No nos enseñaron, por ejemplo, otras doctrinas y posturas tales como el ateísmo y el agnosticismo. Aunque yo me interesé por ambas, tan pronto me vi obligado a atender cómo el profesor nos explicaba, con suma profusión de detalles físicos y orales, la forma correcta de santiguarse. Lo que menos importaba era en qué creíamos o si íbamos a creer en algo.
En mi caso, aquella inutilidad duró tres o cuatro días, puesto que hubo un pacto de silencio que derivó, oficialmente, en un libro llamado Constitución española, y aquella asignatura no solo dejó de ser obligatoria, sino que tuvo que repartir su protagonismo con otra más necesaria llamada Ética. A partir de ahí también aprendimos, sin que nos lo enseñaran, lo que es el falso laicismo, y lo mucho que una palabra con tanto significado puede acabar tan vacía y denostada.
El caso es que guardo un cálido recuerdo de algunos compañeros de aula de los que hace lustros que no sé nada. Me llegué a reír mucho con ellos, y el resto del alumnado de nosotros, en cuanto a nuestras respuestas discentes a preguntas docentes.
Por ejemplo, a Jivia le preguntaron cómo explicaría qué es una moto, y él respondió que una moto es cuando Ángel Nieto la arranca y se pone a correr en el circuito. Y si no, cuando le mandaron a Plomo que explicara lo que es una silla. Sin vacilar, Plomo explicó con gran convencimiento que una silla es cuando estaba cansado, la cogía y se sentaba.
Lo del Naja fue igual de sonado, el día que en clase de Historia le preguntó el maestro qué clase de ventana es un rosetón, y el Naja contestó con suficiencia que un rosetón es una ventana en forma de rosa. Yo, al igual que mis amigos Naja, Jivia y Plomo, también me llevé una gran ovación cuando me preguntaron por las siglas U.S.A. y respondí categórico: Unión Soviética Americana.
Las carcajadas que provocamos, de ser físicas, habrían abombado las paredes de la clase. Entretanto, los profesores se pasaban la mano por la cara, o miraban al techo con los ojos vidriosos, como suplicando ayuda a un ser superior.
La ayuda nunca llegó, pero es que ya nadie se santiguaba.