Tras el visionado ininterrumpido, amenizado con absenta prohibida en catorce estados, de Asesinos natos (1994), Un día de furia (1993), La naranja mecánica (1971), Taxi driver (1976), y El club de la lucha (1999), Clodomiro Fajardo descubrió cuál era el sentido de su anodina existencia. Clavó sus ojos enrojecidos en el ruido blanco de la pantalla, y empezó a asimilar las imágenes que ante él se revelaban.
Clodomiro empezó a entender.
Comprendió que los antiguos idearon la religión como el primer sistema de alienación, con la intención de que esta supeditara la ciencia y dirigir, con disimulo, la evolución social de la especie. Para ello la hermanaron de forma indisoluble con las primeras muestras de control y tiranía. Nacieron la fe, los dogmas y la ética para los no sometidos, arraigando en el colectivo mundial por siempre hasta la actualidad.
Convirtieron la religión en imperecedera.
Entendió que nuestra verdadera educación desapareció en la obligación de ir a la escuela, ese gran centro de programación. Aunque partíamos de caminos diferentes, todos confluíamos en el mismo destino. A todos nos habían escrito con diferentes letras el mismo guion. Todos estábamos acomodados en nuestras jaulas de oro, hechas a medida según nuestras necesidades.
Clodomiro ahondó más y más en toda aquella verdad ancestral. Miró más allá de los Estados, de las sociedades, de las civilizaciones, de los países y de los continentes. Vio corrupción, miseria, desigualdad, enfermedad, guerra y muerte. Y detrás de todas esas toneladas de mierda concentradas en siglos de humanidad, ahí estaba la religión orquestando desde el principio. Aliada con los estamentos de poder y sobrealimentada por la ignorancia de devotos y creyentes.
En ese punto de la Revelación, descubrió Clodomiro, a sus jodidos sesenta y tres años de edad, que debía ingresar en una secta satánica.
Para ello, Clodomiro tuvo que superar dos filtros. El primero consistía en desentrañar los mensajes subliminales que había ocultos en las discografías de Belphegor, Venom, Beherit, Marduk, Dimmu Borgir y Deicide. Lo consiguió al cabo de catorce meses. Para superar el segundo filtro, tenía que comprar un ejemplar de la Biblia Negra, escrita por el satanista Anton Szandor LaVey, publicada en 1969, y realizar un estudio profundo de sus textos. Tardó dos semanas en leerla y dos años más en comprender con exactitud qué coño estuvo leyendo. Para cuando hubo entregado los resultados a varias organizaciones blasfemas a través de la Deep web, Clodomiro ya tenía sesenta y seis años de edad. Pero el brillo cegador de la Revelación seguía inmaculado.
Ahora, tal y como le dijeron, tenía que esperar la llamada telefónica.
Jjajaja que buenooo
ResponderEliminarA ver el jueves la segunda parte...
EliminarEn espera de la segunda parte, esta no tiene desperdicio. Saludos
ResponderEliminarHola. Espero que la segunda tampoco.
EliminarIrreverente e hilarante. Ala espera de la segunda parte. Un abrazo. Carlos
ResponderEliminarHola, espero haya disfrutado de tal irreverencia. Concuerdo con sus conclusiones.
EliminarClodomiro, con ese nombre, como mínimo llegará a ser sumo sacerdote de la secta. O como se llamen los sacerdotes en una secta satánica jajajaja
ResponderEliminarTe habrás dado cuenta de que me gustan los nombres feos. No deben caer en desuso.
EliminarPues me gusta como escribes.
ResponderEliminarEl sentimiento es mutuo.
EliminarEspectacular, una maravilla de texto. Un saludo Cabrónidas.
ResponderEliminar¡Hola! Me alegra que te haya gustado
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