10/5/24

340. Jornada de re-flexión

    Pasado mañana, domingo, hay elecciones en Cataluña, de modo que voy a re-flexionar. Voy a re-flexionar tanto que ni Amadeo Lladós podrá seguirme. Voy a realizar unos fucking burpees para un voto útil y responsable.



8/5/24

339. Las tardes con AR

    Más o menos éramos unas ciento cincuenta personas, sanas y de inquietudes similares, las que quedamos mediante internet para la celebración de la fiesta. El evento se dio por todo lo alto en una vivienda que lleva cinco años deshabitada. 

    No es la primera vez que nos juntamos, desde luego. De hecho, llevamos haciéndolo durante año y medio dos veces al mes por lo menos, a no ser que queramos cortarnos las venas o rebanarle el cuello a alguien. 

    ¿Que qué es lo que hacemos exactamente? Pues lo que se hace siempre en todas las fiestas, ¿no? Despelotarnos, meternos un dedo por el culo e invocar a Satán y a toda su legión de putas, claro.

    ¡¿Pues qué vamos a hacer, cojones?! Llegamos con nuestra música y nuestras bebidas, liberamos toda la presión acumulada por las putadas cotidianas y laborales, recogemos los desperdicios y nos vamos. 

    Aunque esta vez admito que se nos ha ido de las manos. Si no nos habríais descubierto. Y tampoco voy a poner como excusa el ímpetu de la juventud, que una cosa es que seamos jóvenes y otra unos descerebrados. 

    Pero es que arrastramos mucho desengaño y frustración. Supongo que darnos cuenta a hostias de que el mundo que nos vendieron desde preescolar no existe, nos ha encabronado hasta el punto de que hemos perdido la perspectiva.

    Así que pedimos perdón por haber destrozado la vivienda de fondo buitre donde se hizo la quedada. De todas formas, a vosotros os va muy bien toda esta carnaza para vuestro programa amarillista. Y de paso podéis aprovechar para demostrar que no sois tan gilipollas como con lo de la supuesta orgía en el Viña Rock.




6/5/24

338. Cuerpo a cuerpo

    Si bien yo soy cabrónido y no ciervo, llevo un tiempo prolongado en estado de berrea y cualquier cosa que ocurra a mi alrededor lo asocio al acto copulativo. Como con las tormentas de la semana pasada, por ejemplo, presenciadas tras el cristal de la ventana birra en mano.

   Es increíble el poder absoluto de la Naturaleza cuando dos frentes nubosos chocan y se desata la maravilla. Como si el cielo y la tierra se acariciaran, y el calor acumulado del sol ardiente deseara con locura el contacto tímido al principio, salvaje después, de esas nubes densas y crecientes como algunos besos; como algunas pieles sensibles y acaloradas que todavía no han olvidado cómo entregarse y recibirse.

    Lo mismo me ocurre cuando dos vehículos colisionan uno contra el otro a gran velocidad. Como un apareamiento brutal de anatomías suicidas que no pueden evitarse, y se follan con la intensidad de las erupciones volcánicas más allá de todo raciocinio hasta la carencia total de ser. 

    Con todo, aún no he visto algo a lo que asociar a una gran orgía, ahora que las tormentas han cesado y quizá todos queríamos un poco más.



2/5/24

337. Concierto para ellos

    Un día desafinado en el que muchas cosas no podían ir a peor, decidimos enfrentar a nuestros enemigos. Llegaron a creerse intocables, pero habíamos enloquecido y nos dimos cuenta de ello cuando cambiamos nuestros instrumentos musicales por ametralladoras. 

    Nos habíamos cansado de protestar tocando. 

    Las canciones devinieron en himnos de guerra, y al compás de las balas la melodía se tornó muerte. Disparamos contra ellos cientos y cientos de proyectiles en octava y en clave de do. Parecía que íbamos a ser los perdedores de aquella sinfonía belicosa, pues eran numerosos y estaban muy bien organizados. Pero a nuestro concierto de destrucción también se unieron dueños de bares, gimnasios, peluquerías, discotecas, salas de juegos, comercios varios... y conseguimos vencer.

   Ahora, la totalidad de la música está libre de derechos y se puede reproducir en cualquier lugar sin coste alguno. Habíamos acabado con el dedo índice dolorido, sí, pero también con la SGAE.



29/4/24

336. Solo puede quedar uno

    El hijoputa o la hijaputa es esa clase de persona que, algún día, casi todos conocemos. No tenemos dudas de ello porque una vez que se cruza en nuestra vida, sea desde la infancia, la adolescencia o la edad adulta, ya nunca se va del todo. Por eso, sin saber muy bien cómo, acabamos conociéndola muy bien. 

    Yo hace unos treinta y cinco años que conozco a esa clase de persona en particular. Creo que si hemos durado tanto sin llegar a las manos es porque yo soy tan hijoputa como ella, sin que por ello mis defectos sean los suyos. Tampoco tengo claro que yo sea su hijoputa particular, aunque quién sabe si no lo soy para otra persona.

    A lo largo de los años, he perdido la cuenta de las veces que nos hemos peleado verbalmente. Nos conocemos tan bien que cuando sucede es de veras repugnante. No por el enfrentamiento en sí, sino por lo que nos llegamos a decir. 

    Tengo claro que, como todas las relaciones duraderas, sanas e insanas, esta acabará en cuanto muera una de las dos partes, obvio. Lo que no tengo tan claro es si la muerte será por causas naturales o en plan Los Inmortales (1986).




25/4/24

335. Ella era ella

    Estuviera donde estuviera, ella era ella desde que se levantaba hasta que se acostaba. Indiferente a las miradas, a los comentarios y a las cámaras de los móviles. Es decir, ella era ella con su indisimulado bigote, su tupida uniceja y sus brazos, piernas y axilas sin depilar.

   Ella era ella y sin pretenderlo tenía el poder de influir en fenómenos naturales y en los animales. 

    Si salía a la calle en un día soleado, el sol se ocultaba en segundos. Si lo hacía de noche, la luna también desaparecía de igual modo. Si contemplaba con fijeza un cielo azul y despejado, se desataba la tormenta. Si era hielo lo que miraba, lo licuaba al instante, y si se iba a la playa las olas la rehuían. 

   Los animales venenosos se abstenían de picarla. También la abeja, el mosquito y la avispa. El resto de animales que le salían al paso se tapaban la cara, y gimientes se escondían o se alejaban. Y allí por donde pasaba el suelo se agrietaba y la vegetación se mustiaba.

   Con todo, ella siempre era ella pasara lo que pasase, sólida y real, en un mundo estereotipado que todavía no estaba preparado para su apariencia.



22/4/24

334. Recordando a Isidro

   El otro día recordé a un amigo del pasado llamado Isidro. Me dijeron que estaba internado en un psiquiátrico. Tratándose de él es algo de veras creíble.

    Isidro siempre me pareció un tipo desubicado, imposible de encajar en cualquier contexto imaginable. Siempre andaba solo y apresurado, sin apartarse un ápice de quien viniera en dirección contraria, y con la mirada sucia y alerta como si fuera a saltar sobre alguien o algo en cualquier momento.

    Ahora que pienso en él también recuerdo todo lo demás. Su disposición a pelearse con el número de personas que fuera por cualquier razón, justificada o no. Su carencia de miedo con todo; quizá su aparente falta de conciencia. Sus patadas a la puerta de cualquier antro que le denegara la entrada. La vez que tuve que llamar a la ambulancia cuando atravesó una cristalera con el puño derecho...

    Supongo que su historia es la de otros tantos, contada miles de veces en otros lugares. Ahora creo que me estuve engañando a mí mismo, al no considerarlo uno de esos renglones torcidos de Dios de los que habló Torcuato en su novela, cuando muy a menudo me daba sobradas pruebas de ello.     

    En fin, éramos jóvenes y siempre nos movíamos por planteamientos nada razonables. Pero aunque cueste de entender (y ni falta que hace), por enfermo que estuviera Isidro de la cabeza, tenía el corazón mucho más puro que otras personas muy bien integradas a las que creemos sanas.




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