Quién sabe si por rotación planetaria o conjunción astral, pudo mi hermana contar con mi ayuda para satisfacer con la mayor eficacia y coordinación posibles, los reclamos y necesidades de un grupo de vociferantes púberes que a bien quiso ella en un arrebato de insensatez, hospedarles en su casa durante un par de días. Con el mayor rigor posible y templando el pulso, paso a relataros a grandes rasgos lo acaecido aquel sufrido fin de semana de un verano lejano.
Tengo pocos momentos de paz, por lo que escribo esto a escondidas y con el temor a ser descubierto. Llevo dos días secuestrado, satisfaciendo tan bien como puedo las exigencias de una aulladora jauría de jovenzuelos malcriados y quisquillosos, arañando fuerzas de flaqueza de mi estabilidad mental para no caer en el síndrome de Estocolmo. Si bien es cierto que la adolescencia es bella por lo que atesora en sí misma, huye de la razón y el sosiego, en favor del exceso y la nula utilización de la lógica.
Mi presencia solo es requerida para nutrirlos, aun a riesgo de ser amenazado con gruñidos y gestos de desaprobación, cada vez que traigo a la mesa un plato de pescado o verdura. ¡Iluso de mí!, las criaturas salvajes sólo comen carne, chuches y polos. Suerte que mi hermana, acostumbrada a lidiar con actitudes reprobatorias, consigue salvarme una y otra vez de las fauces de esos déspotas crueles e insensibles.
Las comidas y cenas de las que estoy siendo partícipe con la jauría no tienen desperdicio. Llevo dos días y medio intentado colar un par de frases coherentes, en lo que es una sarta delirante de insensateces, que de darse lugar, serían las mismas que habría entre el musgo seco y las larvas. A todo esto, cuando por fin lo logro, mi sobrino escupe la comida diciéndome que no sé dialogar y que no dejo que nadie lo haga. Encima mi hermana me traiciona y en lugar de defenderme prorrumpe en carcajadas que se unen a las de toda la jauría. Mientras recogemos utensilios y adecentamos la cocina, la jauría ya con sus apetencias colmadas, asaltan el congelador en tropel, se van al comedor y encienden la aborrecible caja de imágenes.
De nada sirve que les triplique la edad: con la excusa de que molesto y no estoy en la onda, me han desterrado a la terraza desde donde los observo a través del cristal. Más que sentados, están desmadejados aquí y allá sin orden ni concierto, sintonizando un programa en el que una patulea de iletrados, jaleados por un presentador cretino, se escupen bajezas los unos a los otros e insultan a personajes de la farándula de tres al cuarto no presentes en el plató, con el mérito incuestionable de hacerlo todos a la vez. Cuando el subidón de semejante bazofia lo requiere, el realizador del programa hace un barrido panorámico sobre el público que aplaude, cuyos rostros sonrientes muestran evidentes carencias neuronales.
Pronto desatienden el televisor en favor de desgastarse en la piscina. Es tal el despliegue de energía que la convierten en un mar embravecido. Cómo no, también teclean con asombrosa pericia sobre sus pantallas táctiles. No puedo asegurarlo, pero creo que en lugar de mandar WhatsApp al exterior, se los mandan entre ellos en detrimento del don del vocabulario, que sólo es utilizado ante una foto o tuit de supuesto ingenio. En esos momentos para, quien como yo pertenece al gremio de los tontos que anteponen la libertad al uso de la tecnología, siento que el alma se me diluye pies abajo, y pierdo la poca fe que tenía en las generaciones venideras para capear las tormentas sociales del futuro. No obstante, para no abundar en el pesimismo, debo decir que las madres se han intercambiado información, y aseguran que sus retoños aprueban los exámenes del instituto sin utilizar métodos fraudulentos.
Cuando ya es noche cerrada y han repasado sus vidas y las ajenas concentradas en las redes, deciden irse a dormir dando las buenas noches como un mero trámite. Casi levito de alegría, pues eso supone mi liberación y el cumplimiento de mi compromiso. Así que, aunque todavía tengo que pasar la noche que dará paso al amanecer del lunes, escribo esto desde la prudencia y la esperanza, sabedor de que podré escapar cuerdo y de una pieza, pese a los traumatizantes episodios a los que he sido sometido.
P.S.: En la actualidad, algunos componentes de la jauría son mayores de edad y otros están a meses de serlo. También parece ser que, de momento, han desarrollado adicciones sanas, pero nunca han leído un libro. Y todo lo escriben sin vocales.
A ver si luego no lo ponen a cuidar ancianos.
ResponderEliminarEstoy seguro de que los ancianos son más agradecidos y desgastan menos.
Eliminarjaja así valorarás aun más a tu hermana que imagino es la que brea todos los días con la jauría. Mi casa siempre ha estado llena de jauría, solo tengo dos hijos, pero como mi familia vive lejos, sus amigos estaban de adoptados en mi casa y sé de lo que hablas, para sobrevivir tienes que volverte un poco como ellos, eso sí, depende de qué tipo de jauría hablas, porque con algunos tienes que ir de teniente coronel para arriba, para poner un poco de orden. Ahora que ya son mayores de edad, me he pasado a "la tercera" edad, tengo a mi madre conmigo y no sé que es más complicado jaja pero me gusta, mi jauría en el fondo siempre ha sido fácil de llevar ; )
ResponderEliminarEsta era formada por mi sobrino y cuatro púberes más, pero no hubo que llegar a la disciplina militar.:)
EliminarLa adolescencia es esa época de la vida en que nos volvemos gilipollas. No todos tienen la suerte de escapar de ella con los años.
ResponderEliminarJajaja. Sí, conozco a muchos niños atrapados en cuerpos de adultos.
EliminarPor lo que sé de los adolescentes juraría que has un hecho el retrato perfecto. Me choca un poco que puedan sentir interés por la caja tonta, en la red hay más y mucho más fuerte pero si es un verano lejano tiene sentido. Te felicito por la descripción detallada de la programación, tan real como la vida misma. Y el siguiente párrafo al completo, lo podría haber escrito yo misma, eso sí, seguramente habría rematado lo de las generaciones venideras con un esperemos que me equivoque o algo así, para no sentenciar el negro panorama.
ResponderEliminarMe muero de la risa con lo de prudencia y esperanza jajajajajajaja.
Y para rematar decir que suenan bien Los Ramones aunque la letra sea tan ácida.
Como soy un tanto sensiblera me despido una vez más con besos y buena jornada!!
Gracias pues por la despedida y me alegro que hayas disfrutado la entrada.:)
EliminarJAJAJAJAJA.... no te quejes si son de los que aprueban y adicción sana, ¡un lujazo! y ahora se entiende el porqué los profes de alumnos de estas edades podemos pecar lo que queramos porque ya hemos pagado nuestros pecados con nuestro trabajo.
ResponderEliminar¿Sobreviviste?
:D
Sobreviví pese a todo. Pero ahora no podría volver a repetirlo; cada vez estoy más desconectado de este mundo extraño.;)
EliminarMe inclino a pensar que la respuesta es debido a la rotación planetaria.
ResponderEliminarPues "antes" era diferente.
Recuerdo que antes.... cuando yo era chico, los adultos mandaban. Si uno hacia algo, pronto un correazo de piel de toro lamia las carnes de uno.
Y ahora es al revés, ya que soy adulto, resultó que la nueva generación nos abusa por igual.
O sea mi generacion, no sirvio para nada.... nos golpearon los viejos y ahora nos golpean los jóvenes. Nunca pudimos abusar de otros.
Maldita rotación planetaria....
Abuso sí o sí, ¿consciente o inconsciente? Quizá más uno que otro...
EliminarEstoy de acuerdo con Jose. Hemos caído de un extremo al otro: de la prohibición a una excesiva permisividad. Y lo veo a diario en todas partes. Los niños, chillones y malcriados ( ya no hablo de los adolescentes con hormonas a tope) y los padres, pasando de todo y dejando hacer. Soy de la vieja escuela: castigar pero sin el daño físico.
EliminarY lo de abusar nosotros...Mejor, no. Nuestra generación es especial. Un abrazo.
Hola. Es difícil encontrar la igualdad o, mejor dicho en este caso, el equilibrio. Lo primero no existe, y lo segundo, por no decir que no existe, te diré que es casi imposible. Al final, cuando se trata de convivir, siempre hay una parte que da más que la otra. Que tolera más que la otra. Que cede más que la otra. O menos, según se mire.
EliminarJaja yo lo he vivido a medias con mi sobrina. Pero poco rato porque la adolescencia, si me quedo mucho rato, me da alergia. El futuro es de la IA. La inteligencia natural ya no hará falta. Ni se la ve ni se la espera.
ResponderEliminarNosotros ya siempre seremos los rezagados, mirándolo todo desde lejos.
EliminarClaro que antes era diferente, no te quepa duda. El mundo era una mierda también, pero lo veíamos desde la juventud, nuestra vida era una enorme línea recta en la que no se veía un final, ahora sólo nos queda un camino lleno de curvas que lleva a un acantilado.
ResponderEliminarEres el macho viejo y gruñón que poco a poco se irá apartando de ella hasta morir en el desierto. Nadie se acordará de ti, no sé si eso es un consuelo.
Yo pienso que cuando muramos, qué más da. Aunque a lo mejor me reencarno en un mamífero rumiante ovino, y tengo ocasión de comprobarlo.:))
EliminarCabro, he pasado este fin de semana cerca de un grupo de adolescentes chillones. Afortunadamente, yo dormía en mi cabaña, desde la que los oía gritar y reírse durante toda la noche (viven de noche y duermen de día, como los topillos). ¿Me molestaban? No demasiado, tengo que reconocerlo, yo también he tenido 15 años y he dado el coñazo a mis padres. Son chavales jóvenes y llenos de vitalidad, hay que intentar comprenderlos.
ResponderEliminarJaja, por supuesto. Ellos dominaron a placer durante todo aquel fin de semana.
EliminarJaja qué bueno que sobreviviste, sólo saberlo me eriza la piel a estas alturas del partido.
ResponderEliminarFue duro, pero lo conseguí.:)
Eliminar