5/8/21

54. Los acemileros tomando unos litros

    Seguíamos en el verano del 92. Seguíamos en aquel arresto legal de nueve meses de duración por parte del Estado. Seguían los putos Juegos Olímpicos de Barcelona. Seguía la puta Expo de Sevilla. Seguíamos en Huesca soportando, estoicos, la vejatoria disciplina militar y a sus vociferantes rameras con galones. Seguíamos conviviendo con los mulos y su mierda. Seguíamos pateando más bosque que el jodido Frodo Bolsón. Seguíamos soportando tal cantidad ingente de basura que necesitábamos ir a algún antro a deglutir alcohol. 

    Teníamos que beber, hostia. Teníamos que olvidar.

    No recuerdo el nombre de aquel tugurio, pero recuerdo que la situación de la barra y la colocación de mesas y sillas era anárquica; como si las hubieran lanzado al aire para luego dejarlas caer allí donde fuera. Aquel agujero estaba mal iluminado y sus luces desvaídas producían una incómoda intermitencia, dando la sensación de que allí dentro la vida transcurría a fotogramas. Los altavoces vomitaban ritmos luciferinos que anestesiaban el pensamiento. Sonidos paganos de locura, agonía y caos. Puñales de voz implorando el infierno en la Tierra.

    Guridi trasegaba con un cubata de litro. Era eso o medio litro, a lo grande. Decía que la cerveza era para el rock y que al punk había que honrarlo con calimocho. Pero cuando se bebía con ese tipo de música extrema había que hacerlo con algo más duro. Chinchilla arremetía con calimocho, aunque a él le molaba más llamarlo cubata gitano. En cuanto al Jivia y a mí le dábamos a la birra de toda la vida: dorada, rebosante, en su grado óptimo de frío. Puto elixir de dioses, joder.

    Todo transcurría con la cadencia adecuada. Todo era perfecto hasta que una mujer parecida a Eduardo Manostijeras, con un imperdible en la oreja y con un collar de perro que le atenazaba la yugular, exclamó: «¡Jo-der! ¡Pero qué coño...!». Aquellas palabras no eran porque Guridi estuviera haciendo el guarro. Justo después de oírlas, una pestilencia hasta ese día desconocida e inhumana obturó mis fosas nasales. Y proclive como soy a la fantasía, pensé: «¡Hostia puta mandarina, así es como tiene que oler el sobaco de un troll!». El Jivia, que se definía a sí mismo como un tipo rural y campestre, más tarde nos diría que ni los pliegues del escroto de un carnero podían llegar a ser tan malolientes.

    Mientras la concurrencia se sobrecogía, aquella emanación sobrenatural se propagaba, densa y endemoniada, por toda la estancia devorando el sedante olor a porro que imperaba segundos antes.

    Chinchilla era el único que reía. Lo hacía con demencia y autocomplacencia, como un villano Hollywoodense, descubriéndose así como el origen de aquella pesadilla apestosa. Costaba creer que de aquel cuerpo en extremo esquelético, largo y quebradizo, pudiera emanar semejante fetidez. Pero allí estaba, de pie como si fuera el anfitrión, litro de calimocho en ristre, fantasmagórico a la luz mortecina de aquel antro que parecía la sala de estar de los Cenobitas.

    El cuesco antinatural de Chinchilla hizo historia, de tal modo que para la clientela del bareto de la que nos hicimos amigos, Chinchilla ya no era Chinchilla.

    Aquella noche nació Post mortem.


12 comentarios:

  1. El calimocho hace estragos, en este caso hizo historia. Saludos

    ResponderEliminar
  2. Qué buen relato, me sentí ahí, lo bueno que estaba cerca de la puerta y la fetidez no me afectó tanto. Saludos!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. ¡Hola! Menos mal, porque es una fetidez, que si te da de lleno, se queda contigo para siempre.

      Eliminar
  3. Me encantan esas historias...

    Cada vez que me entero del mote de alguien pregunto historia que esconde.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Puedo asegurar que el mote es acertadísimo. Se lo pusieron entre el barman y la mujer del imperdible en la oreja. El resto estuvimos de acuerdo.

      Eliminar
  4. Jjajaja que buen relato. Parece que lo viví

    ResponderEliminar
  5. Jajaja, buenísmo. Me he reído un montón, creo que con lo que más de lo que te he leído hasta ahora. Muchos detalles muy buenos para visualizar la situación, pero la chica que se parece a Eduardo Manostijeras jajaja, me parto. Y el olor a sobaco a trol casi lo he podido notar en mis fosas nasales jajaja

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. El parecido con Eduardo Manostijeras era, a todas luces, un intranquilizador parecido razonable. Y a un troll le supongo una higiene inexistente, así que... imagínate.

      Eliminar

RAJA LO QUE QUIERAS

Esparce el mensaje, comparte las entradas, contamina la red.