Excmo. y Rvdmo. Sr. obispo prelado de la Prelatura Personal de la Santa Cruz y del Opus Dei:
La presente tiene como objeto hacerle conocedor de lo que sus palabras han provocado en mí, cuando dijo que las personas discapacitadas y subnormales son seres inferiores como castigo de Dios a sus padres pecadores. Me han dado ganas de asaltarlo en la calle y hundirle el tórax a martillazos. También he sentido deseos de que sus hijos e hijas, si los tiene, padezcan alguna discapacidad mental o física y que en su defecto los atropelle un autobús. Pero que no mueran: que sufran toda la vida.
Le buscaría y de encontrarlo le cercenaría todas las extremidades de su cuerpo. Luego me las comería para más tarde cagarlas y rebozarlas en jirones arrancados de su piel que haría que se tragara. Después lo dejaría en cuidados intensivos e iría a por su hermana, y si no tiene hermana, iría a por la madre que lo parió. Las secuestraría para cobijarlas en un maloliente zulo y allí las violaría a diario durante un tiempo prolongado. Esperaría los nueve meses de rigor a que nacieran sus retoños y los educaría en una vida de felicidad hasta los trece años. Llegados a esa edad, a los varones los abandonaría en una pocilga de cerdos hambrientos y a las hembras las dejaría encintas.
Después de follarme a todas las mujeres de su familia y a las hijas de sus hijas hasta la hartura, las encadenaría al parachoques trasero de una ranchera, y correría con ella quinientos kilómetros con el fin de que sufrieran una muerte agónica.
De sobrevivir alguna de ellas, rociaría sus heridas con sal y alcohol hasta que suplicaran la muerte para luego dejarlas en la puerta de algún hospital con el fin de que se recuperaran. Esperaría los años que hicieran falta para ello, y entonces volvería a por usted para encerrarlo con los ojos vendados en el zulo donde me follé a todas las mujeres con las que tuvo lazos de sangre. Lo único que vería en su encierro, una y otra vez cada vez que descubriera sus ojos, serían las grabaciones digitales en alta definición de todas las vejaciones a las que fueron sometidas.
Cuando dichas grabaciones ya no tuvieran ningún efecto sobre usted, utilizaría todas las disciplinas de tortura en las que he sido formado —islámica, rumana, china, inquisitorial y antiterrorista— en zonas desconocidas de su cuerpo y que lo llevarían a un mundo oscuro de tormento extremo. Cada día en el que usted preferiría que fuera el último, volvería para ensañarme con una tortura creativa y diferente, administrada mediante instrumentos de mi propia creación, con el deseo de que cada vez que oyera mis pasos se meara encima de espanto. Y luego, otra vez, volvería a dejarlo en cuidados intensivos.
Llegados a ese punto y después de su recuperación, dos o tres veces por mes lo llamaría por teléfono o enviaría notas con recortes de periódico para que no olvidara lo bien que lo pasé con usted. Amenazaría con volver a repetir todo aquel calvario para convertir sus días de sol en pesadillas y para que cada sombra en la noche le recordara a mí. Lo haría hasta el punto de enloquecerlo y sumirlo en un estado vegetativo irreversible, hallando por fin la muerte tantos años deseada: viejo, solo y con heridas imborrables en cuerpo y mente.
Atentamente, el psicópata de Dios le Guarde (Salamanca).