Somos seres perfectos porque no estamos diseñados para la inmortalidad. Como las plantas, las aves, los insectos, los cuadrúpedos y los reptiles, un día u otro nuestro tiempo finaliza y dejamos sitio a otras vidas aún por concebir.
Nuestro diseño es perfecto porque con nuestra muerte contribuimos a la vida. Tras nuestra completa descomposición pasamos a ser restos secos que son devorados por las especies necrófagas, las grandes limpiadoras del entorno.
Sin ellas proliferan las bacterias, las infecciones y las alteraciones ambientales. Una vez metabolizados por estos insectos, pasamos a ser nutrientes para la vegetación. Se cierra así el ciclo de la vida y el ecosistema que dispuso la Naturaleza sigue en equilibrio.
Pero para que hagan su aparición, y se inicie tan prodigioso proceso desde que morimos hasta que somos polvo, se deben dar las condiciones óptimas y ambientales precisas. Es decir, siempre y cuando no nos entierren, incineren o momifiquen por alguna estúpida creencia o tradición.
Y eso que llaman alma o espíritu... Bueno, eso lo dejamos para aquellos que necesitan animar su cotarro existencial.