7/7/22

150. Consonantes y vocales

     Algunos de mis conocidos, mayores y menores de edad, se mofan de mí porque escribo en el wasap con tanta corrección como puedo. Parece ser que utilizar todos los signos de puntuación y ortográficos existentes, así como empezar una oración con letra mayúscula y finalizarla con punto final, es una muestra inequívoca de mi involución como último vestigio de una especie en vías de extinción. 

    No me molestan las burlas en ese sentido, ya que no son malintencionadas y nacen desde el cariño. Y entiendo que esa manera de escribir en un foro, en un chat o en el wasap, siendo como es una aplicación de mensajería instantánea, requiere de inmediatez y de expresión escueta. Pero bien sabe toda persona que me conoce, que modas, tendencias y demás me las paso por los huevos. Y no por ello deja de irritarme más allá de lo que me atrevería a confesar, el irrespeto que muestran ellos por el lenguaje escribiendo de forma tan hiriente.

    No hace mucho y sin ir más lejos, una conocida que sabe de mi furia al respecto y que no es ninguna analfabeta, me envió un wasap que me dejó sin resuello, como un puñal de hielo clavándose en mis entrañas. Un sudor, frío como una noche de ultratumba, perló mi frente arrugada de desconcierto, y a medida que mis ojos, muy abiertos e inyectados en sangre, intentaban descifrar aquel batiburrillo de pesadilla, tuve que sentarme para no caer de bruces en el suelo de la cocina recién fregado. La mano con la que sostenía el móvil temblaba más que la de un toxicómano privado de su veneno intravenoso, y empezaba a sentirme más destruido que el disco duro del pc de Bárcenas. 

    Por aquel atentado sin parangón a la escritura, campaban en abundancia emoticonos, una barroca mezcolanza de consonantes, y también puntos suspensivos que iban de cinco en cinco o de dos en cinco. Por el contrario, escaseaban las vocales más que la empatía en el cerebro de un psicópata, y cualquier atisbo apreciable de que un ser humano se estuviera comunicando conmigo. 

    El wasap, sin los emoticonos, decía así:

    «Hol kpullo......  ya acab d currar.. tu ya hs dscansdo? l otro dia stuve x alli cn mi hrmno y a lo mjr vuelvo a psar.. no t enfads si mñna no vengo..... xq mñna tbjo y tngo que hablar con vip.....  enga m voy ke tngo ke condcir.....ke te pten, jijijijiji».

    Ya me gusta, y es incluso estimulante, que pongan a prueba mi capacidad intuitiva. Seguro que ni el visionario George Orwell pensó en algo así en su concepto de neolengua. Y otra cosa: ¿por qué cojones se pone una P al final del sí y del no?


4/7/22

149. La subnormal del siglo

    Ayer por la tarde fui testigo de algo espeluznante que me provocó diversas reacciones corpóreas. En un mismo segundo sentí como si algo me asaeteara el espinazo; las orejas se me erizaron como las de Spock; el esfínter se contrajo casi hasta la desaparición física, y los testículos ascendieron hasta la yugular. Sin más verborrea que añadir, a escasos metros de mí, estaba una mujer de unos treinta años que con ademán abstraído daba profundas caladas a un cigarro mientras repostaba su vehículo. 

    ¿Se habrá visto en el pasado y en alguna otra gasolinera una demostración de tan escandaloso despiste? ¿Es esta calamidad bípeda una portadora de accidente, desgracia y muerte? 

    Bastante caro resulta llenar el depósito para que encima te cueste la vida. Acusando la breve tensión del momento, no pude más que increparla con alarma: «¡Pero es que no ves donde estás! ¡Apaga el cigarro, coño!», y eso hizo, con una expresión facial que pedía que se la tragara la madre Tierra. El tono y las palabras empleadas, aunque surtieron efecto, no fueron las apropiadas, pero había que evitar un posible desastre, y ante la seguridad ciudadana no cabe clemencia alguna contra la inconsciencia de la subnormal del siglo.


30/6/22

148. Bombas y balas

    Me dijo Johnny —el del bombardero, no el del fusil— que los gobernantes yanquis nunca renunciarán a una guerra de ser necesario si eso obedece a sus intereses. Pero nunca librarán una contra esa industria tan lucrativa y tan global de la que también obtienen cuantiosas ganancias más de cien países. 

    También es bien sabido que en algunos estados del país de las barras y las estrellas, si te abres una cuenta bancaria, te ofrecen una pistola de aire comprimido en lugar de una cubertería de mala calidad. En otros, puesto que la enseñanza ya está considerada una profesión de riesgo, los profesores de escuela pueden ir armados. En esos mismos estados, dentro de poco, si no ya, será un riesgo el solo hecho de vivir.

    Johnny y los gobernantes yanquis, aun sabiendo que la raza humana es hostil, defectuosa y no tiene arreglo, otorgan a su población civil la opción de armarse si el ciudadano que la conforma lo considera oportuno, para defenderse y proteger su propio jardín. Si a eso le sumamos una policía de gatillo fácil, el panorama es, cuanto menos, intranquilizador.

    Los civiles armados, chiflados o no, se eliminan entre ellos o bien uno inicia una cruzada en solitario, mientras que el resto rezan por no encontrarse, el día menos pensado, en la trayectoria mortal de una bala. Y si sus plegarias no son escuchadas y se las lleva el olor de la cordita junto con sus vidas, ya saldrán en pantalla personas relevantes llorando un poco y condenando la tragedia. 

    En cualquier caso, resulta menos caro que invertir en salud mental y enfrentarse al NRA. Y los verdaderos intereses de Estado, esos que nunca sabremos y van más allá de acuerdos históricos entre republicanos y demócratas, son intocables, dispare a quien se dispare.



27/6/22

147. Vida confinada

    Tú no vas de safari para llevarte la cabeza de algún animal con la que adornar la entrada de tu salón. Tú no traficas con el marfil. Tú no alfombras tu casa con el pelaje de un felino. Tus abrigos y calzados son sintéticos. No eras muy mayor cuando supiste de la crueldad de los circos. Te asquea la tauromaquia y tu perro no podría tener mejor amigo que tú.

    Pero tienes unos peces muy bonitos en una pecera muy grande. Y qué más da: nacieron y se criaron en cautiverio; ni siquiera tienen memoria.

    Y tienes montones de pájaros enjaulados. Hasta tienes un loro y no te parece horrible que unas criaturas que vuelan vivan así. Pero claro, si no vuelan: nacieron y se criaron en cautividad. No conocen otra cosa.  

    Y tienes una iguana alucinante en un gran terrario. Y en otro un par de tortugas. Y el otro día fuiste al acuario donde tienen ballenas, focas y delfines amaestrados para nuestro disfrute. Y cuando no vas al acuario te vas al zoológico. Allí han recreado el hábitat natural de una gran variedad de animales a los que tienen prisioneros, pero muy bien atendidos, y así de paso protegen a alguna que otra especie en peligro de extinción. 

    Tú sabes que hubo una primera vez en la que el humano metió la mano y alteró el delicado equilibrio que dispuso la Naturaleza para todos los seres del planeta.

    Pero no tienes ni idea del verdadero respeto por la vida animal, miserable.


23/6/22

146. Verano

    Estoy en casa de mis padres y una melodía llega a mí fluctuando con la candencia del reggae. Después de la comida lavo unas tazas para prepararle un café a mi padre. Las gotas de sudor caen lentas por mi espalda en cosquilleante incomodidad. El agua de la piscina es un espejo destellante. Por el ventanal miro a mi madre mientras trabaja con manos experimentadas en el jardín de mi infancia: los geranios, las enredaderas, las azucenas, las margaritas, los cactus... 

    El agua del aspersor cae en el césped en un abanico de perlas. Huele a tierra mojada y lavavajillas. De pronto, una brisa de fuego aviva en un bucle imposible el vaho aromático del café y las pompas iridiscentes del Fairy. El aroma del café y las burbujas danzan a mi alrededor con pereza imprevisible, antes de salir bailando por la ventana para estallar y disiparse en la flora ajardinada.

    Ya es verano, joder.



20/6/22

145. Cuando el TEA hizo reír

    Películas, películas, películas. Supongo que pasa igual con los libros y las obras de teatro. Algunas te hacen reír o llorar. O ninguna de las dos cosas. A veces empatizas con los personajes de tal modo que los llegas a amar u odiar. Algunos de ellos nunca serían tus amigos y al resto los matarías por insufribles. Tal día caluroso como hoy, vi un gran éxito de taquilla de 1994, que gustó mucho a familiares y conocidos. Algunos rieron, otros lloraron, y los que más se conmovieron. A mí me hizo reír la parte en la que el teniente Dan Taylor dispensa un trato justo y merecido a un par de rameras en una fiesta privada de año nuevo. Por lo demás, sigue sin hacerme ni puta gracia una película en la que, durante gran parte de su metraje, una cocainómana se aprovecha de la buena fe de su amigo autista durante treinta años.


16/6/22

144. El árbol de la loma

    En lo alto de una loma se alza un árbol solitario, viejo como el tiempo, donde nunca se posan los pájaros. Los días de viento sus hojas susurran una historia triste. Caminantes y peregrinos se desvían de su camino cuando lo vislumbran desde la lejanía, pues cuentan los lugareños que está maldito y si te acercas demasiado a él, sientes un frío de muerte que atenaza la garganta. Otros tantos dicen que hay algo entre sus ramas que produce quedos lamentos, pero nunca nadie se acerca lo suficiente, ni permanece más tiempo del que el sobrecogimiento permite. 

    Empero hubo un viajero que desconocía aquellas latitudes y llegó hasta la loma donde yace el árbol, y allí tuvo que detenerse para dar descanso a sus piernas que ya no le respondían. Con el nuevo amanecer, trajo la verdad consigo y me contó a la lumbre del fuego que allí, en el árbol de la loma, a medida que el sol languidece y arrecia el viento, si no apartas la mirada, puedes ver una silueta traslúcida que desciende de una de las ramas de la que todavía, hoy, pende una soga. 

    Dicen que es entonces cuando, si te sobrepones al miedo, te invade una tristeza tan grande que te encoge el corazón y ya nunca puedes librarte de ella, porque la silueta se reclina en el tronco, recoge las piernas y las abraza en su regazo, cabizbaja e inmóvil, con sus contornos temblando con el aire, mientras el sol se hunde en lontananza hasta desaparecer. 


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