Una llamada telefónica se produjo el día 6 de junio a las 6:06 pm del 2013 (2+0+1+3=6). Clodomiro descolgó y una voz femenina, modulada a la perfección y de una poderosa carga erótica, le habló.
—¿No me pregunta primero si soy yo de verdad?
—Créame, señor Fajardo, sé que es usted. Hemos recibido los resultados de los dos filtros. Los ha superado con creces. Sin embargo debo comunicarle que no es apto para formar parte de nuestra impía organización.
Aquellas palabras dejaron perplejo a Clodomiro.
—Señor Fajardo, pese a que ha superado los filtros, hemos comprobado que lleva usted la marca en la frente.
—¿Marca en la frente? ¿Pero qué marca ni que pollas en vinagre?
—Señor Fajardo, dicho de otra manera, sus padres tuvieron a bien el bautizarlo de acuerdo con los sacramentos de la Iglesia católica apostólica romana. Está marcado.
—Pero, pero... ¡Si mis padres nunca fueron creyentes! ¿Por qué mierda iban a bautizarme?
—Señor Fajardo, la religión, en todas sus formas y variantes, lleva haciendo un gran trabajo a través de los siglos. Para que lo entienda: sus padres fueron dos personas más, creyentes o no, que por el solo hecho de concebirlo, creyeron que tenían derecho a decidir por usted en algo tan personal y profundo como son las creencias sobre algo que sabemos o sentimos que nos trasciende. Su mente lleva años formada así como sus convicciones, sean estas ateas, agnósticas o religiosas, pero no valen de nada más allá de sí mismo. Está usted marcado de por vida como socio de la Santa Iglesia crea en lo que crea.
—¡Me cago en la reputa hostia consagrada! ¡Me cago en dios y en la santísima comunión! ¡Mierda, joder!
—Lamento que, dada su más que demostrada aptitud para el satanismo, haya tenido que enterarse de esta manera.
—¿Y no podría hacer una excepción? —rogó Clodomiro al borde del llanto—. Puedo ir al asilo y decapitar a mis padres. ¡Puedo quemar iglesias, destripar a una mujer encinta, incinerar a un bebé después de su bautizo, sacrificar a un carnero! ¡Haré lo que sea, joder!
Gertrudis rio con calidez, sin estridencia. Ese sonido parecía albergar una profunda sabiduría.
—Señor Fajardo, nuestras oscuras organizaciones no funcionan de ese modo. Semejantes abominaciones las realizan aquellos pobres de mente que no entienden el verdadero propósito de nuestra misión. La innombrable fuerza a la que servimos ha logrado convencer al mundo de que no existe. Nosotros funcionamos desde las sombras, desapercibidos, reptando desde abajo. Mermando los cimientos de todo lo establecido por la religión y el poder, con el fin de derrumbar el sistema y que el ser humano sea consciente de su existencialismo e individualismo. No se nos ve ni se nos oye. Pero siempre estamos, siempre somos. Por otro lado, nada más puedo hacer por usted, señor Fajardo, salvo decirle que llegado el momento, sabrá cómo aplicar los conocimientos obtenidos con la superación de los dos filtros.
La llamada finalizó y Clodomiro se sintió como si despertara de un sueño. Durante unos segundos miró el auricular con extrañeza y de pronto, con el rostro desfigurado de ira, empezó a estrellarlo una y otra vez contra la mesita que tenía al lado. De nuevo se cagó en dios, en la iglesia, en la Santa Sede, en el Papa y en la religión, hasta que detuvo golpes y acalló blasfemias por falta de aire. A medida que recuperaba el resuello un oscuro plan se formaba en su mente. Supo lo que tenía que hacer: se dedicaría a contactar con todas las personas que, como él, habían experimentado la Revelación y que debido a su bautismo no podían incorporarse a las sociedades satánicas.
Empezaría por tratar de localizar a Willy Toledo. Había que ir en serio. Imaginó que al principio serían pocos. A las semanas los pocos serían cientos, y con los meses los cientos serían miles, y con no muchos años los miles serían legión. Urgía una gran agrupación para acabar de una vez para siempre con la ceguera mundial, en estos tiempos de conocimiento vedado, de dominio de hipocresía eclesiástica, de falso laicismo.
Pronto recibirás tu llamada.