Íbamos cinco montados en el coche, silenciosos e inmersos en nuestros pensamientos. Volvíamos de un sudoroso concierto de Brutal Truth en el que dejamos nuestros demonios y frustraciones. Era noche cerrada, hacía frío y una lluvia suave entristecía el escenario. Un kilómetro después de dejar atrás Monistrol de Montserrat, nos sorprendió la figura de un encapuchado que caminaba, encorvado, a grandes zancadas por el arcén, lidiando con la oscuridad y los elementos.
Parecía un tipo inofensivo con prisa, por lo que consensuamos pararnos para ver si necesitaba ayuda o le había ocurrido algo.
Era un joven cercano a la treintena que, según nos contó, se había quedado tirado en Monistrol y que regresaba a su casa, ubicada a unos siete kilómetros de distancia en su sentido de marcha.
No es que fuéramos solidarios en exceso. De haber observado algo inusual o sospechoso, habríamos pasado de él, pero sabíamos muy bien lo que es quedarse tirado por ahí en cualquier lado y que nadie te recogiera. Así que como nos pillaba de paso a nuestro destino, decidimos llevarlo a su pueblo.
Pasados unos cuatro kilómetros, dos integrantes de las fuerzas represoras nos dieron el alto. Algo esperable, pues si bien no suelen patrullar carreteras secundarias durante un clima de hostilidad moderada, siempre aparecen cuando no se les necesita. Así que mientras aminoraba la velocidad hasta detenerme, me fui cagando en varias vírgenes y deidades que, dicho sea de paso, tampoco necesitamos.
Por cierto, Willy Toledo es un gran tipo.
Aquellos perros adiestrados del Estado estaban embutidos en sus impermeables. Uno de ellos nos dio las buenas noches y me preguntó de dónde venía, a dónde iba, y sobre todo, por qué íbamos seis tíos montados en un coche con capacidad máxima para cinco. Cuando acabé de responder, el mosso, muy serio, me miraba. Y yo lo miraba a él. Y él me miraba a mí. Y yo a él. Y él a mí. Y yo a él. Y él a mí. Y yo a él. La lluvia continuaba cayendo, inalterable, como inalterable era la rocosa mirada del mosso. Entonces, con una amplía y repentina sonrisa, más empapado de preponderancia que de agua, dijo: «Pues voy a proceder a la sanción pertinente».
La ley de Murphy se impuso a cualquier posible gesto humanitario, y se confabuló con las leyes de los hombres. Con fingido abatimiento —como a ellos les gusta—, asumí las consecuencias de mi infracción, al igual que el muchacho encapuchado, que se vio obligado a reemprender su fatigoso camino tal y como lo había emprendido.
No hubo milagro alguno que doblegara el cumplimiento inflexible del deber. Ningún tipo de magia obró en favor del necesitado. Y lo único que tuvo sentido aquella noche, fue la suave lluvia ahogando la tierra como si nada importara.
No hay casi nada más molesto que las fuerzas represivas del supuesto orden.
ResponderEliminarAl menos esta vez salió todo "bien".
Saludos,
J.
Hola. Bien para ellos, seguro.
EliminarNo nos ponen fácil eso de ser solidarios.
ResponderEliminarBesos.
Esa noche, ni protegieron ni sirvieron.
EliminarA veces unas fuerzas del orden te pueden desordenar los planes o hasta la vida. No me llevo tan mal con ellas. Ni tan bien. Aunque coincido contigo en que siempre hay que fingir abatimiento con estas porque les va. Aunque el mío casi nunca es fingido.
ResponderEliminarYo sabía a lo que me exponía y perdí. Y el chaval que iba a pata, en cierto modo, también perdió.
EliminarUna cosa si que es cierta, cuando tienen que estar, no están y cuando no tienen que estar, están.
ResponderEliminarSí, pero lo hacen sin querer.:D
EliminarSi es que los milagros no existen, feliz inicio de semana
ResponderEliminarLa verdad que no. El deber es el deber. Gracias e igualmente.
EliminarSerás ... :)
ResponderEliminarComo sé que será estridente el video que voy y le bajo y solo escucho susurros, ¿qué dice?, me pregunto, regreso y subo un poquito más, susurros, regreso ya con audio normal y escucho ... :)
Por cierto, me gusta Willy Toledo
Sabes que vas arriesgándote a una infracción al llevar más personas de la capacidad permitida y bueno, toca asumirlo.
Lo mío fue una noche de reunión, cuando llegué por mi hija, había seis amigas más, una de ellas, la que traía la camioneta había dejado las luces encendidas y se descargó la batería, me tocó llevarlas, ocho en un auto de cinco, me detuvo vialidad, me infraccionó y retiró la placa trasera, pero obviamente volverían a detenerme porque entre ellos se comunican, es su juego, calles más adelante otro de vialidad me retiró el tarjetón, otro más me pidió la licencia, no traía, la cuenta se elevó, qué remedio, obviamente no iba a dejarlas a su suerte, es muy peligroso.
Jajajaja, me has superado con creces. Pero en fin, había que hacer el bien y perdimos.:)
EliminarEl último me decía que no podía quitarme la placa delantera porque me detendrían pensando que el auto era robado, bueno, le dije; ya dejen de comunicarse entre sí, para llega a mi destino, me dice, voy a tener que llevarme el auto al corralón y todavía pensando en las chicas y mi propia hija que le digo, bien sin problema, pero déjeme lleva a las niñas a su casa, poco más consciente dijo, está bien, la sigo; ya imaginarás, eran seis, a la tercera que dejamos, vialidad dio la vuelta y se marchó. :)
EliminarEn el país en el que vivo eso no sucedería. Te sancionan según corresponda y fuera. Yo con la multa y el chaval a caminar bajo la lluvia.
ResponderEliminarMalditos esbirros del poder, estos hijos de puta joderían hasta a la niña de la curva.
ResponderEliminarSeguro que tienen una legislación expresa para ella.:))
EliminarMe ha gustado tu relato, tan real como la vida. Es verdad, a veces el universo conspira pero no para ayudar sino para joder jajaja. Lo disfruté. Saludos.
ResponderEliminarSí, somos simples peones en ese gran plan universal. Celebro que lo hayas disfrutado.;)
EliminarLa verdad es que, si lo miramos objetivamente, todos los involucrados cumplían con su deber: los viajeros cumplían con el deber cívico de ayudar al prójimo y los agentes, con su deber de hacer cumplir las leyes sin excepciones.
ResponderEliminarPero, sí, uno se queda con la sensación de que, si lo hubieran dejado en una advertencia, habría bastado.
Estoy seguro que el agente sancionador se tomó todo aquel tiempo de observación para darme esperanzas a mí y al caminante. Así luego es más placentera realizar la sanción.
EliminarDe casualidad he descubierto tu blog
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Saludos
Hola. Me alegro por ello.
EliminarLos duelos de miradas no suelen tener bastante poder para evitar las sanciones pertinentes. Esto es una realidad no por triste menos cierta. ;P
ResponderEliminarYo sabía que desde que me dio el alto, lo siguiente partía de una derrota anticipada.
EliminarCabía otra opción, que lo hubieran subido en su coche patrulla y acercado a su casa ¿no deben velar por la seguridad del ciudadano? Pues eso, que se lo apliquen. Creo que no han entendido muy bien lo que significa el cumplimiento del deber.
ResponderEliminarEso mismo pensé yo, entre otras cosas.
EliminarMás adelante lo hubieran vuelto a recoger, guiño guiño, que así hizo un amigo conmigo en mi primer viaje en moto sin casco, cuando nos paró la policía; despacito, eso sí, íbamos, que le tengo miedo a andar en moto.
ResponderEliminarConsideramos esa posibilidad, pero al final dimos la situación por perdida.
EliminarMis respetos a Toledo. ''La ley es dura, pero es la ley'' versan por aquí, aunque eso es a conveniencia.
ResponderEliminarWilly es un gran tipo; no se tiene que cansar uno de repetirlo. Y la ley, como bien dices.
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