10/10/25

478. Tres fases

    No puedo evitar ser escéptico o pesimista —como tú prefieras— respecto a la palabra paz.  Ya sabéis, ese estado que tan mal se nos da desde el principio de los tiempos. Y esta vez la traen en tres fases: tregua, fin de la guerra (genocidio si así lo ves) y reconstrucción. 

    Creo que duraré más que el acuerdo e intentaré que el blog también. No vaya a ser que el tiempo me niegue la razón, tú te acuerdes de esta entrada y te quedes con las ganas de decirme, gritarme o escupirme que estaba equivocado.

    Pero si ya se mataban cuando eran israelitas y filisteos, a ver por qué iban a parar ahora de forma definitiva, aunque sean israelíes y palestinos. Solo ha cambiado la denominación, pero siguen envenenados a pesar del paso de los siglos. 



7/10/25

477. Todo por el perro

    Aquella remota noche de octubre, el Peluca y Dieguito le habían dado al ácido más de lo acostumbrado, por lo que decidieron llevar a Farruquito de lumis. Algo de lo más corriente en una sociedad fallida como la nuestra, si no fuera porque Farruquito era un perro. Sí, el de Dieguito. Uno de esos canes diminutos e hiperactivos que ladran a cualquier cosa que se mueva o tenga vida.

    Por lo visto, entre los dos no reunían el dinero suficiente ni para la esterilización ni la castración, pero sí para lo que tenían en mente. Desde que el animal acató los instintos de su despertar sexual, se convirtió en un incordio para los humanos y en un peligro para él mismo y el resto de canes. Y aquella noche Farruquito iba especialmente salido. 

   En cuanto al nombre del can, fue porque Dieguito tenía predilección musical por artistas como Camarón y El Barrio, hasta el extremo de que muchas veces se declaraba calorro blanco, ya fuera ebrio, fumado o drogado. Aunque yo, en lo personal, jamás le pondría al animal que fuera el nombre de un sinvergüenza. 

    Al respecto del compañero bípedo de Dieguito, el mote le vino dado porque con una mano abierta se presionaba el cuero cabelludo que recubre la zona parietal de su cráneo, y con suma facilidad lo sometía a un desplazamiento anormal de detrás a delante y viceversa. Todavía hoy me da grima presenciarlo.

    Con todo, es normal que penséis que Dieguito y el Peluca eran unos pervertidos un tanto peculiares con simpatía por la zoofilia. Sin embargo, no es así, pese a que su intención era pagar a una prostituta y darle unos guantes de látex si era necesario, para que masturbara a Farruquito hasta el éxtasis perruno para aliviarlo. 

   Quizá ahora estéis pensando que eran unos impresentables. Y ahí sí que acertáis. ¡Que sean ellos los que pajeen al perro, no te jode! ¡O menos fiesta y más ahorrar, cojones! Sin embargo, el ácido consumido obraba su hechizo artificial y los dos amigos estaban decididos a seguir con su ocurrencia. Y como eran eminentes conocedores de la noche putera y sus tugurios, eligieron uno cochambroso y decadente de una sola planta llamado La Ruta, ubicado en el modesto pueblo de Castellgalí, a veinticinco kilómetros del nuestro. 

    Allí, cuatro mujeres de edad indeterminada intentaban subsistir, pero sin apenas éxito, pues carecían de cualquier atractivo imaginable. De modo que aquel par esperaba que alguna de ellas accediera a realizar el acto manual de bestialismo y al menos, como se suele decir, ganarse unas perras.



3/10/25

476. Recogimiento

    Seáis o no seáis unos membrillos, sé que sabéis que el veranillo de San Miguel ha finalizado y que tampoco tiene que ver con la marca de cerveza. Así que yo, «veranófobo» hasta la médula, no sin cierta tristeza por la lejanía de las temperaturas tórridas, os doy la enhorabuena a vosotras, personas «otoñófilas». Que gustáis de la contemplación paisajística teñida de ocre a media tarde, con una bebida humeante o infusión especiada entre las manos tras el cristal de la ventana. 

    El otoño ha llegado a vosotras, criaturas espirituales. Anima vuestro cotarro existencial y os empuja a soltar lo que ya no sirve. Así que ya tardáis en revisar a fondo el trastero y el garaje; os sorprenderéis. Después, practicad el autoconocimiento y la introspección, a ver si encontráis algo ahí dentro. Y reflexionad sobre lo aprendido y lo que habéis crecido, aunque haya sido a lo ancho. Disfrutad, pues, de la transformación y de la transición a un mejor estado de consciencia.

    La caída de las hojas alfombra el camino de tierra y también os prepara para el futuro. De modo que revisad la ropa de abrigo, purgad los radiadores y tened la caldera de gas a punto. Y el grueso de la cuenta corriente para el disparo del consumo eléctrico, también.

    Y sobre todo, criaturas «otoñófilas», conservad el sentido del humor.




30/9/25

475. Dos hostias a destiempo

    A finales de la década de los noventa, mis amigos Inolfo y Pitasio, quién sabe si por iluminación divina o señal universal, decidieron aprender jiu-jitsu. Durante los cuatro o cinco meses que duró aquella apetencia, no fueron pocas las veces en las que yo estaba acodado tranquilamente en la barra de un bar, e Inolfo me sorprendía por la retaguardia con alguna llave marcial recién aprendida. A punto estuve, en más de una ocasión, de estrellarle mi consumición en la cabeza. Pero ya se sabe que a los amigos, cuando son tales, hay que aceptarlos con sus virtudes y sus taras, amén de que ellos también hacen lo propio.

    En aquella época de juventud, consumíamos alcohol de manera irresponsable, especialmente si al día siguiente no teníamos que trabajar. No es que ese condicionante fuera una ley física inalterable. Pero como era sábado (también pudo ser viernes), decidimos rematar la velada en un antro llamado In Situ, ubicado a quince kilómetros de nuestro pueblo. En ese antro naufragaban, al igual que nosotros, los últimos especímenes de lo que aún quedara por quemar de la noche.

    El local era de tamaño medio, y pese a lo tarde que era, no había completado el aforo. Aun así, para adentrarnos en su semioscuridad parcialmente iluminada por la luz tenue, tuvimos que abrirnos paso entre la considerable masa pululante, hasta llegar a uno de los extremos vacíos de la barra en curva que moría en la pared, en la que pedimos nuestras bebidas, nada saludables. Sin duda, todo un proceso inmersivo y sensorial.

    Apenas di el primer trago, cuando me giré de espaldas a la barra, y vi a Pitasio acercarse a un tío que de repente se levantó de su taburete y con su cabeza embistió brutalmente la de Pitasio. Pitasio no llegó a tocar el suelo, que el compañero del miura humano giró sobre sí mismo como un estafermo, puño en alto, y lo impactó con palmaria contundencia contra la boca de Inolfo. Para entonces mis dos amigos ya estaban en el suelo, y ese mismo tipo iba a por mí con el odio entre las cejas y la cara desfigurada en un gesto agrio. Pero la chica rubia que acompañaba al miura y al estafermo humanos, rodeó con el brazo el cuello de este último y, alejándose de mí sin soltarlo, exclamó: «¡Iros, por favor, iros!».

    Todo aquello ocurrió en unos tres segundos. La cara de Inolfo reflejaba un desconcierto como nunca he vuelto a ver en ninguna otra. Lo ayudé a levantarse y luego fue él quien tuvo que ayudarme para recoger a Pitasio del suelo guarreado de la discoteca y salir fuera. Una vez en la calle pudimos calibrar los daños. Pitasio, que apenas se aguantaba de pie —de hecho farfulló que lo dejáramos en el suelo—, tenía una brecha en la frente que, si bien no sangraba, necesitaba puntos de sutura. Mientras que el labio inferior de Inolfo no solo tuvo idéntica suerte, sino que sí sangraba.

    Claro está, tuvimos que ir de urgencias.

    Al día siguiente, el resto de amistades y conocidos del pueblo ya se habían hecho eco de lo acontecido. Varios de ellos, quizá por falta de confianza o por empatía, no verbalizaron lo que pensaban. Pero para eso ya teníamos a los amigos de toda la vida, como el Rulo y el Mali. Ellos hablaban por todos los que callaban y se cebaron sobre todo con Inolfo, usando frases como «¡tanto jiu-jitsu y tanta polla "pa ná"!», «¡menudo "matao"!». Inolfo, por su parte, vendió a su agresor como un tipo de dos metros de altura por cuatro de espalda, cuando yo recuerdo que fue un menda más bajo que él.

    Por lo visto, además de la boca, también tenía herida la vanidad.

    En cuanto a Pitasio, dijo que no recordaba el porqué de la agresión, ni si dijo o hizo algo que la provocara. Entretanto, a Inolfo, supongo que la hostia le vino porque hizo ademán de acercarse, y el estafermo humano pensó que con los colegas se va a muerte y que, si hay que pegar, se pega. El caso es que ambos, desde aquella noche, nunca más volvieron a pisar un tatami. Pues como dijo el maestro Bruce Lee en un documental en blanco y negro, la disciplina que exigen las artes marciales para que sean útiles es incompatible con las adicciones y los vicios.

    Por lo que a mí respecta, y nunca mejor dicho, solo me llevé un golpe de suerte.




26/9/25

474. Advertencia y sensibilidad

    Una persona —supongo que adulta— ha leído la entrada 473 de esta bitácora, ha considerado que incluye contenido sensible y la ha marcado para que el equipo de Blogger la revise.

    No creo que haya sido ninguna de las personas asiduas a este espacio. ¿Quizá alguna que ha entrado por primera vez? Diría que tampoco. Creo más bien en alguien que entra aquí muy de vez en cuando, y se alegraría de que yo dejara de escribir y, en consecuencia, de herir sensibilidades, ¿como la suya?

    ¿Habrá sido una mujer? ¿Una mujer sin webcam, pero también anciana o bastante alejada de su juventud? ¿Quizá una hembra joven que ha visto a su abuela reflejada en la susodicha entrada? A veces las palabras, como que son mágicas, activan ciertas asociaciones que creemos larvadas.

    En fin, como que ha sentido herida su sensibilidad sin previo aviso, quiere evitar que a la ajena le pase lo mismo. Hay que ver qué buena fe tienen algunas personas y cómo cuidan del prójimo. No sé qué haríamos sin ellas, ja, ja, ja, ja.




22/9/25

473. La vieja de la webcam

Este resumen no está disponible. Haz clic en este enlace para ver la entrada.

18/9/25

472. No todo lo que brilla es oro

    Hoy me han enseñado cómo sacas pecho en todas y cada una de tus redes sociales por haber dado el paso. Cómo muestras a la masa de tus palmeros lo feliz que eres después de haber dejado a tu pareja. La misma de la que ahora echas pestes porque cuentas que te mereces algo mejor; porque dices que nadie tendría que pasar por lo que tú has pasado.

    Pero no son más que mentiras y medias verdades, lo cual también son mentiras, porque fuera de las redes yo te conozco bien. Y sé que la persona que apartaste de tu lado no era perfecta; desde luego que no. Lo sé tan bien como que, aunque no lo cuentes —y ni falta que hace—, tú también fuiste un puto grano en el culo en la vida de esa persona.

    Solo que ella no lo cuenta en sus redes sociales, quizá porque tiene más dignidad que tú.




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