9/9/24
375. Regreso
5/9/24
374. Red social
Estoy en desacuerdo con los que dicen, aún hoy, que nos volvimos gilipollas con la llegada de las redes sociales. Yo creo que el ser humano siempre lo ha sido y el actual no lo es más que el de hace cincuenta o cien años. Tan solo ocurre que desde la aparición de las susodichas, los humanos podemos demostrarlo y dejar prueba flagrante e innegable de ello. Encima nos encanta hacerlo y resulta que son muchos más de la mitad de la población mundial.
Los que estamos en la otra mitad, a todas luces minoritaria, procuramos mantenernos en la otra cara de la moneda, pues la gilipollez es contagiosa y de contraerla no existe antídoto eficaz contra ella.
¡Resistamos, joder!
2/9/24
373. El programa de la sexóloga
El programa de la sexóloga es, con diferencia, el de mayor audiencia en su franja horaria. No es algo que me extrañe, pues vivo en un país cerril y católico de falso laicismo en el que, si eres alguien, no puedes cagarte en la Virgen sin que te lleven a juicio, por ejemplo.
Quizá yo sí puedo porque no soy nadie. Quizá mañana, como otras veces, alguien denuncie esta entrada por abuso.
A todo esto, los integrantes de las dos Españas siguen y siguen desgastándose en descalificaciones recíprocas en lugar de hacerlo follando, según preferencias. Desde luego, la religión y la ideología han causado daños irreparables, además de crear a toda una estirpe incontable de malfollados y malfolladas.
Toda una pena; toda una realidad.
Creo que el éxito del programa también se debe al atractivo y belleza de la sexóloga. Diría que con un sexólogo el resultado más o menos hubiera sido el mismo, siempre y cuando no fuera gordo y calvo. Aunque no tengo ni idea de con qué clase de hombres se humedecen ahora las féminas heterosexuales, tengan vagina o pene, de esta grande y libre.
En cualquier caso, el programa de la sexóloga resulta ser una pequeña vía de escape a la represión mental y sexual de todos los nacidos en las décadas 40, 50, 60, 70, 80 y 90 cuyas vidas sexuales están más muertas que los crucifijos que adornan las paredes de sus casas, si es que los tienen, y que ya no recuerdan cómo se practica el sexo oral y la sodomía, si es que alguna vez lo hicieron.
Luego está la hipersexualización de un alto porcentaje de los infantes y púberes de la nación. Parece muy fácil y conveniente culpar de semejante precocidad a internet y a la industria pornográfica, que no a la educación parental de los últimos años, tan desidiosa como fallida. La misma que tuvo que cambiar, y lo hizo a peor, con la aparición de las redes sociales.
Cómo le cuesta a la sociedad, sobre todo a esta de piel tan fina, reconocer sus fracasos.
Por cierto, está haciendo un verano espléndido, ¿no creéis?
29/8/24
372. Sangre nativa
Aquellas películas yankees de las décadas 40, 50 y 60 me tuvieron engañado durante toda mi infancia. En ellas aparecía el teniente coronel Custer al mando del 7.º Regimiento de Caballería. En uno de los fotogramas desenvainaba su espada, y con ella indicaba la dirección y el momento en el que debían cargar contra los nativos norteamericanos.
Pasó el tiempo y con trece o catorce años, escuché una canción de Anthrax del 87 que me voló la cabeza de tal modo que quise saber lo que decía y por qué. Entonces descubrí que el cantante, por parte de madre, pertenece a la tribu de los iroqueses, y que —oh, sorpresa— aquellas extensas llanuras teñidas con la sangre de siux, cheyenes y arapajós no pertenecían a los invasores del uniforme azul, sino a los de la piel roja, que por lo visto no eran tan salvajes y sanguinarios como los representaban.
Creo que fue a partir de ahí cuando empecé a no creer en nada y a cuestionármelo todo. Luego sigues creciendo y compruebas una y otra vez que la historia nunca es como la escriben los vencedores. Que a la verdad siempre tratan de sepultarla bajo toneladas de mierda ideológica y tendenciosa.
Y que para dar con ella hay que bucear mucho en la chatarra, y hacerlo con la mente descontaminada y en blanco.
26/8/24
371. El don
Allí en el pueblo, durante las noches calurosas, mis abuelos, abuelas y coetáneos se sentaban en sus sillas formando un círculo enfrente del portal que fuera, y sin apenas esfuerzo hacían gala de su capacidad de memoria por puro entretenimiento.
Tanto de niño como de adulto, presenciar aquella red social —más próxima y auténtica que las actuales— me resultaba de veras asombroso.
Aquellas mentes lúcidas de la tercera edad —eran nueve o diez— podían elegir a cualquier habitante de los seis mil del pueblo, y decirte sin margen de error, con nombres y apellidos, de quién ese habitante era abuelo, abuela, bisabuelo, bisabuela, tatarabuelo, tatarabuela, primo, prima, hermano, hermana, padre, madre, hijo, hija, novio, novia, exnovio, exnovia, suegro, suegra, nuera, yerno, cuñado, cuñada, nieto, nieta, tío, tía, sobrino o sobrina... Y así con todos y cada uno de ellos.
Aparte de conocer la intrincada red genealógica de todo el censo, aquellos cerebros viejos pero privilegiados, si se empeñaban y les daba la vida, también eran capaces de descubrir la mayoría de infidelidades conyugales acaecidas en el pueblo durante los últimos cien años. Suerte que, aún hoy, lo que ocurre en el pueblo se queda en el pueblo.
Aquello era un don al alcance de unos pocos. Pura magia rural de la que nadie estaba a salvo.
22/8/24
370. En el chat
Demenciano es un tipo que nunca se aburre, pues abunda en la sagrada tríada del entretenimiento: cine, música y lectura. Pero hay veces en las que siente una ociosidad tan especial, que esa tríada tan necesaria para la vida es insuficiente. Es entonces cuando Demenciano entra en el chat que sea con la intención de reventarlo.
Aún recuerda lo bien que se lo pasó en la sala de chat del País Vasco, cuando pidió a los usuarios que le enseñaran cómo se fabrica una bomba casera, que de eso ellos saben mucho. O cuando entró en la sala Cataluña con el nick de Gaviota Azul y arremetió con la idiosincrasia catalana. Aunque nada comparado a cuando se registró en la sala Latinoamérica y ensalzó el genocidio del colonialismo español. O en sala Madrid para hacer lo mismo respecto del nacionalismo cuatribarrado.
Tampoco fue nada meritorio, pues bastaba con activar los resortes adecuados que todos conocemos. Y porque no domina el inglés y el hindi, que si no, también hubiera entrado en todas las salas de las tierras que sufrieron la barbarie del Imperio británico, para hacer un recordatorio incendiario a favor de la misma.
Todavía se ríe —y cree que nunca podrá parar— de las iras que ha ido desatando por todos los chats en los que ha estado. No le cabe duda de que la red es un vasto caldo de cultivo para su modesto entretenimiento. Y si algo tiene comprobado, es que el ser humano, viva donde viva, es un animal rencoroso y vengativo que nunca olvida. La diversión está asegurada.
Con todo, los chats de su preferencia son los de contactos, y el procedimiento a seguir siempre es el mismo: registrarse con un nombre femenino, y utilizar una foto falsa en el perfil como hace la mayoría. Luego, estudiar lo que escriben los usuarios para dar, por pequeña que sea, con una rendija de acceso a sus puntos débiles.
Eso no le suele llevar más de treinta o cuarenta minutos, pues los patrones de comportamiento son siempre los mismos: exceso de simpatía, pequeños dejes de vanidad y coqueteo impostado. Todo con la finalidad común y casi nunca admitida, de que la mayoría de los que entran ahí es a conocer a alguien, y no a pasar el rato como suelen decir.
Y bueno, luego está él, claro.
Hoy, el chat elegido, en el que se cuentan ciento diez usuarios, es para edades comprendidas entre cuarenta y cincuenta años. De esos ciento diez hay un alto porcentaje que hablan entre ellos como si se conocieran de toda la vida, cuando seguro que ni siquiera se han visto la cara. Hombres y mujeres que vienen de relaciones y matrimonios fracasados, necesitadas de una segunda oportunidad por ser incapaces de afrontar una vida en soledad. No son más que la típica chupipandi chatera que esconde su tristeza, se ríen las gracias y se dan las buenas noches cuando abandonan la sala, pensando en entrar de nuevo al día siguiente.
Demenciano decide que ha leído suficiente y que ya tiene por donde atacar, así que desata sobre todas esas personas virtuales, desde muy abajo para acabar por todo lo alto, copiosas carretadas de mierda y verdades duras como rocas. Algunos usuarios tratan de plantarle cara, pero Demenciano los ha leído con atención, y arremete directo a sus carencias y crisis existenciales con gran soltura verbal, hiriente y experimentada.
Y en poco más de una hora, una vez más, consigue mermar el chat y vaciarlo casi por completo. Demenciano se siente realizado por haber insuflado una buena dosis de cruda realidad en ese ciberespacio de vidas rotas y vacías. De hecho, está incluso cachondo, por lo que decidir acudir al prostíbulo del barrio chino para desfogarse.
Po el camino, no deja de pensar, con una sonrisa, que la sociedad es de veras estúpida.