6/6/22

141. Educación

    Ah, las normas de educación, tan bien arraigadas. Me complican la vida y me conducen a la infelicidad. Dicen que una palabra agradable y animosa muy de mañana, es más efectiva que el mejor de los medicamentos. Por eso me han inculcado que a los desconocidos de mi día a día les tengo que desear buenos días, buenas tardes y buenas noches, aunque me dé igual su existencia o los atropelle un camión. ¿Se puede ser más hipócrita?

    Lo mismo cuando comen. Digo que les aproveche, cuando no me importa que al segundo siguiente se atraganten e incluso mueran. ¿Se puede ser más despreciable? 

    Y si no, las normas de educación a contranatura, que son las peores. El cuerpo, cuando lo considera oportuno, ejerce sus mecanismos para expulsar gases, por vía bucal o anal, y tienes que aguantártelos si estás acompañado, por temor a que te llamen guarro y te señalen con el dedo. Ya sé que no cuesta nada tener buenos deseos y expresarlos para los demás. Si algo hacemos bien los humanos es aparentar y mentir, y sin que se note. 

    Pero ya no puedo más. Basta de expresar cosas que no siento y de ir en contra del sabio funcionamiento de mi organismo. Hacerlo me lleva al estrés y al conflicto interior. Voy a buscar la felicidad en esta sociedad tan contradictoria que hemos creado. Y la voy a encontrar aun a riesgo de que me insulten y me releguen al ostracismo. 

    Seré el objeto de sus mofas y el tema de conversación cuando no los tenga delante. Y de puertas para afuera gastarán tolerancia, mientras que en la intimidad de sus casas, a su manera, me condenarán y juzgarán de modo educado, porque ellos sí lo son. Y seré el amargado, el desagradable, el raro, el enfermo, el antipático, el loco... el maleducado. 

    Nunca podrán imaginar la verdad. Estaré solo, sí. 

    Pero feliz.


2/6/22

140. El fin, por fin

    Los noticiarios llevan un mes informando de que hoy es el fin de la Humanidad, y que a las 00:01 del nuevo día dejaremos de existir. Sabemos que siempre mienten, pero esta vez les hemos creído porque la noticia ha sido televisada en todo el mundo. Y porque más de un presentador, después de recordarnos que hoy es el fatídico día, se ha volado la cabeza. Hasta la fecha, y suponemos que no habrá otra, estos actos tan lamentables son los más compartidos en toda la historia de las redes sociales. 

    En fin —y nunca mejor dicho—, la pregunta que durante el principio de los tiempos ha atormentado al hombre, ha sido contestada. Seguimos sin saber de dónde venimos, pero sabemos a dónde nos vamos. Y es a tomar por culo. Bien, eso también lo hemos sabido siempre. El caso es que hace un mes que también sabemos cuándo: y es hoy. Los marcianos existen, han dado muestras de vida y van a por nosotros con todo su armamento pesado. 

    Tal y como han vaticinado el Papa, Hacienda, los Servicios de inteligencia, la agrupación mundial del canto tirolés, Iker Jiménez, Javier Sierra, Paco Porras, Leticia Sabater, Rappel, Aramis Fuster y otras eminencias de menor relevancia, hoy, desde primera hora de la mañana, las millares de naves que circundaban la Tierra un mes atrás con intenciones hostiles se han hecho visibles.

    En contra de lo que se puede pensar, nadie corre y todos se hostian. Las viejas rencillas que desde siempre utiliza el poder para enfrentarnos siguen importando. Es más: cobran una nueva dimensión, más primaria y elemental, porque todos vamos a morir hoy. ¿Qué más da el recato, las leyes, las legislaciones, las normas de convivencia, eso llamado tolerancia, las conductas que siempre han regido nuestras vidas? Hoy, el comportamiento humano es más humano que nunca, por eso el desorden se antepone a la injusticia y la única bandera es la del pillaje y la barbarie. Así que a la mierda: seamos libres de verdad, aunque solo sea durante veinticuatro horas.

    Por lo que a mí respecta, me acabo de despedir de amigos y familiares. Me acabo de dar la última ducha y me dispongo a encontrarme con ni novia, Cabronicia, para pasar juntos este último día, hasta que la aniquilación masiva nos encuentre en un rítmico baile pélvico como último homenaje a la vida. Por supuesto, lo haremos en la intimidad de nuestra alcoba y no en la calle, como está ocurriendo desde primera hora de la mañana. 

    La noche se cierne y aunque las cosas importantes ocurrieron ayer, corro tanto con el coche que los neumáticos chillan. Opto por rutas alternativas, ya que en las habituales impera un caos incontrolable, pero el tiempo se agota y tengo que acortar camino. Así que en un arrebato de locura atropello a una delirante comitiva de Hare Krishna que danzan, descoordinados, por una de las calzadas principales de la ciudad. Mi primera reacción es de sobrecogimiento. Nunca había matado a nadie antes, a excepción de un escarabajo, pero fue sin querer. De todas formas da lo mismo: esos pobres capullos se van al amparo de la señora de la guadaña un poco antes que nosotros. 

    Cuando llego al portal del piso de Cabronicia e intento abrir, resulta que me he dejado las llaves. Empiezo a ponerme nervioso. Clavo el dedo en el timbre del portero automático, una, dos y hasta tres veces, pero no hay suministro eléctrico. Ya no estoy nervioso: estoy horrorizado. Cojo el móvil, que marca las 23:55, lo cual quiere decir que me he retrasado sobre la hora convenida, y llamo a Cabronicia. Pero no contesta, joder, no contesta. Y yo quiero disfrutar de la compañía de mi amada, volver a sentir el contacto de su cuerpo, firme y elástico como el de un arco vikingo, antes de abandonar este mundo de mierda. 

    Sumido en la más honda desesperación tiro el móvil al suelo, y haciendo bocina con las manos dirección a la ventana me desgañito llamándola. Ella sale al balcón. Me mira con cara de pasmo, pero enseguida entiende la urgencia de mis gestos. En un parpadeo se abre la puerta del portal y ya estamos, por fin, uno en brazos del otro. 

    Quizás no es tan tarde después de todo. Aún nos da tiempo de dedicarnos una sonrisa y reconocernos de nuevo. Aún nos da tiempo de que nuestras miradas hablen y urdan planes. Aún nos da tiempo de resolver todo aquello que alguna vez callamos. Aún nos da tiempo de dedicarnos los «te quiero» de toda una vida. Aún nos da tiempo de sentirnos en un beso y de crear un nuevo recuerdo. 

    Aún nos da tiempo, aunque el cielo retumba, ilumina la noche y el mundo se abre como ojos que despiertan. 

    Después, el Gran Silencio.


30/5/22

139. Dos cuerpos muertos

    Dos cuerpos muertos yacen sobre el colchón mugriento de una habitación pequeña, viciada de deseos incumplidos, paredes empapeladas con la nicotina del desencanto, y cortinas que caen como lágrimas negras cubriendo un cristal por el que nunca entra la luz.

    Dos cuerpos muertos se miran más allá de sus pupilas dilatadas, mientras en el parque de abajo los niños ríen al sol de la tarde. El tráfico se congestiona y los cláxones aúllan en los ríos de alquitrán. En las terrazas la banalidad campa a sus anchas.

    Dos cuerpos muertos tienen, a su derecha, una mesa en la que hay un cenicero desbordado de colillas, un mechero acabado, unas pocas fotografías de sueños arrugados, una cucharilla oxidada y un par de jeringuillas bendecidas por un dios ingrato. 

    Él y ella están muertos, mientras la bombilla oscilante del techo esboza con su luz malsana imágenes de pesadilla. 


26/5/22

138. Renacida

   Consciencia. 

    Recuperas la certeza de tu existencia mediante una compleja reprogramación vital en la que antes no había nada. No sabes cómo has llegado hasta aquí. No tienes recuerdos, salvo algunas imágenes que te parecen fotogramas de una vida que no reconoces: la onda expansiva de una explosión devastando todo a su paso, y tu cuerpo pulverizándose en medio de un infierno. Todo concentrado en un segundo que dio paso a un final inesperado y abrupto.

    Despertar.

    Emerges de una pesadilla de profundidad abisal, donde te contemplabas a ti misma en un sobrecogedor silencio cósmico, ingrávida en el vientre materno cuando todavía estaba todo por empezar. Te encuentras en posición horizontal bajo el techo de una sala de luminiscencia azulada, fría y aséptica. Un silencio intranquilizador ocupa la estancia, roto por quedas intermitencias electrónicas de una avanzada tecnología que te rodea.

    Reconstruida. 

    No sabes quién fuiste; no sabes quién eres. Tratas de obtener respuestas intentando retrotraer tu nueva consciencia a un pasado que ya no existe, y te pierdes en la ausencia de los recuerdos que ya no están. Despiertas y te ha parecido el letargo finito de toda una vida y te miras a ti misma sin reconocerte, reconstruida en una inquietante anatomía sintética de tejido y sangre, automatismos y ciencia, cuya única humanidad reside en esa pequeña grieta que empieza a abrirse en lo más recóndito de tu mente.


23/5/22

137. Calma interior

    De preguntarle, él te contestaría que le gusta la soledad. Que le encanta estar solo. Te diría que pasa mucho tiempo solo sin más compañía que la que ofrecen los libros, las calles en penumbra, el celuloide y la música. A veces mira más allá de todas las cosas donde ni siquiera la imaginación es capaz de llegar. Él vive solo, en un piso que es como todos los pisos. Aunque allí afuera, en la calle, tiene un millar de conocidos y unos pocos amigos.

    Él te diría que en sus primeras notas de parvulario de las que conserva un vívido recuerdo, la profesora escribió: «Es un niño vago. A veces llora de furia cuando se le reprende, pero se le pasa enseguida». Lo de la furia es algo que por necesidad ha superado y la mantiene larvada. Pero ahora, cuando llora, no se le pasa pronto y cree que la abundancia de sus lágrimas puede anegar una ciudad entera.

    Él te diría que ahora que el tiempo le conduce a empellones hacia la senectud, sueña con una retirada feliz, como esos escritores que una vez finalizan su obra maestra parecen desaparecer de la civilización. Te diría que le gustaría encerrarse en casa y no ver a nadie, porque, entre otras cosas, está asqueado de un mundo decepcionante que hace tiempo no reconoce. 

    Encargaría los discos compactos, los libros, las películas, la comida y el alcohol por internet. Y quizás, cuando la soledad pasara de ser elección a tortura, se acercaría al mar buscando alguna razón en las olas. Lo haría de noche, cuando nadie pudiera asustarse de sus uñas negras y afiladas, su dentadura cariada, sus greñas apelmazadas como ramas de árbol moribundo, y de su ropaje andrajoso y deslucido.

    Pero, como también es un tipo agradecido y lo aceptasteis con sus muchas imperfecciones, permitiría que lo visitarais con contraseña. Siempre y cuando os apeteciera y no os importara bucear con él en la chatarra, despotricarais de su colección de esporas, moho y hongos y, sobre todo, no preguntarais el porqué de su soledad de náufrago y soportarais los indicios de su propia meada.


19/5/22

136. Génesis

     Esta es una historia ya contada. La de un peregrino de andar titubeante, que se aproxima a una metrópolis perfilada en un amanecer anaranjado. Una brisa silba entre los malogrados edificios como lamentos de muerte, y rompe la quietud del lugar en pequeños remolinos de arena aquí y allá, trayendo consigo un polvo que escuece los ojos.

    Deambula por un escenario desolado, sorteando cimientos, hierro y alquitrán, en dirección a unos muros ruinosos y ennegrecidos, supervivientes de una salvaje devastación. Un sol recién nacido anuncia el principio de una nueva era, derramando sobre aquella destrucción un bochorno tan inhumano que el errante solitario tiene la sensación de estar mascando fuego.

    Ante el edifico asolado, acierta a ver en uno de los muros medio derruidos, el trazo clandestino de quien fue un talentoso grafitero. Hay pintado un paisaje paradisíaco con una oración que reza: «Por más que buscamos, nunca encontramos el Edén. Siempre atrapados entre el cielo y la Tierra». A continuación del dibujo hay otra pintada en la que hay representada una veintena de soldados pertrechados con equipación vanguardista, empuñando armamento pesado y con cascos de visión nocturna; bajo la representación lee: «Estamos aquí para ayudaros». 

    No encuentra una asociación del todo clara entre los dos dibujos, pero tampoco le parecen representaciones atemporales o fuera de lugar. En su interior palpita la incómoda convicción de que aquellos hábiles trazos y sus sentencias encierran toda la verdad de lo ocurrido. Imbuido en la contemplación de aquellas pinturas, se sobresalta cuando, por el rabillo del ojo, percibe unos destellos que se producen a varios metros de distancia. Movido por la curiosidad y con una inquietud que se acrecienta a cada paso, va en busca del origen de aquellos brillos intermitentes. 

    Sus pies tropiezan con un ancho trozo de pared, en la que hay atornillada una gran placa de metal. Se arrodilla, con el antebrazo aparta presuroso el polvo que cubre la inscripción, y lee: «El gobierno electo, les desea que disfruten de una agradable estancia en esta su gran urbe, centro catalizador de los más destacados valores de la cultura mundial. Seguridad, familia, religión, ética y moral, son los pilares fundamentales sobre los que descansa esta sociedad que construimos, por y para usted, siempre mirando hacia un futuro de paz, igualdad, progreso y bienestar general».

    Una amarga sonrisa aparece en su rostro. Él proviene de una ciudad también aniquilada, con la esperanza de encontrar en su viaje a ninguna parte a algún semejante vivo. Se estremece al pensar que quizás aquel epígrafe lleno de sucias mentiras, es el único vestigio de lo que antaño fue una civilización ahora extinta de la cual, ya hace demasiado tiempo, siente que no forma parte.

    Se levanta para reemprender su camino incierto con las pocas fuerzas que le quedan, sabiendo que la vida lo abandonará en cualquier lugar, pero procurando alejarse tanto como pueda de esta ciudad que ya no es una ciudad, sino otra monstruosa fosa común de más de un millón de muertos.


16/5/22

135. El vacío

    Llegó un momento en que ya no sabíamos cómo estar juntos. 

    Quizá nuestra unión partía de una derrota anticipada, porque tú leías a Sartre y a Nietzsche, y siempre te sentías desubicada en el espacio y el tiempo. Yo, para encontrarme, bebía, y bebía de Bukowski y Ciorán.

    Nuestras mentes chocaron, y en lugar de rechazarse se fundieron en una. 

   Al cabo del tiempo conociste a Pizarnik. Fue quizá, en ese momento, cuando vibró la quietud perfecta de nuestra alquimia, o cuando tendría que haber sabido interpretar las señales. Porque empezaste a vivir en sus versos, te ibas a lugares donde no podía alcanzarte y de los que tardabas horas en regresar.

    Llegó un momento en que ya nunca regresabas del todo, y nos convertimos en dos espectros que bajo el mismo techo se cruzaban de largo como si no tuvieran nada que decirse. El tiempo, ese aliado de nadie, también jugaba en nuestra contra, y nos colocó a kilómetros de distancia aunque nuestros alientos se tocaran.

    Por más que lo intentamos nos fuimos vaciando hasta quedarnos sin nada que ofrecer. Aquello que tuvimos se había extinguido y ya no teníamos ninguna referencia a la que asirnos. A cada día que pasaba nos desconocíamos más y más. 

    Yo te miraba con una botella en la mano, tan cerca y tan lejos. Tú, tan real y tan ausente, solo tenías ojos para las drogas legales del botiquín del lavabo.


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