16/3/23
222. Oscura infección
13/3/23
221. Glotofagia
Manuel Fraga decía lo que le daba la gana. Es una de las ventajas de pertenecer al bando ganador. En 1967 dijo: «¡Hay que decir español y no castellano! El español es la lengua de todos. Se ha transformado en la lengua de España!».
Antonio Cánovas del Castillo, ante la dificultad de definir la nacionalidad española en la redacción del proyecto de Constitución de 1876, dijo: «Ponga que son españoles los que no pueden ser otra cosa».
Doncs això, que cadascú acosti la sardina a la brasa que li surti dels collons.
9/3/23
220. Cuando estalló la bomba
Cuando estalló la bomba nos enteramos por televisión y radio. Ocurrió en esa clase de país del que nunca oyes hablar, situado a miles de kilómetros de cualquier sitio. Quizá por eso nos importó tan poco. La presentadora que dio la noticia, que nunca es gorda ni fea, habló de dos o tres millones de víctimas inmediatas, más los cientos que lo serían a largo plazo debido a la radiación. Tampoco nos sorprendió que aquel mismo día fuera trending topic el vídeo en el que un futbolista de élite, valorado en cien millones de dólares, anunciaba su homosexualidad.
Al día siguiente, en varios platós de televisión, los llamados periodistas de investigación hablaron sobre ese país devastado. Claro está, siempre de acuerdo con la ideología del amo del periódico para el que se prostituyen. Al parecer la bomba estalló en un país incivilizado carente de una democracia sólida, como por ejemplo la nuestra (jajaja). Supongo que el hecho, entre otros, de que allí los niños empuñaban fusiles de asalto con la mirada del demonio en el fondo del ojo tenía algo que ver. Al menos en mi país los niños no hacen eso, salvo tirarse al vacío desde un tercer piso antes de cumplir los quince. Y también somos mucho más civilizados, puesto que antes que un disparo, oirás el llanto de un bebé desde el fondo de un contenedor de basura.
Por supuesto, en aquel trozo de tierra pasaban muchas cosas, y al segundo siguiente dejó de pasar todo tan pronto el hongo destructor se erigió como un gigante. El tiempo se detuvo y el día nunca llegó a ser noche. Miles de promesas quedaron incumplidas. Miles de muestras de cariño y odio quedaron inconclusas. Miles de deseos no llegaron a consumarse. Miles de risas, gritos y llantos fueron acallados. Miles de enfermos terminales por fin encontraron la paz que se les negaba. Miles de vidas uterinas no llegaron a ver la luz. Miles de mal nacidos por fin fueron barridos. Miles, miles y miles de almas se apagaron como velas al soplo del aire.
Pero nuestras auras, tan alejadas de aquel genocidio, siguieron brillando con más o menos intensidad, y al segundo o tercer día lo olvidamos por completo. Había que seguir viviendo y además, ahora era trending topic aquella cantante ganadora de diez premios Grammy, que por fin colgó en sus redes la fotografía del lunar de nacimiento que decía tener justo al lado del coño.
6/3/23
219. Tecnología y vida
Como cinéfilo y lector devoto desde ni me acuerdo, rebobino atrás sin tener que retroceder en demasía, y constato que novelistas y guionistas no previeron en absoluto.
De acuerdo que siguen sin existir cápsulas espacio-temporales. De androides antropomorfos que se encarguen de las tareas agradables y desagradables, tampoco. De naves voladoras en sustitución de los vehículos a ruedas, nada de nada. Y eso que vivimos en el siglo XXI, una época que ya debiera ser la de las colonias en Marte y el teletransporte. Pero hasta donde yo he leído no predijeron internet tal y como lo conocemos.
Por consiguiente, cuando alguien escribe sobre el porvenir tecnológico, se arriesga a caer en la obsolescencia, y por ello resulta absurdo el término «nuevas tecnologías». No solo porque nos movemos en el terreno de lo fugaz e inmediato, sino porque la tecnología, al igual que la ciencia, siempre están en constante movimiento hacia adelante.
Cada vez que se me acaba la permanencia, la empresa a la cual pago para que me provea de banda ancha, me llaman con la intención de convencerme para que cambie el móvil por otro más pequeño o más grande, pero siempre más versátil y más caro, además de aumentar las prestaciones de mi servicio contratado. Los autores que menos arriesgan, o los más prudentes (según se mire), evitan meter la pata arrastrándonos con sus historias a paisajes postapocalípticos, donde la tecnología fue la canción de una era remota y la Humanidad ha de reaprender a salir adelante sin ella.
Hasta donde nos permiten saber, los humanos no han aterrizado sobre superficie extraterrestre, por suerte para ese planeta. Ningún replicante con apariencia de Daryl Hannah compartirá un día conmigo, pero disponemos de una tecnología con la que ni soñábamos hace unos pocos años. De hecho nos resulta imposible entender la vida sin ella, y mucho menos la de aquellos a quienes no ha llegado.
Yo soy como tú y como todos vosotros: uno más de toda esa adocenada colectividad mundial de hongos que teclean, abstraídos, sobre la pantalla retroiluminada de sus móviles, tablets y ordenadores. Mientras lo hago, pienso en todas las actividades que requieren de la tecnología, en mayor o menor medida: economía, educación, salud, arte (sea lo que sea tal cosa), ¿el amor?... Como si fuera lo más importante, paseamos el dedo por la pantalla mientras hacemos, o no, cualquier otra puta cosa.
Los cables están al borde de la desaparición ya que tenemos las ondas para interactuar, y en los espacios virtuales nos desenvolvemos con absoluta naturalidad, aunque para ello tengamos que recurrir, todavía, a artefactos ópticos. Hemos dejado de ser simples espectadores de todo aquello que se nos cuenta, para ser copartícipes directos de las historias.
Nunca tanto como hoy y mañana sentimos ser el personaje que nos representa o decidimos ser. Creo que algún día llegaremos a controlar con la mente diminutos ingenios que nos permitirán recrear con precisión quirúrgica nuestro entorno y paisajes imaginarios. O quizás, mas temprano que tarde, alguien despierte sudoroso de un mal sueño, y como hiciera Charlton Heston ante el símbolo ruinoso de una mentira, constate horrorizado que al final todo se fue a la mierda.
2/3/23
218. Soñando
Cae la noche y me vuelvo a dormir con el deseo de que al día siguiente el mundo sea mejor.
El principio del sueño siempre es igual: toneladas de chatarra orbitando alrededor de un planeta precioso de color azul, con una basta extensión de tierra sembrada de verde. A partir de ahí quiero soñar con la bondad del ser humano y obviar su otra mitad como si no existiera. Quizá si me esfuerzo incluso pueda soñar a qué huelen las nubes si me rasco el cojón izquierdo (porque soy zurdo) frente a una aurora de cuento de hadas.
Pero sueño con continentes asolados por pandemias y farmacéuticas negociando con la muerte, mientras unos pocos millones de privilegiados acceden a la vacuna. Sueño con volcanes en erupción, terremotos y tsunamis, como castigo sin distinción a la soberbia de quienes osan desafiar las leyes fijas e inalterables de la Naturaleza, por mantener su oligopolio en un porcentaje millonario en bolsa, haciendo del planeta un vertedero.
Sueño con dirigentes honestos abatidos por el disparo de un francotirador. Y con jueces imparciales inhabilitados por el propio poder que representan. Sueño con psicópatas, electos o no, dirigiendo a su antojo el devenir de los países y enfrentando a sus estúpidos habitantes, intoxicados por valores patrios y abanderados códigos de honor que nunca fueron tales. Sueño que a edades tempranas educan a las mentes futuras para que cometan los mismos errores seculares, negándoles verdadera elección, sometiéndoles el alma y encadenando su ilusión.
Sueño con el fracaso de las sociedades a todos los niveles, estructuradas en la doble moral, la mentira y la desigualdad. Sueño que aumenta el nivel de esclavismo de la mafia empresarial, convirtiendo la conciliación familiar en un lujo. Sueño en por qué año tras año crece la cifra de los que se arrojan al abismo. Sueño en por qué somos incapaces de desembarazarnos del ego y realizar un profundo cambio interior para darle la vuelta a todo esto y empezar de nuevo.
Sueño y sueño hasta que despierto, sudoroso, preguntándome por qué soy incapaz de abstraerme de toda esa realidad como haces tú, cuando nuestras vidas son más o menos iguales. Al igual es que ni quiero ni lo necesito. Al igual es que nunca lograremos abrir esa puerta.
Ha amanecido y nada ha cambiado.
27/2/23
217. La brigada de los huesos
No hace falta que cambies de acera cuando nos veas venir de frente. Te esquivaremos como espíritus burlones sin apenas rozarte, mientras te preguntas por qué llevamos esas pintas y a dónde vamos con ellas. Te respondería que voy con los míos a movernos con el viento y a tocar el cielo. Y si tampoco te explicas cómo es que parecemos tan unidos y felices, te respondería que cuidamos los unos de los otros porque siempre hay más de una mano tendida después de una caída. Por eso nunca tenemos miedo ni hay superficie en la ciudad que no nos conozca. Cuando estamos encima del monopatín, a toda velocidad, el mundo parece que no es lo bastante grande. Bajo el sol o la lluvia a eso vamos: a patinar para sentirnos vivos; a patinar porque si no morimos.
23/2/23
216. La bendición
Las creencias del abuelo Ursucino están basadas en la razón, el empirismo y la ciencia. Pero como todo hombre sabio, se muestra receptivo a otras disciplinas aunque estas sean contrarias a sus convicciones. Así nos los demostró en el pasado, cuando hizo uso de un mundo místico y peligroso, pero efectivo si se practica desde el respeto y la prudencia.
Ahora vuelve a ser el centro de las habladurías desde que ha dejado de comprar sus medicamentos. Todos los habitantes enfermos del pueblo más sus familias, y sobre todo el médico y los propietarios de la farmacia, que necesitan de la dolencia y enfermedad ajenas para vivir, lo miran con recelo. Saben que si el abuelo Ursucino ya no se medica, no es porque se haya abandonado a la muerte, por pobreza energética o pensión indigna como la mayoría de sus coetáneos, no.
Todo lo contrario: ahora el abuelo Ursucino come cinco veces al día sin atender dieta alguna, y las dos comidas más potentes de esas cinco son propias de un atleta. Esos chismosos amargados están convencidos de que si el abuelo Ursucino, como parece, ya no padece de gastritis crónica, es porque ha vuelto a recurrir a fuerzas sobrenaturales. En parte es verdad: qué sorpresa se llevarían si supieran que lo único que hace es bendecir la comida antes de cada ingesta, y creer que eso sirve de algo.