10/2/22

108. Fractura y sanación

    Antes de que el estado del bienestar fracasara, Auxibio curraba en la especuladora industria del tocho. En verano se tostaba la espalda bajo la inclemencia de un sol abrasador, y en invierno se congelaba manos y escroto merced a las bajas temperaturas del despiadado invierno. Mientras su esclavitud se sucedía año tras año, su mujer, Basilisia, se ocupaba de los menesteres no remunerados, pero siempre necesarios, que corresponden a un hogar aseado y digno. 

    En las horas en que Auxibio le daba la consistencia adecuada al mortero, Basilisia se pasaba por la entrepierna los votos matrimoniales que firmara hace cinco años, y con enérgica entrega y en la clandestinidad, ocupaba todos los orificios de su cuerpo susceptibles de ser penetrados, con las tuberías cárnicas de todo aquel que ella aceptara.

    Para ira de algunos, asombro de otros e indiferencia de pocos, aquella situación denigraba a la joven pareja y pervertía su matrimonio. A mí me asombraba el estoicismo con que Auxibio asumía su condición de astado, y el pasotismo de Basilisia respecto al conocimiento de envergadura municipal de sus tórridas infidelidades. 

    Una noche de aquel tiempo, me fui con Cástulo a una discoteca ubicada a pocos kilómetros del pueblo. Estábamos en la planta alta de aquel lugar luminiscente y caótico, burlándonos del apretado amasijo de imposibilitados mentales de abajo, que convulsionaban en un trance colectivo de movimientos simiescos y antinaturales, orquestado por una estridencia decibélica. 

    La noche avanzaba en un trasiego etílico. Cástulo asía el cubata por los bordes con el pulgar y el índice, y luego movía el antebrazo de izquierda a derecha en rápidos y amplios giros circulares de ciento ochenta grados, de tal modo que el contenido del cubata no se derramaba. En aquella ocasión —como siempre esperé que pasara—, el cubata se le escapó de la mano en una trayectoria ascendente de intermitencias de ciencia ficción, propiciadas por el frenesí de las luces estroboscópicas.

    Cuando parecía que el vaso iba a quedarse ingrávido para siempre, descendió en picado cual ángel vengador dirección a la turba de abajo, estrellándose con soberana contundencia en la cara de Basilisia. La desafortunada muchacha cayó al suelo, al tiempo que intentaba cubrirse el rostro sin apenas conseguirlo, dado que sus manos temblaban. Cuando la ayudaron a incorporarse, acerté a ver entre el tumulto, que su cara, antes maquillada con esmero, era una perversión ensangrentada, anegada en lágrimas, de la del Joker en su peor momento. 

    Pese a lo funesto de lo ocurrido, Cástulo escupía su júbilo, aborrecible y miserable, mientras que yo permanecía entre el pasmo y la inacción. Tan pronto fuimos señalados —y Cástulo casi linchado—, los guardias de seguridad le salvaron la vida echándolo fuera de la discoteca junto conmigo, dejándonos bien claro que teníamos la entrada prohibida de por vida. Al tiempo que nos largábamos, llegaban los servicios médicos. 

    Durante los días que siguieron me estuve preguntando cuánto tiempo tarda en sanar una brecha abierta en la ceja una vez suturada. Y cuándo nos llegaría a Cástulo y a mí una citación judicial por un delito de lesiones. Pero solo llegaron rumores de que a Auxibio ya le estaba bien que fuera Basilisia la que llorara, que él ya había llorado bastante. Al cabo del mes se comentaba que se habían separado e iniciado los trámites del divorcio. 

    Han pasado cerca de veinte años desde entonces. El domingo pasado vi a Auxibio en un centro comercial del extrarradio. Presentaba una calvicie incipiente e iba acompañado de una mujer y un niño de unos siete años. Presupongo, por los ademanes que observé —aunque con reservas porque no lo sé de verdad— que eran su mujer y su hijo. El caso es que nada había de aquella expresión de vejez prematura con la que antaño vestía su rostro un día tras otro. Parecía estar bien. Bien de verdad, y me alegro por él. 

    Y por qué no, quiero pensar que esté donde esté, Basilisia, a la que jamás he vuelto a ver desde aquella noche, y que por lo visto nunca llegó a denunciar, también está bien. Que es feliz a su manera, sin que por ello tenga que ser aquella adúltera que una vez fue.


7/2/22

107. Quién

    Quién cree, todavía, que existe algo llamado privacidad. Quién cree que alguna vez existió. Quién tiene el privilegio, o la desgracia, de poder acceder a cuantas cuentas de correo y redes sociales quiera, sin contraseña, y bucear en las vidas de sus usuarios hasta el hartazgo. Quiénes son aquellos que, siendo como tú y como yo, controlan desde algún lugar secreto gubernamental, todas las conversaciones que se dan a cada segundo mediante las ondas de radio. Quién se ríe de asco mientras engulle macarrones de una fiambrera, cuando monitoriza millones de vidas ajenas, servidas en alta definición desde el centro de control. Quién es ese testigo mudo que llora de la risa, cada vez que entra en la base de datos y escudriña en la intimidad de las masas. Quiénes son esos espectadores con doble identidad, que obedecen las órdenes de personas intocables, sin rostro, que elaboran las hojas de ruta de las sociedades.  

    Quién constatará, una vez más, que hemos venido al mundo a ser engañados, a hacer el imbécil y dejar muestra flagrante de ello. 


3/2/22

106. Películas

    Muchos blogs recomiendan libros y películas. Uniéndome a la masa bloguera, lo primero ya lo recomendé. Lo segundo: aquí tenéis. Vaya por delante que presupongo que, como yo, no hacéis asco a ningún género cinematográfico y carecéis de prejuicios.

    En primer lugar os presento la saga Sharknado. Seis películas en las que miles de tiburones de tamaño y voracidad diversa son absorbidos fuera del océano —con agua incluida— por tornados gigantes. Desde la primera parte hasta la sexta, los tornados van campando a sus anchas por toda la geografía terrestre, anegando a su paso lugares como California, Nueva York, Las Vegas, Tokio, Egipto... mientras que los escualos van desmembrando a troche y moche a todo «desgraciao»  que se cruza en su camino. Y así hasta acabar en el Espacio. Sí, tíos: el Espacio.

    Si has superado el visionado de tal despropósito y no sientes la necesidad de cortarte las venas, matar a alguien, recluirte en un monasterio, o pasar el resto de tus días corneándote contra paredes acolchadas, es que estás como una puta cabra. Pero también estás preparado para ver producciones de alta caspa y «bizarrismo»  tales como: Ninja Terminator, El ataque del pene mutante del espacio, Lavalántula, Mosquitoman, El vengador tóxico (tetralogía), Pirañaconda, La galleta asesina, Vagina dentata, Hijomoto 2: El ataque de las hordas sodomitas, La venganza de Pinocho, Basket Case (trilogía), Los zombis paletos, El hombre excedente interplanetario y las mujeres amazonas del espacio exterior, La isla de los pigmeos sangrientos y Mega Shark Versus Crocosaurus.

    Podría continuar hasta sumir al mundo en la locura, pero bastante ido de la pelota está ya y tampoco es plan. Además, si tenéis huevos a ver las pelis de toda la lista, no solo estáis más jodidos que yo, sino que me tenéis que explicar cómo coño lo habéis hecho.


31/1/22

105. La pesadilla

    Tengo una pesadilla recurrente en los días lluviosos. Estoy desempeñando el ejercicio de mi esclavitud laboral y el termo de mi piso ha estallado. Vivo solo y salvo mis padres, que eso de vivir lo hacen a quince kilómetros de mí, nadie tiene la llave para entrar y evitar el desastre, por lo que el agua sale a presión, obstinada y cuantiosa, anegando mi piso. Luego anega el de los vecinos más cercanos. A continuación el ascensor y la planta de abajo. De hecho el agua acaba anegando todo el bloque. Entonces, cuando llego del trabajo y abro la puerta del portal, libero un gigantesco chorro de agua que me arroya junto con los cadáveres de los vecinos y toneladas de mobiliario doméstico, desparramándonos por toda la plaza comunitaria como una ola rompiendo en la arena. En ese momento me despierto, sudoroso, y comprendo que me estoy meando a horrores. Sabedor de que el termo está intacto y vaciada la vejiga, me meto en la cama aliviado por partida doble. Y como nunca dejo nada a medias y los del seguro no van a responder a la catástrofe, me reconcilio con el sueño pensado en cómo me lo voy a montar para limpiar semejante devastación propia de un tsumani, y desembarazarme del puto vecindario muerto.


27/1/22

104. Cuando ya no queda nada

    Yo imaginé para ti una vida. Una vida que, más o menos, sería como todas las vidas. Yo imaginé para ti una vida con sus luces y sus sombras. Una vida llena de vivencias cuyo final sería una vejez plena y aceptada, que se despide en paz con la convicción de que ha estado bien, de que el viaje ha valido la pena. Yo imaginé para ti una vida, pero entonces, cuando aún te quedaban muchas cosas por hacer, ocurrió aquella desgracia que te produjo secuelas irreversibles y te sumió en una existencia inimaginable sin posibilidad de retorno. Créeme, que aunque ya no puedas creer en nada, hice todo lo posible para salvarte. Pero ellos me lo impidieron y se creyeron mejores que yo por dejarte muerto en vida.

    Y ahí estás sin estar, sumido en la negrura, con tu soledad de plomo, tu mudo calvario y con millones de segundos interminables.


24/1/22

103. Disney hace trampas

    Los hermanos Grimm y Hans Christian Andersen, entre otros, se inspiraron en el folclore de varias regiones de Europa para dar vida a sus cuentos y adaptarlos a su realidad, dicho sea de paso, bastante cruda y desesperanzadora. Algunas de esas narraciones no estaban orientadas, como se cree, hacia un público infantil. De hecho eran tristes y violentas, por lo que el filtro moral de la época y la censura de tiempos posteriores se encargaron de ello cambiando los finales y alguna parte de las historias. De eso sabe mucho Walt Disney, que ha contribuido a la transformación de muchas de esas antiguas obras con fines puramente comerciales, lucrativos y adoctrinadores.

    ¿Quién no ha visto El rey león, sea la versión de 1994 o la de 2019? Se dice de esa película que pueden extraerse siete o diez enseñanzas válidas para la vida. No diré que no, que alguna habrá. Pero quédate también con el hecho demostrado de que no hace falta ningún rey ni reina —que tanto da— para que un país, una sociedad, con sus mierdas e imperfecciones, avance —que ya es decir— o como mínimo exista. La monarquía, siempre tóxica y cancerígena, es sinónimo de pleitesía, clasismo y subordinación. Walt Disney no solo ha estado siempre del lado del poder, sino que él y su jodida película, a buen seguro, han causado un daño irreparable. Su engañoso legado se burla de nosotros y manipula a vuestros pequeños.

    Mejor que vean Mazinger Z, Los Simpson y South Park.


20/1/22

102. A todos vosotros

A la familia desestructurada de la tercera planta que solo sabe comunicarse a gritos.
Al vecino del quinto C que lleva desde el 2007 apasionado con el bricolaje.
A la pareja de polis que activa la sirena a las cuatro de la mañana.
A la gente borracha que vocifera debajo de mi balcón al cerrar el último bar. 
Al eterno y negado aprendiz de flautista del sexto A.
A los aspirantes a cantantes de OT que rompen la quietud de la noche. 
Al que decidió que todo el bloque debe escuchar la potencia de su nuevo equipo de música. 
Al que traza las curvas de mi calle chirriando ruedas.
Al que utiliza el claxon un nanosegundo después de que el semáforo se ponga en verde. 
Al que lleva la música al máximo en su coche con las ventanillas bajadas.
A todos vosotros, hijos de mil zorras sidosas, os dedico mi mal despertar.

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