5/4/21

19. Vigilancia sin nómina

    En el norte de la península, doña Miconio, que contaba cerca de ochenta y dos años de edad, se despertaba temprano y se levantaba con el sol. Después de hacer la colada y al tiempo que tarareaba para sí canciones populares escandinavas, tendía la ropa en el balcón de su modesto piso de sesenta metros cuadrados. 

    Justo cuando acababa de pinzar su faja donde cabría sin dificultad el Increíble Hulk, se detuvo a observar a las ordinarias de abajo, que parloteaban a viva voz mientras transitaban de un lado a otro del mercadillo. Aquella aglutinación de verduleras se desplazaba sin orden ni concierto por el resbaladizo adoquinado de la plaza como una correosa plaga de cucarachas.

    Gritaban con estridencia, se daban codazos, manoseaban las piezas de fruta, desplegaban la ropa de sus tenderetes para luego no comprar nada, y encima dejarlo todo hecho una santa mierda. Respiró hondo y exhaló con lentitud, como si al hacerlo admitiera, a desgana, reconocerse en aquel tumulto vociferante. 

    Después se metió en el piso y, al cabo de pocos minutos, volvió a salir con un moderno catalejo entre las manos, comprado en Amazon. Lo colocó sobre su trípode con ademán militar —muestra inequívoca de que lo había hecho otras muchas veces— y se dispuso a otear todo aquello que desde su balcón se le ofrecía.

    Mientras, al sur del país, don Cipoteo, de setenta y nueve años de edad y en consonancia con muchos de sus coetáneos, también amanecía con el sol y el trino musical de los pájaros, que contrastaba con la sonoridad de los cuescos que dejaba escapar como recibimiento al nuevo día. 

    Siguiendo su propio ritual, con una mano cogió la dentadura postiza desinfectada en un vaso de Soberano, y con la otra se masajeó la huevada, siempre colgandera a la izquierda casi rozando el suelo. Entretanto, llamó a su gato con leves siseos, sabedor de que no aparecería hasta que el hedor de las ventosidades se disipara. De hecho, no en vano lo bautizó con el nombre de Homero, pues tenía la firme convicción de que el gato consideraba que sus malolientes pedos, que producían un sonido semejante al estertor de una hiena malherida, eran originarios del inframundo.

    Al tiempo que se apagaba la lucecita roja que indicaba que el programa de la lavadora había acabado, apuró de una calada el Bisonte, esputó como una llama cuatro pollos de ectoplasma, y empezó a tender la ropa ante un esplendoroso sol recién nacido. Los imponentes gallumbos, blancos en tiempos añejos y ahora de un indefinible color amarillo limón, ondeaban con la majestuosidad propia de un estandarte romano, tapando el sol que recién despuntaba en toda su plenitud. 

    Don Cipoteo, complacido, se encendió otro Bisonte, recompuso su huevada pendular, entró en su piso, y al rato reapareció con unos magníficos binoculares —comprados en el mercado negro y con visión nocturna—, que colgaban de su nuca hasta la boca del estómago. Se los llevó a los ojos con gesto acostumbrado, con manos expertas calibró los prismas hasta obtener una definición óptima, y con un rictus de concentración empezó a observar todo cuanto tenía a su alcance.

    La vigilancia sin nómina nos ahorra pasta gansa en sistemas de alarma y guardias de seguridad, amén de que cualquier barrio o pueblo que se precie, debiera rendir homenaje a sus particulares centinelas de la tercera edad.

    Y a sus jodidas caras de perro.


8 comentarios:

  1. Lo que ahorras en detectives lo gastas en farmacia...Qué estos dones Cipoteos y sus colegas doñas Miconios...tienen más peligro que la propia contingencia. Muy acertados anduvieron los padres eligiendo nombre.

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    1. Es el tipo de espionaje más antiguo, resistiendo el paso del tiempo. Y es que tiempo tienen.

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  2. Si alguien les dejara hablar, cuanto podrían contar, sin duda algunos programas de TV tendrían mucha mas audiencia.

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    1. Sería como abrir la caja de Pandora. Ellos tienen la información de, quizás, todo un barrio. Tienen el poder.

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  3. Jjahaja me has hecho reir. Gracias

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  4. Cipoteo parece talmente mi vecion, cuescos y una tos seca que asustan.

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    1. Seguro que en cada bloque de pisos hay una Miconio o un Cipoteo.

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