7/12/23

298. Ciudad podrida

     Ya es diciembre en la ciudad. Por ella repta un humo azulado que se cuela por todas las rendijas hasta llegar a nuestras entrañas con un leve hedor a podrido. Quizá provenga de las fogatas de los arrabales. Entorno a ellas se congregan, encogidos, los habitantes de las chabolas para contrarrestar la mordida del frío. 

    En la ciudad también hay trenes de cercanías que circulan vacíos en la hora de las brujas. Atascos donde cientos de monstruos de hierro aúllan de ira y nos escupen su aliento mortal. Y semáforos en rojo que iluminan el rostro inanimado de los olvidados, porque aunque no los veamos también figuran en este escenario moribundo.

    Tampoco crecen flores en la ciudad, porque sus cimientos se pudrieron de tanta frustración que se arrastra por las alcantarillas. Tan sólo miedo susurrando en los parques y aceras salpicadas de sangre a plena luz del día. Y disparos y alaridos a medianoche que nos recuerdan que no existe lugar seguro. 

    Pero tenemos tecnología, torres de telefonía móvil y alta tensión. Y cementerios, sanatorios y hospitales donde los cuerdos y los locos nos encontramos, porque todos tenemos algo que perder. Porque sólo cuando el colapso es absoluto se percibe la ausencia de todo. 

    En fin, que no me he ido de puente. 



4/12/23

297. Petronila se las ingenia

    Petronila, como todo ser humano normal, era presa de irresistibles apetencias sexuales. Pero la última ramera del mundo había muerto y ella era más fea que el contenido del pendrive de un pederasta. Tan sólo los animales se acercaban a ella —y no todos—, mientras que los humanos ni siquiera osaban tocarla con un puntero láser.

    Ella no tenía inconveniente alguno en reconocerse como el antónimo personificado más superlativo de la belleza, pero de nuevo debía recurrir al onanismo para poder orgasmar, y ya no le bastaba con la sobrada habilidad de sus dedos. Además, era domingo, y todo el centenar de engendros masturbatorios que utilizaba para tal fin se habían quedado sin pilas, y el establecimiento más cercano donde poder comprarlas estaba a kilómetros de distancia.

    Pero como es bien sabido, la necesidad agudiza el ingenio y este no está reñido con la fealdad. Petronila desempolvo su viejo Nokia 3310 y lo enchufó a la toma de corriente. Cuando estuvo cargado lo  embutió en un guante de látex embadurnado con lubricante acuoso de alta calidad, y se lo introdujo en el coño. Luego cogió el teléfono supletorio y empezó a llamarse así misma una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez.

    Una y otra vez se llamó Petronila así misma, con la obsesión enfermiza de quien derrocha liquidez en las líneas eróticas, hasta que el placer multiorgásmico la convulsionó con salvajismo y la vació en torrenciales oleadas eyaculatorias. Entonces, llena de satisfacción y con un brillo mágico en la mirada, Petronila fue recuperando la compostura y bendijo a Antonio Meucci y a las compañías de telefonía móvil.




    

30/11/23

296. La última ramera del mundo

    La última ramera del mundo murió anoche en soledad, cuando fumaba cigarrillos sin filtro junto a las cortinas rojas del reservado. Al igual que su juventud, su tiempo se había acabado pero hablaría por ella en los más lejanos confines, porque no sólo se entregó por igual y con veracidad hasta el último día de su larga vida, sino que también amó sin impostura a todos y cada uno de los seres que por necesidad compraron sus servicios.

    La última ramera del mundo fue la única oportunidad de experimentar el placer carnal más allá del onanismo, que tuvieron hombres y mujeres de razas y edades diversas, cuyo aspecto facial y anatómico causaba rechazo en el grueso de la sociedad neurotípica y bien parecida. De modo que los hijos e hijas de la fealdad extrema y moderada, tras un desembolso monetario más simbólico que económico, también conocieron las virtudes del apareamiento venéreo.

    Pero la última ramera del mundo murió anoche, y todos los cuerpos indeseados, siempre en constante devaluación, de nuevo fueron repudiados. Meros envoltorios de piel poco o nada agraciados, condenados para siempre a la orfandad de la carne.

    Había muerto la última ramera del mundo, joder.



27/11/23

295. En tierra de nadie

    Apenas me reconozco cuando por obligación tengo que realizar todo aquello que aborrezco, y en el proceso no reventar en mil pedazos de la ira. Sigo sin entender mi afán por entenderlo todo, y a veces me pregunto qué carajo es esa pastosidad anaranjada de las albóndigas enlatadas. 

    Todo me parece cotidiano y vulgar cuando ruge el retrete al pulsar el botón cromado. A ratos me gusta y a ratos me disgusta. Y ahí me quedo de pie con los calzoncillos en el azulejo, taciturno, en un estúpido sentimiento de ambivalencia hasta que me invaden las preguntas. ¿Cómo crear de esta suerte grandes cosas? ¿O escribir algo digno de ser leído? ¿Cómo creerse alguien en este vodevil si cada mañana, ante el espejo, me dan ganas de abofetearme y de prenderos fuego? 

    Me aburren los trovadores de esta edad contemporánea y me apenan los eruditos de medio día que se emborrachan con la séptima cerveza. Hace ni se sabe que no digiero a los que reparten el pan y los peces sin probarlos antes de endosarlos a media ciudad. Por eso siempre trataré de que mi modesta presencia sea el origen más hirviente y primitivo de su irritabilidad. Aun a riesgo de quemar los pies de tanto que habré de correr, o acabando con los pies por delante.
 
    Ya no soy un ser humano, sino un Playmobil articulado que ya agotó todas sus expresiones. Tú también aunque lo niegues. Aunque te resistas a desmoronar de un soplido el palacio de naipes sobre el que te exhibes con orgullo cada vez que te abandona la lucidez, si es que alguna vez la tuviste. 

    Mañana saldremos a la calle con una sonrisa cómplice que trataremos de cruzarnos. Nos encontraremos rodeados de multitud y nuestros pecados seguirán mudos e inadvertidos. Nos saludaremos, quién sabe si con una mirada o un par de besos, pero será de verdad. Y coincidiremos en que el cortejo y el protocolo son absurdos preliminares que anulan lo trascendental de la fricción genital, tan rítmica, húmeda y pertinaz. De modo que follaremos sin contemplaciones, para luego acabado el baile embriagarnos con el cava más caro. 

    Iremos a bares donde el último trago siempre es el siguiente, y comeremos sin dejar de mirarnos y no nos parecerá incómodo. Despertará esa musiquita de nuestra infancia que viene de algún rincón olvidado de nuestros corazones, y sonará a culminación y sinergia. Y después seguiremos retozando en el filo de la catástrofe hasta que nos cansemos y acabemos en comisaría, allí donde la arrogancia va armada y siempre cree tener razón.

    Y nos atropellaremos en mil y una explicaciones que resultarán inútiles porque la ley nunca va a creernos. Sólo entonces, querida desconocida, todo quedará dicho y justo al límite de nuestras fuerzas saltaremos al abismo cogidos de la mano.




23/11/23

294. Causa y efecto

    Supongo que nuestros mayores nos educaron en función de unas directrices de corrección política. Nos dijeron que robar y mentir son asuntos de malas gentes y que la ostentación y la vanidad son de mal gusto. También nos explicaron que la ignorancia es atrevida y que ser un cenutrio iletrado no conduce a ninguna parte. Nos enseñaron que no importa el color de las personas y que el respeto ha de ser algo recíproco. Y que no tenemos que abundar en la molicie y la estulticia. Nos contaron que matar era el más terrible de los pecados.

    No sé si han hecho un buen trabajo.

    Nos movemos entre la casualidad y la causalidad, y entre esas dos variantes ocurre todo. La combinación de circunstancias imprevisibles e inevitables, o el principio según el cual nada puede existir sin una causa suficiente. No sé si hay alguna diferencia al respecto. Soy bastante profano en el tema y tampoco me interesa. Pero a fin de cuentas creo que ambos conceptos tienen una explicación basada en la percepción de ciencias o creencias muy susceptibles al debate.

    En función del reciente resultado electoral a la presidencia de Argentina, he recordado la inesperada muerte del fiscal Alberto Nisman, cuatro días después de que denunciara a la presidenta de Argentina de aquel entonces, Cristina Fernández y a otros funcionarios afines, por el encubrimiento de los terroristas iraníes acusados de perpetrar un atentado contra la AMIA en 1994. 

    Alberto, una vez hecha la denuncia, iba a exponerla (con pruebas y demás) ante la Comisión de Legislación Penal. Pero no pudo hacerlo, puesto que horas antes de la comparecencia lo encontraron en su departamento con un balazo en la sesera. El ministro iraní de Exteriores afirmó que el señor Nisman se había suicidado —cómo no—, pero investigaciones posteriores demostraron todo lo contrario. Mientras, Cristina Fernández consiguió esquivar la gran bola de mierda que se le venía encima.    

    ¿Casualidad o causalidad?

    Ahora, como es bien sabido, el presidente de Argentina es el delirante subhumano de la motosierra. Pero al menos no engaña como Cristina: lo ves venir de lejos.



20/11/23

293. De origen vegetal, con semillas

    Hay momentos en la vida de todo ser humano en los que hay que elegir. Decisiones trascendentales que determinan el rumbo de tu existencia. Decisiones que te definen y hablan por ti. Hay momentos en los que hay que decantarse por ricos nutrientes tales como ¿chirimoya o papaya? ¿Nueces o avellanas? ¿Pera o manzana? ¿Mandarina o naranja? ¿Melón o sandía? ¿Cerezas o fresas? ¿Plátano o piña? ¿Kiwi o melocotón? 

    No te alimentes sólo de carne y mierda procesada. Por una vida sana y equilibrada, sé tú también un hijo de fruta.



16/11/23

292. La criatura

    Las personas de ciencia que formábamos la expedición —cinco hombres y dos mujeres— nunca habíamos visto nada igual. La existencia de semejante criatura suponía un descubrimiento sin precedentes, con lo cual no bastaba un simple documental para atestiguarlo. Aquella cosa tenía un gran potencial y decidimos estudiarla a fondo. Y aunque no manifestaba ningún tipo de hostilidad, cumplimos con el protocolo de seguridad: disparamos nuestros rifles anestésicos contra ella y la capturamos. 

    A continuación la trasladamos a las instalaciones gubernamentales pertinentes. Allí disponíamos de todo el instrumental necesario para nuestra investigación. El ejemplar poseía una altura de 239 cm y un peso de 143 kilos. Ambos valores se reflejaban en su tremenda musculatura, preñada de innumerables cicatrices, suponemos que debidas a la convivencia en estado salvaje con el resto de especies conocidas. Pese a su apariencia humana masculina, el espécimen presentaba una protuberante deformidad craneofacial, que se extendía hasta los hombros como una grotesca escafandra. 

    Aquel engendro era aterrador y fascinante a partes iguales. Después de las mediciones anatómicas, la sorpresa llegó cuando superó de modo favorable todas las pruebas objetivas de razonamiento lógico no verbal. Observamos ahí una posibilidad real de entendimiento, y decidimos explotar esa vía de experimentación. A los diez meses ya sabíamos interpretar con acierto las diversas inflexiones guturales que producía la criatura, según el estímulo visual que le planteáramos. Tan solo faltaban por pulir algunos detalles, pero lo habíamos conseguido: podíamos comunicarnos. 

    En aquel punto del proyecto el estudio tendría que haber finalizado. Pero el resto del equipo quiso ir más lejos. Por supuesto, me opuse con gran rotundidad, e incluso amenacé con denunciar a las más altas instancias el incumplimiento del contrato. Incrédula de mí, fueron esas mismas instancias las que me apartaron del programa y me relevaron de mis funciones. Había sido engañada, y no pude más que observar, con absoluta impotencia, cómo la capacidad de resistencia de la criatura, al frío, al calor y al dolor, era puesta a prueba en un sinfín de prácticas nada éticas y despreciables. Así como la respuesta de su sistema inmunológico a toda variante de inoculaciones.

    Jamás pensé que sería testigo de algo así, y si eso también era ciencia, yo nunca formaría parte. Tenía pensado liberar a la criatura del modo que fuera, pero no hubo necesidad. Una semana antes de su presentación ante el gabinete científico de financiación, el resto del equipo decidió hacer un simulacro de la misma. La criatura, una vez fuera de la cabina de seguridad, fue colocada en medio del laboratorio ante una cámara de filmación. Sus manos estaban unidas por un grueso par de grilletes que parecían indestructibles. Entonces, cuando el led de la cámara se iluminó, se desató la barbarie. 

    No voy a describirles lo que vino después. Para eso tienen el documento videográfico que rescaté de la cámara y que adjunto al final del informe. Aquella cosa, fuera de sí por primera vez, acabó con todo el equipo en poco menos de cinco minutos, y convirtió el laboratorio en un matadero. Por razones obvias a mí me dejó con vida. Ahora, y aunque no me lo han preguntado, pienso que aquella cosa se dejó atrapar y que pudo haber acabo con todo mucho antes. Quizá, al igual que nosotros, sólo quería aprender. Pero no se lo han puesto fácil, ¿no creen?

   Después de ajustar cuentas, la criatura escapó de las instalaciones sin complicación alguna. Destrozó el enrejado de la ventana como si fuera papel. Tomó carrerilla y atravesó el cristal blindado sin importarle los doce metros de altura que la separaban del suelo. Luego corrió hacia la espesura a una velocidad como nunca he visto en ningún otro ser vivo. Regresó a su casa, ¿entienden? Al hogar del que nunca tendríamos que haberla sacado. ¿Y saben otra cosa? Ese engendro demostró mucha más humanidad de la que hicieron gala mis colegas durante todo el proyecto. Lo apresamos con la intención de enseñarle unas cuantas cosas, y ha sido él quien nos ha dado una lección.

    —Y bien, doctora Hepola, ¿está segura de que no tiene nada más que contarnos?
    —No, caballeros. Esto es lo máximo que van a sacar de mí y mi informe. Aquí tienen mi dimisión.



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