13/7/25

453. Olvidos mortales

    No pasa un verano sin que tengamos que estremecernos de horror ante la noticia de que un niño o bebé ha muerto cocido en el interior del coche de sus padres o abuelos. Por lo leído estos últimos días, ocurre muchas más veces de lo que yo creía. Lo llaman síndrome del niño olvidado. Un síndrome que, una vez se ha manifestado, acaba en muerte lenta para el infante y en depresión de por vida, o suicidio, para el adulto olvidadizo e irresponsable.

    El móvil no se les olvida, no. E ir a trabajar tampoco. Es del todo desconcertante.




9/7/25

452. Cuando eso llamado arte se jode de ti

    Entré en la galería de arte abstracto porque era gratis y no tenía nada mejor que hacer. Al pie de cada una de aquellas acuarelas, una cartela indicaba quién era el autor, el título de la creación y su significado. Sin embargo, no había relación alguna entre lo que exhibían los lienzos y lo reflejado en las cartelas.

    Me dijeron que el arte abstracto se trata de una cuestión de percepción, en la cual el espectador tan solo tiene que elaborar su propia interpretación sobre lo que está contemplando. Si eso es así, las explicaciones están de más, aparte de que se hace muy difícil tomárselas en serio si las lees y luego contemplas las obras. Sería más serio y creíble que el autor dijera que ese es su puto cuadro y que cualquiera lo interprete como le salga de las pelotas.

    Como no podía ser menos, tampoco faltaron los elogios displicentes sobre el equilibrio de las masas de color, la composición de las formas, la armonía cromática y el contraste de no sé muy bien qué como contrapunto, ja, ja, ja, ja. No pude evitar replicar que el ser humano de creativo no tiene nada. Que, como excelente copión, tan solo es recreativo y que solo Dios (para el que crea) o la Naturaleza (por la que me inclino) lo son.

    Como podéis intuir, no hice amigos en la galería. Aunque tampoco los culpo ni son los únicos flipados. Fijaos, por ejemplo, en lo que se dio a llamar arte conceptual. Todavía hoy cientos de gilipollas pagan, y hacen cola a diario, para ver una firma estampada en un puto urinario de porcelana expuesto del revés.



3/7/25

451. Amor pubescente triangular

    Mi primera novia, a quien llamaré Bonifacio para preservar su identidad, no era guapa, pero estaba muy desarrollada para su edad. A los trece años, su cuerpo tenía curvas precoces y armoniosas que evocaban bellas melodías en quienes lo contemplaban.

    Yo tenía un año más que Bonifacio e íbamos al mismo colegio. Una gélida mañana de enero, Bonifacio se acercó a mí durante el recreo y me confesó que mi gorro era muy bonito. Casi sin pensar, le dije nervioso y azorado que su bufanda era aún más bonita. Luego, le propuse cambiarla por mi gorro. Aquella bufanda desprendía un olor revitalizante, semejante al de la tierra recién regada por la lluvia. Desde ese día, siempre que el cielo llora, me acuerdo de Bonifacio.

    Los fines de semana salíamos en pandilla a deambular por las calles, plazas y parques de la ciudad. Esto era un síntoma inequívoco de que no teníamos nada mejor que hacer. En una de aquellas excursiones, Bonifacio me cogió de la mano y me separó del grupo. Estaba anocheciendo y nos sentamos en el borde de la acera. Justo cuando el manto de la noche engulló la última luz del atardecer, se acercó y me besó en la boca. Fue mi primer beso. Desde aquel instante imborrable, me quedé perdidamente enamorado de Bonifacio y mi persona y espíritu quedaron a su merced.

    Como corresponde a nuestra naturaleza hetero, Bonifacio y yo fuimos novios casi durante un año. En ese intervalo de tiempo, ella vino a mi casa y yo a la suya. Allí conocí a su madre y a su padre. Este último tenía un parecido muy acentuado que iba más allá del lógico consanguíneo. Ambos tenían la misma frente ancha, curvada y despejada como el capó de un 600, y el pelo les nacía cerca del colodrillo. En el caso de su padre era calvicie y en el de ella un remoto rasgo de belleza primitiva, además de sus diminutas orejillas de trasgolisto y sus enormes incisivos centrales de castor. Estos sobresalían de manera amenazadora, impidiendo cerrar la boca y requiriendo una ortodoncia.

    En un principio, pudiera pensarse que la naturaleza fue especialmente cruel con mi novia y su papá. Pero no es así, porque la naturaleza les dio rasgos propios: ella no tenía bigote y a su padre no le crecía el pecho. Todas las veces que iba a casa de Bonifacio nos encerrábamos en su cuarto. La mamá y el papá de Bonifacio enseguida me calaron y me consideraron un niño inofensivo. De hecho, lo era, por lo que jamás mostraron oposición al respecto.

    Mientras ellos hacían cosas de mayores, mi novia se tumbaba en su cama y yo intentaba tumbarme sobre ella, pero no lo lograba. Entre risas y con movimientos firmes, me obsequiaba cariñosos empujones que me enviaban rodando al suelo. Sin embargo, yo perseveraba obedeciendo a mi ímpetu de amor pubescente. En una de esas ocasiones, cuando ella descuidó su guardia (creo que lo hizo a propósito), logré tocarle una teta por encima del sujetador, la camiseta de algodón y el recio jersey de lana.

    Se acercaba el verano y, como cada año, Bonifacio y su familia irían a Mallorca a disfrutarlo. Ante semejante realidad, cruda y fatídica, mi tristeza aumentaba a medida que se acercaba la fecha inminente. Me preguntaba repetidamente, con hondos suspiros, qué sería de mí durante todo un largo y cálido verano sin mi novia. Una tarde le comuniqué mi profundo pesar respecto a su partida. Ella, por el contrario, más que contenta, parecía exultante, y para apaciguar mi desasosiego me dijo que me tranquilizara. Que había urdido un plan.

    El plan de Bonifacio, que era intrincado y asombroso para su edad, consistía en buscarme una novia de repuesto durante las semanas que estaría sin ella. La elegida era una amiga cercana a la que llamaré Clodomiro para respetar su anonimato. Bonifacio me explicó que había hecho creer a Clodomiro que yo estaba colado por ella y que íbamos a cortar. Esto, sin pensarlo demasiado, no me gustó nada. Las crueldades y mentiras del amor son imprevisibles, y a menudo se revelan contra quien las utiliza. Además, aunque durante muchos años obedecí a mi condición de hombre simple y primario y defendí aquella frase que dice que todo agujero es trinchera, solo pude contestar con un no; yo no era ningún puto.

    Bonifacio, con una réplica que creo que tenía bien estudiada, me dijo que no se trataba de ser un gigoló, sino de ser una persona admirable que transmitía amor a otra persona bondadosa que lo necesitaba. Además, añadió que Clodomiro, a quien yo solo conocía de vista, estaba conforme con su papel de novia sustituta. Un punto a favor de aquel guiso desaguisado era que Clodomiro era guapa. Sin embargo, sus futuros encantos corporales no estaban solo dormidos, sino más soterrados que la lava de un volcán muerto. Bonifacio terminó diciendo que si yo aceptaba ese plan, ella se sentiría menos culpable de sus posibles ligues en Mallorca. ¡Ajá!, pensé, ¡criatura diabólica y manipuladora!, ¡así que se trata de eso!

    No obstante, Bonifacio empleó sus prematuras artes de mujer para convencerme. Me prometió que, cuando regresara, me recibiría con un largo beso con lengua. Esto sería el anticipo de un tórrido apareamiento auténtico y sin ropa. ¡Madre mía! ¡Un beso con lengua y un apareamiento auténtico sin ropa! ¡Por fin! Mi relación con Clodomiro duró apenas una semana, puesto que no prosperó de acuerdo con el plan. Más que romper de mutuo acuerdo, fui yo quien tomó la ardua decisión de hacerlo. No estuvo bien, pero valga esta débil justificación: era un crío.

    Cuando Bonifacio regresó de Mallorca, no dudó en darme de tacón como si yo fuera un mero objeto. Esto fue porque no cumplí con mi parte asignada en esa desastrosa maquinación. Aparte, según ella, hice daño a Clodomiro, que era una de sus mejores amigas.  De todas formas, extraje una valiosísima lección sin fecha de caducidad de este tragicómico triángulo amoroso. Esta lección me ha servido para estar a la altura de todas las relaciones que vinieron después.

    Clodomiro me enseñó que los besos con lengua son húmedos y multidireccionales, y no con la lengua inmóvil y pegada al alveolo del paladar de la chica, como me había hecho creer Bonifacio, mi primera novia.




30/6/25

450. RF 2025 (Final)

     Dejó de sonar el último acorde de la última actuación del festival, por lo que regreso a mi bitácora y también a las vuestras. La máquina de escribir vuelve a arrancar y la pantalla del ebook se ilumina para reanudar las lecturas. Y cómo no, por poco que pueda, volveré a estar allí. 




26/6/25

449. RF 2025 (Inicio)

    A quien interese, desde el día 26 hasta el día 29 de este mes estaré en cuerpo y mente en el RF 2025. Lo que significa que, durante ese intervalo de tiempo, ceso mi actividad en bitácoras ajenas y en la propia. No obstante, me acordaré de vosotros en los aullidos de los trémolos.



23/6/25

448. Inicio de verano con MDB

    Desde la entrada número 238 que no traía por esta bitácora a los Moscow Death Brigade. Esta vez vienen con su mascota reivindicativa y antisistema, inspirada en el logo de cierta marca francesa muy conocida.

    El simpático reptil, sin pasamontañas pero con gafas de sol, acompaña al trío ruso en todas sus correrías nocturnas y diurnas, con un radiocasete a pilas, una cizalla y un monopatín. Lo primero es porque la música nunca puede faltar, haga lo que se haga. Lo segundo es por si hay que sabotear el tendido eléctrico de alguna zona estratégica estatal, inutilizar alguna alarma o abrir alguna puerta prohibida. Y lo tercero es por si hay que salir zumbando a causa de lo segundo.

    Por lo visto, en la vida real no se llevan muy bien con el presidente de su país. Y hasta el día de hoy, sus identidades siguen siendo un secreto incluso para sus seguidores.

    Hace dos años y medio tocaron en una sala de mi ciudad. Después del magnífico concierto que dieron, tuve la oportunidad de intercambiar unas palabras amistosas con su mascota. Cuando se encuentra cerca, uno puede pensar que se va a abalanzar sobre cualquiera con toda esa amenazadora bocaza repleta de dientes. Pero al tercer chupito te das cuenta de que es un animal de paz, aunque muy comprometido con la causa.

    De modo que no te intranquilices si te enteras de que tocan en tu ciudad. Lo único que puede pasar es que, al día siguiente, no funcionen los ordenadores del banco, del ayuntamiento, de la Policía o el SEPE. Pero, sin que parezca intencional, tu ciudad también lucirá un nuevo y bonito grafiti marca de la casa, MDB.

    Nada como recibir el verano con un grupo musical de la fría Rusia.




19/6/25

447. Mundo en un mundo

    En 2008 se inauguró un centro penitenciario ubicado a cinco kilómetros y medio de donde vivo. Cuando tan solo era un proyecto, recuerdo que las masas ciudadanas de los alrededores manifestaron su disconformidad al respecto. A mí me la sudaba bastante. Quizá en parte porque he tenido a un familiar cumpliendo condena y no es una tragedia abrumadora. O sí.

    Muchas personas de mi entorno y más allá empezaron a elucubrar, con o sin acierto, sobre todo lo que envuelve al oscuro mundo carcelario. El cual queremos bien lejos, puesto que choca con la supuesta normalidad del nuestro, pero que, a poco que nos fijemos, propicia igual o superior rechazo.

    Y las gentes de bien, y las que no lo son aunque nunca cruzarán la línea roja, se volvieron paranoicas, e imaginaron que el bienestar de sus vidas y la inocencia de sus retoños serían amenazados por presidiarios sanguinarios y psicópatas que en cualquier momento podrían burlar su encierro.

    Esos ciudadanos integrados y obedientes, además, olvidaron que la persona que puede cambiar tu vida a peor, o acabar con ella directamente, también puede ser el amable vecino como la risueña vecina que cada año te desea feliz Navidad. Nadie escapa de perder la cordura en un momento dado si se activan los resortes adecuados.

    Pero llegó un día en que el centro penitenciario se hizo realidad. Y la primera vez que abrió sus puertas no fue para recibir a los malos y a los que nadie quiere cerca, sino para los que tuvieran a bien ir a visitarlo. Y resultaron ser legión, os lo aseguro. No estuvo nada mal para un sitio del que nadie quería sentir ni hablar.

    Einstein tenía razón, sin duda.




16/6/25

446. La Pepi y la Jeny

    La Pepi y la Jeny son como el Gordo y el Flaco, pero no por la fama ni porque hagan reír. Bueno, a veces sí que hacen reír, pero no con la genialidad de Stan y Oliver. Aunque creo que lo de ellas, en la vertiente cómica, también es innato.

    Hasta donde yo sé y he visto, la Pepi y la Jeny viven separadas, pero todo lo hacen juntas. Es decir: casi todo lo que pueden llegar a hacer juntas dos personas que son amigas, a excepción del sexo y la defecación. Porque si tienen sexo entre ellas y defecan juntas, ya no son amigas, sino otra cosa o algo más. Y que nadie me pregunte qué, porque no tengo ni puta idea.  

    Por supuesto, tales necesidades biológicas e irrenunciables, ni me incumben ni me interesan cuando van más allá de mí mismo. Que cada cual se acueste con quien quiera y cague en soledad o en compañía. Pero a las cosas por su nombre, aunque yo desconozca, por ejemplo, cómo se llaman ellas dos. 

    La Pepi y la Jeny visten con su propio estilo. Ahora que estamos a mediados de junio, se colocan la visera de la gorra en la nuca, y así lucen las enormes gafas de sol con las que se cubren más de la mitad de la cara. No son menos las camisetas de Dragon Ball que llevan, más holgadas que las de cualquier rapero. Aunque realzan sus figuras cincuentenarias cuando son estrechadas por la cintura gracias a las abultadas mariconeras que usan.

    Todo lo anterior, conjuntado con unas coloridas mallas pirata, rematadas, a su vez, por unas sandalias de marca indeterminada y que ya no se fabrican, creo que desde 1989. Pero dejan entrever, con nitidez, unas uñas pintadas cual teclas de piano. Encima, cuando irrumpen en el súper con los bastones de senderismo sobre el hombro, como si fueran fusiles de asalto, es lo más.

    La Pepi y la Jeny, en sus años mozos, ¿quizá fueron dos reputadas chonis poligoneras? Y qué si lo fueron. La Pepi y la Jeny son auténticas, porque a la autenticidad de verdad se la suda nuestra opinión. Por eso me caen bien, a pesar de que anteayer me dijeran que las camisetas que suelo llevar (como la de Exhumed que llevaba ese día) son muy feas y no hay quien las entienda.



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