24/10/24

388. Vencedores y vencidos

    Otro día más, frío y crudo, en un mundo joven en el que la vida es una lucha constante por la dominación y la supervivencia. Otra veneración a Ares donde no hay cabida para los débiles. En un entorno despiadado e implacable, solo los fuertes sobreviven sin más autoridad que la fuerza bruta. 

    El sol recién nacido refulge en la punta de millares de lanzas. Manos en tensión tironean de las riendas de monturas inquietas. Las espadas tienen sed y hambre. Los combatientes se escrutan con instinto predador, y respiraciones de odio gélido se unen al silencio que precede a la barbarie.

    En un momento las gargantas se liberan, y cargan unos contra otros con la ferocidad del lobo. Cae la noche y la gran extensión de tierra queda sembrada de mutilación y sangre. Las criaturas carroñeras se dan un atracón con la matanza, y otro episodio de horror queda escrito en la historia infame de los hombres. 



21/10/24

387. Uróboros

    Muerte ha sido testigo del primer origen sin que lo advirtamos. Nos ha visto nacer y nos ha concedido una vida de ventaja antes de venir a buscarnos. Sus cuencas sin fondo han presenciado, imperturbables, cada segundo insignificante de nuestra existencia. 

    Algunas veces Suerte ha negociado con ella y nos ha permitido un tiempo extra, y otras ha accedido a reescribir nuestro guion después de pactar con Destino. A ella no le importa posponer lo inevitable, porque no tiene prisa y todo final acaba llegando.

    Qué sucederá el día que Muerte carezca de propósito porque no quede nada ni nadie. Quizá espere a que Vida, de algún modo, se abra paso de nuevo para restablecer el ciclo. Como siempre ha sido, como viene siendo, y como siempre será. 



17/10/24

386. Lesión cervical

    Según el diagnóstico médico, la lesión de las cervicales era irreversible, por lo que ya no hacía falta que el accidentado llevara collarín. Nunca más podría cabecear en los conciertos ni en ningún lado, ni podría moverse como un ser humano normal. Ahora tendría que moverse como un autómata en fase de desarrollo.

    Tanto era así, que siempre miraba de frente. Y si tenía que mirar hacia atrás, lo hacía dando una vuelta completa con total rigidez. Si miraba a izquierda o derecha, lo hacía girando el tronco con idéntica inflexibilidad robótica. Y lo mismo si miraba por donde pisaba, solo que inclinándose lo justo para no tronzarse la nariz contra el suelo.

    No en vano, ya nadie se dirigía a él por su verdadero nombre, sino por Estafermo. 



14/10/24

385. Desaparecidos

    Quién sabe dónde fue un exitoso programa que se emitió en televisión española durante la década de los noventa. En pocas semanas se convirtió en la última esperanza de muchas personas que deseaban encontrar a sus seres queridos desaparecidos. El equipo del programa resolvió muchos casos, pero también recibió las llamadas telefónicas de quienes habían huido de sus vidas anteriores por las razones que fueran, y de ninguna manera querían regresar a ellas.

    Jajaja, no es algo que sorprenda. Cuántas personas serán las que necesitan dar ese paso por pura supervivencia. Cuántas de ellas estarán sufriendo en el seno de familias y relaciones tóxicas. Cuántas, a las que creemos felices, estarán interpretando un personaje ficticio en sus vidas de postín. Cuántas viviendo de puertas para adentro una muerte lenta. 

    El programa fue respetuoso con aquellas peticiones, y optaron por no truncar la segunda oportunidad de todas aquellas vidas. Quién iba a pensar que aquellos serían los últimos coletazos de una televisión algo digna, si es que tal cosa ha existido alguna vez en ese medio, antes de que nos invadiera la gran excrecencia, que aún dura, de la telerrealidad más sucia y ramplona.

    Creo que ahora sería mucho más difícil, ya no el hecho de desaparecer, sino el de mantenerse desaparecido. Hay demasiadas cámaras mirando en todas direcciones las veinticuatro horas del día.  Demasiadas redes sociales pobladas por millones de retrasados interconectados, dispuestos a registrar con su móvil cualquier puta cosa por un puñado de likes.

    Puede que algún día la casualidad me lleve a descubrir quién fuiste una vez, persona desconocida, pero no te preocupes. ¿Quién no tiene secretos? ¿Quién no ha necesitado alguna vez escapar de la asfixia y llenar los pulmones de aire limpio? 

    Entiendo que a veces solo nos queda cambiar de dirección e irnos lejos, muy lejos, y desaparecer.


10/10/24

384. Mil cuatrocientos sesenta días

    Mañana hará cuatro años que decidió no vivir más. Mañana serán mil cuatrocientos sesenta días los que llevo haciéndome las mismas preguntas, a sabiendas de que nunca obtendré las respuestas. 

    Mil cuatrocientos sesenta días escarbando en todos y cada uno de los recuerdos comprendidos en treinta y tres años de amistad, intentado averiguar qué era aquello que tanto necesitaba para continuar, y que ninguno de los que le queríamos supimos darle. 

    Mil cuatrocientos sesenta días son muchos días. Los suficientes para que el dolor de los primeros meses se enfríe, y pase a transformarse en una sensación inexplicable de flotar en la enormidad de un vacío mudo e incoloro. 



7/10/24

383. Experiencia inmersiva

    Eran las dos de la madrugada del siete de octubre y había refrescado bastante, por lo que estaba tumbado en el sofá del comedor con los auriculares puestos, escuchando música versada en mundos repletos de exceso y devastación. Las cortinas estaban descorridas y la persiana subida, de modo que mi vista se perdía en la inmensidad celeste más allá de cualquier realidad, mientras que la calle desierta emanaba calma de cementerio.

    De repente, una secuencia de luces azules y naranjas, empezó a dibujar en las paredes del comedor círculos luminosos de color y maravilla. Aquello, junto con la música demencial que estaba escuchando, propició una experiencia inmersiva a dimensiones desconocidas.

    Quién sabe si era así como las musas irrumpían en las vidas de sus blogueros: con brutal death y luces hechizantes. A lo mejor por fin venía la mía dispuesta a hacerme una felación, vestida de amazona y con el pecho derecho sin amputar. Pero tras incorporarme del sofá con gran esfuerzo y asomarme al balcón, comprobé que no había magia, ni musa ni mamada mística. 

    Tan solo era un joven desnudo y un poco ensangrentado que corría por la calle maldiciendo en árabe. También puede ser que le estuviera pidiendo ayuda a Alá; a saber. En ese mismo momento era reducido por dos hombres que también imprecaban en árabe. Un tanto alejados, un par de guardias civiles contemplaban con las manos en los bolsillos, de espaldas a su coche patrulla, cuyo parabrisas estaba roto.

    En cuanto a las luces, provenían del vehículo de los héroes anónimos del SEM, que en cuanto tuvieron a mano al muchacho, le inyectaron algo y lo cubrieron con una manta térmica. Dada la escasa trascendencia de lo ocurrido, ya no quise ver más y decidí volver a mis sacras ocupaciones. Aunque me sería difícil regresar a mi anterior estado de sugestión onírica con la imagen de ese pobre desgraciado metida en la cabeza. 

    Desde luego, la vida era toda belleza y armonía.



3/10/24

382. En el hayedo

    Todo moría un poco en otoño. El paisaje palidecía en bellos tonos ocres y los insectos del calor agonizaban. Mientras, nosotros aunábamos la melancolía del alma con lo que aún nos quedara de la excitación estival, y los sentidos al rojo del fenecido verano. También era el preámbulo para el profundo letargo invernal, o la fría muerte.

    Era en primavera cuando estornudábamos más que nunca, y más que nunca en verano cuando nuestra piel era dañada por Ra. Ambas estaciones nos recordaban la sensibilidad de nuestros cuerpos frágiles. El otoño no era menos, claro, y también nos recordaba que éramos materia finita en constante degeneración. Pero lo hacía con templanza y sutileza, sin alergia y dolor.

    El otoño era el sosegado reinicio vital después de las ceremonias de despedida. Muchos planes quedaban suspendidos y ya nunca los reemprenderíamos, porque el otoño era la estación del declive y el olvido. La ausencia del auge y el vigor, ahora que los estímulos ambientales se habían degradado.

    Sin embargo, seguíamos siendo animales sexuales con ansias de supervivencia y placer, querida desconocida. Trémulos envoltorios de carne dispuestos a sumergirnos en la excitación plena de nuestros sentidos. Unidos en medio de la borrasca de pulsión y deseo, sobre las hojas secas, rojas y amarillas del hayedo, con la tibieza de la luz solar del atardecer otoñal acariciando nuestras siluetas desnudas.

    Y alejados, querida desconocida, alejados de la mediocridad de la marabunta gris.



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