Como es completamente imposible mover la mina de su ubicación actual y futura, no hubo otra opción que privatizarla. Si no me equivoco, la pretendieron los rusos y los canadienses, y al final, en 1998, fue un grupo multinacional, con sede central en Tel Aviv (Israel), el que se hizo con la continuidad de la explotación del yacimiento.
Al principio se hacía raro ver la bandera israelí ondear en lo alto de las instalaciones entre la cuatribarrada y la rojigualda. Como fue igualmente surrealista verla izada a media asta pocas horas después del ataque de Hamás a Israel el 7 de octubre del 2023.
Los nuevos amos propusieron realizar un patrón de turnos rotativos 7x7, a nueve horas y media presenciales, porque había que ser más productivos. Por lo visto, no lo éramos mucho con el patrón de turnos rotativos 5x2, a siete horas y media, que se llevaba haciendo en la mina durante años y años. Pero es que las exigencias del mercado se llevan muy bien con el capitalismo.
Como el estatuto del minero dice lo que dice, esta situación debía ser sometida a referéndum para su implementación, ya que incluía cambios significativos, como contratar nuevo personal para formar tres equipos más, además de los tres que ya había. Qué casualidad, que meses antes del referéndum, ya estaban entre nosotros trabajando a tres turnos y que, evidentemente, votarían a favor. No obstante, llegó el año 2006 y el momento de introducir la papeleta. ¿Cuál creéis que fue el resultado? Salió un no al 7x7 bastante contundente.
Entonces, la empresa, que por supuesto ya esperaba ese resultado, no tuvo más que utilizar el arma más ancestral y poderosa de cuantas utilizan los sistemas de opresión, ya sea de forma individual o grupal. Sí, esa que estáis pensando: el miedo. En nuestro caso no podía ser otra cosa que miedo al paro, ya que de no implantar el 7x7 sobraba mucha gente y, según la empresa, no necesariamente los nuevos. Y en un increíble segundo referéndum, como somos estúpidos y cobardes, salió que sí.
Con el tiempo, muchos mineros veteranos quedaron encantados: no solo cobraban más al trabajar siete días a la semana, sino que podían hacer horas extras la semana que les tocaba descansar. Se convirtieron en los esclavos perfectos, mientras que otros, aunque resignados, éramos los infieles al nuevo régimen.
Como seguro recordaréis, en 2008 se desató una crisis financiera casi global que derrumbó la industria del ladrillo en España. Miles de empresas quebraron y muchos esclavos quedaron en paro. La mina no quiso ser menos, así que se subió al carro de las empresas jodidas y presentó un ERTE de tres meses que, una vez aprobado por la autoridad competente, permitió hacer trabajos de infraestructura ineludibles debido a su estrecha relación con la seguridad. Estos trabajos obligaban al cese de la producción mientras duraran. Y ya se sabe que no producir implica perder dinero, así que también pudieron evitar pagar muchos sueldos.
Toda una casualidad, ¿verdad?
Después del ERTE, qué raro, empezaron a venderse las supuestas cientos y cientos de toneladas de KCL retenidas en los hangares a causa de la crisis, que seguía azotando en confines cercanos y lejanos de la superficie, mientras que en el subsuelo todo transcurría como si no existiera. Después de aquella maniobra empresarial hasta hoy, no ha ocurrido nada digno de mención, salvo algunas anécdotas y situaciones que merecen una entrada aparte para no convertir esta en enciclopédica.
Echo la vista atrás, a mis cincuenta y dos años, y apenas veo a aquel chaval de dieciséis de lo lejos que está. Mientras que el presente, ese momento en que todo ocurre, continúa llevándome de la mano, a veces tirando de mí o empujándome sin contemplaciones hacia adelante, y ofreciéndome un pasado a cada día que pasa. Uno que, me guste más o menos, siempre tendrá la última palabra por su condición de irreversible, y hablará por mí cuando yo ya no esté.
Todavía sigo en la senda del esclavo, pero en su tramo final.
Estoy a punto de conseguirlo. Ya casi está.
