Trabajábamos en el polígono industrial más mugriento del extrarradio. No recuerdo muy bien cómo fuimos a parar allí. Habíamos finalizado nuestros estudios universitarios, nadie nos contrataba y la fuga de cerebros todavía no era una realidad. Lo que sí recuerdo es que aquel lugar nos contagiaba su decadencia y no nos apetecía mucho sonreír o emprender nuevos proyectos.
Una vez dentro del polígono, dirección a nuestra nave mal ventilada, casi siempre nos cruzábamos con borrachos y perros callejeros dispuestos a saltarnos al cuello a la mínima oportunidad. Quizá es que estaban más jodidos que nosotros. También había camioneros solitarios que a golpe de claxon se abrían paso a través de toda aquella mierda.
Éramos ocho y teníamos tres jefes (dos hombres y una mujer). Estaba claro que querían tenernos bien controlados y sometidos. Tres jefes que nos miraban por encima de la montura de sus gafas como si nos estuvieran perdonando la vida. También recuerdo que de camino a aquel trabajo era más soportable la resaca que arrastraba la mayoría de los días, que el hecho de tener que obedecer a aquel trío de pobres hartos de pan.
En base, éramos archiveros. La venta de nuestro tiempo consistía en un concienzudo filtrado de noticias que atendía al interés ideológico y geopolítico de los amos del cortijo, y que luego era utilizado de múltiples formas para crear corrientes de opinión y la división ciudadana.
Nuestras semanas tenían ocho días, y es que nuestra esclavitud estaba organizada en turnos a prueba de fiestas nacionales y sublevaciones proletarias. De ese modo la empresa conseguía una productividad asombrosa, mientras nosotros perdíamos la noción del tiempo viviendo a espaldas de lo que quedara de nuestras vidas.
Empezábamos a estar de veras desquiciados, y yo me sentía atrapado en un punto de no retorno. Ya llevábamos cerca de un año y medio con aquello, cuando un día caluroso en especial, el compañero que tenía al lado me susurró: «Eh, Cabrónidas, he vuelto a oír las voces, joder, ¡Tal y como me dijiste! Y ahora me dicen ¡mata, mata, mata!».
«Es normal», le contesté con una voz que no reconocí como mía. Y supe entonces que había llegado el momento de escapar de allí cuanto antes.
Nuevamente este troll que te escribe es más rápido que los humanos que por ahí pululan y comento el prime (¡¡¡yuuuupiii, qué ilu!!!). A ver si el moco que me cuelga del narigón octogenario que tengo no me impide darle al teclado con rapidez y que no se me cuele nadie. Estoy en el despacho de la directora de la residencia, he entrado con una llave maestra robada a las limpiadoras, y es que me han confiscado el móvil estas cabronazas, que sí, que son de las tuyas, Cabro.
ResponderEliminarYa decía yo que la esclavitud no había terminado con Kunta Kinte. Ahora los nuevos negreros son los gafapastas de tus jefecilles, que hay que ser correcto con el lenguaje inclusivo.
Venía de responderle a María en los comentarios del post anterior y he visto esta nueva entrada tuya, y no pude resistirme a trolear un poco aquí también.
Lo de las semanas de 8 días lo conozco yo también, y el estar subempleado, lo mismo. Te cuento que antes de jubilarme trabajé durante 40 años como barrendero, teniendo en mi haber un doctorado honoris causa por la Universidad de Harvard y una cátedra en Literatura Inglesa Medieval de la Universidad de Oxford. También cursé estudios de Historia Antigua en la Universidad de Cambridge, si bien estos quedaron inconclusos.
En fin, Pilarín, que a lo que voy es a que me parece de perlas que ya estéis afilando las navajas, yo os apoyo en la distancia, porque de otra manera no puedo. Lo que no me ha gustado del post, que como buen troll tengo derecho a disentir lo mío, es que acusaras a los pobres perritos callejeros de querer trincaros vuestras yugulares y eso no, por ahí sí que no paso, que los perritos son almas puras y nobles como ninguna y aunque estén muertos de hambre, vuestros cuellos serranos os los respetan, así que menos difamarlos o vais a la protectora, que os advierto que tengo amiguetes allí y gastan muy malas pulgas.
En el fondo es una tragedia. Tantas horas de codo y escritorio para que luego tu licenciatura amarillee por culpa de esta sociedad fallida. Los perros eran supervivientes, no les guardo rencor. Bueno, y a los borrachos tampoco.:)
EliminarPues a mí me ha gustado mucho tu entrada, sin peros, ni fisuras ..aunq tb me solidarice con los perros callejeros y por supuesto con los barrenderos doctorados en Harvard y con los q no tienen doctorado ...diga, diga Sr. Anónimo , soy toda oídos, seguro q Cabrónidas nos perdona el inciso, ocupado como está ahora, huyendo del polígono ; )
ResponderEliminarMe alegro, pues. Cuántas mentes brillantes y capacitadas menospreciadas. Sólo unas pocas pueden lucir en su consulta el título que los acredita para el ejercicio de su profesión.
EliminarHoy me he identificado especialmente. Me he visto recién salido de una carrera de Pedagogía y trabajando en un polígono industrial donde efectivamente eran más soportables las resacas que el trabajo alienante y deprimente(en el caso de tus personajes que los jefes).
ResponderEliminarP.D. Te ha salido un troll diferente y mucho más evolucionado que esa otra troll mancomunada que compartimos todos. Cómo se te nota que tienes categoría, suertudo.
La historia del polígono industrial es una historia mil veces vivida, desde luego. En cuanto al troll, es verdad: es un troll ocurrente e instruido. Creo que no lo merezco. Espero que no se canse aun a riesgo de que acapare todo el protagonismo.:))
EliminarEn esa empresa casi había más jefes que trabajadores, no me extraña que acabarais oyendo voces.
ResponderEliminarChafardero
Menos mal que escapamos. Hubiéramos provocado una carnicería.
Eliminares fácil caer en esas trampas, hay un cepo a la medida de cada generación para que siempre caigamos de una forma u otra... cuando te han devorado el alma te arrojan al camino y buscan nuevas presas...te acaban devorando por dentro que ni tan siquiera te planteas huir, me alegra que lo lograses.. o que creas que lo has logrado ;)
ResponderEliminarMuy bien visto, jajajaja. Probablemente es más lo segundo.
EliminarCuando no llego a todo lo que quiero hacer, me gustaría que las semanas tuvieran más días. Pero en este plan, me conformo con lo que tengo.
ResponderEliminarBesos.
Eso se arregla llegando a la jubilación. A poder ser con salud.:)
EliminarPara reflexionar... la venta de nuestro tiempo.
ResponderEliminarMal-vivir para vivir a ratos.
Bss
Qué es si no el trabajo. Vender nuestro tiempo para tener cosas, ni que sean las indispensables. Y qué bien se lo han montado para que también necesitemos a los bancos. Jamás escaparemos de nuestra enorme jaula de oro.;)
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