a una niña de siete años. En general no lo hacen ni son tan violentos pero si le hubiesen dado una katana la hubiese usado como el de la historia. Yo me compadecí de su situación pero le amenacé con la mano por eso de que mi compasión no es más grande que mis deseos de que me peguen.
ResponderEliminarPero en tu historia y en los metros que frecuento hay muchos Dawns no oficiales que fuera de sus móviles y sus pantallas no valen ni para guerreros samurais.
Te creo, Sergio, María tomará nota al respecto. Espero que el espíritu del samurái dé con el Down que hostiaba a todo quisque, para que sus golpes sean certeros y a la chusma adecuada.;)
EliminarHola Cabrónidas, me encantó Down cortando con su espada a todos esos imbéciles. Me gustó ese final donde el moribundo cree ver el espíritu de un Samurai, en Down. Seguro que si un Samurai vuelve a encarnar y recuerda su vida anterior se comportaría como Down, viendo todas las estupideces de hoy en día. Saludos.
ResponderEliminarHola. A veces hay que elegir entre el peor de dos males. Down eligió con sabiduría. Hay comportamientos que no pueden quedar impunes.:)
EliminarInteresante descripción de la sociedad actual, en la que nadie interviene pero se queja cuando algo le pasa y nadie interviene.
ResponderEliminarSaludos,
J.
Exacto. Brillante razonamiento, José A.:)
EliminarLa primera parte es tan real, que si no fuéramos con el móvil en la mano nos daríamos cuenta de qué sociedad formamos parte. ¿A quien salvaríamos de todos ellos? ¿Quiénes viendo cómo insultan a Down hacen algo? Solo Samurai Spirit se toma la justicia por su mano. Muy impactante ese giro final.
ResponderEliminarGracias al espíritu del samurái, la sociedad es un poco mejor.;)
EliminarAtroz final en una espeluznante narración donde el sarcasmo se luce en un fuerte ímpetu de no permitir la asquerosa burla de quién cree que tiene derecho a jorobar a los demás.
ResponderEliminarNadie es inocente. El espíritu del samurái lo sabe y aparece cuando se le necesita.:D
EliminarOtro Joker? Todos llevamos un Samorai dentro y un mundo de intolerancia y lleno de prejuicios para rellenar el decorado...
ResponderEliminarAh, el Joker... Fue un producto de la sociedad; ella lo creó y ahora tiene que sufrirlo. Que gran tipo. Tanto, como el espíritu del samurái.:D
Eliminar¡Joooder!
ResponderEliminarNo sé con qué momento quedarme, sin con el de «que parecía necesitar en todas sus oquedades erógenas una erección ruda y viril» o con el baño de sangre.
Besos.
Hola. Con lo que más te resuene, devoradora, con lo que más te resuene.:D
Eliminar