Antaño frecuentaba un bar donde acontecían hechos insólitos y extraños. Este fue uno de ellos. Seré breve y omitiré por decoro los detalles más escabrosos.
Una escisión de proporciones gigantescas se abre en tu universo interior y socava tu alma, cuando un ciudadano de la medianía se ofrece, sin nada a cambio, a depilarte los pelos del culo. Ocurrió en un bar del cual, a partir de la medianoche, era mejor no personarse. Allí se congregaba chusma de baja estofa y practicante de las más viles bajezas. Total, que en aquel tugurio de almas a la deriva, infestado de borrachos, camellos, puteros, drogadictos, descerebrados con paga y, en definitiva, cerebros a medio cocer como el mío —o pasados de cocción, que también—, no sabía qué coño hacer ante semejante ofrecimiento.
Cuando me recobré de la impresión, miré la estampa del depilador anal de arriba a abajo. Y luego de abajo a arriba hasta detenerme en el careto. Su semblante no era amenazador, pero sí bufonesco, aparte de que sus ojos brillaban con demencia soterrada y sonreía como el gato Cheshire. Pero lo que sí tenía claro —por mucho que el tipejo encajara en aquel lugar— es que no era un habitual de la fauna burlesca que allí se congregaba. Por lo que, sin más dilación, lo cogí del pescuezo, le basculé la bisagra al tiempo que le hacía girar sobre sí mismo, lo despeloté de cintura para abajo y, mientras alguien canturreaba con voz ebria y aflamencada «¡me tocó, me tocó perder…!», le introduje mi cerveza por donde amargan los pepinos.
Lamento que por aquellas fechas no hubiera móviles para registrar lo narrado. Y dudo que quede alguien vivo o cuerdo que pueda corroborar los hechos. Más que nada, porque en aquel antro donde siempre ocurrían astracanadas del copón, el que no bebía más alcohol que agua derramada en el diluvio bíblico, iba tan empachado de nieve que para quedarse limpio tendría que estar cagándola durante todo un año. La mayoría de las veces las dos cosas, y el deterioro mental era, cuanto menos, de órdago.
¿Estás seguro que era un bar?, pues después de la medianoche todos los gatos son pardos.
ResponderEliminarSí, el bar más impopular de todos los que había en el pueblo donde me crié. Qué bellos y entrañables recuerdos...
EliminarHistorias de la antigua normalidad. Bares que lugares, hoy para hacerle eso tendrías que pedir una PCR fijo.
ResponderEliminarLa canción chula.
Un placer leerte
Saludos
Gracias. Volveremos a beber, después de todo.
EliminarA mi nunca me ha pasado algo tan interesante en un bar, qué pena!
ResponderEliminarLos bares de esa índole son una gran fuente de historias. Historias para ser contadas.
EliminarAnda ... cómo te explico?
ResponderEliminarSentí en esta lectura que mi vocabulario es muy reducido, porque no entendí mucho de lo que has expresado.
''demencia soterrada''
''le basculé la bisagra''
''lo despeloté'' imagino que hablas de sus ''joyitas'', pero no lo encajo
''dónde amargan los pepinos''
''atracanadas del copón''
''diluvio bíblico que empacha de nieve''
''órdago
nombre masculino
Jugada del mus en la que se apuestan de una sola vez todos los tantos que faltan para ganar el juego.
"órdago a la chica"
Esto sí me lo arroja san google
Pues me quedo intentando dilucidar de qué hablamos, Cabrónidas, me siento perdida
Son vulgarismos y argot callejero. Te explico:
EliminarComo bien sabrás, la demencia es locura. soterrada significa enterrada. Por lo tanto, ahí estoy diciendo locura oculta.
Bascular la bisagra significa que cogí al tipo y lo obligue a doblarse del modo que se dobla un humano si intenta tocarse las puntas de los pies.
"Despeloté" significa que lo desnudé, puesto que despelotarse significa quitarse la ropa y estar desnudo significa estar en pelotas.
"Por donde amargan los pepinos". Dada nuestra anatomía, la parte que recibe más luz es la cabeza y la que menos, el ojete del culo. Y el culo de un pepino es la zona cercana al pedúnculo. De ahí que te den por donde amargan los pepinos sea una expresión más florida y menos amarga, pero que suena tan bien como la original.
Una astracanada es algo disparatado y un copón es una copa de metal de gran tamaño, donde el hijoputa del cura tiene depositadas las jodidas hostias consagradas. Por lo tanto "astracanada del copón" significa un disparate muy grande.
Y a la cocaína, por su color, también se la llama nieve.
En cuanto a órdago, me referí a su tercer significado que significa que algo es desmesurado.
Espero que disfrutaras de la lectura.;)
Vaya, ahora con la explicación y una nueva lectura ya lo he entendido todo y me digo, ¿cómo es posible que no lo haya captado?.
EliminarRecuérdame de no hablarte de depilaciones :)
Un besito
Mejor la autodepilación para según qué zonas.:)
EliminarJajaja, eso ya está cubierto, me has hecho el día :)
EliminarSeguro que estabas en un bar???
ResponderEliminarJajajaja, no se yo eh.
Un abrazo!
Sí, sí, era un bar de esos de dudosa reputación.
EliminarJajajajajaja, pues vaya bar. Quizá es que su vocación frustrada era la de barbero, tanto de barbas altas como bajas...
ResponderEliminarUn abrazo. :)
Ojalá se me hubiera ocurrido preguntarle, ja, ja.
Eliminar¡Buenas, Cabrónidas!
ResponderEliminarMira que uno piensa que lo ha visto todo en la vida, pero luego te asomas a una historia como esta y te das cuenta de que, en ciertos bares, el surrealismo no necesita permiso de entrada.
No sabes cómo he disfrutado la forma en que lo has contado: con ese pulso entre la carcajada y el bostezo existencial, como quien recuerda con ironía un episodio tan grotesco que, en el fondo, ya forma parte de la mitología personal.
Me ha hecho gracia —por la crudeza de la vida, no por el ofrecimiento— ese momento en que detallas cómo observas al personaje de arriba abajo, casi como valorando si es de los de la casa o un turista del desastre. Y claro, ahí uno se da cuenta de que, efectivamente, estos personajes parecen material de leyenda, pero son de carne, hueso y demencia soterrada.
Si algo me queda claro de tu vivencia es que esos bares de la vieja guardia son auténticos criaderos de anécdotas que con los años se vuelven más nítidas que cualquier fotografía. No sé si por nostalgia o por supervivencia, pero siempre regresan a la memoria cuando menos te lo esperas. Quizá porque, como bien dices, no había móviles para grabarlo… pero la memoria hace su propio trabajo de grabación interna, y tú lo has dejado bien inmortalizado.
Un abrazo, Cabrónidas, y que no nos falten nunca esos relatos vividos que no necesitan adorno, porque la vida ya se encarga de ponerles la guinda.
Hola, Tarkion. ¿Tú crees que deben quedar bares de esa estirpe? Yo creo que alguno queda...:))
Eliminarjajaja sí que quedan sí... recuerdo un pueblecito cercano a Olot hace ya una década, donde alguna noche me dejé caer. Quedan, amigo, quedan. No cuento más xD
EliminarQuizá debieras dejar alguna narración en tu blog, ja, ja, ja.
EliminarNi de coña (y sí, hay más formas de expresarlo, más finas, poéticas, maduras o elegantes... pero: ni de coña jajaja).
Eliminarjjajaja Que entrada primo!! Estas son las crónicas tabernarias de un bar en la última esquina del infierno.
ResponderEliminarBueno, quién no ha terminado en algún antro con olor a sobaco, desinfectante barato y mentes...escacharradas?
Pero lo mejor es el ofrecimiento no?, y la cera que? caliente? jajajajaj
Me quedo con las ganas, porque esto merece un parte ampliado
Que clase de criatura demente le hizo tal ofrecimiento a tu orificio? llevaba pinzas o iba a pelo?, era una declaración de amor o de guerra?, cómo acabó la noche después de la cascada cervecera?
Danos algún detalle más. Tu no puedes soltar esa bomba escrotal y desaparecer como si nada
Un brindis sin hielo. Bueno, y sin alcohol..que ya no me fío
Tengo unas pocas historias en la recámara que acontecieron en ese bar. Ya las iré soltando, sí. :))
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