12/12/24

402. Qué pocas luces...

    En una localidad de la piel de toro de cuyo nombre no quiero acordarme, pero recordaré aunque no quiera porque tengo muy buena memoria, hace unos ocho o nueve días, el grueso de sus comerciantes y demás habitantes, en plan Fuenteovejuna acudieron a las puertas del ayuntamiento a manifestar su profunda indignación por la total ausencia de alumbrado navideño en las calles.

    Los comerciantes argumentaban que semejante despropósito es un perjuicio para la bacanal consumista propia de estas fechas, ya que la ambientación navideña es un potente estímulo que incita al gasto. Mientras que el resto de la turba añadía que si pagan impuestos, es para que la consabida red luminaria esté presente, ya que sin ella los niños entristecen y el pueblo está muy feo.

    Al margen del porqué de esta situación, por lo visto ya solucionada, que cada cual extraiga sus propias conclusiones sobre los comerciantes y los que no lo son, oh, Navidad, blanca Navidad. 

    Ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja...



9/12/24

401. La Dama Blanca

    Hace muchos años que no veo a la Dama Blanca. En el pasado no fueron pocas las veces que se cruzó en mi camino, aunque dadas mis amistades de aquel entonces tampoco pudo ser de otra forma. Ahora mismo, por mucho que me empeñe, no logro recordar si me la presentaron o la conocí de forma casual. En cambio, por mucho que el tiempo pasa, no olvido lo mal que me llevé con ella desde el primer día que la conocí.

    Mientras que yo me negué a sus encantos desde el principio, la mayoría de los que la conocieron se enamoraron de ella al instante. Muy pronto se dieron cuenta de que era una dama muy extravertida que se dejaba adorar sin reservas con la frecuencia que fuera, cualquier día del año a cualquier hora, por lo que durante los primeros años de relación —siempre cara y clandestina—, se convirtió en compañera indispensable en todas las fiestas y reuniones. 

    Con todo, pude comprobar desde fuera lo tramposa que era con sus amantes, sin hacer distinción de sexo, raza o condición social. Los manipulaba a su antojo hasta el punto de conseguir que se enfrentaran entre ellos, o incluso contra mí, el infiel que la rechazaba una y otra vez. Delante de mis narices, con viscosa lentitud de gusano, llegó a transformar sus mentes y sus vidas sin que se percataran de ello. 

    Las navidades pasadas, después de varios años, vi a tres de sus enamorados de forma casual. Apenas había en ellos algo de lo que una vez fueron. Tan solo eran carcasas, envejecidas antes de tiempo, de ojos vacuos y amarillentos. Lo único que seguía igual era la recurrencia a la Dama Blanca. Claro que, a saber desde cuándo, ya no había risas, diversión ni vitalidad. 

    Solo la necesidad pura y perentoria de cobijarse bajo su falda una vez más, en lo que ya era un divorcio imposible entre ellos y ella.



5/12/24

400. Insistencia recompensada

    A ver, la cosa tiene su gracia. Tengo un lector, o lectora —que no lo sé—, que lleva como seis meses, de manera intermitente, preguntándome por correo cuál es mi trabajo. Dice que tiene mucha curiosidad por saberlo, y que, dado que asegura que ha leído mi bitácora por entero, se merece una respuesta, y verdadera. 

    Yo le llevo contestando que si es verdad que ha leído las 399 entradas de mi bitácora, ya tendría que saber de sobra cuál es mi trabajo. Más que nada por dos entradas del todo esclarecedoras (la 26 y la 41). De modo que voy a pecar de crédulo e ingenuo, y a pensar que esta insistente criatura tiene muy mala memoria.

    Valga pues, como contestación, la canción de hoy. 



    P.S.: Por cierto, como cada 4 de diciembre, ayer fue Santa Bárbara y lleva treinta años importándome un cojón.

2/12/24

399. Perspectivas navideñas

    Como cada primeros de diciembre, ya estábamos recibiendo el consabido estímulo lumínico-visual navideño. En algunas ciudades había empezado con dos o tres días de antelación, quién sabe si porque andamos algo despistados, o demasiado imbuidos de algún desastre natural, cercano y reciente, y eso no puede ser, puesto que la Navidad necesita de toda nuestra atención.

    Quién sabe, quién sabe. Puede que solo se trate de demostrar quién, de ciertos alcaldes, es el que la tiene más larga.   

    Por añadidura, el calculado y primigenio engranaje que rige nuestras vidas, queramos o no, con todos lo numerosos y variados instrumentos de los que dispone, vuelve a dictarnos cómo tenemos que proceder y sentir. El loco, por ejemplo, ya ha planeado cómo hacerse con el próximo cuerpo que habrá de vestir el traje de Papá Noel para adornar el balcón. 

    Por su parte, Demenciano ya ha hecho acopio de cuantiosos litros de absenta con los que permanecer en una zozobra calculada hasta el día 7 de enero, a ritmo de black metal para paliar los efectos desquiciantes de los villancicos. Por supuesto, no por ello va a desaprovechar las sugerentes ofertas carnales de los prostíbulos de los que es socio honorífico, pues tiene una reputación que cuidar. 

    Y Crisógono, que aún vive con su madre cuya voracidad no ha disminuido, sino que ha aumentado a la par que su cuerpo, sabe que durante toda la duración de las fiestas navideñas, y más que en ningún otro periodo del año, va a tener que realizar incontables viajes al contenedor de la basura para evitar morir ahogados en ella.

    Los basureros ya están temblando.

    Respecto a Petronila, tiene todo su arsenal masturbatorio, el antiguo y el más avanzado, en perfecto estado de disposición y funcionamiento. Su intención es orgasmar hasta el final de las fiestas de forma imaginativa, extrema e innovadora, tantas veces como su libido se lo exija, pues ella es de las que defienden que un hombre y su pene son lo último que necesita una mujer para sentir placer sexual.

    En cuanto a mí, me armaré de valor e intentaré superar estas fiestas como pueda. Si el loco, como otras veces en el pasado me pide ayuda para llevar a cabo su plan, sin duda se la ofreceré. Después de la cena de Nochebuena, supongo que me pasaré por casa de Demenciano para saludarlo y darle a la absenta. Luego visitaremos a Crisógono, al que también le gusta beber, y si no acabamos demasiado ebrios, le ayudaremos a tirar la basura.

    A fin de cuentas, hay que cuidar de los amigos y estar ahí para cuando nos necesiten. 


     

28/11/24

398. Lunáticos

    Ya ha oscurecido en la ciudad cenicienta. Repta por ella una densa bruma que anega todos los rincones y se enrosca en las edificaciones como un ser vivo y hambriento. Ya no parece una ciudad, sino un lugar de cuento, gótico y atemporal, que a buen seguro seduciría a mi buen amigo Jack.

    Desde mi ventana empañada, la lóbrega iglesia de Cristo Rey aparece difusa como una ensoñación. Puede que sus fríos pasadizos, a estas horas de luna en las que el licántropo sale a cazar, también alberguen la estampa contrahecha de quien es su guardián. Imagino su sombra renqueante, desplazándose por los antiguos muros de piedra a la luz oscilante de una antorcha.

    Quizá es en noches como esta, de cielo velado y quietud imperial, cuando surgen las buenas historias. Esas que hablan de monstruos a contra natura y perviven en el mito generación tras generación, aunque ahora mismo no sea verano, ni esté resguardándome de una intensa lluvia en Villa Diodati, junto con Mary, Polidori y otras personalidades perturbadas.

     Así que afila tus colmillos, querida desconocida, porque es hora de que nos adentremos en la tiniebla para volver a ser y a sentir, aquí y ahora, en la noche prohibida de los lunáticos, propicia para las pesadillas y las más abyectas travesuras. 



25/11/24

397. Pecados capitales

    Ya lo dijo el sabio Gustavo —una rana verde muy instruida— y no Petete —un pingüino rojo muy culto—, que si alguna vez un marciano avistara la Tierra y quisiera saber quiénes y cómo somos sus habitantes humanos, lejos de acercarse y tomar contacto, no tendría más que desentrañar, hasta el fondo, los siete pecados capitales.

    Después de semejante tortura didáctica y no morir de horror, el marciano tendría de nosotros un conocimiento inequívoco y aplastante. Y de inmediato, como que no hay que correr riesgos innecesarios, el marciano regresaría a su galaxia y comunicaría a los suyos que no valemos la pena.

    Ah, bueno. Tú, sí, claro. Porque tú, de los siete pecados capitales, nada, eh. Ni que hubiera setenta y siete, ¿verdad?, cuando seguro eres el que más tiene que callar, ja, ja, ja.



21/11/24

396. Clave oculta

    Era noche cerrada y la pitonisa te miraba como si quisiera absorber parte de tu fuerza vital. La primera carta que apareció fue la de la calavera, y la pitonisa de cara arrugada dijo que morirías pronto. La consulta crujió y la temperatura ambiental descendió unos cuatro grados. 

    Luego quisiste saber cuándo, y en una segunda tirada te contestó que de aquí a dos semanas. Fuera el viento aulló y encolerizó los árboles. Quisiste saber la causa, y en una tercera tirada, con voz rasposa la pitonisa sentenció: muerte por colesterol. El cielo tronó y empezó a llover. 

    Tú le replicaste, como un desafío a su arte, que eso era imposible. Que no solo llevabas más analíticas en tu sangre que un porno actor en toda una vida de rodajes, sino que todas (la última un día antes de la adivinación) habían mostrado los valores respaldados por la OMS.

    Te fuiste de allí jurándote que nunca más volverías a malgastar el dinero de ese modo.

    Dos semanas después, me contabas todo eso mientras curioseábamos en una gran nave de artículos de segunda mano, cuando de repente, en la sección de imagen y música, se desplomó sobre ti una estantería de unos ocho metros de altura, repleta hasta la obscenidad de receptores de AV y radiocasetes retro.

    Quedaste enterrado y ninguno de los que estábamos allí podíamos verte. Pero oímos con estremecedora claridad, a gran volumen, la canción que a los pocos segundos del desastroso desplome, empezó a reproducirse en uno de aquellos trastos usados.



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