30/9/25

475. Dos hostias a destiempo

    A finales de la década de los noventa, mis amigos Inolfo y Pitasio, quién sabe si por iluminación divina o señal universal, decidieron aprender jiu-jitsu. Durante los cuatro o cinco meses que duró aquella apetencia, no fueron pocas las veces en las que yo estaba acodado tranquilamente en la barra de un bar, e Inolfo me sorprendía por la retaguardia con alguna llave marcial recién aprendida. A punto estuve, en más de una ocasión, de estrellarle mi consumición en la cabeza. Pero ya se sabe que a los amigos, cuando son tales, hay que aceptarlos con sus virtudes y sus taras, amén de que ellos también hacen lo propio.

    En aquella época de juventud, consumíamos alcohol de manera irresponsable, especialmente si al día siguiente no teníamos que trabajar. No es que ese condicionante fuera una ley física inalterable. Pero como era sábado (también pudo ser viernes), decidimos rematar la velada en un antro llamado In Situ, ubicado a quince kilómetros de nuestro pueblo. En ese antro naufragaban, al igual que nosotros, los últimos especímenes de lo que aún quedara por quemar de la noche.

    El local era de tamaño medio, y pese a lo tarde que era, no había completado el aforo. Aun así, para adentrarnos en su semioscuridad parcialmente iluminada por la luz tenue, tuvimos que abrirnos paso entre la considerable masa pululante, hasta llegar a uno de los extremos vacíos de la barra en curva que moría en la pared, en la que pedimos nuestras bebidas, nada saludables. Sin duda, todo un proceso inmersivo y sensorial.

    Apenas di el primer trago, cuando me giré de espaldas a la barra, y vi a Pitasio acercarse a un tío que de repente se levantó de su taburete y con su cabeza embistió brutalmente la de Pitasio. Pitasio no llegó a tocar el suelo, que el compañero del miura humano giró sobre sí mismo como un estafermo, puño en alto, y lo impactó con palmaria contundencia contra la boca de Inolfo. Para entonces mis dos amigos ya estaban en el suelo, y ese mismo tipo iba a por mí con el odio entre las cejas y la cara desfigurada en un gesto agrio. Pero la chica rubia que acompañaba al miura y al estafermo humanos, rodeó con el brazo el cuello de este último y, alejándose de mí sin soltarlo, exclamó: «¡Iros, por favor, iros!».

    Todo aquello ocurrió en unos tres segundos. La cara de Inolfo reflejaba un desconcierto como nunca he vuelto a ver en ninguna otra. Lo ayudé a levantarse y luego fue él quien tuvo que ayudarme para recoger a Pitasio del suelo guarreado de la discoteca y salir fuera. Una vez en la calle pudimos calibrar los daños. Pitasio, que apenas se aguantaba de pie —de hecho farfulló que lo dejáramos en el suelo—, tenía una brecha en la frente que, si bien no sangraba, necesitaba puntos de sutura. Mientras que el labio inferior de Inolfo no solo tuvo idéntica suerte, sino que sí sangraba.

    Claro está, tuvimos que ir de urgencias.

    Al día siguiente, el resto de amistades y conocidos del pueblo ya se habían hecho eco de lo acontecido. Varios de ellos, quizá por falta de confianza o por empatía, no verbalizaron lo que pensaban. Pero para eso ya teníamos a los amigos de toda la vida, como el Rulo y el Mali. Ellos hablaban por todos los que callaban y se cebaron sobre todo con Inolfo por molestar con sus putas llaves sorpresa, usando frases como «¡tanto jiu-jitsu y tanta polla "pa ná"!», «¡menudo "matao"!». Inolfo, por su parte, vendió a su agresor como un tipo de dos metros de altura por cuatro de espalda, cuando yo recuerdo que fue un menda más bajo que él.

    Por lo visto, además de la boca, también tenía herida la vanidad.

    En cuanto a Pitasio, dijo que no recordaba el porqué de la agresión, ni si dijo o hizo algo que la provocara. Entretanto, a Inolfo, supongo que la hostia le vino porque hizo ademán de acercarse, y el estafermo humano pensó que con los colegas se va a muerte y que, si hay que pegar, se pega. El caso es que ambos, desde aquella noche, nunca más volvieron a pisar un tatami. Pues como dijo el maestro Bruce Lee en un documental en blanco y negro, la disciplina que exigen las artes marciales para que sean útiles es incompatible con las adicciones y los vicios.

    Por lo que a mí respecta, y nunca mejor dicho, solo me llevé un golpe de suerte.





26/9/25

474. Advertencia y sensibilidad

    Una persona —supongo que adulta— ha leído la entrada 473 de esta bitácora, ha considerado que incluye contenido sensible y la ha marcado para que el equipo de Blogger la revise.

    No creo que haya sido ninguna de las personas asiduas a este espacio. ¿Quizá alguna que ha entrado por primera vez? Diría que tampoco. Creo más bien en alguien que entra aquí muy de vez en cuando, y se alegraría de que yo dejara de escribir y, en consecuencia, de herir sensibilidades, ¿como la suya?

    ¿Habrá sido una mujer? ¿Una mujer sin webcam, pero también anciana o bastante alejada de su juventud? ¿Quizá una hembra joven que ha visto a su abuela reflejada en la susodicha entrada? A veces las palabras, como que son mágicas, activan ciertas asociaciones que creemos larvadas.

    En fin, como que ha sentido herida su sensibilidad sin previo aviso, quiere evitar que a la ajena le pase lo mismo. Hay que ver qué buena fe tienen algunas personas y cómo cuidan del prójimo. No sé qué haríamos sin ellas, ja, ja, ja, ja.




22/9/25

473. La vieja de la webcam

Este resumen no está disponible. Haz clic en este enlace para ver la entrada.

18/9/25

472. No todo lo que brilla es oro

    Hoy me han enseñado cómo sacas pecho en todas y cada una de tus redes sociales por haber dado el paso. Cómo muestras a la masa de tus palmeros lo feliz que eres después de haber dejado a tu pareja. La misma de la que ahora echas pestes porque cuentas que te mereces algo mejor; porque dices que nadie tendría que pasar por lo que tú has pasado.

    Pero no son más que mentiras y medias verdades, lo cual también son mentiras, porque fuera de las redes yo te conozco bien. Y sé que la persona que apartaste de tu lado no era perfecta; desde luego que no. Lo sé tan bien como que, aunque no lo cuentes —y ni falta que hace—, tú también fuiste un puto grano en el culo en la vida de esa persona.

    Solo que ella no lo cuenta en sus redes sociales, quizá porque tiene más dignidad que tú.




15/9/25

471. ¡Bang!

     Charlie Kirk que estás en los cielos, nunca más volverás a empuñar un arma de fuego ni ninguna otra cosa. ¿Ha sido la justicia poética más inspirada? ¿El más cínico de los infortunios? Por lo visto, al igual que los caminos del Señor, los de la pólvora también son inescrutables.


11/9/25

470. Monumentos fecales

    Fue beneficioso para la higiene pública, entre otras cosas, que se aprobara la Ley de Memoria Histórica. Ya que era del todo necesario que las estatuas ecuestres del Caudillo y la de Melilla, en la que no hay equino, dejaran de intoxicar con su presencia el paisaje de todos los ciudadanos. Desde aquel día, España, a pesar de ser un país de cabreros, empezó a ser mejor, si es que eso es posible.

    Esos monumentos que nunca debieron existir ya no pueden ser vandalizados ni recibir de las alturas las corrosivas defecaciones aviares, que es lo que merecían, además de desprecio. Al menos, ahora mueren de olvido e invisibilidad, celosamente a resguardo entre cuatro paredes públicas, otras privadas y otras de complejo acceso burocrático, por no decir imposible.

    Queda mucho por hacer al respecto; queda mucho que limpiar y desinfectar. Y se hará tarde porque ya es tarde. Y cuando se intente hacer, si es que se hace, los simpatizantes del Caudillo y su puta fundación nacional de pajilleros volverán a poner piedras en el camino. Para entonces, espero seguir vivo y verlos fracasar una vez más.



8/9/25

469. Eclipse 2

    Septiembre ya se había instalado en nuestras vidas, lo que significaba que el verano (querido verano) pronto nos daría la espalda. Ahora las noches eran frescas y estimulantes, idóneas para una incursión a la zona más alta de la ciudad, desde la cual presenciar con ciertas garantías el fenómeno astronómico que se iba a manifestar.

    No éramos un grupo de cinco ni de siete, sino de seis integrantes. Así que pudiera ser que no despertáramos las simpatías del espíritu de la siempre recordada Enid Blyton. Pero ese era el número, lector asiduo. El de la armonía, el equilibrio y la belleza según la numerología, aunque al lado del sesenta y seis formara una cifra apocalíptica preñada de nefastos augurios.

    La zona más alta del este de la ciudad era el cementerio, ya sabes: destino final e ineludible de eterno descanso donde a veces ocurren cosas extrañas e inexplicables. No así como la Luna de Sangre, que si bien tiene una explicación y nada de extraño, a pesar de la nubosidad, de veras me pareció un acontecimiento mágico. También debo añadir que, a pesar del plenilunio, no hubo licántropos acechando.

    Y eso que estuve atento al respecto.




5/9/25

468. De noche por carreteras secundarias

    El problema de estar demasiado lejos de todo es que la tentación de no regresar jamás aumenta día a día. Aun así, como siempre, emprendí el regreso a la existencia que volvería a anularme.

    No tenía prisa por llegar, de modo que conduje de noche con la tranquilidad que ofrecen las carreteras secundarias, con la música del trueno a volumen subliminal y dejándome hipnotizar por la sobriedad de la calzada desierta.

    No me crucé con los perros del orden y la ley, siempre afanosos de recaudar para el amo. Solo me crucé con un hombre solitario, ya mayor, que se detuvo en el arcén debido a su próstata y sus circunstancias. ¿Quizá él también trataba de ralentizar la inevitabilidad de su destino?

    El mío no era precisamente la ciudad de Las Vegas, allí donde Raoul Duke y su abogado Dr. Gonzo vivieron una enloquecida travesía de miedo y asco. Y si bien no dispongo del incendiario contenido del maletín que los acompañó en tan onírico viaje, yo también diviso a los murciélagos. Cientos y cientos de ellos aleteando frenéticos en el horizonte iluminado por la luna.

    Supongo que regresar no me da miedo, pero sí cada vez más asco.




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