4/12/23
297. Petronila se las ingenia
30/11/23
296. La última ramera del mundo
La última ramera del mundo murió anoche en soledad, cuando fumaba cigarrillos sin filtro junto a las cortinas rojas del reservado. Al igual que su juventud, su tiempo se había acabado pero hablaría por ella en los más lejanos confines, porque no sólo se entregó por igual y con veracidad hasta el último día de su larga vida, sino que también amó sin impostura a todos y cada uno de los seres que por necesidad compraron sus servicios.
La última ramera del mundo fue la única oportunidad de experimentar el placer carnal más allá del onanismo, que tuvieron hombres y mujeres de razas y edades diversas, cuyo aspecto facial y anatómico causaba rechazo en el grueso de la sociedad neurotípica y bien parecida. De modo que los hijos e hijas de la fealdad extrema y moderada, tras un desembolso monetario más simbólico que económico, también conocieron las virtudes del apareamiento venéreo.
Pero la última ramera del mundo murió anoche, y todos los cuerpos indeseados, siempre en constante devaluación, de nuevo fueron repudiados. Meros envoltorios de piel poco o nada agraciados, condenados para siempre a la orfandad de la carne.
Había muerto la última ramera del mundo, joder.
27/11/23
295. En tierra de nadie
23/11/23
294. Causa y efecto
Supongo que nuestros mayores nos educaron en función de unas directrices de corrección política. Nos dijeron que robar y mentir son asuntos de malas gentes y que la ostentación y la vanidad son de mal gusto. También nos explicaron que la ignorancia es atrevida y que ser un cenutrio iletrado no conduce a ninguna parte. Nos enseñaron que no importa el color de las personas y que el respeto ha de ser algo recíproco. Y que no tenemos que abundar en la molicie y la estulticia. Nos contaron que matar era el más terrible de los pecados.
No sé si han hecho un buen trabajo.
Nos movemos entre la casualidad y la causalidad, y entre esas dos variantes ocurre todo. La combinación de circunstancias imprevisibles e inevitables, o el principio según el cual nada puede existir sin una causa suficiente. No sé si hay alguna diferencia al respecto. Soy bastante profano en el tema y tampoco me interesa. Pero a fin de cuentas creo que ambos conceptos tienen una explicación basada en la percepción de ciencias o creencias muy susceptibles al debate.
En función del reciente resultado electoral a la presidencia de Argentina, he recordado la inesperada muerte del fiscal Alberto Nisman, cuatro días después de que denunciara a la presidenta de Argentina de aquel entonces, Cristina Fernández y a otros funcionarios afines, por el encubrimiento de los terroristas iraníes acusados de perpetrar un atentado contra la AMIA en 1994.
Alberto, una vez hecha la denuncia, iba a exponerla (con pruebas y demás) ante la Comisión de Legislación Penal. Pero no pudo hacerlo, puesto que horas antes de la comparecencia lo encontraron en su departamento con un balazo en la sesera. El ministro iraní de Exteriores afirmó que el señor Nisman se había suicidado —cómo no—, pero investigaciones posteriores demostraron todo lo contrario. Mientras, Cristina Fernández consiguió esquivar la gran bola de mierda que se le venía encima.
¿Casualidad o causalidad?
Ahora, como es bien sabido, el presidente de Argentina es el delirante subhumano de la motosierra. Pero al menos no engaña como Cristina: lo ves venir de lejos.
20/11/23
293. De origen vegetal, con semillas
Hay momentos en la vida de todo ser humano en los que hay que elegir. Decisiones trascendentales que determinan el rumbo de tu existencia. Decisiones que te definen y hablan por ti. Hay momentos en los que hay que decantarse por ricos nutrientes tales como ¿chirimoya o papaya? ¿Nueces o avellanas? ¿Pera o manzana? ¿Mandarina o naranja? ¿Melón o sandía? ¿Cerezas o fresas? ¿Plátano o piña? ¿Kiwi o melocotón?
No te alimentes sólo de carne y mierda procesada. Por una vida sana y equilibrada, sé tú también un hijo de fruta.
16/11/23
292. La criatura
Las personas de ciencia que formábamos la expedición —cinco hombres y dos mujeres— nunca habíamos visto nada igual. La existencia de semejante criatura suponía un descubrimiento sin precedentes, con lo cual no bastaba un simple documental para atestiguarlo. Aquella cosa tenía un gran potencial y decidimos estudiarla a fondo. Y aunque no manifestaba ningún tipo de hostilidad, cumplimos con el protocolo de seguridad: disparamos nuestros rifles anestésicos contra ella y la capturamos.
A continuación la trasladamos a las instalaciones gubernamentales pertinentes. Allí disponíamos de todo el instrumental necesario para nuestra investigación. El ejemplar poseía una altura de 239 cm y un peso de 143 kilos. Ambos valores se reflejaban en su tremenda musculatura, preñada de innumerables cicatrices, suponemos que debidas a la convivencia en estado salvaje con el resto de especies conocidas. Pese a su apariencia humana masculina, el espécimen presentaba una protuberante deformidad craneofacial, que se extendía hasta los hombros como una grotesca escafandra.
Aquel engendro era aterrador y fascinante a partes iguales. Después de las mediciones anatómicas, la sorpresa llegó cuando superó de modo favorable todas las pruebas objetivas de razonamiento lógico no verbal. Observamos ahí una posibilidad real de entendimiento, y decidimos explotar esa vía de experimentación. A los diez meses ya sabíamos interpretar con acierto las diversas inflexiones guturales que producía la criatura, según el estímulo visual que le planteáramos. Tan solo faltaban por pulir algunos detalles, pero lo habíamos conseguido: podíamos comunicarnos.
En aquel punto del proyecto el estudio tendría que haber finalizado. Pero el resto del equipo quiso ir más lejos. Por supuesto, me opuse con gran rotundidad, e incluso amenacé con denunciar a las más altas instancias el incumplimiento del contrato. Incrédula de mí, fueron esas mismas instancias las que me apartaron del programa y me relevaron de mis funciones. Había sido engañada, y no pude más que observar, con absoluta impotencia, cómo la capacidad de resistencia de la criatura, al frío, al calor y al dolor, era puesta a prueba en un sinfín de prácticas nada éticas y despreciables. Así como la respuesta de su sistema inmunológico a toda variante de inoculaciones.
Jamás pensé que sería testigo de algo así, y si eso también era ciencia, yo nunca formaría parte. Tenía pensado liberar a la criatura del modo que fuera, pero no hubo necesidad. Una semana antes de su presentación ante el gabinete científico de financiación, el resto del equipo decidió hacer un simulacro de la misma. La criatura, una vez fuera de la cabina de seguridad, fue colocada en medio del laboratorio ante una cámara de filmación. Sus manos estaban unidas por un grueso par de grilletes que parecían indestructibles. Entonces, cuando el led de la cámara se iluminó, se desató la barbarie.
No voy a describirles lo que vino después. Para eso tienen el documento videográfico que rescaté de la cámara y que adjunto al final del informe. Aquella cosa, fuera de sí por primera vez, acabó con todo el equipo en poco menos de cinco minutos, y convirtió el laboratorio en un matadero. Por razones obvias a mí me dejó con vida. Ahora, y aunque no me lo han preguntado, pienso que aquella cosa se dejó atrapar y que pudo haber acabo con todo mucho antes. Quizá, al igual que nosotros, sólo quería aprender. Pero no se lo han puesto fácil, ¿no creen?
Después de ajustar cuentas, la criatura escapó de las instalaciones sin complicación alguna. Destrozó el enrejado de la ventana como si fuera papel. Tomó carrerilla y atravesó el cristal blindado sin importarle los doce metros de altura que la separaban del suelo. Luego corrió hacia la espesura a una velocidad como nunca he visto en ningún otro ser vivo. Regresó a su casa, ¿entienden? Al hogar del que nunca tendríamos que haberla sacado. ¿Y saben otra cosa? Ese engendro demostró mucha más humanidad de la que hicieron gala mis colegas durante todo el proyecto. Lo apresamos con la intención de enseñarle unas cuantas cosas, y ha sido él quien nos ha dado una lección.
—No, caballeros. Esto es lo máximo que van a sacar de mí y mi informe. Aquí tienen mi dimisión.
13/11/23
291. En los altos barrios y en los barrios bajos
Yo hice algunos trabajos en esas grandes casas de los altos barrios. Allí el sol siempre brilla y el cielo es azul, y nunca hay suciedad ni malos olores. Los ricachones salen a regar el césped cuando le han dado el día libre al servicio. A veces también salen montados en sus cochazos, o bien a correr a pie o en bicicleta. Alguno de ellos incluso con escolta.
Casi nunca hay polis patrullando, ¿te lo puedes creer? Quiero decir que de vez en cuando un par de ellos asoman la jeta, saludan al contribuyente con un cordial gesto de cabeza y se largan. Nunca pasa nada en esos sitios. Aunque estoy seguro de que a la primera llamada telefónica acudirían de inmediato con toda la artillería. Créeme, si yo hubiera nacido en un sitio así nunca querría irme.
Pero mira dónde estamos. Todo apesta y no parece que estemos bajo el mismo sol ni el mismo cielo que ellos, ¿entiendes lo que quiero decir? ¿Por qué crees que la poli nunca viene aquí a saludar con todo lo que hacemos, eh? Te lo voy a decir, joder. Porque trabajamos para los mismos peces gordos que ellos, ¿entiendes? Sólo que en la otra cara de la moneda.
Verás, acércate y mira a esos niños de ahí, ¿los ves? Están jugando en el sitio donde frieron a aquel par de polis hace una semana. Aquel par de cabrones se lo merecían, créeme. Llevaban pintada en la cara las ganas de jodernos. Creían que nos estaban vigilando pero era el barrio quien los vigilaba a ellos. Así es la vida en este puto estercolero si no quieres volverte loco.
Sí, chaval, yo era como esos niños de ahí. Mierda, no tenía ni puta idea de lo que estaba pasando. Y cuando lo haces ya es demasiado tarde para escapar de aquí. Bien, ¿tienes tu arma a punto? ¿Estás listo para tu primer día en el negocio? Pues vamos. Hay que mover la puta mercancía y se está haciendo tarde.