10/12/25

506. Confesiones

     Entré en la iglesia de piedra cuando ya era de noche. El interior estaba levemente iluminado por la temblorosa luz de unas velas dispuestas a lo largo de las frías paredes. En el centro del extremo opuesto a la entrada, un enorme crucifijo de madera antigua se erguía en un soporte elevado.

    Me senté en la bancada más alejada de la imponente cruz. Así no tenía que levantar la cabeza para comunicarme. Cerré los ojos, y con profunda veneración rememoré mis actos de hace una hora. Al rato los abrí desprovistos de toda emoción y le comuniqué al crucifijo que le enviaba tres nuevas almas de las que ocuparse.

    Una vez más salí de la iglesia, en paz con la negrura de mi corazón. Y de nuevo me sentí reconfortado a pesar de mis numerosos crímenes.



8/12/25

505. Comunidad de vecinos

    Supongo que cualquiera de los que vivimos en un bloque de pisos tenemos vivencias, risibles o no, de lo que acontece en las reuniones comunitarias de propietarios.

    A mí me hace reír una vecina —es soltera o viuda— que, cada vez que le toca por rotación ser la presidenta de la comunidad, o ejercer alguna función de responsabilidad vecinal, arguye que no puede desempeñarla porque —según sus palabras— ya es grande para esas cosas. Aunque la realidad muestre día tras día que está en óptimas condiciones mentales y físicas. 

    La muy picaruela, que gusta de vivir en la despreocupación, pero que todo se haga como es debido, lleva con ese escueto argumentario unos doce años y, dada nuestra permisividad, le ha funcionado. Y ahora mismo el inevitable paso del tiempo no solo le garantiza la continuidad de su éxito, sino que también le da la razón, ja, ja, ja, ja.

    Sin duda, ha sido una jugada larga y maestra.



5/12/25

504. Sangre en el campo

    Después de treinta años de inactividad, un mal africano que se creía erradicado asola de nuevo a nuestros jabalíes y gorrinos. Esta vez, el virus ha rebrotado en Cataluña con saña inusitada. Tanto es así, que no puedo dejar pasar la oportunidad de presentaros un proyecto musical de unos entrañables amigos sardanistas. Desde el 2003 hasta el 2014, la unión de sus innegables talentos se tradujo en cinco trabajos discográficos que han quedado para la posteridad.  

    ¿Qué tendrá que ver una cosa con la otra?, os preguntaréis. Y yo os contesto que, dada la truculencia de las letras y el nombre del grupo, todo.




3/12/25

503. Lejos de lugares extraños

    Mi destino fue que de adulto me ganara la vida en las profundidades de la Tierra. No rockeando en la radio ni en un vídeo por haber triunfado en el mundo de la música. Nada más lejos de la realidad.

    Tuve ayer una epifanía en un momento oscuro, en la que me vi con siete años de edad montado en una bicicleta. Me envolvía un aura resplandeciente, el viento agitaba mis cabellos y mis ojos destilaban inocencia. Quise entonces, con todas mis fuerzas, regresar a ese espacio en el tiempo donde no existía la mentira, todo era fácil y no había nada que entender.

    Ridículo, nostálgico... Qué más da. Ahora solo quiero que los pequeños Danny y Lisa lleguen hasta mí con su canción, me tiendan la mano con una amigable sonrisa y me alejen tanto como puedan del hoy y de lugares extraños.



1/12/25

502. Cíclica sensación olfativa

    Respira hondo cuando salgas a la calle. ¿Lo hueles? Yo lo huelo incluso dentro de casa. Se cuela por los respiraderos, debajo de las puertas y por la ranura de la cinta del recogedor de la persiana. Incluso se abre paso a través de las cubiertas de los altavoces de la televisión y la radio si no las apago. 

    Hasta la jodida Alexa, que no tengo, lo huele.

    Es una sensación olfativa que se manifiesta en diciembre año tras año y produce en la ciudadanía sentimientos dispares. Si lo sientes como un aroma, augura reencuentros y alegría. Para quien lo considera peste, preludia hipocresía y tristeza. ¿Es que no lo oléis? ¡Se está acercando!, ¡se está acercando!



28/11/25

501. Recuerda

    Es el momento de recordar.

    Recuerda que, por muy mal que una persona te lo haga pasar, tú también eres un martirio en la vida de otra y no lo sabes. Por mucho que creas sufrir, no es tanto como lo hace la pieza de en medio del ciempiés humano. Que, por desagradable que sea la imagen desnuda que te devuelve el espejo, siempre irá a peor.

    Si tu pareja no ha respetado los votos matrimoniales y has sido la última persona en enterarte de que eres una criatura astada, recuerda que puedes pasar de lado por donde antes pasabas de frente. Cuando te hablen de igualdad, recuerda que en una relación de pareja siempre hay una parte que da más que la otra; o menos.  

    Recuerda que mentir no te convierte en peor que nadie porque todos lo hacen. Que por mucho que desees que se calle esa persona que te cae tan mal, hay quienes piensan que tú también estás mejor sin pronunciar palabra. Por mucho que te digan que el que calla otorga, recuerda que el silencio es la mayor muestra de indiferencia.

    Recuerda olvidar esto.



25/11/25

500. Requerimiento selectivo

    Según leí en un titular reciente, por un requerimiento policial hace meses que ya no se puede reproducir en el estadio de fútbol El Sadar un tema de Barricada de 1986 titulado No hay tregua. La canción llevaba unos años sonando por megafonía como instrumento alentador en el tiempo de descanso de los partidos, en los que el equipo local es el Osasuna.  

    El requerimiento, indistintamente de si llega tarde o no, puedo encontrarlo razonable, puesto que hay niños y niñas en el campo y, al margen del contexto histórico de la canción, su mensaje no es precisamente el de Heidi. Además de que un sector reducido de la grada lo aprovechaba para entonar proclamas delictivas (ETA, ETA, ETA), lo cual hace que me pregunte qué educación han recibido.

    Yo descubrí esa canción y a Barricada con trece años. Sigo escuchando a Barricada y nunca me ha dado por empuñar un arma y apretar el gatillo. Y si me da, me quedo con las ganas y no lo expreso por decencia y educación. El caso es que No hay tregua no tiene por qué sonar en un estadio de fútbol, y el Club Atlético Osasuna ha actuado en consecuencia. De acuerdo.

    Estaría bien que la policía tuviera la misma sensibilidad respecto a ciertos comentarios y apologías (descubiertas o encubiertas) que se dan en algunos medios de comunicación, consideradas en España libertad de expresión y delito en Italia y Alemania. Respetaría un poco a la policía y a todo lo que tiene detrás, si quienes utilizan las calles y ondean banderas preconstitucionales, no se sintieran tan protegidos e impunes para demostrar su odio en manada a quienes optan por otro modo de ser y vociferar el regreso de tiempos oscuros.

    ¿Os suena? 



21/11/25

499. El manuscrito

   El cincuentenario Rudesindo lleva meses con todo el tiempo del mundo a su disposición. Ya no tiene que trabajar y encima tiene todas sus necesidades cubiertas. La mañana la emplea en hacer la compra de nutrientes y las tareas de limpieza. Si no toca hacer ninguna de esas dos obligaciones mundanas, se dedica a leer hasta la hora de preparar la comida. Después de comer y recoger la cocina, invierte el resto de la tarde en ver una película, en dar un largo paseo y socializar en acogedoras cafeterías que sus sobrinos pubescentes llaman «bares de viejos».

    Después de esa rutina inalterable, llega a su nicho-vivienda más o menos sobre las diecinueve y media o veinte horas. Nadie le espera al otro lado de la puerta, pero es una soledad elegida de la que nunca se arrepiente. Entra en su habitación y se cambia la ropa de calle por otra más cómoda. En ese momento siempre recuerda que tiene uno o dos pijamas por estrenar. Pero él prefiere su raída sudadera de Gorguts y su gastado pantalón de chándal, que conjunta con sus pantunflas de animales (cabra) de andar por casa.

    De ser verano, practicaría el nudismo doméstico como es habitual en él. Pero noviembre no invita a ello.

    Una vez que Rubesindo ya está preparado para la noche hogareña en la soledad de su vida, enciende la lámpara del comedor, la tele y pone el canal de noticias. Hay noches en las que confía escuchar alguna buena. Pero eso hace años que no sucede. Y el resto de la parrilla televisiva, con sus concursos amañados, sus programas amarillistas y sus acalorados debates donde los perros del amo se enzarzan en posesión de la verdad, son igualmente entristecedores. A mitad de la cena, siempre acaba viendo un documental sobre las estrellas o la vida animal. O sobre cualquier cosa que no le recuerde la sociedad de los hombres.

    Pero hoy es diferente. Antes de entrar en la cocina, se detiene en seco y fija la mirada en el montón de cartas que dejó ayer noche en la mesa del comedor. No puede creerlo, pero una de esas cartas se infla y se desinfla como si estuviera viva. O como si algo con vida, pequeño y extraño, anidara en el interior. Ayer, cuando las sacó del buzón, no manifestaban fenómeno alguno. Pero mierda, ahora una de esas cartas estaba respirando. Respirando como él, pero con menos celeridad.

    Rubesindo se acerca a la mesa como un herpetólogo a una serpiente especialmente venenosa. Extiende una de sus temblorosas manos a la carta. Tiene intención de pinzarla con un par de dedos y, justo cuando lo hace, los afloja y retira la mano con un escueto grito de sorpresa: está tan helada que quema. «¡Pero qué coño!». Regresa a su habitación y busca unas manoplas de cuando era niño. Las encuentra, se las enguanta y se sorprende de que le vayan bien. «Debe ser verdad que a partir de los cincuenta años empezamos a encogernos. Bueno, ¡vamos a ver...!». 

    Vuelve a la mesa del comedor, aparta el resto de cartas inertes y aproxima lentamente la manopla derecha hasta posarla por completo encima de la carta que respira. Nota un poco de frío, pero es soportable. Más anormal aún es el hecho de que tan pronto la toca deja de respirar, y cuando rompe el contacto, la carta se reanima de nuevo. Con una manopla desplaza la carta hasta asomar una de sus cuatro esquinas por el borde de la mesa, y con la otra manopla le da la vuelta. «Joder, no tiene remitente. «Qué cosa más rara». 

    Rubesindo sabe que si quiere saber de qué se trata, no tiene más opción que abrirla. Así que va a la cocina y coge un cuchillo con un estilo muy distante al de Michael Myers. Regresa a la mesa del comedor, coge la misiva como si fuera una carta bomba y la sostiene al trasluz. En efecto, parece que contiene un papel, y la coloca en medio de la mesa, justo debajo de la lámpara de techo encendida. La carta respira, Rubesindo la mira, la carta respira, Rubesindo la mira, la carta... Entonces, rápido y decidido, Rubesindo la presiona con una manopla y con el cuchillo en la otra le ejecuta una certera incisión. 

    Es tal la pestilencia que se libera, que pese al frío de la calle no duda en abrir las ventanas. Cuando de pequeño estrelló una bomba fétida contra el suelo de la sala de profesores, estos se horrorizaron, pero no lloraron. En cambio, a él le escuecen los ojos y le lloran como nunca antes. Se va al lavabo como un invidente. Cuando llega y enciende la luz, se despoja de las manoplas y se lava la cara repetidas veces. Cuando acaba de secársela, abre los ojos y se mira en el espejo. «¿Pero qué mierda está pasando?».

    De nuevo se enguanta las manoplas y regresa al comedor. El hedor ultraterrenal no ha desaparecido del todo, pero sí lo suficiente como para cerrar las ventanas. Eso hace y vuelve a la carta. «Muy bien, puta. A ver qué tienes que decirme». Coge el sobre y con la manopla libre consigue sacar su contenido. Es un papel manuscrito amarillento y viejo. Lo despliega, lo coloca encima de la mesa del comedor y lo alisa con el antebrazo. En una caligrafía gótica y exquisita, dice:

    Señor Rubesindo, me consta que hace cinco meses, en la planta de oncología del hospital, le han diagnosticado un cáncer incurable que, según el grupo médico que lo trata, acabará con usted a finales de diciembre de este año. Pero no es cierto. Usted morirá a causa del impacto de un macetero que caerá sobre su cabeza desde el balcón de un sexto piso, el día 21 de octubre del 2028 a las 19.37 horas. Hasta entonces, pese al cáncer, tendrá usted una vida placentera.

                                   Atentamente, La Muerte.

    Acto seguido, el manuscrito empieza a humear hasta convertirse en un montón de cenizas. Y Rubesindo, en la soledad de su hogar, estalla en carcajadas y cree, por primera vez en muchos años, que aún quedan buenas noticias.



Esparce el mensaje, comparte las entradas, contamina la red.