6/12/21

89. El piso anímico

    Una noche de un mes de diciembre del 2016, Amonario tuvo a bien invitarme a cenar al piso de planta baja donde hace ya varios años residen él y su familia. Nada me hizo presagiar que aquella invitación fuera a dejar en mí una impronta tan profunda e indeleble, que hoy me vea forzado a exteriorizarla para el bien de mi mente y limpieza del alma. Mis sentidos tales como el olfato y la vista, fueron sometidos a una dura prueba de templanza que ahora paso a relatar.

    Amonario abrió una puerta de madera que antaño conoció tiempos mejores. De hecho, no me infundió ningún tipo de seguridad y de estornudar contra ella, seguro que la hubiera hecho estallar hacia adentro. Unas bisagras que jamás conocieron el antioxidante emitieron un quejumbroso lamento que no cesó hasta que la puerta se abrió por completo. Como una maldición liberada, un efluvio pertinaz me golpeó hasta hacerme oscilar cuan alto era. Aquellas densas emanaciones me aturdieron con intensidad, y pensé que debían ser las mismas que flotan prisioneras desde hace siglos en las tumbas faraónicas.

    La oscuridad del interior parecía mirarnos. Amonario me dijo que la bombilla del recibidor estaba fundida, así que lo seguí hasta el comedor con andares vacilantes, notando en las suelas una incómoda pegajosidad a medida que nos adentrábamos en la negrura de aquella catacumba urbana. Justo cuando creí recuperarme de aquel ambiente enrarecido por ausencia prehistórica de ventilación, Amonario accionó el interruptor y la luz me mostró un horror que hizo que me llevara la mano a las pelotas para que no cayeran al suelo.

    El piso presentaba un estado generalizado de degradación consciente, que convencía a quien mirara de que ya no existen cosas bellas en el mundo. La honda insalubridad de aquel lugar me provocó una depresión anímica inhumana. El suelo parecía un rostro sembrado de acné, pues aquí y allá crecían pequeñas erupciones aplastadas que en otros tiempos quizá fueron bocados que llevarse a la boca. No había apliques, ni lámparas, ni ojos de buey: tan solo una luz débil y amarillenta, emitida de bombillas que colgaban de sus cables eléctricos como protuberancias cancerosas.

    Las paredes, sin cuadros y adornos, mostraban los colores de un cielo tormentoso. El techo, para no ser menos, vomitaba el color malsano de la nicotina millones de veces exhalada. No había basura ni desorden, pero el resto del piso presentaba el mismo desasosegante espectáculo. Tanto era así, que se me hizo difícil creer que allí vivían cuatro personas, amén de que el único habitante y por su condición de inanimado que allí podría vivir, sería el desvencijado mobiliario, que presentaba diversas salpicaduras de vete a saber qué sustancias.

    Amonario advirtió mi pesadumbre y la palidez ultraterrenal de mi rostro congestionado, y reconoció —no sin cierta resignación— que el piso imploraba una asepsia concienzuda y una generosa mano de pintura. En un gesto de improvisación denegué su invitación de quedarme a cenar. Y no es que yo tuviera una gran confianza con Amonario, pero no todo el mundo al que conoces de hace poco te abre las puertas de su hogar, por lo que solo pude decir: «Amonario, si metieras aquí al ser más hambriento del planeta, se olvidaría, no solo de su propia hambre, sino de que tiene piñata, boca y aparato digestivo. Saldría de aquí corriendo y profiriendo alaridos como alma que lleva el diablo. Y hablando del diablo... Antes de nada, alquila los servicios de un sacerdote y manda practicar aquí un exorcismo».


18 comentarios:

  1. Amonario, un nombre que se parece mucho a amoniaco, el producto de limpieza que no le vendría mal al piso. Bien visto ;P

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    1. Jajajaajajja, eso te lo tendría que decir yo a ti. La verdad que no observé tan aguda asociación.

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  2. Un desagradecido. Bien podría haber devuelto la invitación a Amonario regalándole una sesión doble de limpieza, contratada con la empresa correspondiente.

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  3. Se me antoja toda una historia a partir de esa manera de malvivir de Amonario. ¡Qué tipo! Ahí sí creo que el propio reggaeton sucumbiría, no podría con todo ello. Pero es posible que todo se deba a un nombre tan peculiar como "Amonario"... quizás sus padres al bautizarlo lo condenaron a semejante destino.

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    1. Tendría que haberlo intuido: un tipo que viste como un zarrapastre vive en un lugar zarrapastroso.

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  4. El hombre lo hizo con su mejor intención, al estar acostumbrado a tanta mugre nunca pensó que a otro le pudiese sacar el apetito. Yo también me hubiese ido. Un año difícil de olvidar.

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    1. El antiguo aspecto de ese piso se quedará para siempre en mi mente. En la actualidad, es un lugar salubre y apto para degustar.

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  5. Creo que hay personas que se apartan del mundo sin apenas darse cuenta. Van poco perdiendo las costumbres del tiempo, de la higiene, dejan de mirarse al espejo, subsisten con poco y un día, zas, desaparecen.

    Espero que tus palabras le hiciesen despertar.... aunque no sé, quizás es bueno no estar despierto, ¿no?

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    1. Sí, eso que comentas es verdad. En los días que siguieron, el piso se pintó y se adecentó. El cambio fue explosivo en su día, pero poco a poco, pasan los años hasta el presente, y el piso empieza a parecerse a algo así como la Casa Usher.

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  6. Lo mejor es quedar en un sitio neutral, nunca en casa de nadie, ni la tuya ni la suya, y así no tienes que aguantar nada y cada cual lleva la vida que quiere y como quiere. Muy buen relato.

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    1. Claro. Se queda en el bar. Luego allí se bebe como si lo fueran a prohibir y luego, si se puede parar de beber, se cena o se come algo según la hora. ¡Gracias!

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  7. Uf, brutal, llega hasta el tuétano. Conmueve todos los sentidos y lo que deseas es salir corriendo al llegar al final que sólo esperas para saber cómo logra sobrevivir Cabrónidas.

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    1. Para darle solución a aquello, desde luego que hace falta algo más que la intervención humana.

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  8. Cabrónidas, ¿y quién te dice que Amonario no es un excelente cocinero? La próxima vez que te invite, te sugiero que lleves un táper y, sin pasar de la puerta, le pidas que deposite en él la comida que ha preparado. Siempre que no haya pasado antes por allí el cura exorcisiador y haya arramblado con todo, claro.

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    1. Me gusta mucho esa pregunta, diego. De hecho, he comido y cenado en casa de Amonario desde que adecentó su piso, pese a que lo hizo más por amor propio y presión familiar que por otra cosa, que no es poco. Y debo decirte que sí: es un excelente cocinero.

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  9. Por lo menos fuiste sincero. Es de agradecer.

    Besos.

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    1. Bueno, no se lo tomó a mal porque, al fin y al cabo, no hubo ninguna mentira en mis palabras, aunque tampoco fueron, exactamente, las del post.

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