Resulta que el 12 de octubre de 1492, Cristóbal Colón, justo cuando pensaba arrojarse por la borda exclamando: «¡Que os den por culo, cabrones!», debido al hastío producido por las quejas y lloriqueos de su desquiciada tripulación, divisó algo sólido en la lejanía y ya nada volvería a ser lo mismo: la Tierra resulta que no es plana. A bordo de una carabela llamada La Pinta, Cristóbal atraca en una de las islas que después bautizaría con el nombre de San Salvador.
—No señor, tendrían que haber virado a la derecha en el triángulo de las Bermudas. Le aconsejo que revise el funcionamiento de su brújula —responde uno.
—Ya, ya, pero para ahorrarme las monedillas que te cobran en el peaje del canal de Suez... Ya sabéis cómo somos los catalanes, que cuando tenemos que hacer donativos a la iglesia, lanzamos las monedas al aire, y las que coja Dios, para la iglesia, y las que caigan al suelo, para nosotros. ¿Entonces, dónde leches estamos?
—Esto es Guanahani , señor. América. —Contesta el otro.
—Coño, me pensaba que te pasaba algo raro en la boca. América, eh... Pues ala, os ataco con veinte cañones, un caballo, un mulo romo, un par de escupitajos y con enfermedades y virus, que mi misión era ocupar treinta y cuatro territorios y aún voy por el primero. ¡A ver, los hermanos Pinzón, dejad de lameros las pollas y clavad la bandera! ¡Ràpid, collons! Por cierto, alma de Dios —pregunta a uno de los nativos—, ¿qué es eso que estás comiendo?
—Chocochoulaou, señor.
—¿Choco qué? ¡Por la árida entrepierna de la reina Isabel! Hay que ponerle un nombre más comercial. Esto se va a llamar chocolate. Deja que lo cate. La hostia, esto combina con cualquier alimento; hasta con churros, diría. Tenemos que patentarlo cuanto antes para forrarnos y vivir a cuerpo de rey. Total, hay tantos que uno más no se va a notar. ¿Y esa cosa que mascas y escupes como si fueras un rumiante ordinario? —Le preguntó al otro.
—Tabaco, señor.
—¡Por las fulanas tetudas de Génova! Eso se mezcla con trescientos aditivos chungos, que más tarde serán cigarrillos de 8,5 cm, empaquetados como es debido en cajetillas con capacidad para doce o veinticuatro, y se venden en estancos y quioscos para crear una nueva modalidad de esclavos. Si es que... Vaya par de atascaos de la vida; nativos teníais que ser. Voy a pedirle a Philip Kotler que busque un hueco en su agenda y se deje caer en este remoto lugar para que os imparta unas cuantas lecciones de márquetin.
—Le estamos muy agradecidos, señor.
—Si supierais la que se os viene encima... En fin, que levamos ancla que nos queda mucho por hacer todavía. Además, he quedado con los reyes católicos para una orgía que ríete tú del osobuco de Ron Jeremy. ¡Ah!, y me llevo esta iguana para darle una sorpresa a Juana, que no para de decir y hacer unas cosas muy raras que acojonan.
—Como guste, señor. Tenga una hoja de palmera de regalo para envolver a la iguana.
—Gracias, indígenas alelaos. Y al loro si Pizarro se deja caer por aquí, que tiene más mala hostia que un canguro preñao.