24/11/22

190. Viñeta, acoso y pedrusco

     A veces, durante el recreo, leía cómics sentado en la tierra, recostado en una de las paredes del patio de la escuela. Al no existir soportes digitales, era muy habitual entre los aficionados de mi generación tener uno físico entre las manos y realizar intercambios.

    Las primeras adicciones a la viñeta llegaron de la mano de los maestros Juan López y Francisco Ibáñez, con las hilarantes aventuras de Superlópez y Mortadelo y Filemón, que siendo un reflejo trágico de aquella época casposa, me hicieron reír hasta el paroxismo. Poco después descubrí las publicaciones americanas de la DC Cómics y de la Marvel Cómics Group. En esta última me sumergí de lleno hasta el día de hoy.

    Leía La Masa, Thor el Poderoso, La Patrulla X, Conan El Bárbaro, Los 4 Fantásticos... También me gustaba mucho Spiderman, que vacilaba a los villanos haciendo del peligro una broma. Otros de mis predilectos era Iron Man, siempre en la vanguardia de la tecnología y añadiendo sofisticadas mejoras a su armadura. Del Capitán América, del cual me gustaba mucho su diplomacia, también era seguidor, aunque me desagradaba su patriotismo. 

    Un día de los ochenta leía a Los Vengadores, que estaban enzarzados en una fiera lucha contra su archienemigo, el avanzado robot Ultrón-5. De súbito, el cómic salió despedido de mis manos con violencia, giró sobre sí mismo en el aire y cayó en el polvo como un pájaro muerto. Alcé la vista sobresaltado y delante de mí, como una torre puntiaguda, estaba Pablo. Un matón precoz de mi clase, cuya anatomía era de una delgadez tan aguda que parecía estar al borde de la desaparición. 

    Aquella criatura insolente, después de propinar una patada a mi preciada lectura, se llevó la mano a la entrepierna y sentenció con regocijo: «Los que leéis esas mierdas sois unas mariconas». Luego se rio, dio media vuelta, y empezó a caminar sin mirar atrás. Al tiempo que se alejaba, una ira como nunca he vuelto a experimentar se apoderó de mí de tal modo, que me levanté pedrusco en mano y se lo lancé con intención asesina.

    Entre el trino musical de los pájaros, el rocoso proyectil describió una bella parábola que colisionó, con exquisita poesía, en el occipucio de aquel bastardo. Un cloc rotundo paralizó mi respiración y Pablo, a unos diez metros, se encorvó por el impacto cuan largo era y se dio la vuelta hasta encontrar mi mirada. Nunca vi en la cara de alguien una expresión de tan profundo desconcierto. Se tocó, con lentitud, la parte dañada de la cabeza. Luego se puso la mano ensangrentada delante de sus ojos llorosos, y de seguido retrocedió dos pasos y cayó de culo.

    Aquel día me llovió una reprimenda por parte de mis padres, que luego tuvieron que vérselas con los de aquel retrasado. La profesora se mantuvo en un discreto tercer plano. 

    Por aquel entonces tenía unos trece o catorce años. Pasé miedo y durante mucho tiempo me estuve preguntando cuál habría sido mi reacción de ir Pablo acompañado. Qué habría ocurrido si Pablo hubiera decidido contratacar. Qué habrían hecho el resto de críos que presenciaron el espectáculo. Hasta dónde habríamos llegado.

    Nunca he sufrido acoso escolar. Y estoy convencido de que algo tuvo que ver el hecho de que le abriera la cabeza a aquel subnormal. Con esto, no quiero decir que haya que educar a los críos para que sean agresores a las primeras de cambio. Todo lo contrario. Pero tampoco para que sean unos putos sacos de boxeo. Y claro, muchos diréis que la violencia no es el camino, cuando no es violencia, sino autodefensa. Que por lo visto, no utilizarla tampoco conduce a nada. 

    Porque cuando los que pueden hacer algo giran la cara, los cómplices callan, y la razón y las palabras son inútiles, como a cualquier clase de tiranía, al acoso hay que combatirlo con la fuerza, ya que los que lo practican, sean de la edad que sean, carentes de educación y sensibilidad, son cobardes y no entienden otro modo.

    Basta ya de buenismo mal empleado. Basta ya de inacción y de permitir que una vida escolar sea un infierno. Basta ya, hijos de puta, de tener que lamentar el hecho espantoso de que alguien, con quince años sino antes, se sienta una persona tan desvalida y acorralada que su única opción sea acabar con su vida.

    ¡Basta!

    

21/11/22

189. Lenguas

    Las lenguas son muy importantes. Dolores, que en mis años discentes fue mi profesora de lengua, a la que aún hoy guardo gran estima, me obligó a leer a Quevedo y a Góngora para que aprendiera, entre otras cosas, que nuestra lengua es muy rica en sinónimos y antónimos. 

    Si bien nunca me he comido la lengua de un ser humano, sí es verdad que cada libro tiene un sabor diferente y ninguno sabe igual que otro. No obstante, madre y abuela, estando yo en plena edad de crecimiento mental y físico, cuando se veían aturdidas por mi verborrea infatigable y a menudo incomprensible, aseguraban que había comido lengua. 

    Y las veces que permanecía callado durante largos periodos de tiempo, decían que mi lengua se la había comido el gato. Quizá por esa razón prefiero a los perros pero no a los hijos de perra. Otras tantas, para enfurecer a mis mayores, desobedecía sus imposiciones poniendo los ojos en blanco, alzando mi mano cornuta y sacando la lengua. 

    Luego, a cierta edad, descubres que la lengua es un órgano muscular, multidireccional y polivalente. Lo mismo se enrosca en otras lenguas, que, según preferencias, dibuja el contorno de los pezones, explora esfínteres, lame escrotos y ensaliva pollas y coños. También me llaman deslenguado y supongo que no es porque me gusta el lenguado a la plancha.

    Al margen del idioma que hables, la lengua es universal. La lengua también es de los Rolling Stones, y no hay más lengua que la de Gene Simmons de Kiss.


17/11/22

188. Como tú y como yo

    Me pregunto qué sucede con las cuentas de correo de los que se han muerto. Qué ocurre con los perfiles de las redes sociales de los que ya no están. Imagino esos miles de rostros vitales, ahora cadavéricos, desvaneciéndose como ecos reverberando en callejones sin salida.

    Esas personas, que ya no son gente sino residuo molecular listo para su descomposición, fueron un día como tú y como yo.

    Como tú, ellos también fueron intérpretes en los enigmas de la vida, e hicieron partícipes de ello a muchos otros que, a su vez, respondieron. Como yo, un día abrieron la bandeja de entrada de su correo, de sus perfiles, y sentenciaron que la existencia es terrible, preciosa, calamitosa, corta, increíble, larga, apabullante, indescriptible, desastrosa... Y todas esas revelaciones que sufrimos y disfrutamos desde la frivolidad y la grandilocuencia, cobran diferente significado según hayamos follado o no; según tengamos el estómago vacío o lleno; según llegamos a final de mes o no.

    Nada hay más inconstante que la vida. Como tú y como yo. 

     Me pregunto quién echará cerrojo a sus cuentas. A quién le será concedida la condena, o el privilegio, de poder asomarse a todas esas historias vividas que hay detrás de cada «cuídate, te quiero, nos vemos mañana, pienso en ti, buena suerte, te lo juro...», que ahora son como puñetazos en el aire; como gritos en la nada, engullidos por el olvido como si jamás hubieran existido.


14/11/22

187. Alto respeto.

    Una guitarra merece el mismo respeto que cualquier forma de vida orgánica. De modo que cualquier persona mayor de edad que con total intención rompe una guitarra ajena o de su propiedad, ya sea acústica, española o eléctrica, se hace merecedora de que le rompan el espinazo y la cabeza con una guitarra nueva. Aunque en el proceso la persona castigada muera y dicha guitarra nueva también se rompa a causa de los impactos. Solo y bajo esta circunstancia, como medida disciplinaria, una guitarra podrá romperse de modo expreso.


10/11/22

186. Mujeres y reverberos

    Una vez leí un escrito de trazo grotesco inmortalizado en un muro medio derruido del arrabal. Decía que las mujeres son como los reverberos, que calientan pero no cocinan.

    Y empecé a divagar. 

    Según lo que yo he leído sobre las primeras guerras que han ido forjando la historia de la Humanidad, eso no es cierto. En aquellas contiendas en las que, a caballo o a pie, las espadas restallaban contra los escudos, llovían flechas ensombreciendo el sol, las puntas de lanza refulgían y la sangre manaba del músculo desgarrado, las mujeres, junto con los niños, cocinaban, lavaban y trataban de curar las terribles heridas. 

    Así que cocinar han cocinado y cocinan, y por supuesto, han calentado y calientan. Y desde hace unos años incluso se alistan en el ejército. 

    Cuando calientan, y con ello endurecen el falo y revolucionan la libido sin posterior alivio para el desdichado, se dice que es por una deportiva muestra de poder. Quizá por eso el patriarcado, quién sabe si con tanto despecho como cariño, las bautizó como calientapollas. Todo un cumplido por grosero que suene, puesto que algunas, como algunos, son potentes antiafrodisíacos.

    El patriarcado empieza a entender que cualquier relación que se precie entre hombre y mujer, si la mujer lo desea, siempre hay sexo salvo cuando no quiere. De la misma forma que «no es no», también es «no» cuando la mujer dice: puede, quizás, a lo mejor, depende, tú mismo, ya veremos, según, no sé, luego, más tarde, etc. Por eso el hombre es un pajillero hasta el fin de sus días (pajero si tiene estudios), y acaba despertando a ese putero que a menudo pugna por salir y mantiene aletargado.

    Las putas son mucho más respetables que aquellas mujeres que siéndolo más que ninguna, se empeñan en demostrar en sociedad que no lo son. Y como los putos, es incuestionable su profesionalidad por el mero hecho de que se implican solo en el plano físico y no en el emocional. Por lo que después de correrte, no tienes que aguantarlas, ni profesarles mentiras que corresponden a los enamorados y al jodido Día de San Valentín.

    De un tiempo a esta parte, muchas mujeres se reúnen para sesiones de tuppersex. Entre risitas veladas y cierto alardeo, se exhiben todo un curioso catálogo de utensilios concebidos para el placer sexual más primario, tales como dildos, vibradores, consoladores y bolas chinas. La velada se anima y empiezan a beber chupitos, convirtiendo las risitas en carcajadas. Y si de puertas para fuera aseguran que les importa más en un hombre el tamaño de su inteligencia que otra cosa, en ese momento de intimidad, comparan con admiración, regocijo y crueldad, el tamaño descomunal de esas venosas y coloridas pollas artificiales con la de sus parejas, que a su vez, están cascándosela con ahínco o follándose a una puta como nunca se las han follado a ellas.

    El alcohol consumido con imprudencia desinhibe más allá de lo concebible, y lo que empezó siendo una reunión sazonada con una pizca de picante, deriva en una correosa orgía lésbica de insatisfechas malfolladas orquestada por el diablo. Y así, la lascivia despliega sus alas, aleteando a sus anchas como ángel del pecado, por cada centímetro de piel de una gimoteante masa de carne enredada que se convulsiona en un húmedo festín de fluidos y lengüetazos. Entre miradas vidriosas, jadeos y sudor, se intercambian sus instrumentos para darse placer recíproco por todos los dilatados orificios de su cuerpo, que pese a la torrencial lubricación de estos, sufren enrojecimiento debido al desbocado frenesí de tanta fricción.

    Una vez han finalizado, se van a la ducha por turnos y quedan para otro día y así poder repetir tan gratificante experiencia. No sin haber fregado antes a conciencia, para no dejar pistas, suelo y muebles que están bañados de viscosas salpicaduras vaginales. 

    Cuando las mujeres llegan a sus casas, cuentan a sus parejas masculinas, después de haberlos besado y sin pestañear, que el club de lectura al que dicen asistir, hoy ha sido de un interés especial ya que tocaba comentar Trópico de cáncer (1934). Los maridos, por su parte, muestran falso interés y dicen que han estado con los amigotes de siempre jugando una timba de póker, cuando se recrean para sus adentros con el exótico sabor de ese coño asiático de veinte años del que han disfrutado y pensando en repetir.

    Es decir, y aunque a bote pronto quizá haya quien no vea la conexión, cuando las mujeres calientan, también cocinan.


7/11/22

185. Callamos

    Callamos de pequeños porque nuestros mayores nos mandan callar. Nos mandan callar en casa, en los bautizos, en la escuela, en las bodas, en los funerales, en la reunión de vecinos... Nos mandan callar en todos los sitios. Qué sabrá un crío; estáis molestando; prestad atención. Callad. Callaos. Callamos por miedo al castigo.

    Crecemos y seguimos callados.

    Callamos porque estamos cansados de que nunca nos escuchen. Callamos porque nos rendimos. Callamos porque nos vencieron. Callamos porque no se puede hacer nada; lo siento. Callamos porque no va conmigo; jódete tú. Callamos por discreción, pero queremos que otros no callen para así enterarnos de todo. Callamos porque luego nos piden explicaciones. Callamos por no herir cuando una verdad a tiempo es mejor. Callamos por no errar porque siempre se recuerda más el fallo que el logro. Callamos cuando no debemos porque siempre hablamos sin tener nada que decir.

    Callar significa no exponerse y seguir en nuestra posición de confort. Callar significa no ser señalado. Callar significa que no te excluyan. Callar significa que no te lluevan hostias. Callar significa que estás de acuerdo con lo que pasa. Callar significa estar del supuesto lado correcto. Callamos porque nadie es valiente; porque somos cobardes.

    Y callamos.


3/11/22

184. Los adoradores del cetro

    Los adoradores del cetro, ya sean diestros o siniestros, son los practicantes masculinos del vicio solitario que, aunque solitario, también es un acto grupal y competitivo que versa sobre quién es el primero en correrse. Esta práctica necesaria, primigenia y universal, la sufren y gozan dos clases de onanistas.

    La primera son los onanistas de fondo. Es decir: curtidos adoradores que se la cascan con suma parsimonia, ejecutando poéticos movimientos en lento vaivén, eternizando cual antítesis de la eyaculación precoz la placentera culminación. 

    La segunda son los onanistas sprint. O sea: varones desbordantes de energía y atiborrados de hormonas enloquecidas, ansiosos por consumar la manualidad para empezar de nuevo. 

    Aun tratándose de personas que gozan de una buena salud y estado mental, ya sean onanistas sprint u onanistas de fondo, no están exentos del riesgo de lesiones, tales como el desgaste prematuro de las muñecas y el metacarpo, puesto que desarrollaron su pertinaz afición en momentos anteriores a la pubescencia, y han mantenido su pasión incluso superados los ochenta. 

    Para los actuales y futuros herederos potenciales de esta noble tradición, la única cura posible es el descanso, acompañado con friegas del linimento El tío del bigote, que quema pero cura. Supone un tratamiento severo acompañado de un febril síndrome de abstinencia, pero a todas luces imprescindible si el adorador requiere para todos sus días, un final feliz.


Esparce el mensaje, comparte las entradas, contamina la red.