16/12/21

92. La apuesta del extraño

    Diciembre de un gran año en el bar de siempre. Hace tiempo, mucho tiempo.

    El extraño, cuya estampa era desconocida por aquellos contornos, irrumpió en el ambiente festivo del bar arrastrando consigo el desagradable frío invernal. Los que estábamos más próximos a la entrada sufrimos unas hostias de frío que nos sacudieron de arriba abajo. Como dirían los adolescentes de hoy en día: el tío entró vacilando. Afirmaba que era capaz de beber, sin apenas torcer el gesto, seis latas de cerveza en tres minutos. Dos latas por cada minuto transcurrido. En caso de fracasar en la ingesta correría con el importe de las latas.

    Al otro lado de la barra, el barman, que gustaba de números circenses en su establecimiento, dejó bajo el fregadero su mancuerna casera con la que ejercitaba sus bíceps, y colocó delante del tipo seis latas de birra. La concurrencia del bar, sustituyendo el desconcierto inicial por la predisposición que precede al espectáculo, formamos un semicírculo alrededor del extraño mientras que el barman, con jocosidad y cronómetro en mano, dio inicio a la insólita libación.

    Al primer minuto, dos cervezas desaparecieron entre sorbos grandes y calculados. Al segundo minuto, las dos siguientes fueron engullidas del mismo modo. Sin embargo, las dos últimas necesitaron urgencia en la deglución, puesto que un eructo se interpuso gaznate arriba. Aquello suponía un segundo de retraso en la consecución exitosa de la apuesta. El extraño lo sabía; el barman lo sabía; el resto lo sabíamos; la perra del dueño del bar lo sabía. Era la puta noche de las certezas. Faltaban escasos segundos para que todo acabara. El tipo tragaba dilatando garganta y mandíbula inferior hasta la deformidad; sus ojos enrojecían y su cara se amorataba. Un hilillo de birra se escurría por entre la comisura de sus labios, y las venillas de borrachuzo que surcaban su nariz adquirían relieve y un alarmante color violáceo.

    Cuando parecía que todo estaba perdido, el extraño acabó con la última lata dejándola en la barra con torpeza. Se encorvó mirando al suelo con las manos apoyadas en las rodillas, quién sabe si para no caer de bruces o para soltar una arcada capaz de llenar la piscina del pueblo. El silencio se congeló en una eternidad. El tipo jadeaba. De pronto, con lentitud, se irguió cuan alto era y liberó un regüeldo abaritonado, maloliente como la ingle de un ñu, que calcinó las pestañas del público más cercano y provocó leves derrumbamientos en el vecindario. Una tremenda ovación de aplausos y vítores se adueñó del bar —aunque no recuerdo si por el eructo o porque ganó la apuesta.

    Pasados unos minutos la euforia disminuyó, no así como el trasiego de alcohol, pues allí todos bebíamos como si al día siguiente fueran a decretar la ley seca. Varios minutos posteriores al épico final de la apuesta, el tipo sintió unos sonoros retortijones, frutos de una burbujeante licuación de jugos gástricos que lidiaban con todo lo bebido. Algo condenado e inexorable obraba en sus entrañas de modo in crescendo, y supo que tenía que liberarse de aquellas erupciones estomacales, como se suele decir y nunca mejor dicho: cagando leches.

    Con una mano en el culo a modo de contención y un semblante angustiado, se apresuró a la intimidad redentora que le conferiría el lavabo. Pero, ya fuera porque en el pasado había visto fosas sépticas con mejor aspecto, dio media vuelta directo a la salida atravesando una espesa bruma de fumeteo, entre la que apenas vislumbró bocas sonrientes de dentaduras podridas e irregulares necesitadas de una urgente ortodoncia. La acuciante necesidad de expulsar todo aquel revoltijo de efervescencias, se convirtió en una urgencia imperial cuando notó que el esfínter se relajaba sin remedio. Salió afuera exclamando: «¡Tengo que salir de aquí, joder!».

    Por increíble que pudiera parecer, dejamos de prestar atención a nuestras bebidas y nos giramos en redondo justo para ver cómo el extraño, en el tiempo en el que daba tres pasos y bajo la potente luz de una farola, se acuclilló despojándose de los ropajes que cubrían sus vergüenzas. De tan embarazosa guisa y renunciando a toda clase de recato y dignidad, en pos de un alivio de catarsis divina, el tipo profirió un aullido lastimero dirección a la luna, que se propagó por todo el espacio aéreo de la Cataluña central, a la vez que una amalgama amarronada de materia diarreica, impactaba en la acera con vehemencia, produciendo un sonido de acuosa pastosidad.

    Cuando acabó aquella pesadilla escatológica, debido al brusco contraste de temperaturas, la feroz deposición despedía vapores como una perturbadora forma de vida alienígena.

    Nunca volvimos a ver al extraño.


24 comentarios:

  1. ¡Dios de mi vida! Me he tragado el texto como si no hubiera un mañana por lo bien que está escrito y la narración tan trepidante que has hecho. Me he imaginado un bareto de esos de mala muerte que aparecen en las películas de gangsters en blanco y negro, con esos toques de humor negro al que tú has añadido humor escatológico y me lo he pasado sencillamente en grande. El regüeldo abaritonado me ha llegado al alma y el olor a ingle de Ñu de traca. Tu exhaustiva, creativa y lograda descripción del aprieto diarréico me ha revuelto literalmente las tripas pero confieso que tu historia me ha llegado al alma. Te devuelvo la reverencia que un día me dedicaste y añado un sonoro ¡Aplauso!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Muchas gracias, y más viniendo de ti, a quien considero toda una escritora muy por encima de mí.

      Eliminar
  2. Se me ha subido el café a la espalda, pero no he podido dejar de leer hasta ver el final. Hay que ser muy bueno para hacer de un relato escatológico algo interesante.

    ResponderEliminar
  3. Muy buen relato, de esos que no puedes parar de leer y en el que se puede esperar cualquier final. Geniales las visuales escenas, tal pareciesen salidas de una película. Lo de las fosas sépticas..., lo del olor a ñu. El vocabulario utilizado se presta para esta clase de "eventos", bien narrado y con humor.

    Disfruté con la lectura un montón.
    Felicidades:)

    ResponderEliminar
  4. La vida está hecha de pequeñas hazañas y pequeñas tragedias, pequeños saltos al vacío con final incierto... Al fin y al cabo, tampoco la guerra de troya era más que la historia de un cornudo, pero bien contada.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Las pequeñas grandes historias, no me cabe duda, se dan en el bar.;)

      Eliminar
  5. Yo estaba allí y doy fe de que el individuo olía peor que el sobaco de un ñu. El regüeldo que soltó fue tremendísimo, tanto que quizás superase el récord Guinness de la materia, que detenta Neville Sharpe, un australiano cuyo eructo alcanzó 112,4 decibelios, que ya es eructar. No asistí a la postrera pesadilla escatológica, pero me la contaron.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. El bar ya no existe, pero aún reverbera el eco de aquel acontecimiento.:))

      Eliminar
  6. No puedo dejar de pensar en cómo estaría el baño para que prefiriera bajarse los pantalones en la calle.

    Besos.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Bueno, eso podría ser material para alumbrar otra entrada. :D

      Eliminar
  7. No me extraña que desapareciera, después de la gran cagada que protagonizó. Cierto que los bares dan para muchas historias y esta es para no olvidar.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Si te pasa algo así es para desaparecer, está claro. Ahora el hecho queda para la posteridad.:)

      Eliminar
  8. No cabe duda que lo tuyo es escribir. Aunque no es nada "romántico" el rollo este, pues agradezco a tus letras el ser capaces de llevarme a un sitio con tanta precisión, tanta, que más es imposible. Creo que no comeré en varios días.
    Tu redacción es impecable.
    De verdad, gracias Cabrónidas. Ah ah se me estaba pasando la canción, pero en este momento la escucho. (No podría dejar de hacerlo).

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. De nada. Si el post no es muy apto para estómagos sensibles, la canción no lo es para oídos sensibles. ;)

      Eliminar
  9. Es increíble, jajaja. La historia es increíble, pero qué bien la cuentas. Los baños de los bares de España dan para escribir una novela de 600 páginas y hacer una película. Escatológico relato pero impecablemente escrito. Felicidades.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias. Cojonudo que haya gustado. Los bares ofrecen miles de historias.

      Eliminar
  10. No me preguntes por qué, pero me he imaginado toda la escena en el bar de los Simpson y el prota el pelirrojo ese grandote que no me acuerdo como se llama. Le pega, ¿no? jajaja

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Jajaja, qué va. No le pega mucho. Era más un bar tipo Trainspotting.

      Eliminar
  11. Bueno que no pasó a mayores y solo a una eterna ausencia del ganador.
    Hace años, hacían una especie de ''reto chupitos'', ponían una mesa con variedad de bebidas, más que nada shots que ya sabes, son mini vasos de bebidas fuertes, aquellas mesas eran una mezcla de sabores, colores de grados mayores de alcohol, en una ocasión, un chico bebió y ganó, se sintió mareado, salió a la calle y murió y esos retos desaparecieron, años después y en la actualidad, reaparecieron pero ahora se les llama ''cortesía'', vas de bares haciendo el resto y bebes y bebes hasta más no poder.

    De la situación penosa del hombre, en otra ocasión pasé por una compañera a su casa, se sentía mal y me pidió la acercara a su trabajo, la vi demacrada y casi sin poder moverse, ''oye, seguro que quieres ir'', asintió, traía una señora camioneta y hasta me sentí mal de llevar esa monstruosidad, sentía que con solo elevar la pierna esta chica iba a desfallecer y buena chica que era yo, bajo e intento dar un empujoncito al pompi para que subiera, escuché un terrible estruendo e instintivamente brinqué lo más lejos, me sentí mareada y ella, avergonzada me dice, ''sabes qué, creo que no voy hasta que me recupere'', con su manita atrás, tratando de cubrir lo imposible se fue dando saltitos.
    A ella le quedó la lección de, si se siente mal y trae diarrea, no salir y a mí ... nunca colocarme detrás y prometo, Cabrónidas, que lo he cumplido

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Jajaja, es mejor quedarse en casa si no se está del todo bien. Seguro que aún recuerdas aquel "aroma".

      Eliminar
  12. En otra ocasión, en una cena con amigos (de mi ex), hombretones de entre 1,80 y 1,90, a los que seis cervezas no les provocaban cosquillas, el más pequeño, menudito y bajito quiso igualar al más grande y empezó a beber y beber sin parar, le decían que parara pero no hizo caso, al poco tuvieron que ingresarlo por una congestión y bueno, ya no te invado con mis cosillas, creo hay por ahí otro enlace, lo sigo y te dejo descansar.
    Pórtate mal

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. En lo que se refiere a la bebida, como a todo, en verdad, todos tenemos nuestro ritmo y tolerancia, y no tendríamos que superarla. Gracias e igualmente.

      Eliminar

RAJA LO QUE QUIERAS

Esparce el mensaje, comparte las entradas, contamina la red.