Demenciano es un tipo que nunca se aburre, pues abunda en la sagrada tríada del entretenimiento: cine, música y lectura. Pero hay veces en las que siente una ociosidad tan especial, que esa tríada tan necesaria para la vida es insuficiente. Es entonces cuando Demenciano entra en el chat que sea con la intención de reventarlo.
Aún recuerda lo bien que se lo pasó en la sala de chat del País Vasco, cuando pidió a los usuarios que le enseñaran cómo se fabrica una bomba casera, que de eso ellos saben mucho. O cuando entró en la sala Cataluña con el nick de Gaviota Azul y arremetió con la idiosincrasia catalana. Aunque nada comparado a cuando se registró en la sala Latinoamérica y ensalzó el genocidio del colonialismo español. O en sala Madrid para hacer lo mismo respecto del nacionalismo cuatribarrado.
Tampoco fue nada meritorio, pues bastaba con activar los resortes adecuados que todos conocemos. Y porque no domina el inglés y el hindi, que si no, también hubiera entrado en todas las salas de las tierras que sufrieron la barbarie del Imperio británico, para hacer un recordatorio incendiario a favor de la misma.
Todavía se ríe —y cree que nunca podrá parar— de las iras que ha ido desatando por todos los chats en los que ha estado. No le cabe duda de que la red es un vasto caldo de cultivo para su modesto entretenimiento. Y si algo tiene comprobado, es que el ser humano, viva donde viva, es un animal rencoroso y vengativo que nunca olvida. La diversión está asegurada.
Con todo, los chats de su preferencia son los de contactos, y el procedimiento a seguir siempre es el mismo: registrarse con un nombre femenino, y utilizar una foto falsa en el perfil como hace la mayoría. Luego, estudiar lo que escriben los usuarios para dar, por pequeña que sea, con una rendija de acceso a sus puntos débiles.
Eso no le suele llevar más de treinta o cuarenta minutos, pues los patrones de comportamiento son siempre los mismos: exceso de simpatía, pequeños dejes de vanidad y coqueteo impostado. Todo con la finalidad común y casi nunca admitida, de que la mayoría de los que entran ahí es a conocer a alguien, y no a pasar el rato como suelen decir.
Y bueno, luego está él, claro.
Hoy, el chat elegido, en el que se cuentan ciento diez usuarios, es para edades comprendidas entre cuarenta y cincuenta años. De esos ciento diez hay un alto porcentaje que hablan entre ellos como si se conocieran de toda la vida, cuando seguro que ni siquiera se han visto la cara. Hombres y mujeres que vienen de relaciones y matrimonios fracasados, necesitadas de una segunda oportunidad por ser incapaces de afrontar una vida en soledad. No son más que la típica chupipandi chatera que esconde su tristeza, se ríen las gracias y se dan las buenas noches cuando abandonan la sala, pensando en entrar de nuevo al día siguiente.
Demenciano decide que ha leído suficiente y que ya tiene por donde atacar, así que desata sobre todas esas personas virtuales, desde muy abajo para acabar por todo lo alto, copiosas carretadas de mierda y verdades duras como rocas. Algunos usuarios tratan de plantarle cara, pero Demenciano los ha leído con atención, y arremete directo a sus carencias y crisis existenciales con gran soltura verbal, hiriente y experimentada.
Y en poco más de una hora, una vez más, consigue mermar el chat y vaciarlo casi por completo. Demenciano se siente realizado por haber insuflado una buena dosis de cruda realidad en ese ciberespacio de vidas rotas y vacías. De hecho, está incluso cachondo, por lo que decidir acudir al prostíbulo del barrio chino para desfogarse.
Po el camino, no deja de pensar, con una sonrisa, que la sociedad es de veras estúpida.